Por un momento Rainer se quedó en silencio, pensativo, con la mirada paseando entre las luces de la ciudad mientras las cosas conectaban dentro de su cabeza. —Carina… ¿es una mala estudiante? —preguntó. —¿Cómo? ¡No! ¡Para nada! —¿Ha cometido alguna falta que la hiciera merecedora de ser expulsada
Sin pensarlo dos veces, Carina tomó otro pedazo y lo probó, ella no pudo disimular la cara de asco y terminó escupiendo el bocado en una servilleta. —…¡Qué horrible! —exclamó con el rostro distorsionado por el asco—. ¿Cómo te lo pudiste tragar? Rainer seguía riendo mientras ella se limpiaba la le
Carina llegó a hurtadillas hasta la cocina y olisqueó el ambiente, el rastro de mantequilla y manzanas la llamaban. Se sirvió un pedazo de tarta y cuando creyó salirse con la suya un par de manos se deslizaron por su cintura, encima de la sábana que cubría su cuerpo. Se puso rígida con el tacto y
—¡¿Hablas en serio?! —exclamó sorprendida y cubrió su boca antes de reír a carcajadas. —Muy en serio. Sé que lo harás bien, eres muy inteligente… Carina se levantó y corrió hacía él, brincando por encima del escritorio con habilidad y cayendo en el regazo de su prometido. —…Creí que te dolían m
—¿Seguro? ¿Qué me dirías si te confieso que el abuelo de Carina, el gran señor Benjamín Gibrand, es el culpable de la muerte de tu madre? —preguntó Aida fascinada por ver caer ese muro de frialdad y soberbia que Rainer sostenía delante de ella. —¿Qué? —preguntó desconcertado. —Entiendo que Carina
Entre la penumbra se encontró con el cuerpo de Carina, escondido entre las sábanas y abrazando a ese elefantito de peluche que tanta gracia le daba a Rainer. Aida tenía razón, no podía ver a Carina sin pensar en el sufrimiento de su madre. Ella no era la culpable de lo ocurrido, pero Benjamín aparen
A diferencia de esos días en la casa de campo, donde toda la familia Gibrand se juntaba para festejar un año más del viejo Benjamín, esa noche en el hospital, solo estaban Román y Frida en la puerta de la habitación, atentos a cualquier emergencia. En ese momento, como ave de mal agüero colándose
—No podré irme de este mundo ileso, Marco… —dijo Benjamín queriendo reír, pero la tristeza y el miedo se apoderaron de su corazón—. Tengo tantas deudas que no pagué en vida y parece que ustedes tendrán que pagar por mí. —¿De qué hablas? —preguntó Marco desconcertado. —Llama a Román… Hay algo que