—Por eso la necesidad del señor Román para tener a su servicio gente que pueda actuar en el momento… Hay cosas que no pueden esperar —dijo Lorena viendo fijamente a Rainer.—Bueno… Hay dos en la puerta —dijo Johan entrecerrando los ojos y sonriendo emocionado. Hacía años que no empuñaba una pistola.
Frente a la bodega, Rainer cayó hincado, cansado y adolorido, pero aferrándose al cuerpo de la mujer que amaba. —Ahora todo estará bien, mi amor… —dijo en su oído mientras Carina caía en un sueño profundo, producto de la pérdida de sangre y respirar el humo del incendio—. Te amo, mantente conmigo…
Alpha forzó la cerradura. La casa estaba completamente sola, así que no les fue difícil entrar. Escucharon el ruido de los bebés en la planta de arriba, habían comenzado a llorar en cuanto su tía Emma dejó de hacerles mimos. Alpha fue por delante y cortó cartucho antes de entrar por la puerta, vien
—Ya sé… —agregó Emma haciendo puchero—, pero estaban molestando a mi hermana y venían por mis sobrinos. No iba a permitir que se los llevaran. Además… Me has enseñado que sin evidencia no hay sentencia. Esa sonrisa pícara y llena de confianza llenaba de ternura el corazón de William y, olvidando po
Carina estaba concentrada viendo el pescado en el horno, no muy convencida del éxito de la receta. —No porque lo veas fijamente, significa que sabrá bien —dijo Lorena divertida mientras llevaba su famosa tarta de manzana hacia el jardín. —Bueno… ¿Quién dijo que se necesita de un plato fuerte para
Rainer, al notar esa lágrima tímida que se asomaba por el rabillo del ojo de su esposa, no pudo evitar pasar su brazo por encima de sus hombros y atraerla a él para besar su mejilla con ternura. —Nuestra familia… —agregó orgulloso. Por fin, después de toda una vida enfocada en los negocios, tolera
Frida no podía controlar el temblor de sus manos ni cambiar su mirada destrozada. Arrastraba los pies, cansada de tantas noches de desvelo. Tocó un par de veces la puerta del despacho de su esposo, tenía que hablar urgentemente con él. El doctor había sido claro, su pequeña hija Emma necesitaba un p
Para Román Gibrand las órdenes eran claras: Si quería quedarse con la empresa, tenía que casarse y concebir un hijo. Su abuelo, el dueño de la mayoría de las refinerías del país, había sido franco en su testamento. Estaba preocupado por la felicidad de su nieto, creyendo que, al carecer de una famil