Frida no podía controlar el temblor de sus manos ni cambiar su mirada destrozada. Arrastraba los pies, cansada de tantas noches de desvelo. Tocó un par de veces la puerta del despacho de su esposo, tenía que hablar urgentemente con él. El doctor había sido claro, su pequeña hija Emma necesitaba un procedimiento quirúrgico para salvar su vida.
Gonzalo levantó la mirada de sus papeles, estaba sorprendido de verla. Desde que la pequeña Emma había enfermado la relación se había congelado, solo eran un par de conocidos que compartían la cama, sin tocarse, sin hablar y sin intercambiar una sola caricia.
—Hablé con el doctor… —dijo Frida consiguiendo una mirada harta y fastidiada de Gonzalo— …Emma necesita someterse a una cirugía importante.
—¿Y? —preguntó Gonzalo con molestia mientras veía su reloj, contando los segundos para que se fuera.
—La cirugía es muy cara, pero mejorará el pronóstico de Emma…
—Detente… Es suficiente… No quiero saber más… —dijo Gonzalo torciendo la boca y desviando su mirada. Cada vez que intentaba mirar a Frida se llenaba de odio—. Solo… Déjame en paz, necesito pensarlo.
—¡¿Necesitas pensarlo?! —No comprendía el comportamiento tan insensible de su esposo—. ¡Es tú hija! ¡Te necesita! ¡Yo te necesito!
—¡Cállate! ¡Me irrita escucharte! —exclamó Gonzalo levantándose de su asiento, nauseabundo y cada vez más molesto—. ¡Ya me cansé! ¡Solo me hablas cuando Emma necesita algo! ¡Solo así existo para ti!
—Gonzalo… Eso no es cierto…
—¡Lo es y ya me cansé de intentar ignorarlo! ¡Te has concentrado tanto en ser la mejor mamá que se te ha olvidado que eres mi esposa y que yo también te necesito!
—Emma es quien está muriendo y te necesita a ti también… —Frida se acercó y posó su mano en la mejilla de Gonzalo, pero este retiró su rostro como si su tacto fuera desagradable y le quemara—. Cuando Emma esté bien, todo regresará a la normalidad. Entiende que no puedo abandonarla…
—¿Dónde quedó el amor y devoción que me profesabas cuando éramos novios? ¿Dónde quedó la esposa perfecta que me hacía compañía cada día y se entregaba a mí cada noche? —preguntó con amargura.
—Sigue aquí… pero ahora está cuidando de nuestra hija, del fruto de ese amor que nos tenemos… y te necesita más que nunca —respondió Frida queriendo contener sus ganas de llorar.
—Hay alguien más…
Frida pudo escuchar cómo su corazón se partió mientras intentaba comprender las palabras de su esposo, pues no lo creía capaz, pero Gonzalo por fin se sentía liberado al admitir lo que había torturado su alma durante esos meses. Sabía que su infidelidad la lastimaría y en ese momento era lo que quería, quería herirla y acabar con esa sonrisa cansada, terminar con lo que quedaba de esa relación que se había vuelto una prisión para él.
—¿Qué? ¿De qué estás hablando? —preguntó Frida con temor, rogando al cielo que se hubiera equivocado.
—¿Estás sorda? ¿Estás tan cansada que ya no alcanzas a comprender algo tan sencillo? —preguntó Gonzalo con los dientes apretados, lleno de odio y rencor—. ¿Quieres que te lo explique? ¡Bien! Aida me consoló cuando tú me dejaste solo, me hizo sonreír cuando tú decidiste ignorar que existía y ahora espera un hijo mío, producto de ese amor que nació entre nosotros. —No despegaba su mirada de Frida, admirando como se caía a pedazos frente a él—. Tiene seis meses de embarazo y con suerte no será un hijo enfermizo.
Frida agachó la mirada dejando que las lágrimas fluyeran, puso su mano de manera inconsciente sobre su corazón, dudando si este seguía latiendo.
—¿Seis meses de embarazo? —intentó sonreír, pero el dolor torturaba su boca y evitaba que el gesto se formara mientras las lágrimas no dejaban de brotar—. El mismo tiempo que lleva Emma de enferma. ¿Estás seguro de que te arrojaste a sus brazos por mi ausencia y no estás usando a Emma de excusa?
—No pienso discutir contigo… —respondió Gonzalo molesto. Sabía que mucho antes de que Emma estuviera enferma había comenzado a sentir algo por Aida. Ella era más joven que Frida y más alegre. No entendía cómo es que, si eran amigas, eran tan diferentes.
De pronto la puerta se abrió, era Aida con ese traje sastre color rojo intenso que dejaba a la vista su vientre abultado. Parecía orgullosa y sonriente, ni siquiera el rostro de advertencia de Gonzalo la hizo detenerse. Llegó hasta él y lo besó con cariño.
—Hola guapo… Ya es hora de ir a comer. ¿A dónde me llevarás hoy? —preguntó arrastrando la voz y viéndolo con esa mirada pícara que lo desarmaba.
—Yo le pedí a Gonzalo que te contratara pese a que no sabías hacer absolutamente nada… —dijo Frida en voz baja, alertando a Aida que no dudó en voltear con sorpresa.
—Frida… —El color desapareció de sus mejillas y sus manos se posaron sobre su vientre de manera protectora.
—Eras mi mejor amiga. Te quise ayudar cuando más lo necesitabas… y ¿así me lo pagas?
—No metas a Aida en esto —contestó Gonzalo escondiendo detrás de él a su amante—. No es su culpa que tú me abandonaras.
—¡¿Yo te abandoné?! —exclamó indignada entre sollozos que escapaban de su garganta, restándole fuerza a su voz.
—Me olvidaste, me hiciste a un lado… y todo por una causa perdida. Solo ve todo lo que has hecho por Emma y no ha servido para nada. Veo cómo te esfuerzas, te desvelas, te consumes y al final las cosas siguen igual. ¿No te has cansado de desperdiciar tu vida? ¿No te arrepientes de haberme hecho a un lado? ¿Qué pasará cuando todo esto acabe y te des cuenta de lo que perdiste?
—¡Es tu hija! —gritó desgarrando su garganta.
—Es mi hija, pero soy realista… y tú deberías de comenzar a serlo también.
—¡No eres realista, eres un egoísta! ¡Un maldito hijo de puta infiel! ¡Eso eres! —Se acercó furiosa, pero, aunque sus intenciones eran golpearlo, se detuvo, se sentía demasiado pequeña e insignificante frente a él.
—Lárgate de mi oficina y de mi vida, Frida. Te mandaré el documento de divorcio con mis abogados. No cuentes con un solo centavo mientras no se llegue a un acuerdo… —dijo Gonzalo con mirada fría y llena de rencor, deseando deshacerse de Frida cuanto antes para poder comenzar su nueva vida con Aida.
—Descuida, no quiero ni un solo centavo de ti… No quiero tu ayuda, no quiero tu lástima, no quiero absolutamente nada de un hombre tan asqueroso como tú, tan egoísta, tan desgraciado… tan…
—¡Cállate, Frida, es tu envidia la que habla! —interrumpió Aida ofendida por cómo le hablaba a Gonzalo—. Ahora que estás consciente de lo que vas a perder solo lo quieres dañar —añadió envalentonada por sentirse protegida y sabiendo que ahora ella sería la esposa y no la amante. Ya no tenía nada que envidiar a su amiga que siempre había presumido de una vida perfecta y sin preocupaciones. Ahora esa vida era suya.
—¡Váyanse los dos a la m****a! ¡No necesito nada de ti, Gonzalo! ¡Espero jamás volver a verte en mi m*****a vida! —exclamó Frida dolida. El momento era un asco, lleno de hostilidad, lágrimas y frustración—. Y en cuanto a ti… «amiga» recuerda que lo que llega fácil, fácil se va. No te sorprendas cuando Gonzalo te cambie por alguien más.
—Eso nunca pasará… Yo sí sé cómo cuidar a un hombre —respondió Aida aferrándose al brazo de Gonzalo y viendo con rencor a Frida.
—Ojalá y tengas razón… pero si no es así, espero tener la dicha de verte en mi situación, llorándole a un imbécil que no sirve ni como padre, ni como esposo, ni como compañero, ¡ni como nada! —Cada palabra le dolía, quemaba desde su corazón y desgarraba su garganta hasta por fin salir de su boca, mientras el vacío en su pecho se volvía más grande.
—Llamaré a seguridad si no te vas en este preciso momento —dijo Gonzalo entre dientes, conteniendo su rabia y evitando no darle una bofetada para que se callara.
—No te molestes… Ya me voy… —respondió Frida retrocediendo hacia la puerta, viendo por última vez a esa pareja de traidores que la veían como si ella fuera el verdadero problema y no ellos.
—Estaré en la casa de Aida, viviré ahí en lo que desalojas nuestra casa. Te daré un par de días para que encuentres donde vivir.
—No necesito tu m*****a piedad de m****a…
—Siempre tan orgullosa… —dijo Gonzalo con melancolía y dolor—. Largo.
Frida se quitó el anillo de bodas, sus recuerdos más felices pasaron por sus ojos, reflejados en el brillo del metal precioso mientras lo sostenía entre sus dedos antes de dejarlo en el escritorio y dar media vuelta para salir de ahí, sin orgullo, humillada y sin dinero ni apoyo para Emma. Esa tarde no solo había perdido a su esposo sino también la esperanza de salvar a su hija y no podía estar más destrozada.
Para Román Gibrand las órdenes eran claras: Si quería quedarse con la empresa, tenía que casarse y concebir un hijo. Su abuelo, el dueño de la mayoría de las refinerías del país, había sido franco en su testamento. Estaba preocupado por la felicidad de su nieto, creyendo que, al carecer de una famil
Frida se mantenía al borde de esa enorme cama con sábanas de algodón y seda, sosteniendo su celular entre sus manos. Un vestido color azul adornaba su cuerpo y su cabello caía por sus hombros. Estaba nerviosa y con ganas de salir corriendo, pero el acuerdo era demasiado bueno y tiempo era lo que no
Afuera de la habitación, recargado sobre la pared, Román escuchaba el llanto de Frida. Eran apenas sollozos audibles que le causaban lástima. No estaba muy seguro de que tendría una esposa dócil, pero sí estaba consciente de que tendría a una mujer herida a su lado. Ignorando sus deseos de entrar y
—Entonces… ¿Está solicitando el alta voluntaria de la paciente Emma Marchetti? —preguntó la enfermera sorprendida. —Sí, la trasladaré a otro lugar… —contestó Frida sintiendo un tirón en el estómago. Durante el camino Román había sido claro: «Hoy se trasladará Emma al hospital de neurología, el doc
—Solo voy a decir esto una vez… Eres una mujer muy capaz y que no le importa sacrificarse por su hija. ¿Sabes cuántas han abandonado a sus hijos por menos? Creo que lo primero que tienes que hacer es usar ese maldito orgullo de forma productiva y presumir quién eres. Frida se quedó escuchando cada
—¡¿Con qué clase de cavernícola violento te estás metiendo, Frida?! —exclamó Gonzalo esperando que ella lo defendiera, pero recibió otro golpe de Román. —Lo que tengas que decirle a ella, tendrás que decírmelo primero a mí… En un arranque de valentía, Gonzalo le tiró un golpe, acertando en la boc
—Pero… —Frida se acercó para entrar al auto, pero se detuvo frente a Román, buscando algo de piedad en su mirada. —¿Se te olvida que tienes una responsabilidad hacia mí? Estoy cumpliendo con mi parte del trato… Hoy lo demostré… Lo mínimo que espero de ti es que cumplas con lo acordado, no te estoy
Frida despertó adolorida de las piernas, pero con un optimismo que era nuevo para ella. El cielo parecía despejado a través de la ventana y las aves cantaban tan felices como su corazón. Cuando volteó se encontró con Román profundamente dormido. Lo observó con detenimiento, fascinada por su piel ter