Frida despertó adolorida de las piernas, pero con un optimismo que era nuevo para ella. El cielo parecía despejado a través de la ventana y las aves cantaban tan felices como su corazón. Cuando volteó se encontró con Román profundamente dormido. Lo observó con detenimiento, fascinada por su piel ter
—¿Estás lista? —preguntó Román acomodándose los guantes de piel—. Recuerda cómo nos conocimos… Intenta comportarte como la novia ideal… —Descuida, desperdicié muchos años intentando ser la esposa ideal. Creo que puedo con el papel —respondió Frida resoplando. —Una cosa más —dijo Román tomando el r
Matilda dirigió a Román y Frida hacia donde estaba Benjamín admirando a sus animales, todos bien alimentados, fuertes y lustrosos. Escuchó los pasos detrás de él sobre la fina hierba y volteó. Le llamó la atención la joven mujer que acompañaba a Román. Sus hermosos y grandes ojos celestes lo dejaron
—Eres insoportable… Frida quiso darle la espalda, pero la mano de Román la tomó por la nuca y la obligó a girar hacia él. Su toque era firme, conservaba el equilibrio entre dominación y gentileza, pues su sujeción no la lastimaba, pero la invitaba a someterse. Román acercó su rostro al de ella, olf
La familia del CEO había recibido con gusto a Frida y esta había logrado que el noviazgo pareciera sincero, pero al regresar del festejo del abuelo, su vida en la mansión de Román se volvió solitaria. Él trabajaba todo el día y llegaba por las noches solo para llevarla a la cama y desatar esa pasión
—Lo siento, Frida… pero necesito a ese hijo —añadió Román viéndola con lástima. —Tendrá que abandonar la casa de inmediato y… —Detente… —pidió Román a su abogado—. Yo me encargo a partir de este momento. Ya te puedes retirar. El abogado asintió y, con torpeza, volvió a guardar los documentos ant
El escape de la ciudad había sido vertiginoso, pero lo que más le había costado a Frida era dejar a Román en la cama, con ese aspecto tan sereno. Acarició sus cabellos y besó sus labios como despedida antes de dejar la nota en la mesa de noche. A escondidas y cuidando que la servidumbre no la viera,
—¿Qué les digo a los chicos? —insistió el abogado. —Diles que envíen un arreglo de rosas blancas a la niña en cuanto salga de su operación y dejen una única rosa roja para Frida, quiero que esa rosa lleve un mensaje… —¿Algo más? —Denle una semana de ventaja, mientras se recupera la niña, y desp