—¿Qué les digo a los chicos? —insistió el abogado. —Diles que envíen un arreglo de rosas blancas a la niña en cuanto salga de su operación y dejen una única rosa roja para Frida, quiero que esa rosa lleve un mensaje… —¿Algo más? —Denle una semana de ventaja, mientras se recupera la niña, y desp
La búsqueda iba de mal en peor, los hombres de Román eran unos ineptos ante sus ojos. Estaba cada día más malhumorado y cada mujer que resultaba ser una buena opción terminaba siendo rechazada, pero ya había escogido a su siguiente víctima y estaba revisando el contrato. Esa noche la conocería. —¿
—Jake… No puedo hacerte esto… —Frida puso distancia entre los dos. Era un gran amigo, pero no le interesaba aceptarlo como pareja. —Frida… Déjame ayudarte… No decidas pensando en lo que perderás, porque no será así. Y si tienes miedo de que te pida algo a cambio, ten por seguro que no lo haré.
Frida llegó a su puesto donde comenzó a recibir a los comensales con el mismo gusto de siempre hasta que una pareja la dejó sin aliento. Frente a ella estaba Román con esos ojos negros que parecían carbones encendidos en cuanto la vio. —¿Mesa para dos? —preguntó Frida con el corazón latiéndole en
—¿Qué fue lo que ocurrió entre nosotros, Frida? —Román se sentía culpable. —Un contrato fallido. —No… Aún me debes un hijo, aún eres mía, ese contrato sigue siendo válido —respondió indignado, atrapando el rostro de Frida entre sus manos—. Tu vientre aún es fértil y tu firma sigue fresca en ese p
—Bien, vámonos… —Jake comenzó a quitarse el mandil y su filipina—. No dejaré que huyas sola. No de un tipo como él. —Es lo que he estado haciendo todo este tiempo, no necesito tu protección. —No necesitas mi protección, pero conmigo todo será más fácil, créeme… Una carga pesa menos cuando se repar
—¿Dónde está Jake? ¡Quiero ver a mis hijas! —Le costaba distinguir entre la verdad y la mentira. Sus recuerdos eran difusos y las palabras de la enfermera la mareaban. —¡Señorita Frida! —exclamó la sirvienta al entrar a la habitación—. ¡Despertó! —¿Lorena? —Aún se acuerda de mí, ¡qué gusto! —dij
Román esperaba en su auto, un Bentley negro de alto valor, mientras se acomodaba los puños de la camisa. Alguien tocó en la ventana antes de pasar un documento con cuidado de no mancharlo con la misma sangre que ensuciaba sus ropas. El abogado de Román lo inspeccionó con atención, temeroso de encont