Capítulo 203 El enaltecimiento ediHa-na se pausó por un momento, dejando que las palabras resonaran en el auditorio. Su mirada pasó por los rostros familiares y terminó en el de Heinz.—He pasado por momentos difíciles, y este lugar, estas paredes, fueron testigos de muchos de ellos. Pero hoy me encuentro aquí, más fuerte, más decidida y agradecida por lo que he aprendido.El auditorio quedó en un silencio expectante, mientras Ha-na sentía cómo sus emociones se mezclaban con el orgullo.—No estoy sola —añadió, volviendo la mirada hacia Heinz, sin disimular el brillo de admiración en sus ojos—. Agradezco a todos los que han creído en mí, pero en especial a una persona que, sin importar las circunstancias, ha estado allí para apoyarme y levantarme cuando más lo necesitaba.Heinz, que se mantenía firme y elegante a su lado, le dedicó una leve inclinación de cabeza, como si aceptara el reconocimiento sin orgullo, sino con una calidez que solo ella podía ver.—Gracias a todos por permitir
Así, cuando Heinz entró al comedor, todos levantaron la vista. El silencio se hizo palpable, como si su sola presencia alterara la dinámica de la sala. Pero lo que verdaderamente capturó la atención de todos fue la mujer que lo acompañaba.Ha-na, con un vestido sobrio, pero impecablemente elegante, caminaba a su lado con una mezcla de gracia y determinación. Su cabello estaba recogido en una coleta baja que dejaba al descubierto su rostro, y sus ojos almendrados, enmarcados por un maquillaje discreto, brillaban con una mezcla de nerviosismo y fuerza.Heinz sostuvo la silla para que ella se sentara antes de tomar su lugar junto a ella. El movimiento no pasó desapercibido para los presentes, especialmente para sus padres, quienes intercambiaban miradas.Al comenzar la cena, la conversación fue superficial al principio, limitada a temas triviales: negocios, el clima y los últimos eventos en la ciudad. Marianne apenas habló, limitándose a responder con monosílabos mientras examinaba a Ha-
La cercanía entre ellos era abrumadora. Sus respiraciones eran profundas y rápidas, sus ojos nunca apartándose del otro, como si el momento fuera demasiado precioso para desperdiciar incluso un segundo sin observarse. Heinz la miró como si fuera la flor más rara y valiosa del mundo, un ser que merecía cada gota de amor y devoción que él podía ofrecer.—Te amo, Ha-na —dijo él finalmente, su voz teñida de una mezcla de pasión y vulnerabilidad—. Tú eres la primera para mí en todos los sentidos. Mi amor platónico, la mujer que me gustó, mi gran amor, mi amor verdadero. Te esperé por años y cada segundo ha valido la pena.Ella lo miró con lágrimas brillando en sus ojos, su corazón latiendo con tanta fuerza que sintió que él podía escucharlo.—Gracias a ti, por salvarme y ayudarme en mi peor momento. Te amo, Heinz —respondió, su voz temblando ligeramente, pero llena de verdad.Heinz la tomó por la cintura, atrayéndola hacia él mientras sus labios se encontraban de nuevo en un beso que parec
La empresa en esa ciudad había comenzado a vaciarse, el bullicio de las conversaciones se desvanecía mientras los empleados reconocían sus pertenencias y se despedían entre sí. Las luces de las áreas comunes se atenuaban poco a poco, y un silencio envolvente empezaba a llenar el espacio. Heinz y Ha-na, como si estuvieran siguiendo un ritual tácito, permanecían en sus respectivos puestos de trabajo, sin prisa por abandonar la oficina.Heinz alió de su oficina asignada y fue a la de Ha-na. Se sentó en su elegante sofá. Entonces, desabrochó el botón superior de su camisa. Ahora era él el que tenía que buscarla. Contemplaba como Ha-na terminaba de organizar unos documentos en su escritorio. Su mirada, intensa y fija, se posó en ella, admirando la forma en que su cabello caía sobre sus hombros y cómo sus movimientos eran precisos, casi coreografiados. Había algo magnético de la manera en que ella se desenvolvía, y él sabía que no podría resistirse por mucho más tiempo.Ha-na consciente de
Heinz vio como su orgasmo brotaba de la rosada y hermosa intimidad de Ha-na. Algunas gotas cayeron al piso. Se alzó el pantalón y la cargó en sus brazos al espacioso baño interno del despacho. La luz se encendió, dando claridad. La acomodó con cuidado en el piso. Agarró papel sanitario.Ha-na se apoyó contra la pared, con su espalada inclinada y su trasero sacado, mientras las delgadas piernas las tenía separada. Sonrojada, jadeando y sudada miró por el encima del hombro. Antes cada uno se limpiaba por separado, pero esa barrera también se había derrumbado. Luego de confesarse sus sentimientos y volverse novios, su confianza mutua había vuelto trascender. Ya no había intrigas o malentendidos entre ellos.Heinz comenzó a limpiar con ternura la humanidad manchada de Ha-na. Sus dedos acariciaban su intimidad, recogiendo el viscoso orgasmo blanco con movimientos suaves pero firmes. Ha-na jadeaba y temblaba bajo su toque, cada caricia provocando que su cuerpo respondiera con pequeños estre
Al llegar a la oficina, ambos volvieron a sus papeles de siempre. Heinz, con su porte imponente, caminó con confianza por los pasillos de la empresa que ahora también era parte de su portafolio de inversiones. Ha-na retomó su rol como gerente con profesionalismo, sosteniendo reuniones, revisando informes y manejando a su equipo con la eficiencia y determinación que siempre la habían caracterizado.Pero todos en la empresa sabían lo que había sucedido en su pasado. Muchos de sus compañeros de trabajo habían estado en su boda fallida. Habían visto cómo la dejaban plantada en el altar, cómo el hombre al que se suponía que se uniría para toda la vida la había humillado de la peor manera. Las murmuraciones en los pasillos al principio habían sido inevitables. Pero con el tiempo, esos mismos compañeros vieron cómo el poderoso Heinz Dietrich la protegió y la elevó.Ahora, la mujer que había sido víctima de la traición y el escándalo estaba con un hombre que la amaba con devoción. Un hombre q
Los fines de semana en casa de los Harada se convirtieron en un ritual reconfortante para Heinz y Ha-na. Desde el momento en que cruzaban la puerta de la casa familiar, eran recibidos con calidez y hospitalidad. La señora Harada, siempre diligente y amorosa, les preparaba los mejores platillos tradicionales, mientras el señor Harada conversaba animadamente con Heinz sobre negocios, valores familiares y su país de origen. Entre ellos se había formado un respeto mutuo, aunque el padre de Ha-na aún no comprendía del todo el alcance del amor que su hija sentía por Heinz. Pero lo veía en sus ojos, en su risa, en la forma en que sus hombros se relajaban cuando él estaba cerca.Ha-na disfrutaba de la alegría de estar en su hogar, rodeada por los recuerdos de su infancia, por las voces familiares que la hacían sentir segura. Su hermano menor no tardaba en acercarse a Heinz con admiración disimulada, tratando de aprender de él sin que se notara demasiado. Heinz lo trataba con la misma seriedad
El regreso a la ciudad no fue abrupto, pero sí marcó una nueva etapa en sus vidas. Heinz y Ha-na se reintegraron a la rutina, aunque ahora lo hacían como pareja, aunque en la oficina mantenían el mismo trato profesional de siempre. Él seguía siendo el inversionista de la empresa, una figura respetada y temida por algunos, mientras que ella, su secretaria y ahora gerente, era la encargada de coordinar con todos los departamentos y mantenerlo informado de cada movimiento.Al entrar nuevamente en la empresa, Ha-na fue recibida con cariño. Sus compañeros la habían extrañado, aunque nadie se atrevió a preguntar el motivo de su ausencia. Ella simplemente sonrió y les agradeció por el apoyo. La relación con todos se mantenía estable, pero la tensión en el aire aumentaba cada vez que Heinz pasaba cerca de ella. No se tocaban, no se miraban con intensidad, pero había algo en sus gestos que no necesitaba confirmación verbal.Erik también estuvo presente en su regreso. Al principio, cuando la vi