DevonCristhian se había convertido en una sombra de sí mismo. Desde la muerte de Sarah y Zackary, su vida era una espiral descendente, un pozo sin fondo en el que se refugiaba en el alcohol para mitigar un dolor que, por lo visto, nunca menguaría. No lo culpaba. Su padre estaba en prisión, su madre muerta, Elena también había muerto, y Sarah… Sarah, la mujer que había amado aunque jamás lo admitiera, también había partido y su hijo, perder un hijo debía ser un golpe duro. Todo en el mismo año. Ningún hombre podría soportar tanto. Yo había prometido cuidar de él. Sarah me lo había pedido antes de desaparecer, y no era algo que pudiera rechazar. Pero, Dios, qué difícil se estaba volviendo esa tarea. No había día en el que Cristhian no se metiera en problemas: una noche en la comisaría por conducir ebrio, otra por chocar el auto, y siempre lo mismo. Un hombre que alguna vez fue imponente ahora era apenas un cadáver ambulante. Aquella mañana, recibí la llamada del oficial de turno.
—Lo he encontrado —anunció Jacob entrando al salón donde Anastasia y yo tomábamos té.Entendí de quién hablaba de inmediato. Me puse de pie casi de un salto.—Cuidado, cariño, no te alteres —advirtió Anastasia. Ya había escuchado esas palabras una y otra vez durante los últimos diez días.—¿Dónde? ¿Dónde está? —pregunté desesperada, como si tener una ubicación exacta en ese preciso instante resolviera todo en un abrir y cerrar de ojos.—Uno de mis agentes ha encontrado a Théo Valiraski.Jacob era inversionista en el grupo Vanderblacke, pero ese era un negocio secundario, uno que en realidad solo dotaba de herramientas al primero. Dirigía una empresa de consultoría de estrategia militar. Costaba imaginarse a ese hombre delgado y apacible en el ejército, pero sí, era un exmilitar dado de baja con honores debido a una lesión que le impedía volver. Sin embargo, él no se echó a morir; hizo de su pasión una fuente de dinero. Tenía contratos millonarios con agencias de inteligencia del gobie
Sarah—Cristhian corrió hacia las llamas, Sarah. Tuvieron que detenerlo. Estaba destrozado. ¿Cómo puedes pensar que alguien capaz de eso intentó matarte? —La voz de Anastasia era firme, pero su mirada reflejaba tristeza. Sabía que no era fácil para ella decirme estas cosas.Una parte de mí quería gritar, aferrarse a la idea de que había tenido razón todo este tiempo. Pero otra parte, más profunda y vulnerable, quería creerle. Y esa parte era la que ahora me llenaba los ojos de lágrimas.—Si todo esto es cierto… entonces ¿qué he hecho? —susurré mientras una lágrima rodaba por mi mejilla.—Has sobrevivido, Sarah. Has hecho lo que debías para protegerte. Pero quizá es momento de mirar hacia adelante.Anastasia sostuvo mi mano mientras yo intentaba contener un llanto que amenazaba con desbordarse. No quería llorar, no allí, no frente a ella. Pero el peso de sus palabras, la confusión, el dolor, la esperanza inesperada… todo se mezcló y me sentí tan pequeña y frágil como nunca antes.Cuand
-No entiendo como es que mi hermana te ha inivitado a su aniversario de bodas -Cirsthian preparaba su maleta con prisa mientras me bombardeaba con dudas y preguntas -¿acaso mantuviste contacto con ella todo este tiempo? ni siquiera se hablaban cuando tú y yo érmaos amigos-Aun somos amigos, Cristhian -aclaré tratando de desviar la conversación-¿Cómo es que te ha invitado a ti y no a mí o a Ryan? -insistió Cirsthian-Porque han sido unos pésimos hermanos -bromeé y Cristhian pareció tomar mis palabras en serio-Tienes razón, nuestra familia era una mierda, Anastasia hizo bien en alejarse -miró la maleta como si esta fuese a darle alguna de las respuestas que buscaba -si yo me hubiese alejado de Richard tal vez mi vida no hubiese sido tan miserable -su rostro se ensombreció-Vamos, apurate, amigo... -cogí un calzoncillo de un cajón y se lo lancé directo a la cara -se nos hace tarde -dije mirando mi reloj -perderemos el vuelo -agregué con tono dramático aunque faltaban más de cinco horas
DevonMe abroché el cinturón y le indiqué a Cristhian que hiciera lo mismo, él parecía estar medio dormido aun, ambos cogimos las mascarillas y las pusimos en nuestros rostros—¡Por favor, mantengan la calma! —gritó una azafata desde el pasillo, pero su voz se perdió entre los sollozos y los gritos. El avión vibraba violentamente, como un animal herido.Intenté inhalar, pero el aire me sabía a metal y miedo. Mi mente se negaba a procesar lo que veía. Las miradas de pánico de los demás pasajeros, las manos temblorosas de un hombre que trataba de ajustar la mascarilla de su hijo, una mujer rezando con los ojos cerrados. Todo era un borrón, un caleidoscopio de terror.“Esto es real. Esto está pasando”, pensé mientras sentía un tirón en el estómago, como si el suelo se hubiera desprendido bajo mis pies. El piloto habló, pero su voz sonaba distante y opaca, filtrada por la interferencia del sistema de altavoces. Algo sobre un aterrizaje de emergencia en el agua. Pero yo no podía comprender
SarahEl espejo reflejaba mi figura de pie, y aunque me inclinaba un poco hacia adelante, tratando de discernir el cambio en mi cuerpo, la verdad es que no parecía embarazada. Mi vientre, apenas pronunciado, era un indicio tenue de lo que crecía dentro de mí. Había pasado un mes desde que la doctora confirmó lo que temía: mi embarazo era de alto riesgo, y la única solución era el reposo absoluto. Eso había significado estar bajo la estricta vigilancia de Anastasia, quien se había transformado en una especie de carcelera dulce pero inflexible. Era imposible saltarme alguna de las recomendaciones; ella siempre estaba ahí, asegurándose de que cumpliera cada indicación al pie de la letra.Me acariciel vientre, intentando conectar con los pequeños que creían en mi interior. Cerré los ojos por un momento, pero una imagen difusa en mi mente me hizo abrirlos de golpe. El recuerdo llegó con fuerza, como un torrente incontrolable.Hace quince días...Anastasia había entrado a mi habitación con
El dolor me despertó como un golpe seco en el pecho, un recordatorio cruel de que aún estaba vivo. El sonido del agua golpeando contra el fuselaje del avión me envolvía como un coro funesto. El olor a combustible y a metal quemado se mezclaba con el frío húmedo que calaba mis huesos. Abrí los ojos con dificultad y, por un momento, todo fue un caos borroso: luces parpadeando intermitentemente, gritos lejanos que se apagaban, el eco del agua entrando a raudales por algún lugar cercano. Miré hacia abajo, hacia mi costado derecho. La punzada aguda que sentía venía de un trozo de metal que se había incrustado en mi abdomen. Cada respiración era un tormento, pero no podía detenerme en eso. Mis manos temblorosas tantearon el cinturón de seguridad, buscando liberarme, mientras mis ojos buscaban desesperadamente a Cristhian. Estaba a mi lado, pero algo estaba terriblemente mal. Su cabeza descansaba en una posición extraña, ladeada, con un rastro de sangre que se deslizaba lentamente por su
DevonDesperté en un lugar que no conocía. El olor a desinfectante me invadió la nariz, y el sonido constante de las máquinas me hizo abrir los ojos, aunque mi mente aún no lograba procesar lo que estaba sucediendo. El pitido rítmico de los monitores era lo único que se escuchaba, más allá de mi respiración entrecortada y los latidos acelerados de mi corazón. Estaba desorientado. La luz era tenue, sin brillo, como si todo estuviera envuelto en una niebla espesa que no me dejaba pensar con claridad.El dolor era lo primero que percibí. Mis hombros y espalda estaban entumecidos, mi cuerpo pesado como si hubiera estado hundido en agua por días. Mi cabeza, sin embargo, era lo que más me dolía. Un dolor punzante, agudo, que no me dejaba pensar. Intenté moverme, pero el peso de mi propio cuerpo me retenía.Las voces eran distantes, como ecos que atravesaban paredes gruesas. Poco a poco, la confusión se disipó, y algo en mí despertó, algo que me hizo recordar. Cristhian. El avión… el acciden