Bianca no quería pasar otro momento más en Italia, y es que aunque sabía que era inevitable, Carmenza siempre la tenía en vilo absoluto. La mujer aparecía con sus mensajes acosadores porque sabía exactamente donde estaba. En su última consulta médica por el bebé, al no ser acompañada por su marido, estando sola en el consultorio, aquella mujer apareció. Ella estaba sentada en la sala de espera cuando la vio entrar y se sobresaltó al verla. Carmenza sonrió y fue a sentarse justo a su lado. —Vaya, vaya, querida. Tu embarazo avanza perfectamente ¿No es así? -Bianca tragó saliva y Carmenza sacó de su bolso una carta. —Tengo algo para ti. Vamos, ábrelo. -Bianca tomó el sobre y lo abrió con las manos temblorosas. Al ver la nota sintió como el aliento le dejaba el cuerpo. —¿Reconoces eso?—¿Qué quiere de mí? -Preguntó. —Sé que firmé esos papeles pero cometí un error. Así que por favor déjeme en paz. Carmenza sonrió y vio como le temblaban las manos con las hojas en las mismas. —No puedo, as
Aidan Trathen era un experto en venderse al mejor postor. Tenía sus tratos con Paulo De Niro y la familia Giordano en secreto para el sobrino de Carmenza, Nathaniel Valenti, con quien también tenía sus negocios no averiguara jamás que pasaba. Y estaba disfrutando el hecho de tener dos llamadas pues ambas familias se estuvieran enfrentando y todo por culpa de una mujer. Bianca, la esposa de Nathaniel, o más bien, su trofeo. Sabía de aquella mujer que había pasado a formar parte de la familia debido a un chantaje del padre de ella. Sabía que Carmenza Giordano y su marido eran tíos de Nathaniel y por años decidieron criar al muchacho como si fuera suyo ya que querían el dinero de la familia, algo que no les pertenecía, aunque, por el lado de Nathaniel, él no quería nada de lo que le ofrecía su familia. Y ahí era donde entraba Bianca. La mujer había quedado en manos de Carmenza, la herencia indicaba que solo un hijo Giordano podía reclamar todo el patrimonio familiar pero Nathaniel se
Ella había entrado no solo a su habitación, sino que con la manera en que lo miraba Bianca, Nathaniel abrió sin remedio la puerta de su corazón y eso lo asustaba demasiado.Ahora ella dormía y él estaba mirando el techo, volver a tener a Bianca había sido impactante. Como si fuera su primera vez…Pero la primera vez con Bianca era una mentira, pues ella era Celeste. Se vio las palmas de las manos temblando y sentía el corazón acelerado en el pecho, demasiado acelerado. Miró a su lado a Bianca recordando lo que había sucedido apenas una hora atrás y que parecía salido de un sueño.Bianca había entrado y luego de besarlo, se separó de él bajándose la cremallera, sin embargo, la detuvo. —No. No. Eso quiero hacerlo yo. -La cara de pánico que había tenido creyendo que iba a echarla se le fue al instante. Se levantó y se acercó a ella dándole de nuevo un beso. —Tú, desnúdame a mí. —¿Estás seguro?—Sí. Muy seguro. Ella le había quitado el chaleco con lentitud dejándolo caer en el suelo y
Despertó primero que ella. La luz que entraba por la ventana le hizo saber que ya era de día y el reloj de la pared le daba justo la hora.Nueve de la mañana.Bianca estaba acurrucada en su cama, cobijada con sus sábanas y con el cabello suelto encima de sus almohadas. Respecto al honor había cometido un grave error, pero hablando desde el deseo, le encantaba que ella estuviera ahí. Respecto a lo que sentía, no sabía que había ahí. Meditó toda la noche si estaba enamorado o no, ¿Irónico? Muchísimo. Él, quien nunca se enamoraba ni dejaba que los sentimientos dominaran su vida… Miró a Bianca y la abrazó más y la acarició tiernamente sabiendo que ese momento era único y no se repetiría. La vio removerse y abrir los ojos lentamente, y después de un bostezo darle una sonrisa. —Hola. —Hola. –Le contestó sintiéndose ligero. Más que en toda su vida. Le dió un beso en la frente a Bianca y la vio sonreír. —¿Cómo te sientes? ¿Estás bien? Anoche fui algo rudo. —¿Rudo? –Preguntó curiosa mientra
Bianca no cedió y Nathaniel, por quererlo controlar todo y salirse con la suya, decidió acompañarla a Nueva York. Apenas llegaron al apartamento de Nathaniel, Bianca lo miró con cierto orgullo y recelo. —¿Vas a devolverte a Italia?—Sí. Eso haré y tú te quedas aquí. -miró su reloj y luego a su esposa. —Eso no está en discusión, en cuanto resuelva este tema nos divorciaremos, no antes. Bianca quería forzarlo a quedarse, pero sabía que no lo convencería en absoluto. Sin embargo no quería ceder en ello, quería poder hacerse cargo de su vida. —Si es el fin de este matrimonio porque le tienes tanto miedo a enamorarte que prefieres alejarte ¿Por qué no hacerlo ahora? Ya lo estaba sacando de quicio, en un arrebato de ira mezclado con deseo la acorraló contra la pared y terminó por besarla haciéndola rendirse con su poder. Le encantó ver como ella cedía, en cierta manera, no quería dejarla, pero le había hecho tanto daño que no sabía como podía quedarse. —Me tengo que ir. -La apartó al dars
Jamás había pensado que terminaría haciendo esa clase de tratos solo para mantener unida a su familia y separar a Nathaniel y a su bebé de la mujer que tanto daño les había causado. Su marido podía odiarla después por entrometerse en aquella pelea, pero a su punto de vista, no podía quedarse a un lado, ella había entrado por su misma desesperación y no podía esperar que alguien más luchara por ella. Había decidido hacer lo necesario. Nathaniel la había vuelto a dejar sola pero no era la misma niña indefensa del pasado. Lucharía por su hijo, su futuro y su vida, lo intentaría una última vez con su esposo, y si no resultaba, pues no iba a rogar por migajas de amor. La casa donde estaba parecía tan vacía, pero pronto la llenaría, su hijo bastaría para ser feliz. Se arregló y caminó hasta el salón esperando que volviera Aidan ya que vivía con ella, pero era cuestión de tiempo para que se fuera y ella fuera la señora y reina de aquel dominio. Ya llevaban una semana y media con aquel a
Lo mandó a llamar y preparó toda su oficina para ser aún más intimidante para cuando llegara su tío Ignazio. Aquel hombre sabía la verdad sobre Carmenza y Nathaniel necesitaba saberlo todo, que fuera testigo en su plan para poder dejar a su tía fuera del juego. Se sentó en su silla presidencial y posó las manos sobre la mesa de cristal y se sirvió un vaso de whisky y dio un trago mientras esperaba. Al ver como su asistente abría la puerta sonrió y dejó la copa a un lado. —Pensé que me odiabas. -dijo el hombre antes de que Nathaniel dijera a su asistente que cerrara la puerta con una seña de su mano dejándolos solos. —Debes estar muy confiado o muy desesperado para que yo esté aquí, para que me hayas llamado. Nathaniel vio a aquel hombre, cómplice de su tía, y solo sintió lástima. Era una marioneta que solo seguía órdenes, jamás había sido un hombre de verdad que pensara por su cuenta. —Deberías sentarte. -dijo señalándole la silla al frente de su escritorio. Vio que seguía de pie y s
Con cada pieza en su lugar y con la guerra por la herencia a punto de comenzar, Nathaniel creyó que era el momento perfecto para dar su golpe. Sabía que los De Niro se habían unido a su tía y eran sus aliados, y ella usaría a su ex novia para que la herencia quedara de su lado, aunque aún no sabía cómo haría tal cosa. Charlotte era buena, alguna vez llegó a quererla, pero las circunstancias lo alejaron. Sabía que, si presionaba lo suficiente, la chica estaría de su lado. Fue su siguiente cita después de hacer un trato con su tío. Era mejor tenerlo como su peón y no como soldado del lado de Carmenza. Se acomodó en su silla luego de quitarse su saco y quitarse su corbata y se subió las mangas mientras esperaba a Charlotte. En cuanto la vio llegar sintió como su corazón se aceleraba, estaba igual que como la recordaba. —No sabes lo raro que es verte ahí. -dijo ella con sus labios pintados de rojo. —sentado como el CEO, el presidente de tu propia compañía. Te ves bien, Nath. —Charlotte.