Los risueños se detuvieron con el pasar de los minutos. Alejandro los veía ensombrecido, no tanto por la burla como los pensamientos recién nacidos en el cobijo de sus dudas. Ese grito que el anillo profería como si de una alarma se tratase, un anunciante de todo lo que él había perdido ahora poseído en los brazos de otro hombre; vencedor de una liga de leyendas. Pero no era el hecho de perder lo que le afligía, sino el hecho de no entender un cambio tan repentino en el castillo construido en el corazón de su antigua amada, ese en el que se creyó gobernante hasta que su bandera fue desplazada y arrojada al foso de los cocodrilos. La confusión de haber sido destronado tan rápido era lo que le hacía auto flagelarse sin disimularse a sí mismo esa reflexión repentina que ahora le hacía querer huir aun a más velocidad, esperando en silencio el silencio de los demás.
Oriana y su jefe recuperaron la compostura y se irguieron en sus respectivos asientos. La entrevista debía proseguir, más las palabras amenazaban con desvanecerse en la garganta de Alejandro, ahora sumergido y adormido en la inopia lejana.
‒Te toca preguntar ‒ dijo ella, alegre ‒ Puedes preguntar lo que… ‒ Y se detuvo al ver, o mejor dicho escuchar, el eco silencioso de la mirada de su ex prometido. Lo conocía muy bien, desde luego. Estuvieron el suficiente tiempo juntos para conocer mutuamente sus estados de ánimos, aunque no del todo para saber cómo lidiar con ellos, pues esto a veces son tan cambiantes y divergentes como un viento cambia de dirección oponiéndose a la marea. Oriana percibió en un suspiro inocuo el vacío creciente en Alejandro y por un momento se preocupó; tal vez había llegado muy lejos, pero sabía que este soportaba fácilmente una broma, un chiste, una jugarreta, y que por obvia dirección algo más ocurría provocándole el semblante adolorido.
>> ¿Qué sucede, Alejandro? Si te molestó que nos riéramos… ‒ Preguntó con la esperanza de conseguir una respuesta sencilla, pero Alejandro no le respondió. Él la veía, sí, pero no directamente. No a los ojos ni a las mejillas, ni a su cabello ni a su cuello. El la veía en algún punto por debajo del vientre, en las piernas, donde ahora posaban sus manos. Oriana bajó la mirada y se las examinó. Su anillo resplandeciente se alzaba orgulloso como el mismo día en que su prometido, de rodillas y nervioso, le hizo la preposición. Alzó la cara y vio a Alejandro con la mirada clavada en él. En ese momento lo comprendió. Acatándose a sus reglas, no diría más. Él debía hacer la pregunta.
Alejandro, ensimismado, se debatía internamente. Una lucha furiosa entre curiosidad y miedo, entre ira y valentía. Una pregunta que en sí mismo resurgía con la indignación de un perdedor, pero cuyo espíritu cobarde, haciendo alarde de control, le impedía su tan aclamada explicación, pues la respuesta bien podría ser una maldición con careta de bendición. Sin embargo, ¿qué más daño podría hacer? Su lastimada biología no poseía en sí nada más que ser arrebatado, pues su tesoro yacía enterrado en una isla desconocida y lejana, y él no poseía un mapa. Si la ignorancia es una dicha, eso solo aplica para aquellos cuya sabiduría es relevante, y él no entra en esa categoría. Una pregunta sencilla que con el tiempo él mismo respondería, pero de ser así jamás la escucharía de esa voz que en sus días adoraría, luego aborrecería y finalmente extrañaría. Una oportunidad presentada debe ser tomada como un tren en su andén a punto de partir, como ya lo hizo una vez en el pasado.
Alejandro tomó aire y dijo:
‒Una pregunta sencilla que involucra a tu ex a tu prometido ‒ Oriana asintió ‒ ¿De verdad amaste al primero? Porque si de verdad lo amaste tanto, y ha pasado tan poco, ¿cómo es que estás comprometida de nuevo? ¿O es qué no amas a tu novio actual?
‒Eso es más de una pregunta ‒ Interrumpió el jefe dando como resultado ser ignorado.
‒Amo a mi prometido ‒ Dijo Oriana ‒ tanto como amé a mi ex.
‒Entonces…
‒ ¿Cuál es la medida del amor? Muchos intentan medirlo en días, horas, minutos, gestos, meses y cuanta tontería se les ocurra. Se inicia la doctrina del tiempo. Dejamos que el tiempo nos gobierne en vez de gobernarlos nosotros a él. Decimos que necesitamos cierta medida de tiempo para hacer un oficio, para estudiar, para descansar, para divertirnos e incluso para amar. La vida no es el tiempo que vivimos sino el que estamos viviendo; esos son dos conceptos diferentes. No se necesita tiempo para amar, a veces solo se necesita un segundo, porque cuando amas a alguien, ese segundo se vuelve eterno. Ese momento en el que nace un viejo amigo, porque, aunque ya lo conocemos, siempre será nuevo y excitante, como leer el mismo libro dos veces con dos finales diferentes.
>> ¿Por qué se debe esperar cierto tiempo antes de decir que amas a alguien? Una madre ama a su hijo desde el momento en que nace, ese en el que lo sostiene en sus brazos y se da cuenta que su vida ha cambiado para siempre. Ese momento no se diferencia en nada con aquel en donde besas a ese ser ansiado, cuando te das cuenta que no quieres separarte de sus labios. Cuando sus brazos en tu espalda te dan paz y un futuro añorado y apasionado que por tanto tiempo se mantuvo escondido bajo la alfombra de tu sótano. Nos obligamos a esperar, a calcular antes de amar porque decimos que eso es lo lógico, pero el amor no es lógico. El amor es temperamental y rebelde, obedece sus propias normas y no necesita esperar a nadie para nacer. El simplemente llega, marca territorio y lo deja todo en tus manos. De ti depende cuidarlo, trabajarlo o espantarlo para que se vaya hasta que regrese de nuevo con su inconstancia. Es muy consecuente ‒ Guardó silencio unos segundos y esperó una reacción de Alejandro. Este asintió sin decir más. ‒ Si amo a mi esposo es porque esa conexión nació casi desde el primer momento, y ha permanecido inalterable desde entonces. La única diferencia con mi ex, es que lo he amado por menos tiempo, porque a fin de cuenta, no importa si amamos mucho o poco, sino por cuanto tiempo lo hacemos.
El jefe anotaba todas las palabras exasperado, pero con rapidez, intentando captar cada silaba para no cometer ningún error. Alejandro se veía reflejado en los ojos de Oriana y se preguntó una vez más como había vivido tanto tiempo sin escuchar sus palabras. Sus palabras, que, dirigidas a él, le ofrecían calma a una tempestad de la cual apenas era consiente. Algo en su interior se aflojó, se desprendió de sus cadenas y tranquilamente dijo adiós. Se despidió de todo y abandonó su cuerpo como si nunca lo hubiese poseído. Un extraño visitante se deslizó por su mejilla llevándose consigo su carga, liberándolo de este peso. Alejandro relajó los músculos, sintiéndose extrañamente tranquilo. Le pidió a Oriana que hiciera su pregunta.
No se dio cuenta que estaba llorando.
Oriana aguardó un momento en espera de que Alejandro, en plena inconciencia, dejara de soltar lagrimas solitarias, evidencias de un pensar escondido; un pensamiento no dicho. El jefe también calló y dejó de anotar, en espera de la continuación. Observó a Alejandro y no supo que pensar de él, aunque entendía un poco el motivo de su desdicha. Desde el principio sabía que tal entrevista no sería tarea sencilla para su empleado. Conocía de primera mano la historia escondida detrás de aquellos dos que lo acompañaban en la sala. Una historia de amor como cualquier otra, con un final como cualquier otro; pero el hecho de ser abarcados en la normalidad no los deja exentos del dolor. De hecho, lo normal puede doler más que lo especial. Lo especial usualmente posee fuerzas ajenas que convierten la experiencia en algo incontrolable, un resultado de la resignación circunstancial llevada por una mano ajena. Lo normal, en cambio, es tan repetitivo y monótono que parece predecible, aunque
Existen voces con influencias. Voces que cargan el peso de lo sentimental y pueden trasmitir sin necesidad de expresarse con claridad. Un conjunto de sonido melodioso con un trasfondo representativo, como si la obra de un teatro ocurriese detrás del telón. Existen voces que tan solo con ser escuchadas golpean o acarician según lo que deseen y de quien provenga, sin olvidar quien la escuche. Una voz que sin importar lo que diga, te hará reír por estar presente; o llorar si se muestra ausente; te traerán preocupación si se escucha cargada de pena, y dicha si se anima emocionada. Existen voces que suben de nivel y otras que se apagan. La voz de Alejandro se apagaba más en cada pregunta. ‒ ¿Tienes planes para el futuro? ‒ Había preguntado Oriana recibiendo un simple “No” como respuesta. Cumpliendo con su tarea, Alejandro le preguntó qué planes tenía ella para su carrera, alejándose del peso personal que había tenido la entrevista hasta ese momento. Oriana le explicó de s
“Te amo”, son dos palabras, cinco letras y un significado. “Te amo”, se pronuncia en una oración y cambia por completo la entonación. “Te amo”, ¿cómo puede algo tan corto significar tanto? ¿Cómo pueden dos palabras ser las culpables de felicidad y alegría, así como de miedo y tristeza? Hay muchos que añorarían escucharlas con sinceridad, incluso matarían porque se lo dijesen; sus oídos lloran al no recibir esas cinco letras que les cambaría la vida, pues la tortura de no escucharlo conlleva a una verdad oculta tras el silencio. Si nadie te dice “te amo” es porque nadie te ama, y ese es el peor castigo que puede recibir un ser humano, sobre todo después de haberlo escuchado, pues añora lo perdido y no es suficiente con haberlo tenido. Desea recuperarlo, regresarlo a sus brazos y sentir las palabras acariciando su tacto. Un “te amo” y la vida cambia, tal vez por eso es tan temido, tan envidiado, tan ansiado… Un “te amo” y ya nada es igual, aunque Alejandro al escucharlo no supo que pe
Todos creen conocer el amor, creen poder comprenderlo e incluso controlarlo. Creen que pueden manejarlo a su antojo, desvelar sus secretos y someterlo a voluntad, como si de un títere se tratase. Todos creen que han revelado por completo los misterios que el amor guarda, y que son una excepción a lo que a caer bajo su control se refiere. Se creen sabios y poseedores de la verdad, tal vez por haber leído un libro al respecto, haber visto muchas películas románticas o haber vivido una relación turbulenta. Todos creen ser únicos a la hora de juzgarlo, olvidando que el amor es indescifrable e incomprensible. El amor no puede controlarse, pues su poder supera al de cualquier persona y puede doblegar a quien se le antoje. El amor es indomable como las mareas e indetenible como el tiempo. No existen barreras que se le opongan ni montaña lo suficientemente alta; su omnipresencia lo supera todo y puede llegar a aparecer en los lugares m
‒Sí‒No.‒Sí‒ ¡No! – Respondió Alejandro‒ ¡Sí! – Replicó su jefeAsí transcurría la discusión en la pequeña oficina del centro de la ciudad. Alejandro, indignado, veía a su jefe, Héctor Cifuentes un hombre bajo, rechoncho y mayor, sin poder darle crédito a sus palabras. Estaba atónito, perplejo. Su petición carecía de sentido y debía ser cancelada lo más pronto posible. Con la vena de su cuello marcada y sin poder contenerse, gritó:‒ ¡No!‒ ¿Vas a seguir con el estúpido juego?‒Usted no puede estar haciéndome esto.‒No te estoy haciendo nada que no sea lo usual. Yo soy el jefe y tú el trabajador. Yo te otorgo una labor y tú la cumples, así de simple. Puedes callar y obedecer, o quejarte y marcharte luego con tus
La amarillenta luz que entraba por la ventana no era vencida por las persianas que la cubrían. La habitación de Alejandro fue lentamente perdiendo su oscuridad; haciéndola retroceder ante la claridad del amanecer.Alejandro dormitaba en su silla, con la cabeza echada hacia atrás, la libreta vacía en sus manos, un montón de horas arrugadas en el suelo y el monitor de su computador encendido. Había pasado lo que le parecieron horas investigando sobre su antigua mujer, pensando en qué preguntas podría decirle en la entrevista; pero todas las que nacían en su mente parecían más de naturaleza personal y no disimulaban el trasfondo de su historia. Por más que intentó ser objetivo, el sentimiento fluía por los confines de sus palabras, hasta darse cuenta de lo desesperado que se sentía por preguntas que no creía poseer; y respuestas que ansiaba conocer. Pero su trab
Momentos de lágrimas derramadas en la oscuridad de una habitación; canciones acompañadas de recuerdos ajenos pero un mismo sentimiento; una desolación impropia de un hombre sonriente; una incógnita sin respuesta en un mundo de dudas intangibles; historias sin final, inconclusas en libros de páginas marchitas y tinta derramada; amaneceres deteniéndose en pleno ocaso, dejando el mundo a medias, sumido en oscuridad y luz. Todos estos pensamientos apuñalaron a Alejandro al verla entrar. Todo fue en un segundo en el que pudo verse a sí mismo y todo lo que había sido en ausencia de aquella que entraba en la oficina. Dos años de superficial existencia le cayeron encima aplastándolo contra el suelo, quebrando su voluntad; aunque sus pies, tan alejados de su cabeza, se mantuvieron firmes en honor a su tarea. Oriana entró saludando al jefe con cordialidad, giró la mirada la interior, y una expresión de absoluta sorpresa se plasmó en su semblante. Se quedó ahí, de pie, mirando a su ex
‒ ¿Es usted virgen? ‒ Disparó ella sin pensarlo. El jefe soltó un bufido y Alejandro abrió los ojos, sorprendido. Oriana expandió su sonrisa. ‒ Este… No, no lo soy, ¿por qué hace esa pregunta? ‒Tiene pinta de ser virgen. ‒ El jefe río con pocas ganas y sin disimularlo, hipeando entre carcajada. A Alejandro ya no le cupieron dudas de que ella le estaba vacilando, burlándose; su sonrisa era prueba de ello. Oriana tenía por costumbre hacer preguntas fuera de lugar y sin ningún sentido solo por mera diversión. Alejandro, por tonto o por enamorado, siempre caía en la trampa. ‒Pero, ¿por qué dices eso? ‒Pareces un hombre que no ha amado en mucho tiempo. Por lo tanto, tampoco ha sido amado. No tienes ese toque femenino que tienen aquellos que poseen una mujer en su vida. Hay algo en ti, un vestigio de tu pasado, que enseña el hombre enamorado que alguna vez fuiste, pero que dejaste de ser hace mucho. Supongo que ya no estás enamorado de nadie, ¿verdad?