II

La amarillenta luz que entraba por la ventana no era vencida por las persianas que la cubrían. La habitación de Alejandro fue lentamente perdiendo su oscuridad; haciéndola retroceder ante la claridad del amanecer.

Alejandro dormitaba en su silla, con la cabeza echada hacia atrás, la libreta vacía en sus manos, un montón de horas arrugadas en el suelo y el monitor de su computador encendido. Había pasado lo que le parecieron horas investigando sobre su antigua mujer, pensando en qué preguntas podría decirle en la entrevista; pero todas las que nacían en su mente parecían más de naturaleza personal y no disimulaban el trasfondo de su historia. Por más que intentó ser objetivo, el sentimiento fluía por los confines de sus palabras, hasta darse cuenta de lo desesperado que se sentía por preguntas que no creía poseer; y respuestas que ansiaba conocer. Pero su trabajo no era evocar las preguntas de su incertidumbre, por lo que su frustración se convirtió en sueño y lo envió a las tierras lejanas del subconsciente hasta la mañana siguiente.

La alarma sonó, estruendosa como siempre, y Alejandro se levantó de un salto. La libreta cayó al suelo y se golpeó la pierna con su escritorio. El dolor le sacudió la rodilla y le hizo maldecir por debajo. Se puso de pie, cojeando al inicio, sintiendo como si hubiese tenido una mala noche. Sentía como si hubiera estado bebiendo. Estaba algo desorientado y su mente no dilucidaba lo obvio: Esa mañana entrevistaría a su ex prometida. Y para empeorar la situación, Alejandro giró sobre sus pies y vio la libreta en suelo, con sus hojas de un blanco total, con ninguna pregunta en ella.

No me jodas.

La noche terminó antes de lo previsto, devorando las horas cual hombre hambriento; desvaneciendo los segundos que tanto deseaba que perduraran por una eternidad. El sol estaba saliendo, anunciando el nuevo día; y él, Alejandro, no había escrito una sola pregunta para la entrevista que tendría que dar un par de horas después.

Se sintió burlado por la ironía. Debía enfrentar la entrevista ahora sin preparación.

La alarma seguía retumbando hasta que Alejandro la detuvo de un golpe. Se desvistió, se dio una ducha con rapidez, intentando pensar, sin éxito, en como cumplir su trabajo.

¿Si al salir de la ducha resbalo, caigo y me golpeo la cabeza, el jefe me despediría?

Sí, probablemente sí.

Se vistió alelado, fue a la cocina a terminar de comerse el sándwich pero el estado del queso le sugirió que era una mala idea. Intento, de nuevo sin éxito, echarlo al contenedor de b****a. Finalmente lo volvió a dejar en el mesón, tomó sus cosas – las pocas que necesitaba – y corrió a la calle donde se subió a un taxi.

‒Te ves estresado –Le dijo el taxista.

‒ ¿Yo? Para nada ‒Le respondió Alejandro, imprimiendo sarcasmo en cada silaba.

Mientras recorría la ciudad, se preguntó qué tan madura estaba siendo su reacción. Determinó que la respuesta era cero.

Existían tantas parejas con historias similares, que por una u otra razón, debían mantener contacto, y lo lograban sin ninguna disputa. En cambio, él sudaba como un niño ante el examen final por el simple hecho de tener que entrevistar a quien alguna vez fue su pareja. Pero no sólo su pareja; fue el amor de su vida. Fue esa persona a la cual incluía en todos sus planes, en todas sus visiones del futuro. Esa persona cuya respiración se volvió primordial; encogiendo el mundo en un segundo, pues al ver al horizonte, solo podía verla a ella. No existía nadie más. En cierto modo, reflexionó Alejandro, su historia no era igual a todas esas otras. En esas ocasiones, la pareja encontró su fin y cerró el libro para continuar en la vida. En cambio, en la suya, el libro jamás fue cerrado. El ultimo capitulo no se escribió. La última página fue arrancada con violencia dejándolo inconcluso.

Al menos, hasta ahora.

Tal vez ahora se escribiría ese desenlace.

Quizá era mejor no escribirlo.

El taxi llegó a su destino: Las oficinas donde Alejandro trabajaba. Se apeó, pagó y entro en el edificio.

Ignoró de nuevo a sus compañeros laborales y fue directo al despacho de su jefe, encontrándolo vacío. Su secretario le dijo que el jefe lo esperaba en una sala de reuniones donde efectuarían la entrevista. Alejandro caminó por los pasillos con su pulso acelerándose. ¿La encontraría a ella ahí? ¿Ya estaría sentada? ¿Cuál sería su reacción al verlo? Se le ocurrió preguntarse si ella estaría al tanto de quien sería su entrevistador. De ser así, tal vez por incomodidad, habría cancelado la entrevista y toda la preocupación pudo ser en vano. Extrañamente, Alejandro no sabía si considerar buena o mala la cancelación de la entrevista,

Perdido en sus pensamientos, llamó a la puerta esperando escuchar adentro una voz conocida. En vez de eso oyó unos pasos acercándose, vio el pomo girando y la puerta abriéndose para dejarlo pasar.            

Adentro estaba su jefe con un cuaderno en mano.

Estaba solo.

La sala era pequeña, con un gran ventanal a un lado y las paredes de blanco. En el centro se acomodaban dos sofás, uno frente al otro, separadas por una redonda mesa decorativa. Algunos cuadros de paisajes otoñales intentaban darle vida a la pequeña habitación. En una esquina yacía una pequeña silla con su escritorio al frente.

Su jefe lo saludó con un apretón de manos y se sentó en la silla de la esquina.           

‒ ¿Qué hace ahí?

‒Te dije que estamos ahorrando gastos, ¿no? Yo mismo seré quien tome nota de la entrevista.

‒De verdad que estamos grave.

Su jefe le señaló uno de los sofás para sentarse. Alejandro obedeció ocultando con sus manos la libreta vacía.

‒ ¿Preparado?  Preguntó su jefe.

‒Sí –Mintió Alejandro.

El jefe sacó su celular e hizo una llamada. Alejandro sudaba sin saber el porqué; o sin querer aceptarlo. Estaba confundido como si tuviera que hablar ante un gran público y tuviera un ataque de pánico escénico. Él no debía hablar ante el mundo entero; pero debía hablar con la que una vez fue su mundo. Los segundos trascurrían con angustiosa lentitud y las palabras de su jefe sonaban lejanas, perdidas por el eco.

‒Ya viene en camino –Dijo y colgó la llamada.

 Como confirmando sus palabras, segundos después alguien tocó la puerta.

‒Es ella.

Su jefe se puso de pie y fue hasta la puerta, abriéndola de a poco.

‒Bienvenida.

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