Momentos de lágrimas derramadas en la oscuridad de una habitación; canciones acompañadas de recuerdos ajenos pero un mismo sentimiento; una desolación impropia de un hombre sonriente; una incógnita sin respuesta en un mundo de dudas intangibles; historias sin final, inconclusas en libros de páginas marchitas y tinta derramada; amaneceres deteniéndose en pleno ocaso, dejando el mundo a medias, sumido en oscuridad y luz. Todos estos pensamientos apuñalaron a Alejandro al verla entrar. Todo fue en un segundo en el que pudo verse a sí mismo y todo lo que había sido en ausencia de aquella que entraba en la oficina. Dos años de superficial existencia le cayeron encima aplastándolo contra el suelo, quebrando su voluntad; aunque sus pies, tan alejados de su cabeza, se mantuvieron firmes en honor a su tarea.
Oriana entró saludando al jefe con cordialidad, giró la mirada la interior, y una expresión de absoluta sorpresa se plasmó en su semblante. Se quedó ahí, de pie, mirando a su ex prometido de arriba abajo, como si no les diese crédito a sus ojos.
El silencio hizo acto de presencia ante los dos enmudecidos que se observaban fijamente sin articular palabra. Ella lo veía, solo lo veía, con una evidente sorpresa, pero sin ninguna otra expresión. Alejandro intentaba leerla fallando como siempre, pues ni escrutando en su alma podría descifrarla.
Se maldijo a sí mismo, pues ella seguía siendo hermosa, o tal vez lo era aún más, de ser posible. Tenía el cabello más corto, a la altura del hombro, pero este seguía siendo brillante como el día en que la conoció. Sabía que su sonrisa seguiría siendo encantadora, aunque no la estuviera viendo. Su mirada, tan llena de pureza, pero a la vez de sabiduría, tan viva, tan llamativa, como dos brillantes perlas en lugar de pupilas, que te invitaban a apreciarlas eternamente deseando verte reflejado en ellas para así compartir su esplendor. Vestía un vestido ceñido al cuerpo, evidenciado su figura; largo para ocultar sus piernas. Sus labios finos le dieron recuerdos de cuando los besó por primera vez con el corazón acelerado. Sus mejillas, sus pómulos; todo seguía ahí y por un momento Alejandro se sintió transportado al pasado y tuvo el impulso de acercarse a ella y besarla. Besarla como un último primer beso. No podía hacerlo, no debía hacerlo, pero que le cayera un rayo si llegaba a jurar que no lo deseaba.
La antigua pareja continuaba viéndose cuando el jefe habló:
‒Este será su entrevistador. Por favor, señora Alai, póngase cómoda.
‒Gracias – dijo ella. Alejandro sufrió un cosquilleo al escuchar su voz.
Oriana Rodriguez, artísticamente conocida como Alai, se sentó en el sofá cercano a la puerta. El jefe, ignorando el incómodo silencio, se fue a la silla del fondo, en la esquina. Alejandro, alelado, se posó en el asiento frente a Oriana, sin saber a dónde mirar, aunque sin poder apartar la vista de ella.
‒Este es Alejandro Márquez. Esta será su primera entrevista y está muy honrado de que sea con usted.
‒ ¿Ah sí? – Preguntó ella con un deje de sarcasmo.
Alejandro no respondió.
‒Si se le ofrece algo: Una bebida, algo de comer, lo que sea; usted solo ordene.
‒Gracias, es muy amable.
¿Qué hará? ¿Enviar a alguien a que se lo compre en el kiosco de al frente?
‒Nos sentimos muy afortunados de que haya aceptado entrevistarse con nosotros, señorita.
‒No tiene que agradecerlo, siempre le he tenido un gran respeto a su revista. Solía leerla con mi ex prometido
A Alejandro le dio un vuelco en el corazón. Se refería a él, claro. Oriana lo había dicho mirando a su jefe, pero en el último momento, giró en su dirección, tal vez para observar su reacción. Alejandro no dijo ni hizo nada, se sentía estúpido y se estaba preguntando como demonios haría la entrevista si apenas podía hablar y no había anotado ninguna pregunta.
‒Bueno, cuando gusten, pueden empezar. –Dictó el jefe desde su asiento y sacó un pequeño cuaderno con un bolígrafo.
Alejandro y Oriana se miraban. Ella sonreía ligeramente, parecía divertida. Alejandro, por su parte, abría la boca, la cerraba, la volvía a abrir y la volvía a cerrar. Cada una de sus neuronas le exigía con violencia decir algo, mas el cuerpo, rebelde, se negaba a obedecer.
Alejandro bajó la mirada a su libreta donde se suponía debía tener las preguntas; lo hizo para ganar tiempo, porque estaba muy consciente de lo vacía que estaban sus páginas. Por si acaso pasó la hoja, con la esperanza de hallar algo anotado, pero no. La libreta esta vacía y él jodido. Alzó la mirada de nuevo y no le ayudó notar como la sonrisa de Oriana se mostraba más ancha.
‒Así que es tu primera entrevista, ¿verdad?
‒Sí.
‒Es curioso que dejen a un novato hacer una entrevista como esta
Hector susurró algo parecido a: “Recorte de personal” pero apenas se le entendió.
‒Todos debemos empezar por algún lado, ¿no? –Dijo Alejandro – Tu meteórica carrera debe de haber tenido algún inicio. Un punto de partida.
‒Sí, un lento inicio, diría yo. No fue sino hasta hace dos años que comenzó a dar frutos, aunque ya le había dedicado gran parte de mi vida. Desde mi muy temprana adolescencia me gustó el modelaje y la actuación, así que mis padres me llevaron a casting, talleres y compañías de modelaje. Aún así la verdad es que pasé de ignorada a reconocida muy de golpe.
‒Ya veo… ¿y cómo es que fue tan repentino?
‒Bueno, mi agente me consiguió un buen contrato, la mejor oportunidad de mi vida con el único, pero de que era lejos de mi hogar. Decidí aceptarlo. Dos años después, aquí estoy.
‒Sí, aquí estás… - Aquí estás se repitió a sí mismo en un tono muy diferente. – Imagino que fue una decisión muy fácil para ti, después de todo, es tu carrera
‒No, no fue tan fácil.
‒ ¡Ah, no lo fue! – Exclamó con sarcasmo - ¿Estás segura?
‒Sí, lo estoy –Oriana detonó algo de impaciencia en su respuesta. Ahora era Alejandro quien sonreía con amargura.
‒ ¿Y por qué no?
‒Bueno, tuve que irme del único país que conocía. Alejarme de todo. Dejé a muchos amigos, me alejé de mi familia y tuve que terminar con mi prometido de ese momento
‒Claro, claro, el novio… Nunca hablas mucho de él. Debe de haberlo aceptado de las mil maravillas.
‒La verdad no estoy segura. En el momento le dolió, claro, al igual que a mí; pero más nunca tuvimos contacto. Intente escribirle, pero no respondía. Creo que fue algo idiota, en realidad.
‒ ¿Idiota?
‒Sí, yo quería que siguiéramos siendo amigos, pero él me sacó de su vida.
‒Tal vez no soportaba tenerte en su vida solo como amiga.
Ambos guardaron silencio.
Alejandro recordó haber leído, con mucho dolor, cada palabra de lo que ella le escribía. Apenas y recordaba el contenido de esas cartas, pero sí sus sentimientos. Cada carta era un recordatorio de lo que pudieron llegar a ser y nunca sucedió. Al leerlas, podía escuchar su voz, podía oler su perfume, podía imaginarla sentada escribiendo, como tantas veces la había visto sentada en su computador mientras él la esperaba en la cama. Nunca respondió las cartas, y jamás imaginó que a Oriana le importaría.
‒ ¿Por qué crees que no respondió?
‒No lo sé, tal vez nunca le interesó saber de mí. Tal vez no le valía el esfuerzo que hice al escribirlas.
Ahí estaba, con una sola respuesta ella podía hacer que se arrepintiera de toda su vida.
‒De todas formas, eso no importa ya. Hace poco anunciaste la feliz noticia. Te vas a casar
‒Sí, y muy pronto.
‒ ¿Y estás feliz con eso?
Ella lo miró unos segundos antes de responder.
‒Sí
Levantó la mano dejando ver su anillo de compromiso. Ese que lucía con orgullo un gran diamante. Alejandro lo vio sintiendo una enorme roca deslizándose por su garganta hasta caer en el estómago. Ese anillo era como el lazo que faltaba al cerrar un sobre y enviarlo a su destino; tarde o temprano llegaría y simbolizaría todo lo que hay adentro. Bendito y maldito anillo.
‒Felicidades.
‒Gracias.
Otro incomodo silencio se hizo entre los dos.
‒ ¿Qué crees que opinaría tu ex novio sobre tu nuevo compromiso?
‒No lo sé… ‒ Respondió ella tras dudarlo. Algo llamó la atención de Alejandro, algo en sus ojos. Esos ojos tan dichosos y llenos de vida se vieron opacados por un sentimiento escondido reflejado en sus pupilas. Un miedo debajo de las capas de la alegría se asomó para que se supiera de su existencia, y tomando control de Oriana, le hizo decir: ‒ Tan solo espero que no me odie.
Alejandro la observó fijamente como hacia cada mañana al despertar a su lado. Ella le devolvió la miraba. ¿La odiaba? No estaba muy seguro. Dentro de él se guardaban sentimientos encontrados que se fundían entre sí en un torbellino desesperado que lo atrapó en el epicentro de todo. ¿La odiaba? Tal vez… No podía odiarla por ser feliz, en todo caso odiaría a su reflejo por no serlo también. ¿La odiaba? Una lágrima escondida intentó salir, pero Alejandro la contuvo y la devolvió al nudo en su garganta. No la odiaba, o al menos creía que no, pero tantas preguntas lo acudieron que lo hicieron dudar de su propia afirmación mental.
¿Por qué me dijiste “Te amo” para luego decir “Adiós”?” Le quiso preguntar. “¿Por qué me diste tantos besos que luego extrañaría por la madrugada? Dejaste tu perfume en mi cama y ahora no puedo ignorarlo. Te acostaste ahí, dormiste a mi lado, luego te marchaste y no viste atrás. Los momentos más felices de su vida son aquellos que ahora le otorgan más dolor y todos por esas promesas sin cumplir que dejó la chica que ahora entrevista. ¿A tu nuevo hombre le dices que lo amas con la misma pasión con la que me lo decías a mí? ¿Él también puede ver ese cariño en tus ojos, esa confianza, que le hace sentirse especial por el hecho de estar contigo? Las dudas llevan a lo desconocido, lo desconocido lleva al miedo y el miedo lleva a la ira. Y Alejandro tenía muchas dudas. Por un momento quiso gritarle cada una de estas preguntas, pero se vio a imposibilitado por ese sentimiento que era en realidad el detonante de todo su dolor.
‒No, no creo que él te odie ‒ Dijo al fin.
Oriana respiró aliviada, obviamente sin saber que decir. Alejandro bajó la mirada hacia su libreta y recordó el porqué del encuentro
‒Creo que es hora de dar inicio a la verdadera entrevista. Así que… eh… ‒Comenzó a decir, pero ella lo interrumpió sonriendo.
‒ ¿Sabes? Me han hecho muchas entrevistas, y como en este momento no estoy trabajando en nada particularmente nuevo, no hay mucho que me puedas preguntar
Alejandro intercambió una mirada de confusión con su jefe.
‒ ¿Estás cancelando la entrevista?
Oriana se rió
‒No, pero te propongo algo, Señor Entrevistador. Vamos a hacer una especie de entrevista en un formato diferente. Más dinámica, como si fuese una conversación. Así podrán publicar algo original.
Alejandro guardó en silencio. Una pequeña chispa se incendió en él. Infería a lo que ella llegaría
‒ ¿Una conversación?
‒Sí, como dos viejos amigos. Tú me haces preguntas a mí, yo te las hago a ti, y así desarrollamos la entrevista.
Culminó su explicación con una sonrisa pícara. Era curioso ver como una imagen tan tierna, en esos labios tan finos y sensuales, podían mostrar picardía de un modo tan natural. Alejandro vio a su jefe, quien le devolvió la mirada, miró a la modelo y siguió escribiendo después de un pequeño gesto con su mano que Alejandro entendió como: “Has lo que ella ordene”.
‒Muy bien, Señorita Alai, las damas primero: Haga su pregunta.
‒ ¿Es usted virgen? ‒ Disparó ella sin pensarlo. El jefe soltó un bufido y Alejandro abrió los ojos, sorprendido. Oriana expandió su sonrisa. ‒ Este… No, no lo soy, ¿por qué hace esa pregunta? ‒Tiene pinta de ser virgen. ‒ El jefe río con pocas ganas y sin disimularlo, hipeando entre carcajada. A Alejandro ya no le cupieron dudas de que ella le estaba vacilando, burlándose; su sonrisa era prueba de ello. Oriana tenía por costumbre hacer preguntas fuera de lugar y sin ningún sentido solo por mera diversión. Alejandro, por tonto o por enamorado, siempre caía en la trampa. ‒Pero, ¿por qué dices eso? ‒Pareces un hombre que no ha amado en mucho tiempo. Por lo tanto, tampoco ha sido amado. No tienes ese toque femenino que tienen aquellos que poseen una mujer en su vida. Hay algo en ti, un vestigio de tu pasado, que enseña el hombre enamorado que alguna vez fuiste, pero que dejaste de ser hace mucho. Supongo que ya no estás enamorado de nadie, ¿verdad?
Por un momento quiso mandarlos callar, o tomar sus cosas y largarse de ahí; ellos seguían riendo como si nada más les importase. Tal fue la euforia, que su jefe parecía a punto de caerse de la silla donde estaba y Oriana se sujetaba el abdomen con fuerza mientras Alejandro se hundía en su asiento preso de la vergüenza y el enojo. Por un momento quiso desaparecer, pero fue detenido por algo que vio, o mejor dicho, por algo que escuchó: La risa de Oriana. No recordaba la última vez que la vio reír así, con tantas ganas. Los días casi borraron el sentimiento de escuchar esa dulce risa y la sensación de felicidad que le traía, pues por mucho tiempo no hubo en su vida más hermosa melodía. Recordó en un instante todas esas tardes donde, entre juegos y chistes, reían tomados de la mano por una tontería momentánea que les alegraba el día. Todo era motivo de sonrisa y lo que lograra esfumarla se borraba más rápido de lo que llegaba. Recordó los chistes malos a
Los risueños se detuvieron con el pasar de los minutos. Alejandro los veía ensombrecido, no tanto por la burla como los pensamientos recién nacidos en el cobijo de sus dudas. Ese grito que el anillo profería como si de una alarma se tratase, un anunciante de todo lo que él había perdido ahora poseído en los brazos de otro hombre; vencedor de una liga de leyendas. Pero no era el hecho de perder lo que le afligía, sino el hecho de no entender un cambio tan repentino en el castillo construido en el corazón de su antigua amada, ese en el que se creyó gobernante hasta que su bandera fue desplazada y arrojada al foso de los cocodrilos. La confusión de haber sido destronado tan rápido era lo que le hacía auto flagelarse sin disimularse a sí mismo esa reflexión repentina que ahora le hacía querer huir aun a más velocidad, esperando en silencio el silencio de los demás. Oriana y su jefe recuperaron la compostura y se irguieron en sus respectivos asientos. La entrevista debía prosegui
Oriana aguardó un momento en espera de que Alejandro, en plena inconciencia, dejara de soltar lagrimas solitarias, evidencias de un pensar escondido; un pensamiento no dicho. El jefe también calló y dejó de anotar, en espera de la continuación. Observó a Alejandro y no supo que pensar de él, aunque entendía un poco el motivo de su desdicha. Desde el principio sabía que tal entrevista no sería tarea sencilla para su empleado. Conocía de primera mano la historia escondida detrás de aquellos dos que lo acompañaban en la sala. Una historia de amor como cualquier otra, con un final como cualquier otro; pero el hecho de ser abarcados en la normalidad no los deja exentos del dolor. De hecho, lo normal puede doler más que lo especial. Lo especial usualmente posee fuerzas ajenas que convierten la experiencia en algo incontrolable, un resultado de la resignación circunstancial llevada por una mano ajena. Lo normal, en cambio, es tan repetitivo y monótono que parece predecible, aunque
Existen voces con influencias. Voces que cargan el peso de lo sentimental y pueden trasmitir sin necesidad de expresarse con claridad. Un conjunto de sonido melodioso con un trasfondo representativo, como si la obra de un teatro ocurriese detrás del telón. Existen voces que tan solo con ser escuchadas golpean o acarician según lo que deseen y de quien provenga, sin olvidar quien la escuche. Una voz que sin importar lo que diga, te hará reír por estar presente; o llorar si se muestra ausente; te traerán preocupación si se escucha cargada de pena, y dicha si se anima emocionada. Existen voces que suben de nivel y otras que se apagan. La voz de Alejandro se apagaba más en cada pregunta. ‒ ¿Tienes planes para el futuro? ‒ Había preguntado Oriana recibiendo un simple “No” como respuesta. Cumpliendo con su tarea, Alejandro le preguntó qué planes tenía ella para su carrera, alejándose del peso personal que había tenido la entrevista hasta ese momento. Oriana le explicó de s
“Te amo”, son dos palabras, cinco letras y un significado. “Te amo”, se pronuncia en una oración y cambia por completo la entonación. “Te amo”, ¿cómo puede algo tan corto significar tanto? ¿Cómo pueden dos palabras ser las culpables de felicidad y alegría, así como de miedo y tristeza? Hay muchos que añorarían escucharlas con sinceridad, incluso matarían porque se lo dijesen; sus oídos lloran al no recibir esas cinco letras que les cambaría la vida, pues la tortura de no escucharlo conlleva a una verdad oculta tras el silencio. Si nadie te dice “te amo” es porque nadie te ama, y ese es el peor castigo que puede recibir un ser humano, sobre todo después de haberlo escuchado, pues añora lo perdido y no es suficiente con haberlo tenido. Desea recuperarlo, regresarlo a sus brazos y sentir las palabras acariciando su tacto. Un “te amo” y la vida cambia, tal vez por eso es tan temido, tan envidiado, tan ansiado… Un “te amo” y ya nada es igual, aunque Alejandro al escucharlo no supo que pe
Todos creen conocer el amor, creen poder comprenderlo e incluso controlarlo. Creen que pueden manejarlo a su antojo, desvelar sus secretos y someterlo a voluntad, como si de un títere se tratase. Todos creen que han revelado por completo los misterios que el amor guarda, y que son una excepción a lo que a caer bajo su control se refiere. Se creen sabios y poseedores de la verdad, tal vez por haber leído un libro al respecto, haber visto muchas películas románticas o haber vivido una relación turbulenta. Todos creen ser únicos a la hora de juzgarlo, olvidando que el amor es indescifrable e incomprensible. El amor no puede controlarse, pues su poder supera al de cualquier persona y puede doblegar a quien se le antoje. El amor es indomable como las mareas e indetenible como el tiempo. No existen barreras que se le opongan ni montaña lo suficientemente alta; su omnipresencia lo supera todo y puede llegar a aparecer en los lugares m
‒Sí‒No.‒Sí‒ ¡No! – Respondió Alejandro‒ ¡Sí! – Replicó su jefeAsí transcurría la discusión en la pequeña oficina del centro de la ciudad. Alejandro, indignado, veía a su jefe, Héctor Cifuentes un hombre bajo, rechoncho y mayor, sin poder darle crédito a sus palabras. Estaba atónito, perplejo. Su petición carecía de sentido y debía ser cancelada lo más pronto posible. Con la vena de su cuello marcada y sin poder contenerse, gritó:‒ ¡No!‒ ¿Vas a seguir con el estúpido juego?‒Usted no puede estar haciéndome esto.‒No te estoy haciendo nada que no sea lo usual. Yo soy el jefe y tú el trabajador. Yo te otorgo una labor y tú la cumples, así de simple. Puedes callar y obedecer, o quejarte y marcharte luego con tus