POCA TOLERANCIA

Alec

Tuve mis serias dudas cuando vi esas donas tan inusuales, pero luego de probarlas, toda idea de que no podría disfrutar algo así se disipó. Me costó un poco admitirle que ella tenía razón, al menos en que puedo divertirme todavía, incluso estando en la silla de ruedas.

Me doy cuenta que la pregunta sobre el padre de su hijo la incomodó bastante. No pude aguantar la curiosidad de saber lo que le sucedió. Se queda callada y de pronto grita:

—¡Llegamos!

Es otro restaurante. Creo que Madison pretende engordarme.

—Ya no tengo más hambre —advierto.

—Aquí no vamos precisamente a comer —me dice con una sonrisa divertida.

Cuando me baja del auto, comprendo a qué se refiere con ello. No es un restaurante como tal, es un bar, de esos donde venden una gran jarra de cerveza fresca y barbacoa.

—No puedes estar hablando en serio.

—Últimamente ha dicho mucho esa frase, señor Fairchild.

—No me digas señor Fairchild, me haces sentir como un viejo de setenta años.

—Yo diría que de ochenta —contesta
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