Capítulo 1: El Origen del Diablo

En un mundo donde el destino se entreteje con los hilos del poder y la magia, la verdad yace oculta en las sombras de leyendas antiguas y susurros del alma.

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Narrador:

Cuenta la leyenda que en los albores de los tiempos, cuando el mundo aún era joven y las estrellas recién nacidas titilaban con inocencia, nació Kael Emberfall. Su llegada al mundo fue marcada por presagios y augurios, pues su nacimiento fue el comienzo de una era de oscuridad y desolación.

—Cuenta la leyenda que para adquirir antiguas habilidades prohibidas, Kael Emberfall se convirtió en un monstruo sin emociones— narraba el anciano del clan Soulenad, su voz resonando en la penumbra de la noche.

Kael, con su cabello rojo como la lava y ojos anaranjados que reflejaban el fuego de su alma, creció bajo la sombra de su padre, Zarathos, el rey supremo del clan Shenduhui. Zarathos, un ser de corazón helado y ambiciones desmedidas, veía en la nobleza de Kael una debilidad imperdonable.

—Mató a su padre, tomó la posesión del único rey supremo— continuaba el anciano, mientras las llamas de la hoguera proyectaban sombras danzantes sobre los rostros atentos de los jóvenes guerreros.

La muerte de Nimue, la reina de belleza inigualable y madre de Kael, fue el catalizador de su transformación. Zarathos, en un acto de ira y desprecio, le arrebató la vida frente a los ojos de su hijo. Aquel día, algo dentro de Kael se quebró, y el miedo se mezcló con un odio profundo y oscuro.

—Y lideró a 10,000 guerreros demonios para quemar, matar y saquear el lugar de los licántropos, el clan Soulenad y el clan Kranad— el relato del anciano se tornaba más sombrío con cada palabra.

El mundo mortal temblaba ante la furia de Kael, y los reinos se sumían en la desesperación. Sylvan, el ángel del tormento, en un acto de sacrificio supremo, destruyó su Espíritu primordial para morir junto a Kael Emberfall y sellar a 200,000 guerreros demoníacos del clan Shenduhui.

—Pero el Espíritu primordial de Kael no murió, una vez resucitado los Cuatro reinos volverán a estar en peligro— susurraba el anciano, su mirada perdida en las llamas que parecían consumir los secretos del pasado.

La leyenda hablaba de la diosa de Liuyue, la única capaz de calmar la catástrofe que se cernía sobre el mundo. Pero ella había desaparecido, dejando tras de sí un vacío que nadie parecía poder llenar.

—¿Pero qué hizo que Kael llegara a ser el diablo más cruel de cada clan?— preguntó un joven guerrero, su voz cargada de temor y curiosidad.

El anciano cerró los ojos, y cuando los abrió, su mirada reflejaba la tristeza de quien ha visto demasiado.

—Regresión Ancestral: El Origen del Diablo— comenzó a relatar, llevando a todos los presentes en un viaje a través del tiempo, al valle Sizulux, donde la historia de Kael Emberfall comenzó con un hermoso nacimiento y un futuro lleno de promesas y tragedias.

La vida de Kael Emberfall estaba marcada por la tragedia y la oscuridad. Desde su más tierna infancia, fue sometido a pruebas que desgarrarían el alma del más valiente de los guerreros. Su padre, Zarathos, un ser despiadado y cruel, veía en la bondad de su hijo una afrenta a su legado.

—Incluso dejó de sonreír, se aisló del mundo porque cuando tuvo un amigo, su padre lo mató— narraba el anciano, su voz temblorosa al recordar los horrores que Kael había enfrentado.

Cada intento de Kael por ganarse la aprobación de su padre terminaba en desastre. Zarathos, insatisfecho y furioso, arruinaba cualquier atisbo de felicidad en la vida de su hijo, alimentando el odio que Kael albergaba en su corazón.

—Zarathos al ver esto lo llevó a un jardín oscuro donde se juntaron todos los demonios— continuó el anciano, mientras los jóvenes guerreros escuchaban, cautivados por el relato.

Fue en ese jardín tenebroso donde Kael enfrentó la peor de las pruebas. Rodeado por demonios que encendían su poder maligno, fue sometido a un tormento que duró más de seis horas. Sus sentimientos y emociones fueron desgarrados, dejando atrás solo un vacío donde alguna vez hubo bondad.

—Haciendo que sus sentimientos y emociones se fueran al carajo— susurró el anciano, su voz apenas audible sobre el crepitar de la hoguera.

El resultado fue un Kael transformado, un ser de pura crueldad y sin rastro de sentimientos. Zarathos, satisfecho al fin, vio en su hijo al heredero que siempre había deseado. Pero en la sombra, el hermano de Kael, consumido por la envidia y el deseo de poder, no compartía la alegría de su padre.

Una mañana tranquila, Zarathos reunió a sus hijos. Kael, con 17 años y la pesadez de un destino cruel, fue obligado a luchar contra su hermano. La batalla fue feroz, y cada golpe resonaba con el eco de la desesperación de Kael por liberarse de las cadenas de su padre.

—Hasta que a Kael le tocó pelear con su padre— el anciano hizo una pausa, su mirada reflejando el dolor de aquel recuerdo.

La lucha entre Kael y Zarathos fue brutal, una danza de muerte donde ninguno cedía. La voz de Zarathos retumbó con desdén: "Mátame, sigues siendo muy débil". Aquellas palabras encendieron una furia incontrolable en Kael, y con un acto final de rebelión, puso fin a la miserable existencia de su padre.

—Su hermano vio esto, sin embargo, a Kael no le importó— concluyó el anciano, su voz firme a pesar del horror de la historia.

Ahora, Kael no tenía nada más que su poder y una sed insaciable de dominio. Los Cuatro Reinos yacerían a sus pies, y su nombre sería sinónimo de terror y desolación. Así fue como Kael Emberfall se convirtió en el diablo más cruel de cada clan, un legado forjado en la oscuridad y sellado con la sangre de su propia familia.

Regresamos de nuevo en el presente

Lunara:

En lo más alto del árbol, donde las hojas rosadas se entrelazan con las nubes, los habitantes de este reino mágico han bautizado este lugar como El Puente de los Suspiros. Cada paso sobre el puente es como un suspiro contenido, una promesa de aventura y descubrimiento. Los rumores dicen que aquellos que cruzan el puente pueden encontrar respuestas a preguntas olvidadas y secretos ancestrales. O eso me dijo mi maestra, aunque pienso que solo estaba bromeando porque cuando lo dijo estaba muy borracha. Ella es la única que me ha tratado bien; se llama Qīng Yáo y se encarga del destino y de las almas. No es solo mi maestra, ella es mi segunda mamá y la adoro mucho. También le encanta beber, y nuestra relación es como la de un comerciante independiente de una tienda en el mundo de los mortales.

—Frente a la desgracia, las deidades y los humanos no pueden hacer nada —dice Qīng Yáo, bastante borracha, mientras se recuesta en su asiento.

Esta desafortunada Lunara soy yo. Desde que mi madre echó a perder mi poder con un veneno especial, mi cultivo y poder siempre han sido bastante malos. Por cierto, gracias a ello soy muy inmune a los venenos. Sé esto porque mi maestra siempre me ayudaba a intentar recuperar mi fortaleza, pero los venenos dañaron bastante mi cultivo.

—Después de que mi maestra me enseñara las habilidades que ella poseía, se fue a una misión a un pueblo demasiado lejano y no ha vuelto en 18 años. A pesar de que estoy un poco sola y digo sola porque desde que mi madre arruinó mi cultivo, el destino le pasó factura; alguien la envenenó y, aunque me trataba mal y quería verme muerta, yo la quería mucho. Me dolió su muerte. En el Salón de los Suspiros, la vida no es tan mala —digo mientras cocino unos dulces en forma de lunas de color rosa. Luego voy afuera mientras utilizo mi poder para intentar reparar el Libro de los Destinos.

—La verdad, estoy mejorando bastante en su reparación —bostezó mientras mi magia sigue fluyendo.

—Ya no quemo el aceite de medianoche —limpio todo el Salón de los Suspiros de forma bastante tierna, es lo que siempre me ha caracterizado. Y no hay mucho que limpiar, así que no estoy cansada.

«Aunque eso es una bondadosa mentira; siempre hay que limpiar, es bastante agotador, pero no me quejo.»

Limpio los estantes y la madera hasta dejarlos relucientes.

—Las flores han iluminado su sabiduría. Mis más grandes amigas pueden hablar conmigo. No duerman, solo cultivándote duro puedes volverte una maestra fuerte lo antes posible.

Escucho que las plantas empiezan a susurrar despacio; sin embargo, logro escucharlas.

—Es temprano, déjanos dormir más. ¿Qué tiene de bueno ser como tú? Haces mucho trabajo, es mejor ser una preciosa rosa —dicen las plantas. Aunque tienen razón, es mi deber ser fuerte y lograr que mi cultivo se fortalezca lo antes posible. Me dirijo a una esquina, sentándome en un banco de madera, mirando las nubes con tristeza.

Mi maestra, antes de irse, me dejó una misión: ir al reino celestial, que por casualidad queda al cruzar el puente y algunos pasos más. Quería que me mezclara con los del reino celestial para hacer amigos, pero ¿cómo le digo que esas celestiales no me quieren? Trato de ser amable, pero ellas me odian. Sin embargo, me motiva ir por el hermoso ángel Sailius Eerlang. Es un ser etéreo, cuya presencia parece fusionar el cielo y la tierra. Viste una túnica de seda blanca, adornada con bordados plateados que forman patrones intrincados. El tejido fluye alrededor de su cuerpo, siguiendo las curvas de sus formas gráciles. En su cintura, lleva un cinturón de cuero con una hebilla en forma de luna creciente. Su cabello es largo y de un tono dorado pálido, como los rayos del sol al amanecer. Está trenzado con pequeñas perlas y flores blancas, y cae sobre sus hombros en ondas suaves. Sus ojos, de un azul profundo, parecen contener secretos ancestrales y una sabiduría insondable. Un día, cuando estaba en el bosque, me encontré con las celestiales.

«Ellas me tratan bien...» —pienso mientras una de ellas rompe un retrato del hermoso Sailius.

—¿Cómo te atreves a esconder el retrato de nuestro ángel Lord Eerlang? —dice la que es la líder y princesa favorita de algún rey celestial—. Eres tan desvergonzada —me dice, tirándome los restos de papel en la cara. Cierro los ojos y retrocedo con miedo.

«Nadie me intimida...» —pienso, tratando de no llorar.

—Incluso nosotras no podemos hablar con el Lord Eerlang —espetó la princesa con odio—. Sailius Eerlang nunca te miraría en esta vida —dice con odio. Suspiro y miro hacia otro lado.

Fin del flashback

Presente:

«Planeo tomar el examen inmortal; es muy importante para mí y poder ir al palacio de la cascada» —pienso mientras me voy del bosque regresando a mi salón. Me siento en el piso, mirando otro retrato del ángel con mucho amor.

—¿Qué estás mirando, Luna? —pregunta uno de mis lirios, pero estoy bastante entretenida viendo el retrato que ni siquiera le respondo. Sin embargo, otra planta se encarga de responderle.

—Nada, solo a su ángel Eerlang —le contesta una flor mientras yo sonrío.

El retrato de Sailius Eerlang, el ángel guerrero, yacía roto ante mí, su imagen desgarrada por el tiempo y la desesperanza.

—Ese retrato estaba roto... —murmuró una de las flores, una peonia que se mecía con la brisa—. ¿Por qué sigue mirando eso todo el día?

Ignoré su cuestionamiento, perdida en la contemplación de aquellos ojos que una vez me prometieron salvación.

—¿Qué aspecto tiene Sailius Eerlang que hace que Luna esté tan fascinada? —preguntó un girasol, inclinándose hacia su compañera.

—Es un ángel de la guerra, un tiburón gordo; nunca lo vimos —respondió la flor, una rosa que aún conservaba el rocío de la mañana.

—¿Cómo Sailius Eerlang se convirtió en su salvador? ¿Podría ser esto un sueño loco de Luna? —indagó el girasol, mientras yo abrazaba el retrato del ángel, feliz mirando al horizonte.

Después de unos momentos, me puse de pie y escondí el retrato bajo una pila de libros antiguos. Nadie debía saber que lo tenía. Me arrodillé en el suelo, observando la mesa repleta de pinceles, libros y pergaminos. Utilicé mi poder para levantar una hoja que se había convertido en un libro; aún faltaba mucho.

—Reparar el Libro del Destino no es tan difícil, pero sí bastante complejo —dije, mientras levantaba las manos para que mi poder fluyera y se dirigiera al libro—. El destino del hombre puede ser afectado por cualquier cosa pequeña; un pequeño paso en falso hace una gran diferencia.

El libro comenzó a brillar bajo el influjo de mi magia, sus páginas danzando en un baile ancestral de conocimiento y poder.

—En palabras de mi maestra, es demasiado complicado. La vida de un hombre está condenada; todo es circulación del karma, y el karma nunca se agotará —recordé sus palabras antes de su partida.

Podía reparar sesenta libros al día, mil seiscientos cada mes. Cuando reparara sesenta mil, escribiría una carta de renuncia a mi maestra; ya no tendría que cuidar de su guarida. En ese tiempo, esperaba que el joven Sailius Eerlang, mi salvador, volviera.

Sailius:

En otra parte, en el Reino Celestial, Sailius Eerlang se presentaba ante el consejo de ángeles. Su figura imponente, vestida con armadura divina, reflejaba la seriedad de su misión. Al entrar al salón donde todos los ángeles estaban reunidos, uno en particular, vestido con ropajes dorados, lo observaba desde su trono celestial.

Sailius comenzó su reverencia con una mirada de profundo respeto. Sus ojos se bajaron en señal de sumisión y veneración. Luego, lentamente, llevó sus manos juntas al frente, cerca del corazón, como si estuviera sosteniendo algo precioso y frágil. Inclinó la cabeza, permitiendo que su cabello cayera suavemente hacia adelante, como una cascada de seda que fluye con gracia.

Con un movimiento fluido y controlado, se inclinó hacia adelante desde la cintura, manteniendo la espalda recta como si fuera un junco al viento. La reverencia era profunda, un arco elegante que simbolizaba la distancia social y el respeto que le debía a su hermano, el líder de los ángeles. Se mantuvo en esa posición por un momento, el tiempo suficiente para que su deferencia fuera reconocida.

El silencio se apoderó del salón, todos los ojos puestos en él, esperando las palabras que cambiarían el destino de Lunaris y de su propia alma errante.

Sailius Eerlang, con la dignidad de un guerrero celestial, se enderezó lentamente, volviendo a su posición inicial con la misma gracia con la que se había inclinado. Su cabeza se levantó por último, y cuando sus ojos se encontraron con los de su hermano, el líder de los ángeles, Wèi Chuán Qí, una tensión palpable llenó el aire.

—Hermano —dijo Sailius, su voz resonando con un timbre que reflejaba su estatus y poder—. He cumplido con mi deber, como siempre.

Chuán Qí, vestido en ropajes blancos con bordados dorados y una corona que simbolizaba su autoridad, asintió con seriedad.

—Eerlang, has recuperado el territorio perdido en el mar más septentrional y derrotaste al segundo líder del clan Shenduhui. Has contribuido a la pacificación de la rebelión. ¿Qué recompensa deseas? —preguntó Chuán Qí, su voz profunda y firme.

Sailius permaneció sereno, pero su mirada era seria, como la de un ángel que había visto demasiado.

—El clan Shenduhui estaba dividido, eran solo una multitud desordenada —respondió, mientras una hueste de ángeles escuchaba atentamente. Entre ellos, Hǎi Wò, con su cabello blanco y ojos azules oscuros, y su esposa Shā Yǎ, cuya mirada alegre pero letal, y cabello negro como la noche, contrastaban con la solemnidad del momento. Ambos sonrieron levemente al escuchar las palabras de Sailius.

—Y es mi deber sofocar la rebelión. No me atrevo a tomar crédito por acciones que son mi responsabilidad —declaró Sailius con firmeza.

Hǎi Wò sonrió y miró a Chuán Qí.

—Sailius Eerlang es demasiado modesto —comentó con una sonrisa.

—Aunque Fēng Hàn es mucho más débil que Kael Emberfall, sigue siendo una amenaza para el valle de Sylpharion —añadió Hǎi Wò con tranquilidad.

—El joven Eerlang hirió gravemente a Fēng Hàn; su aporte es inconmensurable —acotó, mirando a Sailius con una mezcla de orgullo y seriedad.

Sailius respondió con confianza:

—Incluso si Kael Emberfall todavía estuviera vivo, lo enfrentaría de todos modos.

La conversación se desvió hacia los asuntos pendientes en el mar más septentrional, y Sailius no pudo evitar preguntarse por qué su hermano lo había llamado de vuelta a Kranad.

Mientras tanto, en la torre Sylpharion, la Cúpula del Exilio Eterno se alzaba imponente, una barrera impenetrable que destellaba con la furia de mil soles confinados. Dentro de la cámara sellada, el rey diablo permanecía prisionero, rodeado por cuatro orbes de colores ardientes: rojo, azul y anaranjado. Las Esferas del Encierro Celestial, receptáculos de las fuerzas elementales, pulsaban con energía antigua, manteniendo el equilibrio del encierro.

La prisión era un eco de los hechizos entrelazados, un recordatorio constante de la línea que divide a los mortales de los dioses, y en el corazón de esa prisión, el rey diablo aguardaba, su poder aún latente, su ira aún ardiente.

La tensión en la torre Sylpharion era palpable, las Esferas del Encierro Celestial vibraban con una frecuencia que presagiaba un cambio inminente. De repente, el rey diablo Kael Emberfall desató la Erupción del Núcleo Oscuro, una explosión de energía oscura que se expandió como una ola de destrucción y renacimiento. Tras la erupción, un círculo de luz azul, el Despertar del Vórtice Azur, resonó como el eco de un cosmos desconocido. Las cadenas de su prisión se materializaron sobre sus muñecas, y aunque sus ojos permanecían cerrados, el poder que pronto cambiaría el curso de la historia comenzaba a despertar.

En el reino celestial, la conversación entre Wèi Chuán Qí, Hǎi Wò y Sailius Eerlang se tornó grave.

—¿Temor en la torre Sylpharion? —pregunté con el ceño fruncido.

—¿Recuerdas al rey diablo Kael Emberfall? —inquirió Hǎi Wò, y lo miré confundido.

—Por supuesto, hace 30.000 años fue asesinado por inmortales, pero ¿qué tiene que ver con la torre Sylpharion? —pregunté aún más confuso.

Mi hermano intervino con un suspiro suave.

—Aunque los inmortales se unieron para matarlo, su cuerpo oscuro estaba intacto y su espíritu primordial todavía latente. El rey celestial decidió encerrarlo en secreto en la torre Sylpharion con la fuerza de los inmortales, convirtiéndolo en un secreto conocido solo por unos pocos.

Hǎi Wò continuó:

—Sylvan atrapó su alma y su cuerpo, y dirigió a los inmortales para establecer miles de sellos. La cúpula Eterna, creada ese día, ha reunido el poder de todos los inmortales. En términos de fuerza, nadie de los Cuatro Reinos puede destruirla.

—Entonces, ¿qué le pasa a la torre Sylpharion? —pregunté seriamente.

—Aunque Kael Emberfall había perdido la conciencia, su espíritu primordial todavía era poderoso y ha aflojado el sello —explicó Hǎi Wò con preocupación.

Mi hermano agregó:

—Si dejamos que su espíritu primordial salga de la torre, los Cuatro Reinos estarían en peligro otra vez. Te he llamado para fortalecer el sello con la ayuda de todos los inmortales celestiales mayores.

Bajé la cabeza, aceptando la gravedad de la situación.

—Sí, hermano —respondí decidido.

Mientras tanto, en el Salón de los Suspiros, Lunara terminaba un libro especial.

—Este es el 43789 —dije, marcando el final de otro volumen reparado—. Pronto...

El ruido de la campana interrumpió mis pensamientos, y me levanté con un quejido por las horas pasadas restaurando libros con mi magia.

—Ya voy —dije mientras caminaba por los pasillos del salón hacia la puerta, donde me esperaba la princesa Yè Mèi y sus cuatro seguidoras.

«Y yo pensando que este iba a ser un día increíble», se burló mi loba interior, Yě Líng, el Espíritu Salvaje. Desde que supe de su existencia, había sido mi mayor amiga y crítica. Convivir con ella no era fácil, pero con el tiempo, me había acostumbrado.

—Como espíritu débil, no haces nada en todo el día —dijo la princesa con desdén, su cabello café y sus ojos del mismo color resaltados por la corona gris que combinaba con su vestido. Suspiré al verla cruzarse de brazos.

—¿Se tarda tanto en abrir la puerta? —preguntó una de sus seguidoras con impaciencia.

Con la cabeza gacha, pero con una determinación que ardía en mi interior, enfrenté a la princesa Yè Mèi y sus seguidoras. Mi voz, aunque suave, llevaba el peso de mi espíritu indomable.

—No soy un espíritu débil; soy un espíritu fuerte, y tengo mucho que hacer —les dije, con una mezcla de amabilidad y tristeza en mi tono.

Yě Líng, mi loba interior, interrumpió mis pensamientos con su voz burlona.

«Niña, eres muy amable, ¿sabías?»

«Sí, lo sé. Mi maestra me enseñó a tratar bien a las personas, aunque ellas sean malas contigo», le respondí mentalmente.

«Eso no es divertido. Es mejor ponerlas en su lugar. Solo déjame salir, y prometo acabar con ellas sin dejar rastro», propuso Yě Líng, pero suspiré, rechazando su oferta.

«Ya dije que no. Siempre hay que ser amables y compasivos», le recordé, y ella solo gruñó en respuesta.

La princesa Yè Mèi, impaciente, me entregó un sello y ordenó que me apresurara. Tomé el sello de los mil caracteres, una reliquia de tiempos inmemoriales, y corrí hacia mi lugar de trabajo. Me arrodillé, sosteniendo el sello, y con mi magia blanca, atraje seis hojas especiales, transformándolas en libros que coloqué en una cajita de madera especial.

Al salir, escuché a la princesa quejarse de la desafortunada tarea de servir a Sailius Eerlang en su regreso victorioso. Me acerqué y extendí los seis libros del destino que había preparado.

—Estos son los libros que quieres —dije con suavidad.

Ellas tomaron los libros y se giraron para irse, pero no pude evitar preguntar sobre el regreso de Sailius Eerlang. La princesa me miró con desdén y me recordó mi lugar, dejándome dolida pero decidida.

Regresé al salón, enfurecida por su trato, y me dirigí a mi invernadero. Rodeada de enredaderas de flores de todos los colores, me vestí con mi atuendo tradicional de Asia Oriental, adornado con patrones grises y accesorios elegantes. Preparé las flores más hermosas para enviarlas al palacio de la cascada, con la esperanza de impresionar a mi hermoso ángel, Sailius Eerlang.

Las plantas curiosas murmuraban entre sí, preguntándose si Sailius Eerlang sabría quién era yo. Con una emoción que no podía contener, me prometí a mí misma que este sería el día en que cambiaría mi destino.

Oculto en las sombras de la realidad, se encuentra la Selva de Luz de Luna y Sombras Susurrantes, un reino donde los árboles centenarios se elevan hacia el cielo nocturno, sus hojas bañadas por el plateado resplandor lunar. La niebla serpentea entre los troncos como espíritus curiosos, y las flores de medianoche despliegan sus pétalos al compás de los secretos que el viento lleva. Este bosque es un refugio para aquellos que buscan la sabiduría oculta en el susurro de la naturaleza, un lugar donde cada sombra cuenta una historia y cada rayo de luna es un pincel que pinta sueños.

Mientras camino en la selva de luz de luna con una canasta de flores, ellas brillan con un tono verde brillante, emocionada por entregarle las flores al ángel Eerlang. No puedo evitar sentir que cada flor es un testigo silencioso de los secretos del bosque, y que en su entrega, comparto un pedazo de su magia eterna.

Doblo en una esquina del bosque; sin embargo, para mi sorpresa, el ángel está parado de espaldas, mirando un pequeño arroyo. Me escondo detrás de un enorme árbol, observándolo detenidamente.

—Mi ángel Sailius Eerlang —digo susurrando para mí misma—. Luna, pórtate muy bien —digo pasando mis manos delicadamente por mi cabello.

—Ten presente lo que te dije: debes ser gentil, encantadora y hermosa cuando estés cerca de Sailius Eerlang; solo así te recordará —sonrío cerrando los ojos mientras sonrío, luego los abro y con mi pie derecho me impulso para volar hacia donde está el ángel Sailius Eerlang con una mano extendida agarrando mi canasta y la otra la pongo en mi pecho, giro mi cabeza a un lado, batiendo las alas seductoramente mientras me voy acercando a él.

«Por andar de niña seductora terminarás por hacer el ridículo; siempre pasa en las películas» —dice mi loba Yě Líng. Decido ignorarla; sin embargo, un pequeño accidente hace que el ángel deje de hacer magia con su mano izquierda y apriete el puño para luego alzar la mirada hacia arriba, donde estoy. Él me mira incrédulo.

La voz de Yě Líng resonaba en mi mente, una mezcla de burla y preocupación. Intenté ignorarla, concentrándome en la raíz que me aprisionaba. Con un esfuerzo frenético, logré liberarme, pero el impulso me hizo caer de espaldas sobre el suelo húmedo de la selva. La canasta de flores se desplomó a mi lado, esparciendo su brillo verdoso sobre la hierba.

«Buen aterrizaje, portadora» —se mofó Yě Líng, mientras yo trataba de recuperar el aliento, sintiendo el golpe en cada fibra de mi ser.

Levanté la vista justo a tiempo para ver a Sailius Eerlang inclinar su cabeza, una expresión de sorpresa aún pintada en su rostro celestial.

—No puedo creer que todo salió mal —murmuré para mí misma, avergonzada. Pero antes de que pudiera sumergirme en mi propia miseria, noté que el ángel se acercaba, extendiendo su mano hacia mí. Su rostro reflejaba confusión, pero no pude evitar perderme en la profundidad de su belleza.

«No puedo creer que me tocó una niña demasiado torpe y a la vez lenta para actuar. Extiende tu mano y levántate ya» —ordenó Yě Líng, impaciente.

Siguiendo sus instrucciones, extendí mi mano temblorosa y la coloqué en la suya. El contacto con mi salvador me llenó de una emoción inesperada, y con su ayuda, me puse de pie. Me limpié el vestido y bajé la cabeza en señal de agradecimiento.

—Gracias, joven Eerlang —dije con voz apenas audible.

Él esbozó una sonrisa fugaz antes de girar la cabeza, listo para marcharse.

«Auch, tú emocionada y él te quiere evitar. Ves, por no hacerme caso te pasa, terca» —me reprendió Yě Líng, pero decidí ignorarla una vez más. Ella era muy diferente a mí.

—Espera —le llamé, y él se detuvo, girando para mirarme. Recogí la canasta rápidamente y lo miré con timidez, luego bajé la mirada para evitar el contacto visual.

—Estas flores —comencé, sonriendo tímidamente y sosteniendo la canasta con fuerza— son para ti.

—No hay necesidad —respondió Sailius Eerlang con una voz profunda, haciendo que mi sonrisa se desvaneciera lentamente.

«Si tan solo tuviera el control de tu cuerpo, todo sería diferente. Pero sé que si tomara el control, te pondría en riesgos» —dijo Yě Líng, bufando frustrada.

—Es mi deber matar al enemigo —continúa Sailius Eerlang, su mirada penetrante fija en mí. Frunzo el ceño levemente, sintiendo cómo el peso de sus palabras se asienta en mi alma.

—Esto no es por tu victoria —le respondo con suavidad, sosteniendo su mirada.

—Hace 500 años, yo era solo una cría en un pueblo pequeño. Mi madre, Āi Měi, destruyó accidentalmente mi cultivo inmortal. Ella no quería quedarse conmigo. Coincidentemente, Sailius Eerlang llegó al pueblo y persuadió a mi madre para que me dejara, diciendo que tal vez pueda sobrevivir para que pueda cultivar mi sabiduría y transformarme en una loba —hago una pausa, una sonrisa tímida se dibuja en mi rostro mientras noto que el ángel me mira con una ceja levemente levantada.

—¿Así que? —pregunta él, curioso.

—Así que... quiero decirte en persona que... —mi voz se apaga, y bajo la mirada, incapaz de terminar la frase.

«Dilo de una vez», i***a impaciente Yě Líng.

Respiro hondo y levanto la vista hacia él.

—Entonces, joven Sailius Eerlang —mi voz es firme ahora—, me salvaste la vida. Siempre he querido darte las gracias en persona. Estas flores son para ti —digo, manteniendo la cabeza baja y una sonrisa tímida en mis labios.

—No hay necesidad. No recuerdo lo que dijiste —responde el ángel, su tono serio.

—¿No te acuerdas? —mi corazón se hunde, y la tristeza tiñe mis palabras—. Perdón por molestarte —digo, bajando la cabeza y girándome para irme.

—Espera —su voz detiene mi retirada, y me giro para mirarlo. Se acerca a mí con una sonrisa que me deja atontada mientras toma la flor Moonwort. Se endereza y me sonríe otra vez. Siento que mis mejillas han cambiado de color; la felicidad me inunda porque mi ángel ha tomado una flor. Después de tomar la flor, pasa a mi lado, caminando por el bosque. Notando un jade de color azul brillante, lo recojo y giro rápidamente para llamar a mi ángel.

—Joven Eerlang —mi voz emerge más tierna de lo habitual—, tu jade...

Extiendo mi mano hacia él, ofreciéndole la piedra que había dejado caer. Se gira para mirarme, sus ojos reflejando la luz de las estrellas.

—Has asustado a los serafines. La piedra mágica del Sueño de Seráfín es solo una piedra corriente; es inútil guardarla. Deshazte de eso por mí —dice antes de girarse otra vez para retomar su camino.

Me quedo dudosa un momento, sosteniendo el jade entre mis dedos. Yě Líng se burla desde las sombras de mi mente.

«Ah, no siento que de tus labios no saldrá nada bueno».

Hago un leve puchero, ignorando su sarcasmo.

«¿Te refieres a que me lo está dando? Él me dio el jade y aceptó mi flor» —le digo a Yě Líng, mirando la canasta—. «Había tantas flores, pero él eligió una de Moonwort. ¿Es este el destino?» —me pregunto mentalmente, poniendo mis manos en mi mentón, emocionada.

Llevo mis manos a la cabeza mientras quito una flor que tenía en mi oreja y la miro con atención. Era un capullo y ahora, mágicamente, está extendida.

—¿Qué es esto? —me pregunto, observando la flor amarilla. Luego, la tiro al suelo, sonrío y me giro para mirar a mi ángel, que se aleja.

—Joven Eerlang —le grito, y él logra escucharme. Se da la vuelta, mirándome mientras sostiene la flor con delicadeza.

—Pasaré el examen —alzo mi mano derecha, feliz—. Definitivamente entraré al palacio de la cascada —le digo, entusiasmada. Él solo me mira, sonríe y emprende nuevamente su camino.

Yo salto feliz, girando emocionada y gritando de la emoción.

«Definitivamente tendré que pasar la prueba de la paciencia; me tocó una cría como portadora» —dice con sarcasmo Yě Líng, aunque sé que lo disfruta tanto como yo.

El jade en mi mano parece cobrar vida, su brillo intensificándose con cada latido de mi corazón. Es más que una simple piedra; es un legado, un símbolo de un destino que aún está por descubrirse.

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