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Capítulo 2: La Transformación y el Desafío Celestial

En el susurro de las sombras y el destello de las estrellas, se teje el destino de dos almas entrelazadas por el poder de un antiguo hechizo.

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Lunara:

El bosque susurraba con la vida nocturna mientras caminaba por su corazón, disfrutando del aire fresco que acariciaba mi rostro. La luna colgaba en el cielo como una perla luminosa, bañando el mundo en un resplandor etéreo.

«Eres muy amargada, Yě Líng. Debes divertirte más en la vida» —le dije a mi loba interior mientras las hojas crujían bajo mis pasos.

«Déjame comprobar si puedo transformarme, aunque tu cuerpo sea débil» —respondió Yě Líng, su voz resonando en mi mente.

Sacudí la cabeza, sintiendo la resistencia de mi cuerpo, pero había estado tomando mis medicinas, así que creía que ella podría salir.

«Está bien, solo si prometes que no harás nada malo» —le supliqué, esperando que aceptara.

«Está bien, lo prometo» —me aseguró Yě Líng.

La transformación fue un espectáculo de colores sobrenaturales. Mi pelaje, antes un gris monótono, ahora irradiaba bajo la luz de la luna. Tonos de lavanda suave y púrpuras vibrantes se entrelazaban con destellos de azules y rosas, como si cada hebra capturara un fragmento del cielo crepuscular. Sentí cómo la magia fluía a través de mí, cambiando no solo mi color sino también mi esencia. Cada fibra de mi ser se sentía viva con una energía mística, reflejando la belleza y la diversidad de un bosque encantado. Era como si cada parte de mí resonara con la armonía de la naturaleza.

Yě Líng, ahora libre, caminó por el bosque, atravesando el territorio celestial para acercarse al mundo mortal donde una vez mi maestra me encontró y se apiadó de mí. Me senté en el pasto, sintiéndome tranquila y conectada a la naturaleza. Desde que mi maestra me llevó a su mundo, ya no había venido aquí, tampoco es que me hiciera falta. Con un gruñido, volví a ponerme de pie y caminé nuevamente en los territorios celestiales.

Me dirigí directamente al castillo celestial donde se llevaría a cabo la postulación para mi examen inmortal. Volví a mi forma humana cuando ya estaba cerca, siempre teniendo cuidado de que nadie me viera en mi forma salvaje cuando estaba en el reino celestial. Ya era de mañana, y busqué en mis bolsillos la Piedra de Luz Estelar. Me sentía nerviosa porque sabía que muchas celestiales estarían allí. Respiré profundo antes de caminar y detenerme al ver a muchas doncellas hablando entre ellas. Mis nervios crecieron al escuchar que una de ellas decía:

—Podrás servir a Sailius Eerlang en el palacio de la cascada. Obtendrás el salario más alto y progresarás rápidamente, y a menudo podrás ver a Sailius Eerlang —le decía una de las seguidoras a su líder con emoción.

—Sí, sí —respondió su líder, emocionada.

«Todas creídas, qué molestia», dijo con frustración Yě Líng.

Suspiré profundamente antes de agarrar mi vestido y caminar con la frente en alto. Sin embargo, muy pronto empecé a escuchar mi nombre en todas ellas.

—Ella es Lunara, ¿no?

—¿Por qué está ella aquí?

—Exactamente.

Dicen todos, y yo paso en medio de ellas, manteniendo mi mirada enfrente, decidida a enfrentar cualquier desafío que viniera.

Las voces de desdén y sorpresa resonaban a mi alrededor mientras ascendía por las antiguas escaleras de piedra. El aire, impregnado del aroma del incienso, parecía susurrar secretos de un tiempo olvidado. Alcanzando la cima, mis ojos se encontraron con el Luminaria Eterna, cuyo núcleo azul resplandecía como una estrella capturada en el firmamento. La luz que emanaba era suave pero firme, iluminando los grabados que adornaban su superficie dorada. Colocando mi Piedra de Luz Estelar en el espacio designado, los guardias celestiales hicieron sonar una campana, y mi nombre, Lunara del Salón de los Suspiros, apareció en una pantalla mágica. Sonreí y me giré para irme, pero las miradas llenas de odio de las celestiales me siguieron.

«Y aquí vamos de nuevo, no tienen algo mejor que hacer», bufó Yě Líng, compartiendo mi frustración.

—¿Cómo es posible que una simple humana débil quiera entrar en el Palacio de la Cascada? —escupió con odio la princesa Yè Mèi. Bajé la cabeza, no queriendo darle el gusto de verme afectada.

—No es así —fue lo único que dije, pasando entre ellas, sintiéndome incómoda por sus comentarios.

—La conozco —dijo una mientras pasaba a su lado.

—Ella es la sirvienta en la Puerta de los Suspiros —murmuró otra.

—No, ella es una rosa —contradijo una tercera.

—¿Por qué hay una sirvienta aquí? —preguntó una cuarta.

Cansada de sus comentarios, decidí enfrentar a Yè Mèi. Al tocarle el hombro, ella y las demás se giraron para mirarme con desafío.

—Yo tampoco soy una sirvienta —dije, mi mirada llena de frustración—. Tampoco soy una rosa. Soy Lunara del Salón de los Suspiros. Todas ustedes deberían recordar mi nombre y mis antecedentes porque las voy a vencer a todas en el examen inmortal —declaré con orgullo antes de girarme para irme, sus burlas resonando detrás de mí.

Saliendo de Kranad, me dirigí directamente al bosque. Suspiré y me transformé en una loba para poder llegar más rápido a la cabaña de mis amigos. Al llegar, volví a mi forma humana y toqué la puerta dos veces. Yuebai, con orejas largas y suaves de conejo y una pequeña cola esponjosa, abrió la puerta. Su rostro era delicado y armonioso, y su vestimenta, un hanfu de tonos claros y pastel, estaba adornado con bordados que simbolizaban pureza y sueños. Entré con una sonrisa, encontrándolos reunidos alrededor de una mesa. Yuebai se movía con una gracia casi sobrenatural, emanando una calma y serenidad que inspiraban paz y tranquilidad.

La mesa estaba adornada con los colores de la naturaleza y la magia. Fenghuang, Heiyu y Huolong, tres guardianes de aspecto sobrenatural, me esperaban con una mezcla de curiosidad y solemnidad.

Fenghuang, con su cabello rojo fuego y mechones dorados, me miraba con ojos ámbar que brillaban como joyas preciosas. Sus plumas iridiscentes cubrían sus brazos, extendiéndose en alas majestuosas que cambiaban de color con la luz. Su rostro esbelto y exótico estaba adornado con una diadema que se asemejaba a una corona de plumas, y su túnica roja, dorada y verde ondeaba como si estuviera viva.

Heiyu, el ágil, tenía un cabello negro ébano y ojos verdes esmeralda que destellaban con vida. Las plumas negras cubrían sus brazos, y en momentos de emoción, su nariz se transformaba en un pico tucán de colores vivos. Vestía una chaqueta bordada con aves y patrones geométricos, y sus movimientos rápidos y precisos reflejaban la agilidad de un ave.

Huolong, el astuto, con su cabello rojo anaranjado y reflejos dorados, tenía orejas puntiagudas de zorro y una cola esponjosa que se balanceaba detrás de él. Su túnica ligera de tonos cálidos estaba decorada con patrones de llamas y hojas de arce, y se movía con una gracia felina, su mirada ámbar revelando una profunda sabiduría.

Me acomodé en el suelo, sintiendo la calidez de la cabaña y la presencia reconfortante de mis amigos. Comencé a relatar los eventos en el reino celestial, cada palabra teñida con la frustración y determinación que había sentido. Mientras hablaba, Heiyu comía sin parar, su apetito insaciable reflejando su energía vibrante y alegre. 

La cabaña se llenó de un silencio reflexivo mientras mis amigos digerían mis palabras. Fenghuang frunció el ceño, su expresión de preocupación reflejaba la luz de las velas que parpadeaban suavemente.

—Luna, ¿cómo podrían reírse de ti? Es solo un examen inmortal —dijo Fenghuang, su voz era un hilo de fuerza en la penumbra.

Huolong asintió, sus ojos ámbar brillando con una intensidad feroz.

—Ellas también pueden fallar —afirmó, su tono era un recordatorio de que incluso los seres celestiales no eran infalibles.

Fenghuang me animó con una sonrisa que iluminaba su rostro.

—Exactamente. Deberías olvidar lo que hayan dicho. Estamos todos contigo —dijo Yuebai, su voz era un bálsamo para mi alma herida.

Mis ojos se humedecieron con gratitud hacia mis amigos.

—Amigos como ustedes valen la pena. Para ser sincera, necesito su apoyo —confesé a Yuebai, mi voz temblaba ligeramente—. Como todos saben, mi cultivo inmortal está dañado. Para aprobar el examen, tengo que curarlo, pero el medicamento realmente cuesta mucho. Si tienen dinero extra, ¿pueden...? —les hice ojitos de cachorrito, esperando tocar sus corazones.

Fenghuang me miró con una mezcla de simpatía y sabiduría.

—Luna, durante los últimos 500 años has tomado tantos medicamentos y gastaste todo tu salario en eso. Pienso que será mejor que ahorres tu dinero —me aconsejó, su mano apretando la mía con calidez.

Heiyu, siempre el más despreocupado, continuó comiendo, su "sí" repetido era un mantra de apoyo incondicional.

—No dijiste eso. Tengo que pagarle al joven Eerlang por su amabilidad. Ese siempre ha sido mi sueño —insistí, poniendo cara de cachorrito regañado.

Fenghuang me miró con una mezcla de afecto y realismo.

—¿Pagar por qué? Simplemente te gusta él. No vamos a creer en tu mentira, pero no puedes mentirte a ti misma. De todos modos, no importa cuánto te guste, no le gustarás —me dijo amablemente.

Mis ojos se llenaron de lágrimas.

—¿Por qué? —pregunté, la tristeza teñía mi voz.

Huolong intervino con su habitual astucia.

—Debes saber quién es tu competencia.

Fenghuang asintió, su voz era un eco de la realidad.

—Yè Mèi, la chica más hermosa de Kranad.

Huolong me miró con una pregunta implícita en su mirada.

—El padre es Hǎi Wò. ¿Y el tuyo?

Sentí cómo mi corazón se hundía aún más.

—¿El mío? —repetí, mi mente se perdía en recuerdos que nunca tuve.

Fenghuang me ofreció una verdad incómoda.

—Luna, eres una pequeña lykan. No tienes padre.

Bajé la cabeza, mis ojos cristalizados por las lágrimas no derramadas. Pero luego, con un destello de esperanza, saqué el jade y lo extendí en mis manos para que todos lo vieran.

—Miren esto. Se llama Líng Guāng Yù Tiānshǐ Shí. Lo he buscado. Es un jade demasiado raro en el océano más septentrional. Se necesitan 10.000 años para hacer uno. Es extremadamente precioso, pero Sailius Eerlang me lo dio —terminé de explicar, mientras todos miraban el jade y luego me miraban de reojo, preguntándose qué significaría ese gesto de Sailius Eerlang hacia mí.

La tensión en el aire era palpable mientras mis amigos y yo contemplábamos el jade que Sailius Eerlang me había dado. Huolong, con su habitual cinismo, sugirió que tal vez el ángel simplemente se había cansado de la piedra.

—Es solo una piedra, tal vez solo estaba cansado de tenerla y ya no la quería  —dijo Huolong, señalando el jade con desdén—. Mira, mira, los serafines en él se han ido, no tiene valor.

Hice un puchero suave, sintiendo cómo la duda se arrastraba en mi corazón. Fenghuang, siempre la voz de la razón, me instó a aceptar mi destino y dejar de soñar.

—Luna, debemos aceptar nuestro destino, deja de soñar, solo olvídalo —me aconsejó con cariño.

Heiyu, con su eterno optimismo, solo podía asentir con un "sisisi" mientras comía.

Yuebai, sin embargo, se puso de pie, su paciencia agotada por la negatividad.

—Suficiente —dijo con firmeza—. ¿Somos realmente amigos de Luna? Los amigos deben estar siempre con ella en momentos críticos, ¿no es así?

Se acercó a mí y se sentó a mi lado, ofreciéndome un consuelo que no sabía que necesitaba.

—Las piedras espirituales que he guardado están todas en mi habitación. Iba a comprar unas pastillas después de transformarme, pero ahora puedes tomarlas todas —me dijo con una sonrisa suave.

Las lágrimas de felicidad brotaron de mis ojos mientras la abrazaba fuertemente.

—Yue, gracias —le dije, mi gratitud era tan profunda como el océano más septentrional.

Huolong gritó detrás de nosotros, corriendo para detenerme, pero ya era demasiado tarde. Agarré las piedras espirituales y salí corriendo de la habitación, perseguida por mis amigos.

—¡No tomes lo mío, Luna! —gritaba Huolong, pero Yuebai me ayudó a escapar, abriendo la puerta del bosque para mí.

—¡No hay palabras que puedan expresar mi agradecimiento! Después de pasar mi examen inmortal y convertirme en una doncella inmortal, mi salario les pertenecerá! —les grité antes de detenerme cerca de un manantial, mirando las piedras espirituales con alegría.

—Excelente, con estas piedras espirituales puedo comprar mis medicinas —pensé en voz alta, pero entonces la púlcera de media luna que tenía comenzó a brillar suavemente, un presagio que no entendía.

«Lamentablemente, eso no significa buenas noticias» —comentó Yě Líng, mi loba interior.

Me acerqué a un árbol especial y toqué su corteza, invocando mi magia para ver qué estaba pasando en el Salón de los Suspiros. Un libro del destino brillaba con demasiada intensidad.

—Ese es el libro del destino de Sailius Eerlang —dije, preocupada.

Con mi magia, hice que el árbol dejara de mostrarme la visión y corrí rápidamente hacia el Salón de los Suspiros. Subí las escaleras de dos en dos y atraje el libro hacia mí con mi magia.

—Esto es extraño, el destino de un ángel está casi resuelto. ¿Por qué cambiaría tan repentinamente? —me pregunté en voz alta.

Me senté en el suelo cerca de mi mesa y me acerqué al libro del destino. La sala está en silencio, solo el sonido de mi respiración acompaña el momento. Levanto mis manos frente a mí, palmas juntas, como si estuviera rezando por la sabiduría para descifrar los secretos que están a punto de revelarse. Lentamente, deslizo una mano sobre la otra, separando mis palmas mientras mis dedos se entrelazan en un baile delicado. Cada gesto es un verso en el poema del destino, cada movimiento una palabra en el lenguaje del universo. Mis manos se mueven con gracia, trazando patrones en el aire, tejiendo la tela del tiempo y el espacio. Finalmente, con un movimiento fluido, extiendo mis brazos hacia adelante, las palmas hacia arriba en una ofrenda.

El libro responde, sus páginas brillando con una luz etérea, revelando los hilos del destino que solo yo puedo leer. En ese momento, observo cómo Sailius Eerlang está cayendo en un tipo de espacio. Esto me obliga a cerrar el libro con mi magia.

—¿Por qué ahora caería? Oh no, el joven Sailius Eerlang estará en peligro de morir esta noche —dije, cerrando el libro con mi magia, mi corazón latiendo con urgencia ante la inminente tragedia.

Levanto un poco mi vestido y salgo corriendo escaleras abajo. Mi corazón palpita rápidamente mientras cruzo el puente. Observo que el cielo se oscurece de repente. Resoplo y dejo que Yě Líng actúe. Me transformo y corro velozmente por el bosque, mientras las flores y árboles comienzan a susurrar sobre la caída, poniéndome más nerviosa de lo que ya estaba. Brinco sobre algunos caminos rocosos hasta llegar a un árbol gigantesco. Me detengo allí, jadeando pesadamente, y vuelvo a mi forma humana.

A unos pasos de distancia, se alza una enorme torre protegida con una barrera de color amarillo. Muchos ángeles celestiales rodean la torre mientras vuelan.

—Llegó el momento. Todos los celestiales tenemos que fortalecer el sello en el cuarto. No se permite ningún error —dice uno de ellos, que al parecer es el ángel supremo y líder.

—Sí —responden todos los ángeles.

Yo sigo escondida detrás del árbol, buscando con la mirada a Sailius Eerlang. Lo veo que está al lado derecho de su líder. Frunzo el ceño mientras observo la barrera. Dentro de la barrera noto que hay una especie de esfera de color celeste. Suspiro, pensando en cómo romper la barrera o, como dijeron los ángeles, el sello.

La noche se cernía sobre el bosque, y el destino de Sailius Eerlang pendía de un hilo. La esfera celeste, que amenazaba con romper el sello, era una manifestación de un poder que incluso los ángeles temían. Mientras los celestiales se reunían para fortalecer el sello, observo la escena con un corazón palpitante y un miedo que no podía contener.

—Siempre he estado haciendo muy buenas obras... y nunca hice nada malo. No deseo hacer una fortuna, solo espero poder arreglar mi cultivo inmortal y tener una vida tranquila. No moriré hoy, ¿verdad? —murmuré, mis palabras eran una plegaria silenciosa en la oscuridad creciente.

Yě Líng, mi loba interior, me ofreció palabras de aliento en medio de la incertidumbre.

«No voy a permitir que mueras» —dijo, su voz era un faro de esperanza en la tormenta que se avecinaba.

Observé cómo la esfera empujaba contra el sello con una fuerza creciente, y aunque los ángeles se esforzaban por mantenerlo intacto, la esfera logró penetrarlo, enviando a los ángeles volando en todas direcciones. Pero se recuperaron rápidamente, su luz y poder se entrelazaban en una red luminosa que se fusionaba con el sello.

Sailius Eerlang, mi ángel, se enfrentó a la esfera con un poder impresionante, intentando forzarla de vuelta al sello. Mientras tanto, el libro del destino que tenía en mis manos mostraba signos preocupantes: las rajaduras en sus páginas eran un presagio de un posible final trágico.

—La línea de vida de Sailius Eerlang todavía se está rajando... ¿Qué tengo que hacer? Es casi media noche —me pregunté, la urgencia de la situación pesaba sobre mí como una losa.

La batalla entre los ángeles y la esfera era un reflejo de lo que había visto en el libro del destino. La noche avanzaba, y con cada minuto que pasaba, el peligro para Sailius Eerlang se hacía más real. Tenía que actuar, pero ¿cómo podría una lykan como yo influir en el destino de un ángel?

La noche se había convertido en un lienzo oscuro, salpicado por el caos de la batalla celestial. La esfera, con su poder abrumador, amenazaba con consumir a mi ángel, Sailius Eerlang. Recordé las palabras de mi maestra, un eco frío en mi mente:

«Mi querida discípula, recuerda esto: el maestro del libro del destino no puede decirle nada a su dueño ni cambiar el destino de nadie, de lo contrario tendría que... soportar la ira de Dios y morir.»

A pesar del miedo que me invadía, sabía que debía actuar. Observé cómo la esfera se intensificaba frente a Sailius, su luz casi devoradora. El rey celestial gritó su nombre, una advertencia desesperada que resonó en el aire.

—Eerlang!

En un acto de valentía impulsiva, me lancé al vuelo, interponiéndome entre la esfera y Sailius. Una máscara dorada cubrió mi rostro, ocultando mi identidad pero no mi determinación. Cerré los ojos, esperando el impacto, y sentí cómo la esfera me arrastraba hacia la torre. Sailius intentó agarrarme, pero fue en vano; ya estaba cayendo dentro de la torre, rodeada por esferas de colores que danzaban alrededor mío.

Sailius:

Con toda la magia a mi disposición, luché contra la orbe, pero su fuerza era demasiado para mí. Justo cuando la muerte parecía segura, una figura apareció ante mí. Fruncí el ceño, intentando alcanzarla, pero la orbe la arrastró hacia la torre antes de que el sello se cerrara, fortaleciéndose una vez más.

Me acerqué a mi hermano, el líder celestial, con preocupación.

—Hermano, una chica ha caído en la torre Sylpharion.

—El sello de la torre Sylpharion se ha completado; ya no podemos abrirlo, —respondió, antes de desaparecer en la noche.

Me quedé observando el lugar donde la chica había caído, mi corazón pesado con la gravedad de lo ocurrido.

Lunara:

Caía en la torre prohibida, un lugar de leyendas y temores, donde ningún ser alado debería aventurarse. Las esferas mágicas, centelleantes y juguetonas, me rodeaban en un torbellino de colores.

—¡Ayuda! —grité, cerrando los ojos, pero el dolor en mi pecho era inmenso.

«Está brillando,» —observó Yě Líng, su voz era una mezcla de asombro y preocupación.

Mantuve los ojos cerrados, el miedo paralizándome mientras la realidad de mi situación se asentaba. Estaba sola en la torre Sylpharion, un lugar del que nadie había regresado jamás.

Las esferas mágicas me habían llevado ante una figura de cabello negro, cuyos ojos contemplaban curiosos mientras yacía frente a mí, inmóvil, con los ojos cerrados como si estuviera sumido en un sueño profundo. Las esferas me impulsaron hacia adelante y, sin querer, mi mano tocó su pecho. En ese instante, una explosión de magia nos envolvió, y sus ojos se abrieron, centelleando de un azul profundo que parecía contener el mismo cielo nocturno.

Las esferas nos empujaron aún más cerca, y nuestros labios se encontraron en un beso accidental, lleno de sorpresa y una electricidad que recorrió mi ser. Fue entonces cuando el hechizo se activó. Sentí como si mi alma fuera arrancada de mi cuerpo y lanzada a través de un vórtice de estrellas y sombras.

Cuando la sensación de vertiginoso viaje cesó, me encontré en una isla nevada, desolada, con un único árbol seco que se alzaba como un monumento a la soledad. Al tocarlo, una luz blanca se deslizó por su corteza, pero el árbol permaneció inerte, sin signos de vida. Confundida, volví a aparecer en la torre, pero algo era diferente.

Había una chica frente a mí. Me acerqué poco a poco.

«¿Quién es ella? ¿Por qué está en mi vestido?» —me pregunté mentalmente mientras, enfrente de ella, extendí mi mano para tocarla. Sin embargo, ella agarró mi muñeca fuertemente, luego mi cuello. Me miró de manera fría y sin algún sentimiento alguno mientras me levantaba al aire. Grité, alejándome de ella rápidamente.

—¡Un fantasma! —grité, alejándome lo más que podía—. ¡Ayuda, ayuda, ayuda! —dije, pero ella volvió a agarrar mi cuello.

—¡Ayúdame, suéltame! —dije casi sin aire—. ¡Ayuda! —volví a decir, y ella me miró de forma asesina.

—Cállate la boca —ella me soltó y yo caí al suelo mientras la miraba asustada. Ella me rodeó, mirándome de forma cruel, y yo me alejé cada vez que ella se acercaba.

—¿Por qué te ves igual que yo? —pregunté con miedo. Ella solo miró al frente, pero su mirada fría no bajaba.

—No sé por qué he cambiado de cuerpo contigo —me dice su voz, siendo cruel con cada palabra.

—Te refieres a que ahora estás en mi cuerpo y yo en el tuyo —digo, señalándome mientras toco el pecho y mis piernas. Al ver que ella me mira como si me fuera a matar por lo que estoy haciendo con su cuerpo, solamente dejo de hacerlo, confundida. Me levanto rápido mientras la miro.

—Entonces, ¿qué debemos hacer? —noto que ella, o mejor dicho, mi cuerpo, agarra una roca. Pienso que me va a pegar, así que retrocedo con miedo. Sin embargo, ella lanza la roca hacia el vacío oscuro de la torre. La piedra se convirtió en el catalizador de un milagro, un destello de luz que se expandió en círculos concéntricos. Un portal se abrió ante mí, un caleidoscopio de símbolos antiguos y constelaciones que danzaban en un ballet cósmico. Era como si cada estrella hubiera encontrado su lugar en un tapiz celestial, y yo, una mera espectadora, me encontraba fascinada por la belleza de este fenómeno.

—Ves la matrix de Sylpharion —susurró ella con voz que destellaba odio—. Esa es la salida. Como estás en mi cuerpo, ahora tienes un gran poder. Destruye la matrix con tu poder y podemos escapar de ella. Después de que salgamos, naturalmente podemos recuperar nuestros cuerpos —me dice con voz odiosa mientras me mira fríamente, pero yo estoy muy confundida y con miedo de su presencia.

—¿La matrix Sylpharion? —levanto mi dedo sospechosamente—. Espera, eres un criminal que fue sellado. Me estás engatusando para que te deje salir —le digo, pensando, pero cometí un grave error. Ella, otra vez, agarra mi cuello, mirándome con maldad.

—Será mejor que no me menciones en el mismo aliento con esos perdedores. Mi paciencia es ilimitada. Destruye la matrix Sylpharion ahora o te mataré —me dice, mirándome fríamente, lo que hace que un escalofrío recorra mi espina dorsal.

La amenaza colgaba en el aire, pesada como una losa de plomo. La matrix de Sylpharion, ese entramado de energía y luz, parecía ser la clave no solo para nuestra libertad, sino también para el destino de ambos mundos. Mi mente corría a mil por hora, intentando descifrar el rompecabezas mientras la presión de su agarre amenazaba con robarme el aliento.

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