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Capítulo 5: La Cautiva de la Tormenta

En el susurro del viento y el fulgor de la llama, el destino se teje con hilos de valor y magia.

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Lunara:

Con el libro del destino firmemente sujeto entre mis manos y la máscara la desaparezco, me adentré en el bosque. La penumbra se cernía sobre los árboles, y cada sombra parecía cobrar vida propia. Aunque el miedo me instaba a correr, mis pasos eran medidos; cada hoja que crujía bajo mis botas resonaba como un grito en la quietud.

De repente, una figura etérea apareció entre los árboles. Era mi ángel, Eerlang, cuya presencia siempre había sido mi guía y mi consuelo. Pero algo en su silueta me hizo detenerme. Algo no estaba bien. Me oculté detrás de un árbol, conteniendo la respiración, mientras él miraba a su alrededor.

—¿Quién anda ahí? —su voz, aunque serena, llevaba un filo de alerta.

«Dame paso que te saco de aquí rápido», —susurró Yě Líng, mi loba interior. No dudé ni un segundo; me transformé en mi forma lupina y corrí a través del bosque, veloz como un rayo. En un abrir y cerrar de ojos, estábamos en el reino celestial.

Volví a mi forma humana y caminé por el patio del reino celestial, escuchando a las celestiales conversar entre ellas.

—¿Has oído? Los pecadores inmortales de la torre Sylpharion escaparon anoche —comentó una, pasando frente a mí.

—¿En serio? —preguntó otra, incrédula.

—Sí. La torre Sylpharion es un lugar prohibido —respondió la primera en un susurro conspirativo.

Yo, con mi curiosidad insaciable, me acerqué discretamente para escuchar mejor.

—¿Quién sabe? —dijo una joven celestial, su voz teñida de misterio.

—El ángel de la guerra, Eerlang, ha capturado a los que escaparon. Nadie se quedó afuera —intervino la princesa Yè Mèi, con un tono de orgullo.

—¿En serio? —volvió a preguntar la otra.

—Por supuesto. Con Eerlang en Kranad, no hay nada que temer —aseguró la princesa, calmando a las demás.

Sonreí para mis adentros, victoriosa. Eerlang había demostrado una vez más su poder y su lealtad al reino celestial.

—Está bien, ¿y qué pasa con el acto? Con esas humildes habilidades tuyas no puedes ganar contra mi ángel Eerlang. ¿Ves? Te atraparon, ¿verdad? —dije, recordando la supuesta fuerza de Kael, que ahora estaba encerrado. Su poder, una vez admirado, ahora era motivo de burla.

«Niña, no te burles así de tus mayores», —se mofó Yě Líng, y yo no pude evitar bufar ante su comentario.

«¿Por qué no? Se suponía que Kael era poderoso, ¿no? Y perdió contra el ángel Eerlang», —dije, mi voz apenas un susurro.

Yě Líng, mi loba interior, suspiró en mi mente, una brisa de sabiduría antigua. «Es raro porque en mis tiempos él no se dejaba vencer por nadie. Tuvo que haber pasado algo».

«Es por lo viejo que es, ya no le funciona el sistema», —respondí con sarcasmo, y pude sentir la risa de Yě Líng vibrar en mi alma.

Yǔxī:

En la ciudad Longhuan, Yǔxī, maestra del pabellón Shenyin, observaba el caldero con el ceño fruncido. La magia burbujeaba dentro, esperando ser liberada.

—Tíralos al caldero de Dominios del Espíritu Ancestral —ordenó—. Y háganlos espíritus malignos.

—Sí —respondieron sus guardias.

De reojo, vi a mi mano derecha acercarse, así que giré para enfrentarlo.

—Maestra, aquellos que fueron a buscar a la diosa Liuyue están de vuelta —informó, y un suspiro escapó de mis labios.

—Volvamos al pabellón Shenyin —ordené, y él asintió con respeto.

—Sí, maestra.

Caminamos juntos, regresando a la ciudad Shenyin. Una vez dentro, nos dirigimos a un cuarto privado.

—Están todos aquí —anunció mi mano derecha.

La ira hervía en mi interior como un caldero a punto de desbordarse.

—¡Inútil! Después de tanto buscar, solo encontraste algunos espíritus de cambiaformas humildes, —exclamé, mi voz resonando con desdén por la incompetencia que me rodeaba.

—Soy incompetente, —admitió mi mano derecha, sus palabras cargadas de resignación.

—Olvida eso. El señor ha planeado esto durante 500 años; no hay necesidad de apresurarse, —le dije, intentando ocultar mi frustración.

—Maestra, durante 500 años hemos buscado por todos los Cuatro Reinos. ¿A quién busca el señor?, —preguntó mi mano derecha, su curiosidad brillando en sus ojos.

—No preguntes cosas que no deberías, —le reprendí, lanzándole una mirada que helaría el fuego mismo.

—Si, maestra, —asintió, comprendiendo su lugar.

—Llévalos a Hún Biàn Zhī Dì, —ordené con autoridad.

—Si, maestra, —respondió, haciendo una reverencia. Estaba a punto de retirarse cuando lo detuve, dándole la espalda para mantener la solemnidad de mi siguiente declaración.

—El plan del maestro se basa en esto; nada puede salir mal. Si pasa algo, infórmame de inmediato, —instruí, mi tono dejando claro que no toleraría errores.

—Si, maestra, —dijo, haciendo otra reverencia. Pero antes de que pudiera dar un paso más, los gritos de los guardias llenaron el aire, corriendo de un lado a otro en un frenesí de urgencia.

El aire se llenó de un silencio expectante cuando el líder dio la orden. 

—¡Lingzhi fenghuang ha escapado! Rápido, deben ir allí, ustedes por aquí, ¡busquen! —Su voz resonó con urgencia, y los subordinados se dispersaron, cada uno asumiendo su puesto en la búsqueda frenética.

Kael:

Mientras tanto, Kael experimentaba una realidad que se desmoronaba, una fuerza desconocida lo arrastraba a través de un túnel de luz y sombras. Cuando sus pies finalmente tocaron suelo firme, abrió los ojos para encontrarse en un lugar que desafiaba toda lógica. Estaba en la orilla de un lago sereno, cuyas aguas reflejaban un cielo cargado de nubes tumultuosas. Los rayos del sol se filtraban entre ellas, tiñendo todo con una luz dorada y sobrenatural.

Frente a él, una isla emergía del centro del lago, un lugar conocido como Yìwàng Zhī Dì. Cruzándose de brazos, Kael observó el lago con una mirada penetrante.

—Lóng Xiǎoyún, —llamó con una voz que parecía emanar de las profundidades de la tierra.

«Un reencuentro bonito», —comentó Tiān Láng, su lobo interior, con un tono que rozaba la burla. Kael solo pudo regañarlo mentalmente, su atención capturada por la aparición de un dragón que emergía del lago. La criatura era la encarnación de la majestuosidad y el poder, con escamas que brillaban como joyas preciosas bajo la luz del sol. Sus ojos rojos ardían con una intensidad que reflejaba no solo fuego, sino también un afecto profundo.

Al reconocer a Kael, el dragón emitió un rugido que se hizo eco en el valle, un saludo que parecía celebrar su regreso. Con una elegancia que contradecía su tamaño, el dragón aterrizó sobre una roca y, ante los ojos de Kael, su forma comenzó a cambiar. La bestia se transformó, adoptando la apariencia de un joven con cabello negro como la noche y ojos cafés que conservaban el calor y la luz de las llamas que alguna vez fueron su esencia. Vestía ropas negras, elegantes y fluidas, que recordaban a las de un guerrero.

Lóng Xiǎoyún hizo una reverencia ante Kael, su mirada fija en el suelo. 

—Mi señor, te he estado esperando durante 30.000 años. Todos decían que estabas muerto, pero ahora finalmente has regresado a los cuatro reinos, —dijo, sin atreverse a mirar a Kael a los ojos.

El eco de mi voz se disipó en el aire, llevando consigo la incredulidad de Lóng Xiǎoyún.

—¿Muerto? Soy inmortal. Sígueme al reino Xuánlíng Guó, —le dije, y él asintió, su gesto lleno de una lealtad inquebrantable.

Con un destello de luz azul, nos sumergimos en el velo del espacio-tiempo. El mundo a nuestro alrededor se distorsionó, y en un instante, nos encontramos rodeados por las imponentes estatuas de piedra de guerreros ancestrales. Sus miradas pétreas parecían atravesar las eras, reconociéndonos como los herederos de un legado milenario. El lugar vibraba con una energía ancestral, y sentí cómo la magia del teletransporte se desvanecía, dejando tras de sí un rastro de chispas azules que ascendían al cielo.

Las estatuas se alzaban majestuosas, cada una narrando su propia epopeya de valor y sacrificio. Lóng Xiǎoyún y yo intercambiamos una mirada cargada de historia y determinación.

—Mi señor, durante la gran guerra entre los dos clanes hace 30.000 años, 100.000 soldados quedaron atrapados aquí. Solo podemos contraatacar a Sylpharion si rompemos su sello, —me explicó Lóng Xiǎoyún, su voz teñida de urgencia mientras caminábamos entre los soldados petrificados.

Flashback: Hace 30.000 años

El sol estaba en su cenit, ocultando mi rostro y reflejando mi poder. La diosa Liuyue me observaba con desprecio, su mirada tan fría como el hielo eterno.

—Tengo el alma del diablo supremo; soy inmortal, —le dije, mi voz impregnada de un odio que había fermentado durante eones.

—Soy el diablo supremo de los Cuatro Reinos. Eres solo una mujer, ¿y quieres matarme?, —me burlé de ella, mi risa resonando con desdén.

La diosa no se inmutó ante mis palabras. Su postura era la de alguien que conocía secretos que yo aún no podía descifrar. En ese momento, supe que la batalla que se avecinaba sería una como ninguna otra.

La diosa Liuyue me miraba fijamente, su voz resonaba con una advertencia que desafiaba mi arrogancia. 

—Diablo supremo, subestimar al enemigo es un tabú militar, —dijo.

—Los débiles tienen tabúes. No tengo tabúes, tú perderás, —le respondí, burlándome de ella. Pero desde las alturas, vi cómo ella levantaba su espada y la incrustaba en su vientre. Una luz anaranjada brotó con velocidad, y ella se elevó, extendiendo sus brazos y liberando todo su poder. Mis guerreros quedaron petrificados, sus cuerpos convertidos en estatuas mientras su gran espada caía del cielo, clavándose en la tierra con un estruendo ensordecedor.

Fin del flashback

Sobrevolé la espada, tocando el lugar donde se sostiene con la mano. 

—Después de la gran guerra, la noticia de tu muerte se extendió al Hǎilán Yáng. Su alteza Fēng Hàn fue designado como el Supremo del abismo nuevo. Sin embargo, dentro de solo cien años, los dos reyes del sur y del norte del condado de Yōuxián Hǎi se revelaron uno tras otro y se hicieron reyes. En estos 30.000 años, Hǎilán Yáng ha tenido disturbios civiles constantes, —me informó Lóng Xiǎoyún, mientras fruncía el ceño por todo lo que me informaba.

—Fēng Hàn, mi hermano menor, sigue siendo tan estúpido e incompetente como siempre. ¿Qué tal los Lykans?, —pregunté fríamente, girando la cabeza para mirarlo solo un momento breve.

—Mi señor, en estos 30.000 años, el reino de los lykans se ha apoderado de las tierras mientras los disturbios civiles ocurrían en Hǎilán Yáng. Recientemente, incluso tomaron el océano más septentrional. Ahora se están volviendo más y más fuertes, —explicó Lóng Xiǎoyún, detallando paso a paso todo.

La revelación de Lóng Xiǎoyún me dejó pensativo. El mundo que conocía había cambiado, y con él, los desafíos que enfrentaría. Pero una cosa era segura: mi regreso no sería en vano. 

—Los hipócritas celestiales solo pueden atraparme usando estos trucos sucios —dije con molestia mientras observaba la espada que ahora era una piedra.

Lóng Xiǎoyún, mi leal compañero, se acercó con una mezcla de ira y preocupación reflejada en su semblante.

—Acosaron al clan Shenduhui mientras no teníamos líder. Tenemos 200.000 guerreros de élite en Hǎilán Yáng. ¿Cómo podemos soportar un insulto como este? —su voz era un rugido que demandaba justicia.

—Hoy he regresado a los cuatro reinos para conducir a mis antiguos hombres, para revivir el Hǎilán Yáng y acabar con el reino celestial —declaré, y con un gesto, encendí mi poder demoníaco de un azul oscuro, lanzándolo hacia la espada. Sin embargo, esta no respondió a mi llamado, lo que avivó aún más la ira que ardía en mi pecho desde que supe todo lo que había pasado durante mi ausencia.

«Todos van a morir» —pronunció Tiān Láng, su voz finalmente coherente con la gravedad del momento.

«Van a caer uno por uno» —afirmé con orgullo, sintiendo cómo el poder fluía a través de mí, prometiendo venganza y restauración.

—Mi señor, ¿cómo puede suceder esto? —Lóng Xiǎoyún miró la espada con incredulidad.

—La espada Fēngyǐng Jiàn es la raíz del sello. La arma sagrada conoce a su ama; solo Liuyue puede sacarla, pero hace 30.000 años su espíritu primordial fue destrozado y quemado —expliqué, aunque una sombra de duda cruzó mi mente al sentir un dolor punzante en mi muñeca. Levanté la manga para descubrir dos latigazos marcados con fuerza en mi piel.

«Esto me recuerda cuando estabas asfixiando a la niña malcriada. ¿Estará en problemas?»** —inquirió Tiān Láng, su tono burlón ocultando una preocupación genuina.

«Tiene que estarlo, porque estos latigazos no son de amor» —respondí, sintiendo cómo las heridas ardían con una intensidad que presagiaba problemas.

—Mi señor —Lóng Xiǎoyún se acercó, su voz teñida de ansiedad.

—¿Podría estar ella detrás de esto? —murmuré, contemplando los surcos rojos en mi brazo, presagios de una tormenta que se avecinaba.

Lunara:

Camino con serenidad a través del reino celestial, mis pies deslizándose suavemente sobre el sendero de jade que se extiende ante mí. Las nubes flotan a mi alrededor como algodones dorados, iluminadas por la luz suave y etérea del cielo. La tranquilidad de este lugar es abrumadora, y cada paso que doy parece resonar en la quietud del aire.

Delante de mí, se despliega un puente magnífico. Sus pilares de mármol blanco y jade verde se elevan hacia el cielo, y los dragones tallados en la barandilla parecen cobrar vida con cada rayo de luz que los acaricia. A medida que comienzo a cruzar, el sonido melodioso de una guqin parece surgir de alguna parte, envolviendo el puente en una atmósfera de magia y misterio.

Con un movimiento de mi mano, conjuro una sombrilla de seda roja. Su aparición es súbita y elegante, como un loto abriéndose en la superficie de un lago tranquilo. La seda se despliega, creando un contraste vibrante con la luz dorada que nos rodea. La sombrilla proyecta una sombra delicada sobre mí, ofreciendo un refugio temporal en este mundo celestial.

Al llegar al otro lado del puente, me despido del reino celestial. Las afueras del reino son un mundo completamente diferente. El sendero de jade se convierte en caminos de piedra y tierra, rodeados de colinas cubiertas de bambú y flores silvestres que susurran al viento. El aire aquí es fresco y lleno de los aromas de la naturaleza.

Sigo el camino serpenteante, mis pies moviéndose con familiaridad sobre el terreno desigual. A lo lejos, la silueta de una ciudad se perfila contra el cielo. A medida que me acerco, las campanas de los templos comienzan a tañer suavemente, su sonido llevándome hacia el corazón de la ciudad.

Las tiendas, adornadas con toldos de un rojo intenso, crean un mar de colores vibrantes a ambos lados de las calles. La ciudad es un hervidero de actividad. Los comerciantes gritan sus ofertas, los niños corren por las callejuelas, y el aire está lleno de aromas exóticos y especiados. La sombrilla roja sigue protegiéndome ahora de la nieve que cae mientras me adentro en este bullicio.

Saco la mano para tocar la nieve mientras sonrío. 

«Este lugar es tan hermoso, sin embargo, no sé por qué tengo un mal presentimiento, niña, ten cuidado» —me dice Yě Líng preocupada, cosa que es muy raro. Ella, al ser una lykan fuerte, le teme cuando ando en problemas. Qué contradictoria es.

«Tranquila, solo compraré mi medicina y regresaremos al salón de los suspiros, lo prometo» —le digo mientras me acerco a una tienda llamada Cángbǎo Gē. Veo a mi amiga Yueqin; ella tiene su cabello negro, sus ojos cafés, es muy amable y muy buena vendedora. Ella está saliendo de la tienda con un chico mientras hablan.

—Tienes que escucharme, yo nunca me equivoco —le dice ella, poniendo su brazo en el hombro del chico.

—Sí. Sí. Sí —le dice él, sonrojado.

—¿Estás satisfecho? —pregunta ella mientras él se aleja.

—Sí, sí, sí —dice él, sobando su mejilla.

—Por favor, ven de nuevo, hermano —dice ella feliz mientras el chico se va. Yo rápidamente me acerco a ella con una sonrisa.

—¿Qué estás haciendo aquí? —me pregunta ella, cruzándose los brazos.

—Hoy traje mucho dinero y estoy aquí para hacer negocios —le digo feliz, y ella sonríe mientras entramos a su tienda. Ella revisa en sus cajones.

La tienda de Yueqin es un tesoro de maravillas, cada objeto más intrigante que el anterior. 

—No puede estar mal, es un nuevo producto de primera calidad en mi tienda —me explicaba Yueqin con una sonrisa segura.

—Lo compraré, lo compraré —dije, intentando agarrar el frasco, pero ella lo movió fuera de mi alcance.

—Necesitas tres píldoras Yǔzhòu para ver el efecto y ocho pastillas para curarla por completo. Cada botella tiene exactamente ocho pastillas. Serán 460.5 piedras espirituales de bajo grado. En cuanto a las piedras espirituales premium, serán 28.6. Te daré un precio de amistad, ya que eres mi antigua clienta; cancelaré el 0.6 y lo haré 28 piedras espirituales premium. Todavía necesitas siete más, dámelas —me dijo, extendiendo su mano.

—¿Tantas? —pregunté, haciendo un puchero.

—¿Es muy caro? —inquirió ella, inclinando la cabeza a un lado.

—Yueqin —dije, jalando su brazo—, somos mejores amigas, ¿verdad?

—Sí —respondió ella, su voz suave como el terciopelo.

—Ya que somos mejores amigas y también soy una clienta habitual, solo cancelar 0.6 parece muy poco. ¿Nuestra amistad solo vale 0.6 piedras espirituales? No creo que sea apropiado —le dije, haciendo un puchero aún más grande.

Yueqin me miró, sus ojos brillaban con una mezcla de diversión y astucia. Después de un momento de silencio, sus labios se curvaron en una sonrisa.

—No es apropiado nuestra amistad. No tiene precio. Entonces no cancelaré el 0.6; será 28.6 piedras espirituales, nada menos —dijo Yueqin con firmeza, y yo no pude evitar quejarme, aferrándome a la mesa mientras ella intentaba sacudirme.

«Qué capricho, eso me gusta», —comentó Yě Líng, mi loba interior, divertida por la escena.

—Levántate, estás perturbando la comprobación de mi cuenta —insistió Yueqin, tratando de levantarme.

—No me importa, debo comprar este medicamento hoy. Esto es demasiado importante para mí; no me iré si no me lo das —repliqué, quejándome, mientras ella solo bufaba en respuesta.

—Lo que sea —dijo ella, resignada, poniéndose erguida.

Fue entonces cuando la voz de un chico interrumpió nuestra disputa. Me negué a levantarme, escuchando su conversación con la gerente.

—¿Por qué siguen aquí? ¿No deberían ser enviados al pabellón Shenyin hace unos días? —preguntó Yueqin con un tono de autoridad.

—Estuve demasiado ocupado estos días. Me olvidé —confesó el chico, claramente apenado.

—Entonces date prisa y envíalos —ordenó ella.

—No me atrevo, gerente. Esas personas en el pabellón Shenyin son las más crueles. Si los mando ahora, me regañarán; incluso podrían golpearme. Gerente, mira, si me lastiman, ¿quién trabajará para ti? ¿Verdad? —argumentó el chico, su voz temblorosa por el nerviosismo.

—Dámelos y vuelve al trabajo —le dijo Yueqin, cortante.

—Sí —dijo él, saliendo del lugar. Escuché los pasos de Yueqin acercándose.

—Oye, como somos hermanas, te ayudaré esta vez —me dijo, y yo me levanté rápido, sonriéndole.

«No, no, no, no vayas, niña. No seas terca, hazme caso, joder, ni se te ocurra aceptar», —dijo Yě Líng, alterada.

«Ni que me fuera a morir, Yě Líng. No te alteres tanto», —la calmé mientras miraba a Yueqin.

—Hazme un mandado. Envía esta ropa al pabellón Shenyin. Entonces extenderé tu periodo de pago para la Yǔzhòu —me dijo ella, entregándome una canasta con una manta roja. La agarré y también el frasco de las píldoras mientras la miraba.

—Es un trato —le dije, saliendo de la tienda apresuradamente.

—¡Pero el interés del crédito es del 50%! —me gritó— 50% —repitió.

*El viento soplaba con fuerza mientras me alejaba de la tienda, la canasta en una mano y el destino en la otra. La Yǔzhòu Dānyào era mi esperanza, mi salvación, pero también mi condena. Un interés del 50% era un precio exorbitante, pero *

«¿qué no daría por recuperar mi cultivo inmortal?»

—¡De acuerdo! ¡De acuerdo! —grité, mi voz se perdía entre el murmullo de la ciudad que dejaba atrás. Los vibrantes toldos rojos de las tiendas se desvanecían en la distancia mientras mis pasos me llevaban por un camino que prometía tanto peligro como misterio.

El sendero hacia Shenyin se estrechaba, serpenteando entre árboles cuyas ramas entrelazadas creaban un dosel que filtraba la luz en haces tenues. La luz del día comenzaba a desvanecerse, y con ella, mi seguridad. El aire se volvía más fresco y denso, cargado de una energía que no podía ser vista pero sí sentida.

Las antiguas estatuas de piedra que bordeaban el camino parecían observarme con ojos vacíos y sombríos, testigos silenciosos de un tiempo que ya no era el mío. Cada crujido bajo mis pies y cada susurro del viento entre los árboles me mantenían en alerta, como si cada sombra pudiera cobrar vida y cada sonido fuera el preludio de algo acechante.

Al llegar a Shenyin, el cambio en la atmósfera era palpable. El lugar tenía un aire oscuro y misterioso que erizaba la piel. Las sombras aquí parecían más profundas, el silencio casi absoluto, roto solo por el ocasional aullido del viento que parecía llevar consigo secretos antiguos.

Las casas modestas, cubiertas de musgo y con ventanas pequeñas, apenas dejaban entrever el interior. La poca luz que quedaba del día creaba un ambiente aún más inquietante, proyectando sombras alargadas y distorsionadas que parecían danzar con vida propia.

Con la canasta de ropa en mi brazo, cuidadosamente tapada con una manta roja, sentía cómo su peso aumentaba con cada paso. No era el contenido lo que la hacía pesada, sino la sensación de inquietud que me envolvía, como si con cada metro recorrido, me adentrara más en un mundo desconocido y temible.

Finalmente, llegué a un pabellón en el centro de Shenyin. El edificio era antiguo, con puertas de madera que crujían al abrirse y un interior que parecía aún más oscuro que el exterior. Entré con timidez, mis pasos resonando suavemente en el suelo de madera.

El lugar estaba lleno de sombras y esquinas oscuras, y sentía como si cientos de ojos invisibles me observaran desde la penumbra. Respiro hondo, intentando calmar los latidos acelerados de mi corazón.

Veo a un guardia y me acerco a él con cuidado, mostrándole la canasta. Sus ojos se posan en la manta roja. 

El guardia me miró con una severidad que cortaba el aire como una espada.

—Deja la ropa y vete, —ordenó, y yo asentí, adentrándome en la habitación que olía a madera vieja y secretos.

Con pasos medidos, me acerqué a una mesa baja y deposité la canasta sobre ella, retirando la manta roja que la cubría con un cuidado que rozaba lo ceremonial. Las sombras del pabellón danzaban a mi alrededor, como si fueran entidades vivas que susurraban historias de un pasado olvidado.

Abrí el armario con una mezcla de temor y curiosidad, y allí, entre las sombras y los ecos de un silencio casi tangible, encontré a una joven de belleza etérea. Su cabello negro caía en cascada sobre hombros frágiles, y su piel pálida hablaba de días sin sol ni alegría. Sus ojos, dos pozos de tristeza café, me miraron llorando.

—No me mates, —suplicó, cubriendo su rostro con manos temblorosas.

—Es tan caótico afuera. ¿Te están buscando? ¿Por qué te quieren matar? —pregunté, mi preocupación reflejada en mi voz.

—No sé, por favor sálvame, no quiero morir todavía, —dijo aterrorizada, aferrándose a mis manos como si fueran su último refugio.

—Encontraré una manera de sacarte de aquí, —prometí, mirándola a los ojos para infundirle un ápice de esperanza.

—Confía en mí, —le dije con voz serena, sintiendo cómo el frío de sus manos se filtraba en mi ser.

 —Voy a usar mi magia para ayudarte. —La chica asintió nerviosamente, sus lágrimas brillando con la luz de las velas como pequeñas estrellas fugaces.

Cerré los ojos y extendí mis sentidos, invocando el poder de la naturaleza que fluía a través de mí. Las palabras de un antiguo encantamiento brotaron de mis labios, y una luz azulada comenzó a emanar de mis manos, envolviendo a la joven en un halo de esperanza y misterio.

La luz azul que emanaba de mis dedos envolvía a la chica, transformando su miedo en una calma sobrenatural. 

—Voy a transformarte en algo hermoso y pequeño, algo que nadie sospechará, —le dije con una sonrisa tranquilizadora. 

—Te convertiré en una flor.

La magia fluía de mí como un río de primavera, y la luz se intensificó, tejiendo un hechizo que solo los más antiguos de Shenyin podrían conocer. La chica comenzó a cambiar; sus pies se elevaron del suelo, y su cuerpo se redujo a una fracción de su tamaño original. Su piel se suavizó hasta parecer etérea, y sus extremidades se transformaron en delicados pétalos de un rosa brillante con toques de blanco perlado. La transformación fue rápida, y donde antes había una joven aterrorizada, ahora yacía una flor de belleza inigualable.

Con cuidado, tomé la flor entre mis manos, sintiendo su fragilidad y la vida que aún latía dentro de ella. La coloqué en mi canasta, asegurándola entre mis pertenencias. 

—Estás a salvo ahora, —susurré, y aunque sabía que la flor no podía hablar, sentí su gratitud en el suave temblor de sus pétalos.

La tensión en el aire era palpable mientras los guardias continuaban su búsqueda frenética.

 —Nadie sospechará, —me dije a mí misma, susurrando mientras colocaba la ropa en el armario y cerraba la puerta con cuidado. Cubrí la canasta para ocultar la flor transformada, su nueva forma un secreto que debía proteger a toda costa.

Los gritos de los guardias resonaban fuera, una cacofonía de órdenes y pasos apresurados. 

—¡Mira allá!, 

—¡Nada aquí!, 

—¡Sigan mirando!. —Agarré la canasta, lista para marcharme, pero entonces mi pulsera comenzó a brillar con una intensidad que me hizo fruncir el ceño. Dejé la canasta en la mesita y me aseguré de que nadie estuviera cerca antes de investigar el origen del brillo.

Al quitar la sábana roja que cubría un rincón olvidado, mis ojos se posaron sobre un libro antiguo. 

—Aquí hay un libro del destino, —murmuré asombrada, mi corazón latiendo con fuerza ante el descubrimiento.

—De ninguna manera, —murmuré, vigilando la puerta.

«Es realmente un libro del destino, niña, tómalo y vámonos. Tengo un muy mal presagio, apúrate», —instó Yě Líng, su voz una mezcla de urgencia y temor.

Hice caso a mi lobita interior y extendí la mano hacia el libro, pero una barrera invisible me impidió tocarlo. Rápidamente toqué mi pulsera, lanzando un hechizo que hizo que el libro atravesara la barrera como si fuera agua. Lo agarré con rapidez y le lancé otro hechizo para revelar a quién pertenecía el destino escrito en sus páginas.

—Libro del destino sin nombre... ¿Qué está pasando? —me pregunté, confundida y alarmada. Guardé el libro en una bolsa oculta en mi vestido, asegurándome de que estuviera perfectamente escondido.

Regresé a la canasta, tomándola con firmeza mientras los guardias continuaban su búsqueda. Sabía que debía actuar rápido; el libro del destino sin nombre era un misterio que necesitaba resolver, pero no aquí, no en Shenyin, donde cada sombra podía ser un enemigo.

Con la canasta en mano y el libro seguro, me deslicé entre las sombras, moviéndome con la agilidad de un fantasma. La noche había caído, y con ella, la oportunidad de escapar sin ser vista. El destino de la chica-flor y el mío estaban ahora entrelazados, y juntas, enfrentaríamos lo que el futuro nos deparara.

—Nada aquí, nada aquí tampoco. ¡Continúen buscando! —ordenaba un guardia con voz de trueno, resonando a través de los pasillos.

Caminaba con cuidado, revisando que no hubiera nadie, cuando una bola de magia anaranjada me hizo tropezar. Mi canasta cayó lejos de mí, y yo caí al suelo, mi corazón latiendo con fuerza al ver a la mujer que se acercaba. Su cabello estaba recogido en un moño, vestía de negro y su piel era tan blanca como la nieve que nos rodeaba, su mirada tan oscura como la noche.

—¿Quién eres? ¿Cómo te atreves a hacer una escena en la ciudad de Shenyin? —me espetó con odio, mientras mis manos temblaban.

«Te advertí que saliéramos rápido, ahora mira, estamos en problemas. ¡Niña, nunca haces caso, caprichosa!» —me reprendía Yě Líng, furiosa.

«No es momento para pelear, creo que ya lo notaste, ¿verdad?» —le respondí, intentando mantener la calma.

—Soy una loba de Kranad, ¿qué quieres? —le dije con miedo. Ella se burló y lanzó un hechizo que devolvió a la flor a su forma humana. Los guardias se acercaron y nos atraparon.

La presión de las manos de los guardias sobre mis hombros era firme y urgente mientras nos teletransportaban. Un instante después, el mundo alrededor de mí cambió abruptamente. El calor del oscuro edificio fue reemplazado por un frío cortante y cegador. Nos encontrábamos en un vasto paisaje cubierto de nieve, el viento aullando alrededor de nosotros y la nieve danzando en remolinos caóticos.

Miré a la mujer transformada, su rostro reflejando el miedo y la confusión de haber sido arrancada de su escondite. A nuestro alrededor, la tormenta crecía, como si la naturaleza misma protestara por nuestra presencia.

—¿Dónde nos has traído? ¿Qué quieres de nosotras? —pregunté, mi voz apenas audible sobre el rugido del viento.

La mujer de negro sonrió, una sonrisa que no alcanzaba sus ojos fríos.

—Bienvenidas al corazón de la tormenta, al lugar donde se decide el destino de los rebeldes. Aquí, en la soledad del invierno eterno, aprenderán el precio de desafiar a Shenyin. —Su voz era como el hielo, y supe que nuestra lucha apenas comenzaba.

El puente de piedra se extendía ante nosotras como un testamento de tiempos antiguos, su superficie cubierta de hielo reflejando el fuego infernal que ardía en el abismo debajo. La luz de las llamas danzaba sobre el hielo, creando un espectáculo de sombras retorcidas que se movían con vida propia.

—¿Qué vamos a hacer? —susurró la chica a mi lado, su voz temblorosa como una hoja en el viento.

—No te preocupes, estaré contigo —respondí, intentando infundirle algo de mi determinación. A pesar del miedo que se anidaba en mi pecho, sabía que debíamos mantenernos fuertes.

Los guardias nos empujaron hacia el puente con una urgencia que dejaba poco espacio para la duda o el miedo. El crujido del hielo bajo nuestros pies era un recordatorio constante del peligro que nos acechaba con cada paso que dábamos.

A medida que avanzábamos, el calor del caldero se intensificaba, y el aire vibraba con una energía que parecía querer consumirnos. El puente, un camino entre dos mundos, se estrechaba con cada paso, y la mitad del trayecto se convirtió en un punto de no retorno.

La líder de los guardias nos observaba, su mirada fría y calculadora evaluando cada movimiento, cada respiración. Nos detuvieron justo en el centro del puente, el borde peligrosamente cercano a nuestros pies.

—Esto es el fin —dijo uno de los guardias, su voz firme resonando con la finalidad de un destino ya escrito.

Antes de que pudiera reaccionar, vi cómo empujaban a la chica. Su grito desgarrador resonó en el aire helado mientras caía hacia el caldero brillante. Mi corazón se detuvo por un instante, y un horror indescriptible me invadió.

Volví la mirada hacia los guardias, mis ojos llenos de furia y desesperación. Pero antes de que pudiera hacer algo, sentí una fuerte mano en mi espalda. Un segundo después, el suelo desapareció bajo mis pies y me encontré cayendo en el vacío. Empecé a gritar desesperadamente.

—¡Ayuda! —grite mi loba inquieta. Sabía que esto era mi fin; íbamos a morir.

El mundo se desvaneció en una mezcla de frío y calor, el puente desapareciendo en la distancia mientras el caldero de fuego se acercaba rápidamente. El aire rugía en mis oídos y mi corazón latía desbocado. En ese momento, el tiempo pareció detenerse, y la realidad quedó suspendida en un limbo de incertidumbre y terror.

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