En el frío de la eternidad, el verdadero desafío no es conquistar el mundo, sino doblegar el destino que desafía nuestros deseos más profundos.

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Lunara:

Los primeros rayos de sol rompían la penumbra de la noche, tiñendo el cielo de un color dorado que, en lugar de traer calidez, parecía desvanecerse en la fría bruma que envolvía el palacio. Me desperté en la penumbra de mi habitación, el aroma metálico de la sopa de flores aún persistente en mi paladar. Aunque la bebida resultaba nauseabunda, la había consumido por no herir los sentimientos de Erfall. Mi mente aún intentaba desechar el amargor que se había impregnado en cada rincón de mi boca, y hasta Yě Líng me había reprendido con su mirada severa por aceptar aquel brebaje.

En mi habitación, Erfall se mantenía inmóvil, sus brazos cruzados sobre el pecho, observándome con una intensidad que desbordaba frialdad. Sus ojos, dos abismos oscuros, reflejaban un conflicto interno que solo él conocía. No dijo una pal