Queridas lectoras, cada día más agradecida con ustedes por su apoyo. Un gran abrazo.
Para el día que la niña cumplía su tercer mes de nacida, comenzó un movimiento extraordinario en la casa y Adelaida se extrañaba de tanta actividad, entonces buscó a Catalino y le preguntó: –¿Qué está pasando aquí? –¿El jefe no te ha dicho? –¿Qué tiene que decirme el jefe? –Pues lo que sucede en la casa. –Lino, Lino, habla. –¿Tú quieres que yo amanezca flotando en la piscina?, te quiero, pero a este cuerpecito con esta vidita, lo quiero más. Ten paciencia. –¿Y dónde está el jefe? –¿Tampoco te dijo? –Ya Lino, por favor. –Salió, por ahí, para la calle. –Ay, cuando te pones así a taparle todo, te odio. –Ese embuste no es verdad, me quieres y mucho. *** La noche anterior Javier le comentó a Catalino que ya tenía todo listo con los invitados especiales, porque Vittorio y Adela llegarían al mediodía debido a que viajaron en su propio je
Estaba llegando a la oficina principal agobiado, angustiado, estresado, con más ganas de devolverse que de entrar a enfrentarse al hermosísimo ejemplar que tenía como jefe; Catalino solo quería conversar primero con la asistente a ver si le había conseguido un chofer porque era la única forma de que él pudiera volver a recuperar su paz mental, hasta ahora solo se había dedicado a coordinar su casa y como su jefe nunca estaba allí, él era feliz, muy feliz, hasta que el jefe se quedó sin una persona de confianza que lo traslade a cuanto lugar, dentro y fuera del país, se le ocurra. -Buenos días –saludó con su carisma característico. -Buenos días señor Catalino –respondió la secretaria del piso de preside
Adelaida estaba sentada en un cómodo sofá individual en la salita de espera cerca de la oficina de Javier Duran, leyendo una revista, cuando una alta y voluptuosa morena, elegantemente vestida, portando una carpeta de cuero, llegó preguntándole: –¿Tú eres la chofer? –Sí, yo soy. –Bueno vamos, necesito hacer varias diligencias en entidades gubernamentales. –Que le vaya muy bien, yo estoy al servicio exclusivo de Javier Durán. –¡Qué desubicada!, ¿acaso no sabes quién soy?&n
Al llegar a la casa la recibió Catalino y la acompañó hasta su habitación: –¿Cómo estuvo todo? –preguntó ansioso. –Pues muy bien a decir verdad. –¿Te sigue tratando bien? –Sí Lino, aún nos soportamos, no ha intentado ahorcarme ni me ha mordido todavía.Enseguida oyeron la voz de Javier llamando a Adelaida, quien salió presurosa de su habitación. –Dígame jefe. –Debo ir a la oficina, vamos por favor.
Como Javier estaba al pendiente de Adelaida, Vittorio se encargó de conseguir las habitaciones en el hotel al que llegaron y obviamente solo reservó dos suites, cuando le entregó la llave a Javier le dijo: –Estamos en el mismo piso, nuestras habitaciones están una frente a la otra, así que cualquier apuro no dudes en llamarnos, ahora voy con Adela a un centro comercial cercano que vimos cuando veníamos para acá.Adelaida y Javier se miraron en silencio, hasta que quedaron solos y Adelaida comentó: –¿Son ideas mías o tenemos la misma habitación? –No son ideas tuyas, tranquila lo resolveremos, ahora vamos, necesitas recostarte.&n
Adelaida trató de olvidar la conversación con Marcela y fue a la oficina de Javier. –Hola, ¿puedo ocuparte un momento? –Hola, sí pasa. –Vengo a darte las gracias por permitirme el acceso a tus cuentas. –Es algo lógico, no tienes que agradecérmelo. –Entonces… ¿no quieres el beso de agradecimiento que vine a darte? –Quiero todos los besos que vengas dispuesta a darme –respondió Javier poniéndose de pie y rodeando su escritorio para acercar
Cuando Javier salió de su oficina llamó a Catalino: –Hola jefe, ¿en qué puedo servirlo? –Saca las cosas de Adelaida de mi habitación. –Ay ¡Por los siete Sacramentos! Y, ¿dónde las pongo?, ¿en la cochera? –No, no la quiero en mi casa –seguidamente colgó.Catalino de inmediato llamó a Adelaida, quién había dejado las llaves del auto con la asistente de Javier y estaba saliendo del edificio de oficinas. –Niña, ¿qué pasó? El jefe me ordenó sacar tus cosas de
En la mañana, tal como habían acordado, los cuatro jóvenes dejaron sus habitaciones, subieron al automóvil y emprendieron el regreso a Ciudad de México, cuando estaban bastante lejos del pueblo pararon a desayunar y se sintieron lo suficientemente tranquilos para comentar lo sucedido, comenzó Fernando diciendo: –Amigo Durán, eso fue una verdadera locura. –Totalmente, aun no me recupero –manifestó Javier. –¿Será cierto lo que dijo el tal patrón? Que fue una confusión –agregó Leandro. –¿Confusión colectiva? Porque muchos en ese lugar creyeron que veían a alguien igual a usted y que al parecer está muerto –señaló Ignacio–, ¿por casualidad tuvo familia en México? &nb