Capítulo 3: Sorpresa

–Nathan… por favor, despierta, ¿Qué te pasó? ¿Me escuchas? No puedo verte. Dime algo por favor –Su guardián tenía la cabeza recostada en su regazo. 

Ella se estaba desesperando, sí perdía a Nathan, su mundo se iba a desbordar aún más, ya que ella lo amaba con todo su corazón, desde que era una niña. Sus lágrimas empezaron a empapar su rostro. 

–Todos tenían razón, sólo soy una ciega inútil, una niña pobre, sin familia, no soy nada, no pude ser capaz de salvar a mi familia. Ni siquiera puedo salvar al hombre que amo. Nathan FitzGerald, no puedo perderte, eres todo para mí. Por favor, te lo suplico, despierta.

Emma frotó sus ojos que estaban cubiertos de lágrimas, y en ese momento, una imagen muy borrosa apareció, no tenía forma, pero se fue haciendo más clara. 

Pensó que quizás era alguna imagen de su imaginación. 

Luego pudo enfocar, y ahí estaba, un hombre de increíble belleza, con rasgos afilados, piel blanca cómo leche, cabello largo y oscuro como la noche. 

Estaba viendo el rostro del hombre que amaba, pero estaba ensangrentado y tenía la ropa mugrosa. 

Estaba completamente asustada, necesitaba hacer algo. 

No le dió tiempo de pensar en que podía ver. 

Tenía que salvar a su amado, y lo pudo levantar, tenía una increíble fuerza y llevó a Nathan hasta su habitación. 

Lo acostó en la cama. Y rápidamente buscó agua tibia, y unas gasas, para limpiarle las heridas. 

Ella lo miró, a pesar de que estuviera en esa situación, se veía cómo un hombre muy fuerte, pero estaba vulnerable. 

Le dió algo de vergüenza pensar en que tenía que quitarle la ropa para curar sus heridas. 

Pero, no era momento para avergonzarse. 

Con mucho cuidado le quitó la camisa desgarrada a Nathan, tenía miedo de hacerle daño y despertarlo. 

Se sorprendió al ver la cantidad de cicatrices y heridas nuevas que tenía. 

Con delicadeza empezó a quitarle la sangre. 

Nathan frunció el ceño, al sentir la frescura en sus heridas, entreabrió los ojos y vió a la chiquilla pelirroja al borde de la cama, recordó la promesa que le hizo al hermano de Emma, que la cuidaría cómo a su propia hermana, en caso de que estuvieran en peligro. 

Sabía que tenía que volverse más fuerte para protegerla, quería decirle algo, pero su cuerpo no respondía.

El guardián de Emma estaba desmayado, pero, no tenía ninguna herida que pusiera en riesgo su vida. 

La última vez que Emma vió al hombre que estaba acostado en su cama, era una niña, y pensó que Nathan era un dios de asombrosa belleza. 

Unas lágrimas asomaron en sus ojos, pero las supo contener. 

Lentamente retiró el pantalón de su amado, su corazón latía con fuerza. 

Limpió cada una de sus heridas, y le colocó vendas en cada una de ellas. 

Ya se estaba haciendo de noche, ella se acostó a su lado y se lo quedó observando. 

Acarició su rostro con su mano, y le plantó un dulce beso en su frente. 

Tomó su mano, deseando que Nathan abriera los ojos. 

Fue cuestión de minutos, y también se quedó dormida.

–¡Mamá! ¡Papá! Hay fuego por todas partes. ¡Despierten! ¡Andrew! ¿Dónde estás? Siento que no puedo respirar, todo está envuelto en llamas, tengo mucho miedo… ¡Me quema!

Emma despertó gritando, había tenido la misma pesadilla. 

Y de pronto, sintió la mano cálida, la mano de su salvador, de su protector, del hombre que ella tanto amaba, sosteniendo su mano, abrió sus ojos, y se encontró con los suyos, azules y profundos cómo el océano. 

Los rayos del sol entraban por la ventana. Nathan había empezado a cantar… y ella se le lanzó encima y lo abrazó. Fue completamente inevitable. 

Aquel hombre hermoso, dejó de cantar y enmudeció, al notar que su pequeña, pudo verlo, y correspondió aquel abrazo. 

La chica de cabello rojo como el fuego empezó a llorar.

–¿Cómo es posible esto? –La voz de Nathan expresó total felicidad–. Esto es un milagro, mi pequeña niña, puedes ver. ¿Tú me hiciste esto? –le preguntó a Emma, mientras notaba que tenía el torso desnudo y estaba cubierto de vendas. ¿Cómo llegué hasta aquí?

–Yo tampoco sé cómo es posible, estaba muy asustada, estabas sangrando, no escuchabas mi voz, pensé que te perdería. Y de pronto, pude verte, mi cuerpo se sintió fuerte, y logré cargarte hasta aquí. Estoy muy feliz de poder verte otra vez –Emma tocó la punta de la nariz de su guardián, con una amplia sonrisa.

Nathan quedó impactado, ¿Cómo Emma pudo cargarlo? ¿Cómo sanaron sus ojos? Todos los médicos a los que habían visitado, habían dicho que era imposible que recuperara la vista otra vez. 

Era un milagro, algo imposible de creer, pero ahí estaba ella, radiante mirándolo a los ojos. 

–Es hora de cambiar la medicación otra vez, tienes mucha fiebre. Por favor, necesito que tomes esto –Emma le ofreció una bebida caliente de hierbas medicinales. Él la olió e hizo un gesto de asco–. No me mires así, te hará bien, bajará tu fiebre y ayudará a estimular tus músculos.

Nathan se quedó mirando a aquella pequeña, siendo cuidadosa con él. 

No había notado que era mucho más madura, y que ya no era una niña. 

Tenía delante de él a una mujer. Sin embargo, para él seguía siendo su niña pequeña. 

Sintió mucha ternura, su corazón empezó a sentir mucha calidez, él creía que amaba a Emma cómo su hermana pequeña, pensar en que era otro tipo de amor le hacía sentir culpable por su diferencia de edad, y también porque eran de distintas razas, y en la manada no estaba permitido que algún miembro estuviera con alguien que fuera completamente humano. 

Pensó que tenía que sacar a Emma definitivamente de ese lugar, esa era la decisión correcta. 

Ella siempre fue una niña mimada por su familia, y él también la mimaba mucho. 

Él quería que siguiera siendo su princesita mimada, y que nunca volviera a ser herida por otra manada de lobos. 

Nathan estuvo débil todo el día, la fiebre no bajaba. 

Emma le colocaba trapos húmedos en su cabeza. Le cantaba canciones, le contaba historias. 

Nathan deliraba por su fiebre de 40°. 

El hombre de hermoso aspecto se quedó dormido al llegar la noche. Y entró en un profundo sueño. 

Ahí estaba Emma, en medio de la nieve, gritando por ayuda. 

Una bestia enorme la estaba persiguiendo, ella corría lo más rápido que podía, y luego tropezó, al levantarse, la bestia con enormes colmillos estaba delante de ella, lista para atacar.

–¡Corre! –Gritó Nathan.

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