Un cabo suelto

Cuando Camelia despertó esa madrugada, se sorprendió de ver la lámpara de la habitación contigua, encendida. Abrió y por poco no le da un infarto, al ver la silueta de la mujer tendida en la cama.

—¡Santo Dios! —exclamó y Violeta despertó aturdida aún.— Eres tu, Violeta ¿Cuándo llegaste?

Violeta se frotó los ojos y dejó escapar un bostezo, llevaba un par de horas que apenas concilió el sueño.

—Buenos días, Camelia. ¿Qué hora es?

—Es temprano aún, apenas van a ser las cinco de la mañana. Pero ya sabes que me gusta adelantar todo lo que me toca hacer con tiempo y sin apuros. ¿Dime cuándo llegaste y por qué estás durmiendo aquí? —preguntó, mientras se sentaba al lado de la pelicastaña.

—El Sr O’Brien fue a buscarme a noche. Me pidió que regresara, cuando fui a la habitación estaba cerrada con llave y por lo tarde que era, él me pidió que durmiera aquí.

—Que alegría que hayas vuelto ¿eh? Aunque por poco me matas de un infarto cuando vi la luz encendida y alguien durmiendo en esta
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