El aspecto de las habitaciones reales en Trinidad me deja sin habla. Son más grandes que las habitaciones de Gian y Emma en el palacio De Silvanus, de colores dorados y matices rojos; es como una casa de tamaño considerable metida en el castillo. Hay una amplia sala de estar, un comedor perfectamente capaz de recibir veinte comensales, una recámara de proporciones exorbitantes, y un balcón enorme con una vista increíble hacia los jardines y bosques.
Además, hay una gran cantidad de lienzos regados por todas partes como prendas de un universitario ajetreado; algunos de ellos a medio pintar, otros únicamente rayados sin consideración, y la mayoría destrozados con una furia que todavía persiste en el ambiente. Sé perfectamente que Ava no me contará más del castillo y sus antiguos habitantes. Por lo que me doy la tarea de deducir por mí misma quién fue el dueño de tales lienzos.
—¿Por qué no han retirado esto? —señalo uno de los lienzos desgarrados,
¡LOS PLACERES Y PECADOS DE GIAN! Es ficción, no apoya la violencia en ninguna de sus formas. El contenido explicito requiere la discreción del lector. ¡Sigue está emocionante historia todos los Lunes y Jueves! Con temperamentos similares, entre Veena y Gian no solamente hay odio y secretos, también placer y deseo.
Durante toda nuestra conversación hemos estado manteniendo la vista al frente, pero ahora giro el rostro y miro el suyo. Entonces recuerdo la vez que bebimos mucho y él acabó con la cabeza entre mis piernas; recuerdo con viveza la sensación de su lengua y no puedo evitar apretar los muslos. Y por el brillo en sus ojos, puedo asegurar que Jade está recordando lo mismo. Aparto la vista rápidamente. —Lamento esto más de lo que crees—comienza en un murmullo—. No mereces estar atada a un tipo como Creel. —Gian opina lo mismo—río de mala gana—, por lo menos reconoce eso. —Claro, y ahora mismo él está teniendo sexo con muchas mujeres, mientras que tú...—deja lo demás en el aire. Vuelvo a mirarlo, veo su manzana de Adán suspendida en su garganta y su bien formada mandíbula, la tersa piel dorada y su atractivo perfil; no veo en él otra cosa más que belleza. Sin darme cuenta mi mano se acerca a su rostro, mis dedos se cierran en
—¿Cuándo pensabas hablarme de la corona que envió la Reina? —inquiero en tono casual. Julissa devuelve la taza a su lugar. —Hoy, mi prioridad ayer era instalarme, ¿entiendes eso? Dejo que mi silencio le conteste. —Veo que no, parece que tu nueva posición te ha hecho perder el piso, te has vuelto arrogante pese a tu simpleza. Ignoro su comentario y coloco los codos sobre la mesa; este es un comedor demasiado grande para nosotras dos, sí se hubiera sentado en el otro extremo, mi desayuno estaría siendo más llevadero. —Que no pase de hoy—le advierto. Y no puedo reprimir la siguiente pregunta:— Julissa, ¿a qué te refieres con eso de “no conocer nada de los Creel”? Ella no reacciona, pero responde. —A diferencia tuya, yo no he trabajado para una chica caprichosa, cuyo unico merito es la corona en su cabeza. Yo trabajo directamente para los Creel y la
—¿Diamantes blancos? —es cierto que no he pensado demasiado en el asunto, pero nunca consideraría diamantes blancos para mí. —Veena, dime una cosa, ¿te opones por qué la Reina es representada por los diamantes rojos? No respondo, pero desvío la vista a los jardines, y más allá de ellos, a las copas de los pinos que rodean el palacio y que son mecidos suavemente por el viento matutino. Diamantes blancos, significa que representaré la ciudad donde está atrapada Emma, y no creo que ahora sea buen momento para tratar de congeniar con Diamante y sus molestos habitantes, y menos de esta manera. Hoy es lunes, inicio de mi última semana disfrutando de esta libertad, quizá por eso esté tan renuente. Fanny apoya las manos en el barandal en actitud paciente, ha estado conmigo todos los días y sigue notándose triste. Entiendo ese sentimiento, su hermana cumplió un mes de fallecida hace unas dos semanas, no hay resignación para una pérdida así. —Ayer vi la corona que la R
He comenzado a temblar, no por mí. Sí Gian nos encuentra juntos, seguro matará a Jade. Mi amigo en silencio traslada los brazos hasta mi cintura y despacio me estrecha contra sí, tratando de mantenerme tranquila. —Cálmate —susurra en mi oído—, sí no hay otra salida, lo enfrentaremos juntos. Prometo que estaré contigo, te protegeré de él. Si no estuviera aterrada, la escena me parecería cómica: yo dentro de una bañera, temerosa de Gian Creel y siendo consolada por un hombre que no me ama, luego de follar repetidas veces con él. Estoy siendo cobarde. Ahogo un gemido. —Veena, eso no es todo —continúa Fanny desde el otro lado de la puerta. Jade gruñe por lo bajo y yo vuelvo a temblar—. El Príncipe llegó hace alrededor de diez minutos más malhumorado que de costumbre, se encerró en sus oficinas apenas cruzó las puertas, Julissa fue a ponerse a su servicio... —en su voz se refleja su desagrado y desaprobación. Por mí parte, escuchar eso me tra
Gian se pone en pie y lentamente rodea el escritorio. Se detiene en el extremo opuesto y coloca las manos en mis caderas, inclinándose lo suficiente para apoyar su abdomen sobre mi espalda. Doy un respingo cuando planta un beso en mi piel desnuda. —Haré que te tragues tus palabras —murmura entre besos que suben poco a poco hasta mi cuello—, también tus mentiras. Frunzo el ceño. —¡Es la verdad...! —de pronto me muerde con la fuerza suficiente para que yo lance un grito de sorpresa. —Deja de provocarme, ¿quieres? No vuelvas a decir tal cosa de nuevo. Jámas —me amenaza suavemente mientras libera la delicada piel de mi cuello—. O no te gustará conocerme de verdad, he hecho cosas que te pondrían los pelos de punta, Veena. Los vellos se me erizan en el acto, pero extrañamente no por esa alarmante revelación, más bien por la sensación de su cuerpo amoldándose al mío. —¿Eres un asesino? —inquiero, ladeando el cuello para él.
Gian no responde, él está demasiado ocupado conmigo como para contestarle a su asistente. Mi cabeza descansa en su hombro derecho y mi respiración es rápida, los últimos vestigios de mi orgasmo aún me invaden, igual que Gian; su cuerpo se estrella contra el mío una vez después de otra. Seguramente Julissa puede oír el crujir del escritorio, debería poder oírlo. —¿Excelencia? —vuelve a insistir, igual que Fanny en su momento. Gian se corre gruñendo a través de los dientes fuertemente apretados, me aplasta contra él con una mano y mientras se sujeta al borde del escritorio con la otra. Noto como su semen se derrama en mi interior, llenándome hasta que lo siento escurrirse por mis muslos y gotear directo a la alfombra negra. Mis piernas se deslizan de sus caderas y terminan balanceándose inertes a cada lado suyo, contra sus muslos. Es extraño, ahora mismo me importa un carajo tener su semen dentro de mí, apenas ocupa un segundo de mis pensamientos. Suspiro, sint
—Fanny, no es divertido que inventes cosas así—digo con voz temblorosa. Aferrandome a las sabanas con las uñas. La chica enrojece y me arroja el vestido otra vez. —¡Yo no soy una mentirosa! —exclama ofendida. —¡Entonces explícame de qué rayos estás hablando! —estallo cada vez más asustada. Ella examina mi expresión un instante, luego sacude la cabeza. —Veo que en realidad no recuerdas nada, creí que fingías. —Habla de una vez. Mira a la puerta, después a mí y por último al suelo. —Ayer volvió de la excursión, pidió verte y fuiste a reunirte con él totalmente ebria—niego oyendo cómo empeora mi situación conforme habla—. Veena, habías estado bebiendo vino en la tina de baño, toda una botella. Y muchos empleados, entre ellos yo, te oímos tener sexo con él en su oficina. No recuerdo nada, sólo que le arranqué la ropa a Jade en cuanto lo vi entrar a nuestra habitación. No sé qué pasó después. —Seguro Creel in
Como estúpida me quedo viendo la fuente del jardín a través del cristal, en realidad miles de pensamientos galopan a todo correr en mi cabeza. Gian Creel... Detrás de mí siento la presencia de todos esos nobles, bailando, charlando, y por supuesto, fingiendo agradarse. Doy un pequeño sorbo al vino, debería dejar mi gusto por las bebidas luego de lo sucedido con Gian, pero no puedo, menos ahora que debo procesar todo su maldito discurso. Agradezco al cielo que se haya tenido que ausentar un rato, de otra forma, tendríamos que hablar sobre lo sucedido ayer. No quiero ni recordar qué pasó entre nosotros, sólo imaginarlo basta para que me sonroje, y no sólo de rabia. —Disculpe, Alteza, ¿puedo acompañarla? —la voz es baja, casi susurrante. Su petición me sobresalta y parpadeo varias veces antes de girarme. Es un chico, sus rasgos no son demasiado sobresalientes ni interesantes, sin embargo, tiene algo sincero en ellos, algo diferente a los demás. —Por supues