He comenzado a temblar, no por mí. Sí Gian nos encuentra juntos, seguro matará a Jade. Mi amigo en silencio traslada los brazos hasta mi cintura y despacio me estrecha contra sí, tratando de mantenerme tranquila.
—Cálmate —susurra en mi oído—, sí no hay otra salida, lo enfrentaremos juntos. Prometo que estaré contigo, te protegeré de él.
Si no estuviera aterrada, la escena me parecería cómica: yo dentro de una bañera, temerosa de Gian Creel y siendo consolada por un hombre que no me ama, luego de follar repetidas veces con él.
Estoy siendo cobarde. Ahogo un gemido.
—Veena, eso no es todo —continúa Fanny desde el otro lado de la puerta. Jade gruñe por lo bajo y yo vuelvo a temblar—. El Príncipe llegó hace alrededor de diez minutos más malhumorado que de costumbre, se encerró en sus oficinas apenas cruzó las puertas, Julissa fue a ponerse a su servicio... —en su voz se refleja su desagrado y desaprobación.
Por mí parte, escuchar eso me tra
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Gian se pone en pie y lentamente rodea el escritorio. Se detiene en el extremo opuesto y coloca las manos en mis caderas, inclinándose lo suficiente para apoyar su abdomen sobre mi espalda. Doy un respingo cuando planta un beso en mi piel desnuda. —Haré que te tragues tus palabras —murmura entre besos que suben poco a poco hasta mi cuello—, también tus mentiras. Frunzo el ceño. —¡Es la verdad...! —de pronto me muerde con la fuerza suficiente para que yo lance un grito de sorpresa. —Deja de provocarme, ¿quieres? No vuelvas a decir tal cosa de nuevo. Jámas —me amenaza suavemente mientras libera la delicada piel de mi cuello—. O no te gustará conocerme de verdad, he hecho cosas que te pondrían los pelos de punta, Veena. Los vellos se me erizan en el acto, pero extrañamente no por esa alarmante revelación, más bien por la sensación de su cuerpo amoldándose al mío. —¿Eres un asesino? —inquiero, ladeando el cuello para él.
Gian no responde, él está demasiado ocupado conmigo como para contestarle a su asistente. Mi cabeza descansa en su hombro derecho y mi respiración es rápida, los últimos vestigios de mi orgasmo aún me invaden, igual que Gian; su cuerpo se estrella contra el mío una vez después de otra. Seguramente Julissa puede oír el crujir del escritorio, debería poder oírlo. —¿Excelencia? —vuelve a insistir, igual que Fanny en su momento. Gian se corre gruñendo a través de los dientes fuertemente apretados, me aplasta contra él con una mano y mientras se sujeta al borde del escritorio con la otra. Noto como su semen se derrama en mi interior, llenándome hasta que lo siento escurrirse por mis muslos y gotear directo a la alfombra negra. Mis piernas se deslizan de sus caderas y terminan balanceándose inertes a cada lado suyo, contra sus muslos. Es extraño, ahora mismo me importa un carajo tener su semen dentro de mí, apenas ocupa un segundo de mis pensamientos. Suspiro, sint
—Fanny, no es divertido que inventes cosas así—digo con voz temblorosa. Aferrandome a las sabanas con las uñas. La chica enrojece y me arroja el vestido otra vez. —¡Yo no soy una mentirosa! —exclama ofendida. —¡Entonces explícame de qué rayos estás hablando! —estallo cada vez más asustada. Ella examina mi expresión un instante, luego sacude la cabeza. —Veo que en realidad no recuerdas nada, creí que fingías. —Habla de una vez. Mira a la puerta, después a mí y por último al suelo. —Ayer volvió de la excursión, pidió verte y fuiste a reunirte con él totalmente ebria—niego oyendo cómo empeora mi situación conforme habla—. Veena, habías estado bebiendo vino en la tina de baño, toda una botella. Y muchos empleados, entre ellos yo, te oímos tener sexo con él en su oficina. No recuerdo nada, sólo que le arranqué la ropa a Jade en cuanto lo vi entrar a nuestra habitación. No sé qué pasó después. —Seguro Creel in
Como estúpida me quedo viendo la fuente del jardín a través del cristal, en realidad miles de pensamientos galopan a todo correr en mi cabeza. Gian Creel... Detrás de mí siento la presencia de todos esos nobles, bailando, charlando, y por supuesto, fingiendo agradarse. Doy un pequeño sorbo al vino, debería dejar mi gusto por las bebidas luego de lo sucedido con Gian, pero no puedo, menos ahora que debo procesar todo su maldito discurso. Agradezco al cielo que se haya tenido que ausentar un rato, de otra forma, tendríamos que hablar sobre lo sucedido ayer. No quiero ni recordar qué pasó entre nosotros, sólo imaginarlo basta para que me sonroje, y no sólo de rabia. —Disculpe, Alteza, ¿puedo acompañarla? —la voz es baja, casi susurrante. Su petición me sobresalta y parpadeo varias veces antes de girarme. Es un chico, sus rasgos no son demasiado sobresalientes ni interesantes, sin embargo, tiene algo sincero en ellos, algo diferente a los demás. —Por supues
Trago saliva al mismo tiempo que Fabian, hay algo en la helada voz de Gian que deja en evidencia su enfado. Está claro que nos ha oído hablar de él y de su colegiala compañera misteriosa. Y tambien está claro que no desea que yo sepa nada. —El señor Matsson y yo llevamos un rato conversando, Excelencia —le digo a Gian con calma, y Matsson asiente en total acuerdo. No me atrevo a volver el rostro, no le temo demasiado, pero sí lo suficiente para ser razonable y no estúpida. —Eso suena fantástico, cariño. ¡Mírate! No te unes a la fiesta en tu honor, pero si compartes chismes con el señor Fabian Matsson en este rincón—comenta tranquilamente. Veo como el chico Matsson enrojece de humillación. —No compartíamos chismes. Basta, Gian—mi voz se ha vuelto tan helada como la suya. Besa mi hombro otra vez. —Señor Matsson, si es tan amable de dejarnos solos—murmura aspirando cerca de mi cuello—. Mi esposa y yo tenemos algunas palabras que c
Visconti, ese apellido está lleno de misterio, y a mi beneficio, de bastantes posibilidades. Puede que todo lo que Julissa me ha dicho también tenga que ver con ese apellido, pero no puedo preguntarle nada; Julissa es la mano derecha de Gian y es completamente fiel a la familia real. Probablemente preguntarle sólo sirva para que ella me delate anteGian. Ayer no volví a la fiesta, mi enfado era tan grande que decidí pasear casi toda la noche por los jardines del ahora castillo Cianí, y por consecuencia, Fabian Matsson se marchó hoy sin decirme nada más. Mientras nos despedíamos lo vi muy nervioso, y bastante ansioso por montarse en su Camaro color amarillo mostaza. —El culpable —digo ladeando el cuello frente al espejo—, es nada más y nada menos que Gian Creel. Creo que habló con Matsson anoche y lo hizo callar, además, esta mañana lo tuve pegado durante todo el tiempo que Matsson estuvo cerca de mí, y cuando lo despedimos, Gian no dejó que me diera la mano. Está
—Volveremos a De Silvanus mañana. Ya te habías tardado, pienso picando un trozo de sandía con el tenedor. —¿Y a qué se debe esta repentina decisión? —pregunto sin levantar la mirada. —22 años. Lo había olvidado, mañana es el cumpleaños de Gian y dentro de tres años más podrá tomar su corona sin ningún impedimento. Supongo que debo agradecer al antiguo Decreto Real mi actual miseria. —“Todo Príncipe heredero legítimo a la corona sólo podrá ser coronado sí ha tenido un único matrimonio de mínimo tres años, antes del cumpleaños número 25; fecha en la que deberá convertirse en Rey—recito levantando la vista y admirando como el rostro de Gian se altera, como se crispan sus lindas facciones—. Cumplir con exactitud a este decreto está sometido el primogénito de la familia real”. Todos sabemos cuánto odia Gian esta cláusula, insignificante para todos los anteriores Príncipes, pero no para el actual Creel. Y con el único fin de provocar su enfa
Aunque Gian hizo lo que hizo por su propia conveniencia, le estoy agradecida. Consiguió darle al asunto un punto de vista más romántico; la forma en la que se comportó y las cosas que dijo en mi nombre, sin duda consiguieron que esos nobles nos vieran como una pareja de enamorados, como dos recién casados que disfrutan su luna de miel a plenitud. El hombre que me hizo morder los almohadones en la cama durante nuestra noche de bodas, ahora sale en mi defensa. Vaya, el mundo da muchas vueltas. Suelto una exhalación. —Te lo agradezco, no quiero ni imaginar qué clase de escándalo hubiera provocado Julissa—probablemente mi total degradación y la pérdida de la reputación que todavía no consigo. Gian permanece quieto, mirándome con fijeza y sin responder. Tuerzo los labios. —Te estoy agradecida, pero no te la chuparé. Su boca se curva en una sonrisa juguetona, insinuante. —¿Segura que no quieres? Puedo ser muy complaciente cuando quiero, ya l