El Despertar de Dante

—¿Qué…?, oye, sé que lo que vimos anoche está fuera de nuestra realidad, pero… — Archer se quedó a mitad de su oración cuando Dante lo interrumpió.

Tú y yo… ambos pertenecemos al océano — dijo Dante muy seguro de sí.

El aire se tornó pesado. Las palabras de Dante flotaban en el espacio entre ellos como una verdad imposible, una revelación que Archer no estaba listo para aceptar.

—Lo que viste ayer… — Dante continuó, con una gravedad que Archer jamás había escuchado en su voz — es solo un fragmento de lo que somos capaces de hacer—

*Silencio*

Archer sintió que el suelo bajo sus pies se volvía inestable, como si la marea estuviera a punto de arrastrarlo lejos de todo lo que alguna vez creyó real.

El mundo que conocía acababa de desmoronarse.

¡Hace cuánto lo sabes?! ¡Dímelo! — Archer estaba furioso, creyendo que él sabía de las sirenas y no hizo nada por evitar que se la llevaran. Su voz retumbó entre ellos como un trueno ahogado por el viento. Se adelantó, con el corazón latiendo con furia en su pecho, y sujetó con fuerza el hombro de Dante. Lo obligaría a mirarlo si era necesario.

¡Mírame! — exigió, su paciencia al borde del colapso.

Dante giró lentamente. Y entonces Archer lo vio.

El rostro de su amigo seguía siendo el mismo, el que conocía desde la infancia. Pero sus ojos...

No. No eran los mismos.

El color café cálido de siempre había desaparecido. En su lugar, un turquesa irreal brillaba con la intensidad de la luz del sol reflejada en el mar. No era natural. No podía ser real.

Qué carajos... — murmuró Archer, retrocediendo un paso sin darse cuenta. — Dante... tú…

***

Inicio del flashback

Después de que el guerrero fornido desapareciera, quién sabe a dónde, Archer cayó rendido por el agotamiento. Dante, en cambio, no podía dormir. Su mente estaba inquieta, su cuerpo demasiado alerta.

Entonces, la escuchó, escuchó su nombre, alguien lo llamaba.

Al principio, pensó que se trataba del guerrero que había estado con ellos hace poco, pero no. Aquella voz no era grave ni áspera. Era suave, como una caricia en la brisa nocturna.

—Dante… — susurró nuevamente, con la ternura con la que una madre llamaría a su hijo.

Dante se incorporó de golpe. Miró a su alrededor, con el corazón martillando en el pecho. Nada. Nadie.

—Querido, entra al agua —

No había orden en aquellas palabras. No había amenaza. Solo una invitación, dulce y envolvente, como si el mar mismo le abriera los brazos.

Dio un paso hacia la orilla. Y luego otro. Se detuvo.

__ ¿Me estoy volviendo loco? __

Era una locura. Meterse al mar a esas horas, era prácticamente un suicidio. Negó con la cabeza y se giró para alejarse. Pero algo… algo lo detuvo.

Una fuerza invisible lo empujó hacia adelante. No como un tirón, sino como si su propio cuerpo se negara a retroceder, como si el océano mismo lo reclamara, sus pies tocaron el agua helada, y entonces, una corriente eléctrica le recorrió la piel. Un fuego extraño se encendió en su interior. De repente, estar en el agua no le pareció una idea absurda. No… lo deseaba.

El anhelo lo envolvió con una intensidad desconocida, quería hundirse, sumergirse, dejarse llevar.

Dante avanzó, paso a paso, hasta que el suelo desapareció bajo sus pies.

Y entonces, sucedió, la magia lo envolvió.

El agua cobró vida girando a su alrededor, lo rodeó en un torbellino suave y luminoso. Destellos azulados bailaban a su alrededor y filamentos de luz se enredaron en su piel. Burbujas ascendían en espirales centelleantes que estallaban en diminutas chispas doradas.

Su cuerpo cambió.

Sintió cómo sus piernas se negaban a moverse por separado. Un cosquilleo recorrió su piel cuando se unieron en una sola extremidad. Escamas brillantes se desplegaron desde su cintura hasta donde antes estaban sus pies. Sus hombros y antebrazos también se cubrieron de aquel resplandor marino y escamas brillantes.

Su cuerpo entero vibró con una energía desconocida. Sus músculos se tensaron, su pecho se expandió. Y entonces, el último vestigio de su humanidad cedió.

Dante abrió la boca… no podía seguir conteniendo la respiración, pero el agua le llenó los pulmones. Se ahogaba. No podía respirar.

Fue ahí cuando sus branquias se abrieron.

Aspiró hondo y sintió el oxígeno puro filtrarse en su cuerpo. No había angustia, no había miedo. Respirar agua era natural.

Y entonces, vio todo diferente.

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