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Capítulo 3

Annie.

Jamás pensé que lidiar con la gran monarquía fuera tan desagradable, llevo tan solo cuarenta minutos en el gran palacio y ya quiero salir de aquí. 

Todos se miran, murmuran como están vestidos, gracias a Dios no son tan indiscretos para murmurar y criticar mi vestido, por el cual no dormí para confeccionarlo, seda celeste del último regalo que Analí envío hace 7 años, encaje antiguo del vestido de novia de mamá, flores doradas que con tela de antiguos vestidos que pude unir, haciendo así un precioso vestido que se ajusta a mi pecho y cintura dónde deja  una ligera caída.

Estando en la esquina del gran salón donde se está celebrando la fiesta de los futuros gobernantes, un joven alto, delgado y rubio se acerca a mi lado. 

Por favor que no sea otro guardia que me pide discretamente volver a la cocina. 

—¿Aburrida?—gira al verme.

—¿Disculpa?

—¿Te asusté? Lo siento.

—Oh tranquilo solo que no pensé que me hablaras a mi, llegó cuarenta minutos aquí y eres la primera persona con quién hablo, a excepción de los guardias. 

—¿Guardias?

—Si me confundieron con una cocinera y han pedido que vuelva a la cocina—giro los ojos. 

Me mira y suelta una carcajada.

—Mientras te vean hablando conmigo no creo que te pidan volver a la cocina. 

—Que alivio—respondo sarcásticamente girando los ojos.

—Entonces, ¿Aburrida?— vuelve a preguntar. 

—Totalmente—admito—todos los invitados solo están murmurando y criticando quien viste mejor, que pereza. 

Me mira y sonríe. 

—Me agradas, ¿Cuál es tú nombre? no recuerdo haberte visto en alguna asamblea de la nobleza o de la monarquía. 

—Soy Annie, Annie Lewistter—sonrío.

—¡Lewistter! La joven plebeya que los campos de su familia están proveyendo los alimentos. 

—Así es—asiento. 

—Pues bienvenida a este infierno, donde si dices o das un paso en falso todo el mundo te crucifica. 

—¿Qué tan malo es?

—Demasiado, desafortunadamente para nosotros es el legado que nuestros antepasados nos dejaron.

—¿Pueblo pequeño, infierno grande?—pregunto.

—Más bien, pueblo grande, infierno infinito. 

—Ahora más que nunca estoy agradecida por ser una simple plebeya—sonrío, y sonríe de regreso. 

—Creo que te envidio—ríe—aunque tiene sus ventajas ser noble. 

—¿Así, cuál?—pregunto curiosa. 

—El no hacer filas—responde. 

—¿Y qué más? —indago. 

—Solo eso, es la única ventaja. 

Lo miro curiosa y enarca una ceja.

—¿Qué pasa?—pregunta. 

—¿Cómo te llamas? ¿Eres acaso un lord, mensajero, mayordomo, consejero real, mano del rey? 

Me mira y comienza a reír. 

—¿Qué?—inquiero incrédula.

—¿No se te ocurre algo más?—pregunta. 

—¿Guardia real? —sigo. 

—No, piensa un poquito más.

—¿Conde? ¿Vizconde? ¿Feudal?

—¿Enserio?—enarca una ceja—¿Feudal? ¿En qué siglo vives? Actualízate, estamos en 1780 no puedes vivir en la antigüedad. 

—Lo siento—me ruborizo— ¿Entonces?

Antes de que pueda continuar un mesero se acerca. 

—Su majestad—hace una reverencia—¿Algo en que pueda servirle? 

—Annie, ¿Algo es de tu agrado? —me mira.

—Por el momento no, estoy bien, gracias. 

—Puedes retirarte, gracias—menciona y el mesero asiente mientras se marcha. 

—¿Majestad?—enarco una ceja.

—Atrapado—ríe—vaya, quería solo cinco minutos de normalidad. 

—Entonces eres un ¿Duque? 

—No, soy el príncipe Gerard Biancolé. 

¡Dios! 

—¿Pri-pri-principe Biancolé?—Tartamudeo. 

—Si, así es—inclina la cabeza. 

Un príncipe, hablando con el príncipe, con el futuro monarca de Biancolé, éxito Annie. 

—¡Alteza perdone mi imprudencia al hablar así de la nobleza!—aclaro rápidamente.

—¡Dios, no! No me digas alteza, hace unos minutos al fin conversaba con alguien que desconocía de mi título y fue agradable.

—Estoy apenada. 

—Tranquila Annie, será nuestro pequeño secreto—sonríe y guiña un ojo, haciendo que me ruborice. 

—La boda es increíble—menciono al mirar alrededor. 

—Increíblemente innecesaria—suspira.

—Es totalmente necesaria, con esto hace que nuestras naciones se vuelvan hermanas y estén totalmente en paz, brindándose así ayuda mutua bajo cualquier ataque futuro, es admirable lo que están haciendo nuestro futuros reyes—continuo—aun así tenemos nuestras dudas respecto a nuestra futura reina

»Ya que el los periódicos de Lady Edwards se menciona que es un tanto rebelde, escandalosa, pero esperemos que junto de la mano con el príncipe Robb logren llevar a nuestra nación hacia un mejor futuro, mejorando la guardia, la economía, agricultura, estudio, ya que son cosas que están en escasez. 

—Mi hermana, tu futura reina es alguien particularmente difícil de llevar, ya que solo quiere sus decisiones sean las que se lleven a cabo y no es mi intención dejarla en mal, simplemente es el esperar que sus decisiones junto con su esposo sean las correctas para tu nación como para la mía—aclara. 

—Solo queda cruzar los dedos para que nuestras naciones crezcan, evitar guerras y estar en paz.

—No lo puede haber dicho mejor—sonríe. 

Es atractivo, el porte que tiene hace que se vea imponente, que te sientas pequeño a su lado, sus ojos claros, el cabello con con corte corto que hace que se vea aún mejor, son cosas que lo resaltan, quien sea si futura reina, estoy segura que tendrá mucha suerte. 

—Tienes buenos pensamientos Annie, serías una gran monarca. 

—Lo dudo mucho, creo que si hubiese nacido con un título tan grande, los pobladores ya tendrían todas mis riquezas. 

—¿Por qué las tendrían?—pregunta curioso. 

—Porque lo necesitan, en mi opinión algunas riquezas son totalmente exageradas, exaltan a la nobleza pero al pueblo no, inflan los impuestos y quitan tierras, con mis riquezas las daría para que tuvieran mejor calidad de vida. 

»No todo se basa en riqueza, en el dinero, sino en cómo ayudas al que lo necesita, como das tu mano al que se cae para ayudar a levantarse y das alimento al que tiene hambre, eso habla más que usar joyas brillantes.

—Disculpa mi atrevimiento, pero lo que diré,  tú bella deslumbra, pero tus ideas y pensar se lleva toda la atención, es increíble. 

—Gracias—me ruborizo. 

—No hay de que. 

Me mira, y siento un escalofrío que recorre toda mi médula, es increíble el intenso color de sus ojos, las facciones de su cara que dan un toque de alguien inocente pero a la vez de alguien pícaro y seguro de sí mismo. 

—¿Perdida en pensamientos?—inquiere con curiosidad. 

—Totalmente—respondo automáticamente. 

—Espero verte más a menudo, me fascinó todo lo que has dicho, con mi nación, con Biancolé tomaré la iniciativa de ver aún más por mis pobladores como tamb...—no termina ya que  es interrumpido. 

—Príncipe Biancolé.

Giramos y me quedo muda, quiero irme, fue un error venir.

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