Por primera vez en los últimos quince años, a Eva la recorrió un escalofrió letal, inerte, un dolor interminable sacudía todo su cuerpo.
Era algo extraño, diferente, sabía inconscientemente que por fin su búsqueda habría terminado.
Mario seguía sosteniendo igualmente el arma asesina que la mirada con la misma frialdad y decisión mientras observaba la agonía de Mayra, su madre, quien sin poder hablar preguntaba, o más bien intentaba entender y poder siquiera preguntar: —¿por qué?
Sentía Mayra que la vida se escapaba cada segundo que pasaba, vinieron entonces a ella, como rayos fulminantes, los recuerdos y casi de inmediato toda su precoz vida estaba frente a la muerte inminente, que estaba por llegar a modo de ironía de manos de quien ella había traído a la vida.
Entre las imágenes de sus recuerdos, vio desfilar en forma vertiginosa su infancia feliz al lado de su padre, quien la sostenía entre sus brazos mientras la consolaba por aquel accidente cuando cayó de un columpio y que corrió en busca del refugio que le brindaba aquel a quien mucho amaba y que significaba tanto para ella.
De manera furtiva, su mente evocó aquel amor de adolescente que había disfrutado tanto, recordó en su agonía el desprecio de su familia y el rechazo de sus padres cuando se enteraron que producto de aquel amor juvenil, Mayra perdería su figura para dar paso a la transformación por un crecimiento fetal dentro de su vientre.
Velozmente, siguieron desfilando los recuerdos, en su gran mayoría memorias que en alguna ocasión de su vida hubiera querido erradicar por completo de su mente.
Como un eco, Mayra escuchaba el sollozo intrigante de Mario y vio también — como entre densa neblina— una figura que se acercaba a Mario.
En un aliento, Mayra pensó: ―Busca la carta, la carta, Mario‖.
Pero no alcanzó a decirlo, dos segundos después de aquel momento, Ella recibía un disparo más que le atravesó el corazón y que de manera inmediata arrancó su vida y a la vez el sufrimiento… anhelaba tanto el descanso…
¡Al suelo, cabrones!
Al escuchar aquel grito amenazante que provenía de la puerta principal, Joaquín volteó de manera inquietante y se llevó una de sus manos a la parte baja de su pantalón donde escondía un arma, que no pensaba llegar a utilizar durante su plan de asaltar el banco.
—¡Al suelo, cabrones!, se volvió a escuchar al intruso gritar mientras se dirigía de manera amenazante y siempre apuntando con el arma a quien se le atravesara en el camino, y fue directamente a la caja número 3.
Joaquín volteó a ver a Méndez y le decía mientras trataba de agacharse para obedecer la instrucción del asaltante.
—Haz lo que te dicen, cabrón, no intentes nada.
—¿Viene contigo?, ¿es parte de su plan?
—¡Que hagas lo que te dicen, cabrón!
—¡Por favor, pase lo que pase no le hagan daño a mi familia! —suplicaba Méndez mientras alzaba las manos y poco a poco se deslizaba sobre el escritorio para quedar debajo de él.
Joaquín palpaba de vez en cuando las cachas de la pistola oculta entre sus ropas mientras veía de manera directa cómo una de las cajeras empezaba a llenar un saco con dólares americanos que el intruso había exigido, y en un momento las miradas de los dos delincuentes se encontraron.
—¿Qué me ves, hijo de la chingada? —cuestionó el asaltante a Joaquín mientras se dirigía hacia él, al tiempo que le apuntaba con el arma.
—¿Qué me ves, cabrón?
—Nada, tranquilo, tranquilo, todo va a estar bien.
En el momento, Méndez al darse cuenta que se trataba de otro evento muy distinto al que amenazaba a su familia con aquella misiva de Joaquín, intentó en su desesperación llegar a activar el botón de pánico.
Joaquín se dio cuenta de la intención y le habló de manera tranquila, casi como un murmullo:
—¡No lo hagas!
¡No cometas esa tontería!
El asaltante vio entonces lo que intentaba hacer el encargado bancario, disparó en dos ocasiones y causó la muerte de este de manera inmediata.
Ante tal acontecimiento, aumentó el pánico que ya se vivía en el interior de la institución bancaria.
—¿Quieren más, cabrones? —gritó iracundo el asaltante.
¿Alguien más que quiera sentirse valiente?
¡Date prisa, pendeja! —dijo, dirigiéndose a la cajera quien para ese momento ya había logrado colocar en una bolsa una gran cantidad de billetes americanos.
Uno de los clientes, un hombre de complexión robusta y de edad mediana, quien por las circunstancias mismas del asalto sufría una crisis de terror, intentó en su desesperación escapar de aquel lugar y sin pensar en las consecuencias se incorporó para tratar de llegar a la puerta del banco.
Otros dos disparos fueron lanzados como ráfagas de fuego por el arma del asaltante, acertando de manera inmisericorde contra el hombre, quien cayó desvanecido, ya inerte, a pocos centímetros de donde se encontraba Joaquín.
La mirada de Joaquín para ese momento se centraba en las manos de aquel asaltante quien, sin saberlo, había intervenido de manera circunstancial en el destino que, según Joaquín, tenía planeado, y ese día, en dicho momento, tenía que tomar una decisión importante, seguir aquel curso del destino fortuito o tomar en sus manos aquel en el que él mismo había creído.
En un movimiento rápido, Joaquín se incorporó y al hacerlo, llevaba ya entre sus manos el arma que él en ningún momento pensó llegar a utilizar.
—¡Suelta el arma, pendejo! —gritó Joaquín.
Ante el grito, el asaltante giró su cuerpo para encontrarse directamente, cara a cara, cuerpo a cuerpo, arma con arma, ambos apuntándose de manera decidida a seguir con lo que tenían planeado.
—¡Suelta el arma! —repitió Joaquín.
—¿Crees que soy pendejo?, ¿quién eres tú? —respondió el asaltante.
Las armas de ambos estaban dispuestas a escupir en cualquier momento.
Joaquín sudaba frío, pensó en su abuela, en su familia.
Entonces fue que sucedió.
Una distracción, un grito de miedo fue suficiente para que ambas armas dispararan contra sus objetivos.
Una de esas balas penetró como por inercia en la frente de uno de los
delincuentes.
Otra más laceraba el cuerpo de Joaquín, causándole una herida profunda en su pierna izquierda.
Todo era confusión dentro del Banco Nacional.
La gran mayoría seguía en la posición exigida mientras otros pocos intentaban incorporarse con cautela sobre su cuerpo cuando de manera imperativa se escuchó la voz de Joaquín, quien entonces apuntaba con su mano izquierda el arma a los clientes mientras que con la derecha desanudaba su corbata y con ella intentaba hacer un taponamiento en la herida causada por el intruso.
—¡Nadie se mueva!
¡No va a pasar nada!, ¡no va a pasar nada, tranquilos!, repetía mientras se incorporaba, dirigiéndose a la cajera, quien sostenía entre sus manos la bolsa gris que contenía los billetes gringos, tomó el botín sin dejar de apuntar y cojeando se dirigió a la salida bancaria para en pocos segundos desaparecer ante las miradas de angustia y temor de los cuentahabientes.
Joaquín se alejó del lugar por el mismo camino por donde había llegado, pero ahora con un caminar muy lento, la herida en la pierna seguía sangrando de manera copiosa, por lo que a cada paso que daba se debilitaba aún más; además, el dolor le impedía caminar de manera normal pues tenía que arrastrar la pierna.Sabía que tenía que hacer algo si no quería quedar tendido desangrado en medio de su huida.Se detuvo un minuto en una licorería, abrió la maleta, de la que sacó algunos dólares y pagó por una botella de ron, un paquete de papel sanitario, dos cajas de analgésicos y tres encendedores. Dejó dos billetes verdes sin fijarse en el precio.Lo único que quería era alejarse lo más pronto posible de aquel lugar.—¿Se siente bien, señor? —preguntó la dependienta al ver la sangre que salía de la herida de Joaquín.¿Señor, qué le ha pasado?, ¿quiere que llame a una ambulancia?No, gracias, fue solamente un accidente. –Respondió Joaquín mientras que de
La llegada al anfiteatroEl detective Ramírez ya esperaba en el hangar de la empresa de la familia Martínez de la Garza a la señora Eva, quien con paso apresurado bajó por las escalinatas de la aeronave, seguida por Esther.—Señora, debemos dirigirnos al Servicio Médico Forense —Semefo— de la ciudad, ya están esperándola a usted tanto el Ministerio Público como agentes de la Policía Ministerial para llevar a cabo todos los trámites pertinentes en caso deque…—¿En caso de qué, licenciado Ramírez?Bueno, en caso de que efectivamente se trate de Mayra, señora —dijo mientras aceleraba el paso para abrir la portezuela trasera del vehículo que los conduciría al destino con la verdad.Ya en el automóvil, Eva expresó:—Una pregunta, Ramírez.—&iqu
Regreso a MonterreyTal como lo había prometido el agente ministerial Durán, el cuerpo de Mayra fue entregado al detective Ramírez, al igual que la custodia debidamente oficializada de parte de las autoridades correspondientes de la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. A una hora temprana, Durán había recibido la cantidad que uno y otro habían acordado.En el hangar donde se encontraba el avión que llevaría de regreso los restos de Mayra, ya estaban esperando Eva y Esther a que el detective Ramírez llegara con el ataúd y con Mario.Después de varias horas de espera, finalmente Eva vio cómo llegó una carroza fúnebre y de ella bajaron la caja mortuoria; observó asimismo que por las escaleras que dan al patio de maniobras, descendía el detective Ramírez, acompañado del nieto de ella.—Señora, buenas tardes —saludó Ramírez.—Buenas tardes, detective, ¿por qué tardó tanto?—Señora, tuve que entregar la cantidad pactada con el
Lucía era una joven de 21 años de edad, compañera de Mario en la Facultad de Derecho en la Universidad Autónoma de Nuevo León.Ella había nacido en la ciudad de Apodaca, Nuevo León, y había quedado huérfana de madre desde su nacimiento.Nadia, su madre, había muerto por complicaciones durante el parto, y Lucía, inconscientemente, se sentía responsable de su muerte.Su padre la había dejado desde ese entonces a cargo de Martha, su nana, pues el trabajo de él no le permitía cuidar de ella por el día.Unos años después él había vuelto a contraer nupcias y últimamente se encontraba viviendo junto a su nueva pareja, en los Estados Unidos de América.Lucía, junto con su nana, se trasladó a vivir a la ciudad de Monterrey para ingresar a la Facultad. Ellas vivían en
—No lo sé, solo vi que eran tres contra uno y sentí coraje de que fueran tan aprovechados. —¿Es decir que lo hubieras hecho con cualquiera y no solamente por ser tu primo? —Por supuesto que lo hubiera hecho por cualquiera, no lo pensé, solo sentí ese impulso y actué de manera irracional, espero que no vuelva a sucederme; por cierto, te ofrezco una disculpa. —¿Una disculpa a mí, ¿por qué? —Por haberte arruinado la noche. —Para ser honesta, ya me tenían aburridas Reyna y Rocío y pues a ti no se te veía tan contento, así que no te preocupes, no me perdí de nada, absolutamente de nada bueno. —De cualquier manera, te ofrezco disculpas —respondió Mario mientras le tomaba la mejilla derecha. —¿Y qué piensas hacer —preguntó Lucía. —¿Hacer de qué? —Pues de lo que te ofreció tu primo, el diputado. —Pues nada, no pienso hacer nada, espero no volver a verlo, eso es lo que espero. —¡Pero si serás bruto Mario! —¿Por qué! &nbs
Había llegado la hora.Mario arribó acompañado de el Panemas a la casa de Jesús. Ya estaban en ella seis de los principales líderes de la organización política y la mayoría de los alcaldes de diferentes municipios del estado en señal de apoyo a Jesús.Jesús recibió en el lobby a Mario y a el Panemas.Entraron al privado de Jesús, este sirvió tres copas de vino, ofreció una a Mario, la segunda a el Panemas, y él conservó la tercera para sí.—¡Se llegó el tiempo, Mario!, ¿qué noticias me tienes de tus amigos?—Voy a verme en una hora con quien me va a entregar el recurso.En cuanto me lo pidas, tendremos un millón de dólares para tu campaña, tú nos dices cómo lo repartimos o a quién se lo entrego.—Mario, tenemos que ser muy cuidadosos con el tema, pues van a estar fiscalizando todos los gastos, así que tenemos que saber manejar muy bien la contabilidad para no rebasar los topes de campaña.—El licenci
Pues entonces hazlo, Mario, haz que la lleven presa si ese es tu trabajo y tu gran honestidad y moral no te permiten liberarla —manifestó Lucía mientras abría la puerta del despacho para dirigirse a su habitación. Mario intentó detenerla y fue en ese preciso momento cuando sonó su celular. Era el Panemas, y Mario estaba esperando esa llamada.El Panemas le informó que estaba todo listo para el golpe que estaban preparando asestarle al cártel del Centro.En punto de las tres de la tarde del día siguiente se realizaría el operativo de la Secretaria de Seguridad Pública del Estado con al menos 200 efectivos de la corporación.Mario salió segundos después de terminar la llamada con el Panemas y dio la orden a agentes policíacos de que llevaran a los separos de la procuraduría a Martha, la supuesta ladrona de las joyas de Lucía.Sin saberlo, Mario había caído redondito en la trampa de su esposa, la señora del gobernador.El enfren
Secuestro y asesinatoLucía, ese día desde temprana hora estaba al pendiente de las noticias, sabía que era el momento justo de seguir con su plan. No podría permitir que nade ni nadie pusiera en riesgo su vida ni la de sus hijas.Lucía había logrado tener una excelente cercanía con su cuerpo de seguridad.Seis elementos de la procuraduría habían sido asignados a la seguridad personal de ella y de sus hijas desde el inicio de la Administración de Mario como gobernador.Dos de ellos, Agustín y Ricardo, se habían convertido en gente de toda su confianza. Los cuatro guardias de seguridad restantes le eran fieles, pero ella no les tenía la suficiente confianza como a los dos primeros.El secretario de Seguridad Pública del Estado se encontraba realizando una conferencia de prensa en las instalaciones de la secretaría a su cargo mientras que Mario la observaba, por vía televisiva, en su despacho.En ese momento le informaron que