Phoenix yacía en su cama, con los ojos fijos en el techo mientras intentaba controlar el dolor que palpitaba en cada parte de su cuerpo. Sus pensamientos eran un torbellino, y el intento de organizar los recuerdos de la noche anterior era doloroso, tanto física como emocionalmente. Deslizó su mano sobre el hombro vendado, sintiendo la rigidez del vendaje y el dolor profundo que irradiaba con cada movimiento. Los moretones en sus costillas y las heridas en su espalda eran un testimonio silencioso del violento ataque que había enfrentado. Con cada toque, su mente la transportaba de nuevo a esa noche, cuando las garras y colmillos de los lobos desgarraron su piel, dejando cicatrices que probablemente nunca desaparecerían por completo.Las damas de compañía de Phoenix, Genevieve, Eloise, Isadora y Arabella, estaban alrededor de su cama, tratando de consolarla de todas las maneras posibles. Estaban en silencio, pero la preocupaci&oa
Lyanna salió de la habitación de Phoenix con el semblante tenso, sus pensamientos girando en su mente como un torbellino. Cada paso que daba por el pasillo parecía resonar con su frustración y sensación de impotencia. Sabía que había fallado a Phoenix, y la culpa pesaba sobre sus hombros como un ancla. Mientras caminaba, perdida en sus reflexiones, una voz familiar la trajo de vuelta al presente."Mamá," la suave voz de Genevieve resonó en el pasillo. La joven, al notar la expresión de su madre, se acercó con preocupación evidente en los ojos. "¿Qué sucedió? ¿Cómo está la reina?"Lyanna se detuvo y miró a su hija, los ojos de Genevieve reflejando la misma determinación y cuidado que ella misma intentaba mantener. Quería tranquilizar a su hija, pero las palabras no lograron salir con la convicción que deseaba."
La oscuridad rodeaba a Phoenix, arrastrándola hacia un abismo sin fondo. El viento cortante azotaba su cuerpo, y el sonido ensordecedor de una caída interminable llenaba sus oídos. En su sueño, ella caía una vez más en el barranco, reviviendo la angustia de aquella noche terrible. Sin embargo, algo era diferente esta vez. Cuando finalmente alcanzó el agua helada, no hubo impacto. En lugar de eso, la sensación era la de estar siendo succionada, como si el agua la estuviera tragando. El frío dio paso a una oscuridad opresiva, y Phoenix se dio cuenta de que estaba cayendo directamente en la boca de un lobo negro, cuyos ojos azules brillaban como faros en la oscuridad.La boca del lobo se abrió, y una voz femenina, profunda y seductora, resonó a su alrededor.“Ríndete a mí”, dijo la loba, sus palabras reverberando en la mente de Phoenix, envolviéndola como un velo
Cuando entraron en la sala, fueron recibidas de inmediato por las otras damas de compañía: Arabella, Isadora, Genevieve y Lyanna. El ambiente en la sala era tenso, y los ojos de Lyanna estaban fijos en ellas, claramente esperando respuestas."¿Cómo están las heridas de la reina?" preguntó Lyanna, con voz firme y autoritaria.Eloise, siempre compuesta, respondió de manera directa, mirando a Lyanna con seriedad."Las heridas de la reina están evolucionando muy bien. No hay nada de que preocuparse."Seraphina, sin embargo, no pudo ocultar su nerviosismo y dejó escapar."Sorprendentemente, muy bien."Eloise lanzó una mirada severa a Seraphina, golpeándola suavemente en el brazo para que se callara."Vamos a concentrarnos en lo que vinimos a hacer," murmuró, tratando de desviar el foco de la conversación.Lyanna se levantó
Phoenix estaba inmersa en la lectura de lo que sería el diario de su madre, Ruby, mientras el suave aroma de café fresco llenaba la sala. La luz del sol de la mañana entraba por las ventanas altas, iluminando las páginas amarillentas del cuaderno de cuero que descansaba delante de ella en la mesa de desayuno. Cada palabra, cada línea escrita por la mano de su madre, parecía desenterrar secretos olvidados hace mucho tiempo, secretos que tal vez fueran la clave para entender lo que le estaba sucediendo a ella misma.Las primeras páginas del diario revelaban relatos detallados de las experiencias de Ruby con lobos. Ruby describía cómo, desde joven, había sentido una conexión profunda con estas criaturas, un vínculo que iba más allá de la mera comprensión instintiva. Phoenix se vio absorbida por estos relatos, sus propias experiencias con lobos comenzando a cobrar sentido a me
La noche caía suavemente sobre el bosque de Blackmoon, nombrado en honor a la luna que había sido testigo de tantos encuentros y secretos compartidos entre Ruby y Kaleo. Los árboles, imponentes y antiguos, formaban una catedral natural, con sus ramas entrelazadas creando un dosel sagrado bajo el cual se realizaría la boda. La luna llena, ahora teñida de un tono profundo de azul, colgaba en el cielo como la guardiana silenciosa del momento, bañando el claro con su luz etérea.Ruby, la Peeira del Éter, estaba deslumbrante en un vestido blanco que parecía hecho de pura energía cósmica, que centelleaba como el propio firmamento. Las estrellas parecían estar atrapadas en su vestimenta, brillando con una intensidad que desafiaba el propio espacio y tiempo. Su diadema de plata, adornada con una piedra lunar, reflejaba la luz de la luna, creando un halo de poder a su alrededor. Sus ojos, profundos com
Roderic Beaumont despertó sintiéndose revitalizado después de una noche de sueño profundo. La cama en la que había descansado, hecha con pieles suaves y mantas pesadas, le brindaba el confort necesario para recuperar sus fuerzas. Al abrir los ojos, la luz suave del amanecer se filtraba a través de las gruesas cortinas, anunciando el inicio de un nuevo día.El duque se levantó con un movimiento ágil, estirando sus bien entrenados músculos mientras se preparaba para enfrentar las responsabilidades que lo esperaban. Después de un baño rápido y revitalizante, se vistió meticulosamente, como era su costumbre. La túnica de lana pesada, con detalles en bordado de plata, combinaba perfectamente con los pantalones de cuero negro y las botas de caña alta.Al salir de sus aposentos, Roderic recorrió los pasillos de la fortaleza de Eldorheim, con sus botas resonan
El suave crepitar de la chimenea en la sala de estar contrastaba con la tranquila rutina de las damas de compañía de Phoenix. La sala estaba bañada por una luz dorada, suave y acogedora, que danzaba sobre las tapicerías que decoraban las paredes, representando escenas de caza y paisajes idílicos. Isadora, Genevieve, Eloise, Seraphina y Arabella estaban inmersas en sus propios quehaceres, y la tranquilidad de la mañana solo se rompía por el suave sonido de las agujas de bordado pasando por la tela y el ocasional clic de las cartas al ser repartidas.Isadora, con su postura siempre impecable, estaba concentrada en su bordado, manipulando delicadamente la aguja mientras creaba intrincados patrones de flores sobre el lino. Genevieve, a su lado, hojeaba un libro, aunque de vez en cuando su mirada vagaba por la sala, observando a las demás. Eloise y Seraphina estaban en una partida reñida de cartas, alternando entre la