Soy una loba, Phoenix

Phoenix continuó sentada junto a la puerta, con la mirada fija en el suelo de piedra fría, mientras el tiempo pasaba. La luz del sol que atravesaba las cortinas indicaba el avance de las horas, transformando la mañana en tarde. El silencio en la habitación solo se interrumpía por el ocasional sonido de pasos en el pasillo. Sus dedos tamborileaban en el suelo, un reflejo inconsciente de su ansiedad. Entonces, finalmente, escuchó voces familiares: Genevieve e Isadora.

Las dos damas se detuvieron frente a la puerta, y Phoenix inclinó la cabeza, escuchando atentamente.

"Necesitamos entrar. La reina está dentro y necesita cuidados," dijo Isadora, con una voz firme pero educada.

"Solo con órdenes directas del rey alfa," respondió el guardia, con un tono duro e inflexible.

Genevieve, impaciente, replicó:

"¿Tienes idea de quién está al otro lado de esa puerta? ¡Es su reina! No es solo una prisionera, es su soberana, y exigimos entrar para alimentarla."

El guardia no se dejó intimi
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