El rostro de Aquiles Wilde iba del pálido cascarón hasta el rojo rabioso cada pocos segundos. Y para rematar Paul Anders le dirigió una mirada llena de desprecio. —¿Qué pretendía hacer, señor Wilde? ¿Ganar tiempo? ¿Amañar los resultados de alguna manera? ¿Sobornar a uno de los pobres técnicos de la
Enseguida vinieron algunos policías y el mismo abogado de Aquiles trató de contenerla. Nathan levantó a Meli y la revisó apresurado, verificando que no hubiera sangre por ningún lado antes de girarse hacia Stephanie. —¡Vas a pagar por esto! —se quejó la mujer histéricamente, luchando con todos los
—Por favor, no se muevan, no queremos usar la fuerza delante de los periodistas, pero no dudaremos en hacerlo si se resisten —aseguró la mujer. Heather y Stephanie se quedaron petrificadas mientras las oficiales las rodeaban y les retiraban todas las joyas. Incluso les quitaron las carteras y corta
Nathan sentía que se le saldría el corazón del pecho del miedo que sentía. Un fino hilo de sangre se escurría desde la nariz de Amelie, y él tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no paralizarse allí mismo de terror. La sacudió como pudo y la acostó en el sofá mientras daba voces para que algui
—Quiero que redactes la demanda contra Stephanie Wilde ahora mismo. La quiero tras las rejas, y no me digas que no tenemos pruebas porque la grabaron todas las televisoras de la ciudad mientras golpeaba a Amelie —siseó Nathan girándose hacia su abogado—. Quiero que la tengan en Búsqueda y Captura pa
El abuelo King jamás había esperado ver a su nieto en aquel estado cuando llegó a aquel hospital. —Gracias por quedarte con ella —murmuró Nathan cabizbajo. Tenía grandes ojeras, la voz ronca y los hombros caídos por el cansancio. Estaba claro que no había dormido en días. —Tranquilo, todos entien
—¿Trajiste a Sophia aquí? ¿¡Quieres que te pegue!? —se enojó Meli con las pocas fuerzas que tenía. —Ella insistió, sabes que es difícil de persuadir —sonrió Nathan antes de hacer pasar a Sophia solo por un par de minutos. En cuanto Sophi se dio cuenta de que Amelie estaba bien, accedió irse a casa
Nathan parpadeó despacio, tragando saliva. ¿Decirle algo? ¿Decirle qué? —¿Te sientes mal? ¡Dime la verdad, nena, no te puedes callar estas cosas...! —Te quiero —confesó Meli y al hombre frente a ella se le erizó hasta el alma. —¿Eh...? —Los labios de Nathan se movían pero no salía nada—. ¿Es en s