Vio el momento exacto en que Stephanie trató de golpearla. Sin pensárselo dos veces, Amelie la agarró por el brazo y le dio un fuerte golpe en la cara que hizo que Stephanie cayera al suelo con expresión de espanto. —¡Maldit@ sea! —gritó Stephanie sorprendida mientras se miraba el rostro cubierto d
Durante ocho años Aquiles Wilde, junto con su mujer y su hija, habían ansiado deshacerse de Amelie, porque era un triste recordatorio de que solo eran gente pobre que cuidaban a una niña rica. Después de cumplir la mayoría de edad, tanto Heather como Stephanie habían querido sacarla de la casa, pero
—¿Es cierto que mandaste por mí? —preguntó Amelie sin preocuparse de los protocolos de respeto. —Sophia me dijo que los Wilde iban a echarte de la casa —respondió él—. Veo que no se equivocó. Se apoyó en el escritorio mientras cruzaba los brazos sobre el pecho y la vio asentir. —Sí, esa nariz rot
Estaba aterrada y era inútil negar eso. Estaba casi desnuda, vulnerable y expuesta al escrutinio de un hombre que la hacía temblar y casi le doblaba la edad. Le acababa de confesar que lo había engañado, que ella había sido la que había salvado a su hija, y le estaba mostrando su propio cuerpo como
—¿Qué... qué cosa...? —balbuceó ella y Nathan pasó saliva. —¿Estás segura de que quieres saberlo? —murmuró él y Meli se quedó en silencio por un segundo, pero en cuanto él hizo un gesto para apartarse ella tiró de las solapas de su saco. —¿Torpemente segura te vale? —preguntó y Nathan sintió que s
Durante largos minutos miró al techo, recordando cada momento de la noche anterior, y se estremeció al recordar el placer que había sentido entre los brazos de Nathan. Era algo imposible de describir, Amelie jamás había imaginado que aquellas sensaciones existían y él parecía tan... experimentado.
Era peligroso ver cómo sus labios temblaban. Todo el cuerpo de Nathan se lo advertía. No sabía qué tenía aquella chiquilla que lo estaba descontrolando, pero era evidente que algo tenía.—¿Qué va a pasar ahora? —repitió apoyándose en el escritorio y bajando un poco para quedar a su altura. Meli esta
—En esta talla, una muestra de todo lo que tenga —dijo entregándole una tarjeta—. Llame a ese teléfono y dé su número de cuenta, le pagarán y le darán la dirección de envío. Gracias.—¡No, Nathan!Y como estaba visto que ella no iba a ceder, Nathan le dio la vuelta y se la echó al hombro, entró a la