CAPÍTULO 4

CAPÍTULO 4

AÁRON BIANCHI

Realmente pensé irme directamente a mi casa a descansar, para no tener que partirle la cara a Andrés esta noche y de ese modo arruinar una velada que había comenzado realmente bien, pero al mal paso, en ocasiones, era mejor darle prisa.

Estaba agotado de la vida que estaba llevando, trabajaba más de doce horas diarias en mi propia constructora, y atendía a tiempo parcial los otros negocios que había adquirido con los años. Salir adelante para mí, nunca había sido fácil, yo no había sido el hijo de un hombre con dinero, como fue el caso de mi hermano menor.

Yo fui el hijo de un don nadie, pero el padre de mi hermano nunca hizo diferencias, y me trató como un verdadero hijo. Eso duró hasta que mi padrastro murió de cáncer, y Andrés que ya tenia edad suficiente para hacerse cargo de la herencia, decidió que a mí no me tocaría ni un solo dólar, y por respeto a mi mismo, no me quedó otro remedio que aceptarlo.

A mí me tocó hacerme hombre antes de tiempo. Desde que cumplí los dieciocho años puedo decir, que cada peso que tuve en mis bolsillos, fue porque los trabajé intensamente para conseguirlo.

Es una pena que él haya delipidado la considerable fortuna que le heredó su padre al morir, dejando incluso a nuestra madre en la calle.

Yo por mi parte , tengo que admitir que los esfuerzos constantes rindieron fruto, y que por fin pude salir adelante y hacerme cargo de mi madre. Eso es algo de lo que siempre estaré orgulloso, aunque la fortuna haya llegado tarde a mi vida. Deje los pensamientos tristes, y me concentre en hacer la siguiente cosa correcta: y esta era, partirle la boca al insolente de mi hermano.

Tan pronto abandoné el casino metí en mi coche, y conduje a la casa de mi madre. Aún sentía el perfume de Yamila Kaya en mis fosas nasales, embriagándome con su delicado pero sensual aroma, provocándome . Porque si en algo había tenido razón William, era en que después de la muerte de mi esposa, no había vuelto a sonreír así por una mujer que acababa de conocer. Ni por otra que conociera desde hacía mucho. Sencillamente esa joven enfermera me cautivó.

Andrés no tenía donde vivir, así que se estaba quedando en casa de mi madre. La estupidez de mi hermano a veces no tenía límites, pues pasó de tenerlo todo a no tener nada; pero aún en la quiebra absoluta, no perdía nunca la arrogancia y la codicia que lo caracterizó siempre.

Lamentaba causarle este dolor a mi madre, pero mi hermano no se podía creer con el derecho de desfalcarme medio millón de dólares, sin que nada pasara. ¡Justo él, que me negó tanto!…

Llegué en menos tiempo de lo esperado, tenía cierta tendencia a la velocidad, y sumido como estaba en mis pensamientos, pues volé la distancia que separaba el casino al edificio residencial donde habitaba mi madre.

Tenía una copia de la llave del apartamento en la guantera pues yo era el propietario, así que la tomé.

Bajé del coche con calma. Pasaban las dos de la madrugada, y la noche se había tornado bastante fría.

Subí las escaleras, metí la llave en la puerta y entré. Para mi sorpresa mi madre seguía en el living, la televisión estaba encendida, y ella estaba acurrucada dormida sobre un sofá de cuero.

—¿Madre?— llamé con tono de voz muy suave— ¿estas bien?— pregunté y ella se reincorporó asustada y sorprendida de que fuera yo quien llegase a esas horas.

—Aarón.. ¿Le pasó algo a tu hermano? ¿Qué haces aquí a estas horas? ¿Donde está Andres? — indagó sorprendida.

—Por lo que veo ese inconsciente no ha llegado… y tú no cambias madre. Deberías estar cómodamente acostada en tu cama, y no aquí, en ese sofá duro— le comenté con un claro reproche en la voz.

—Bien sabes que no logro dormir hasta que tu hermano no llega— dijo con desgano y se restregó los ojos con rostro soñoliento y cansado.

En ese momento como si lo hubiéramos convocado, se escuchó el ruido de una llave girando desde afuera, y la puerta se abrió, dejando de ver al “cínico inconsciente”

—¿A qué se debe este aquelarre?— preguntó en tono de evidente burla.

—Digamos que tengo medio millón de razones para estar aquí— dije igualando su cinismo, y mi madre me miró sin entender nada.

—¡Claro!— soltó Andrés seguido de su mejor sonrisa, y negó con la cabeza—. Era claro, los muertos de hambre como tú, siempre andas tras limosnas.

—Si te parece que mi dinero es una limosna… ¿Por qué caraj0s lo tomas? — troné perdiendo la calma. Antes André me había humillado por cuenta del dinero, pero eso no pasaría nunca más.

—Y claro está… el chupamedias de William no se pudo quedar con la boca cerrada…— se quejó Andres y se tambaleó en dirección a mi madre— Siento decirte hermanito, que de ese medio millón de dólares, no queda ni uno— se hartó — Lo invertí en otro casino esta noche, y …

—¡Lo perdiste todo!— terminé de decir por él. Mi madre se tapó la boca con ambas manos, pues nada podría salvar a su pequeño hijito de mi ira, no después de haber perdido medio millón de dólares de mi patrimonio. Gracias a su idiotez el casino no había perdido solo medio, sino que un millón, pues perdió esa suma dos veces.

—¡A-Andrés hijo! ¿!Por qué hiciste algo así¡?— tartamudeo mi madre cubriéndose aún más el pecho con la manta—¿Por qué tomaste dinero de tu hermano?

—¡Porque tiene unas ganas locas de que le rompa la cara!— dije con ira, Andrés cometió el error de volver a sonreír. La relación entre nosotros estaba irremediablemente rota desde que murió mi esposa, pero ahora también le rompería los dientes, por cínico.

Caminé dos pasos, y sin que mi madre se lo esperara, le di un fuerte golpe a Andrés en el mentón que lo hizo caer desparramado por la sala.

¿Le pegue fuerte? No creo… es que estaba tan borracho que hubiera caído aunque lo golpeara con una pluma.

—¡Eres un completo imbecil!— farfulló limpiándose con la mano izquierda la sangre que le salía del labio inferior. Pensándolo bien, creo que si lo golpeé un poco fuerte, pero ni de forma cercana a lo que se merece ese bueno para nada. Se trató de reincorporar y mi madre intentó ayudarlo.

—¡Aarón lo que sea que haya pasado lo pueden resolver como hermanos!—intervinó mamá y me mire los nudillos del puño con que lo había golpeado. Aún no me sentía satisfecho, quería romperle el alma al niño bonito para que aprendiera a no meterse en mis asuntos. ¡Era hora que aprendiera de una vez y por todas que lo mío no se toca!

—¡Esa bestia marginal no es mi hermano!— se atrevió a decir Andrés, y solo alce los hombros feliz de que él lo hubiera dicho así.

—¡Si ambos carecemos del sentido de la fraternidad… ¡Entonces me parece bien que esto lo resolvamos a golpes!—comenté tranquilamente y caminé hacia ellos. Aparté a mi madre con delicadeza, Justo antes de darle otro certero puñetazo al rostro del hombre que acaba de llamarme bestia marginal.

Esta vez si estuve a punto de noquearlo, y su expresión de dolor hizo a mi madre chillar.

—¡Por dios!¡Detengan esto ya! — su voz sonó aterrorizada, y en ese momento me sentí culpable.

Volteé a verla, y en ese instante el idiota de Andrés se reincorporó, aprovechándose para propinarme un derechazo en el lado izquierdo de mi rostro.

Mi madre se asustó tanto, al verme retroceder golpeado, que ella misma trató de socorrerme, causando como consecuencia que ambos fuéramos al piso.

La peor parte de la caída se lo llevó ella, perdió de inmediato el conocimiento y al levantarla me percaté de que su cabeza sangraba. Todo mi cuerpo se congeló, y revise rápidamente si respiraba.

—¡La mataste imbecil!— espetó Andrés acercándose— ¡Felizmente acabas de asesinar el único vínculo qué hay entre nosotros dos!

Saqué mi teléfono celular del bolsillo de mi pantalón, y rápidamente marqué el número de emergencias. Sabia que no era una buena idea venir a buscar a Andrés esta noche, y aún así lo hice. Ahora solo tenía que atenerme a las consecuencias, y solo me restaba rezar para que no fueran fatales.

{***}

La madrugada entera en el hospital fue terrible. Por lo menos mi hermano se había desaparecido a la mitad de la noche.

Así que solo me quede solo allí, sentado en una silla incómoda. Con los codos apoyados en mis rodillas , y las manos cubriéndome el rostro.

No sabía manejar la culpa, y sin dudas yo tenía la mayor parte de esta.

Casi al amanecer se acercó una doctora, a darme razón de cómo iba mi madre.

—La señora Sandarti está bien, sufrió una ligera contusión craneal, por eso la dejaremos dos dias en obeservaciones— explicó con expresión seria.

—Pero… ¿Está bien?— insistí con con un poco de desesperación en la voz, y la médico asintio con la cabeza—. ¿Puedo verla entonces?— me apuré en preguntar y esta vez la respuesta fue negativa.

—No, ahora mismo la paciente está en observaciones, y está descansando. Llegó con la presión arterial un poco alta, y le adminístramos un sedante suave. En unas dos horas, cuando la pasemos a un cuarto, podrá visitarla— explicó y me regalo una sonrisa que me hizo calmarme momentáneamente.

—¡Entoces esperaré aquí hasta que pueda verla!— dije con seguridad. No me iría a ninguna parte hasta cerciorarme con mis propios ojos que mi madre estuviera bien.

Una hora después, la poca tranquilidad que había en el hospital fue desapareciendo. El sol brillaba en el cielo, y comenzaba una jornada más. Médicos y personal de enfermería comenzaba a llegar y a realizar su trabajo.

Necesitaría toneladas de café, para llevar este día, después de no haber pegado un ojo en toda la noche.

Me puse de pie, dispuesto a ir a la máquina de café, y una cara conocida llamó mi atención. Si no me fallaba la memoria, ese hombre vestido de enfermero, era el mismo que la noche anterior había estado en el bar del casino con ella.

¿Rutty, Ruccy? ¿Richi? No recordaba cuál era el nombre exactamente, pero estaba seguro que era él, una vez que se acercó un poco.

Y si, porque dos segundos más tarde apareció ella, luciendo como un ángel caído, con aquel cabello negro trenzado como boxeadora, y con su uniforme blanco impecable.

Nuestros ojos se encontraron, y fue como si una supernova hubiera explotado entre nosostros. Allí estaba otra vez esa terrible atracción que me provocaba que no pudiera dejar de mirarla. Esta vez fue ella quien se acercó con semblante preocupado.

—¿Estas bien?— preguntó atenta—. ¿Te pasó algo anoche?

—!No a mi!— respondí inmediatamente y la contemplé de arriba abajo.

—Tienes un golpe en la cara, y sangre en la camisa— notó inmediatamente, y hasta entonces vi que efectivamente mi camisa estaba un poco manchada. Perfectamente esa sangre podía ser de Andrés o de mi madre.

—Mi madre está hospitalizada, se cayó anoche tarde… por eso estoy aquí— traté de explicar.

—¿Y el golpe en la cara?— indagó sacándome una sonrisa. Me encantaba ver la expresión felina que tenía en el rostro para hacer reclamos. Si así de bella se veía haciendo reclamos, podría aguantar sus demandas la vida entera.

—¡También me caí!— simplifiqué y ella contratacó de inmediato.

—¡Sobre un puño por lo que veo!— el sarcasmo en su frase no me pasó desapercibido y volví a sonreír—. ¿Necesitas algo?¿Puedo hacer algo por ti? — se ofreció gentilmente, pero si la doctora que llevaba el caso me había sugerido a esperar que mi madre despertara de los sedantes, no había mucho que e pudiera hacer.

—Un café, creo que necesito un café con urgencia… ¿Me puedes acompañar? — le propuse y ella me miró con los ojos entrecerrados.

—Solo si es rápido, llegué temprano y tengo solo quince minutos antes de que empiece mi turno— informó y me comenzó a guiar rumbo a la cafetería.

Allí, nos sentamos y una camarera tomó rápidamente la orden.

No sabría decir que tenía Yamila que me atraía tanto, era hermosa, si; pero antes había conocido a mujeres hermosas, y ninguna me había movido el piso.

Sirvieron los café, y estábamos allí, solo mirándonos como adolescentes enamorados, ella no habló mucho y yo solo estaba bien con contemplarla. Hasta que me di cuenta que desde el final de la cafetería, Andrés nos miraba con expresión acusadora. Conocía a mi hermano perfectamente, y sabía que había algo que además de sorprenderlo, le estaba incomodando.

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