¡Muerte al débil, Riqueza al fuerte!
La Biblia Satánica, el Libro de Satán.
Bajo el ardiente sol y el árido aire del desierto mexicano, Samael Valerio caminaba junto a un aguerrido equipo especial de agentes policiales de la Secció
IVTras la desaparición de Lía Isabel comenzaron extensas pesquisas policiales así como de la seguridad privada. Drej, como la detective encargada del caso a nivel de Interpol, comenzó a interrogar a algunos de los conocidos de la celebridad.Viajó a Estados Unidos, la tierra natal de Lía Isabel aunque ella era de origen latino, y entrevistó a la familia de la cantante (su tercer esposo, un actor de Hollywood y sus dos hijos, un huérfano africano adoptado y una niña que era su hija biológica), así como a su representante y su asistente, entre otros. Al no obtener nada nuevo, decidió entrevistar a un antiguo amigo de la cantante, el productor discográfico, Marvin Livingston.—Lía siempre ha sido una persona polémica –dijo Marvin— comenzó su carrera hace cerca de 20 años y desde joven fue muy hermosa. A pesar de
VIDrej despertó siendo torturada por Ana Chang en una extraña bodega abandonada y en medio de las tinieblas de la noche. Drej fue despojada de su chaqueta negra característica, por lo que quedó vestida sólo con su camiseta blanca sin mangas y su pantalón de cuero. Estaba encadenada en el mismo cepo metálico y extraño en que estaba la joven víctima de Chang en el Olympus y le habían colocado la misma mordaza.Drej sentía un tremendo dolor en sus músculos, especialmente en la espalda y las piernas invadidas de calambres. Seguramente llevaba varias horas en esa posición dolorosa y humillante. Adicionalmente, Chang había comenzado a flagelarle la espalda, aunque no con un látigo sino con un azote para caballos.—Te preguntabas que me pedía Damon que hiciera –dijo Chang. –Pues le encantaba que yo torturara a sus ví
VIIIDesperté de mi sueño, aunque nuevamente fue sin sobresalto. La oscuridad era rota por pequeños ases de luz que penetraban por los ventanales de la habitación. A mi lado, durmiendo sobre una colchoneta en el suelo, se encontraba Drej.Sentí una maligna presencia en la habitación y un frío escalofriante. Intenté despertar a Drej pero algo me impedía articular palabra. Es entonces que las cobijas se remueven de encima mío por manos invisibles e intento moverme pero tengo el cuerpo paralizado.Traté de mover mis manos pero éstas fueron súbitamente colocadas contra el colchón por dedos frígidos como el hielo que aferraron mis antebrazos. Incapaz como estaba de contemplar ningún atacante y aún sin poder articular palabra, pude sentir la respiración helada y fétida sobre mi rostro que susurraba lascivamente:
XMe encontraba en labor de parto en el Hospital General en México. Mi enorme vientre me estorbaba la vista al encontrarme acostada boca arriba con los médicos atendiéndome.—¿Dónde está el padre? –me preguntó uno de los doctores.—Es un demonio –dije— es un demonio...Una de las enfermeros dispersó un alarido desesperado que me alertó. Cuando fui capaz de comprender la causa de su pánico, mi espalda se heló de la impresión. De mi útero emergió un tentáculo leproso y pulsátil que aferró el cuello de uno de los médicos. Rápidamente, decenas de tentáculos repugnantes similares emergieron de mi vagina desangrándome dolorosamente en lo que se trataba de un parto demoniaco.—¡NO! –grité desoladora al salir de la pesadilla.
Cuando la Tierra era joven, muchos eones antes de que los humanos existieran, el planeta entero era gobernado por malévolos dioses sin piedad alguna. Entidades poderosísimas de una crueldad incontenible y un sadismo insaciable, como Belial, el demonio que gobernó con su trono sobre un Lago de Fuego donde sumergía las almas de los que le desagradaran, y que regía sobre 13.000 legiones de demonios. Ó como Molloch, malévola deidad del desierto sentada sobre un trono de huesos encima de una montaña de cadáveres, cual isla en un mar de sangre. Ó como Pazuzu, espíritu del aire, cuya mayor satisfacción era la dispersión de las peores pestes. Todos estos, y muchos más demonios de naturalezas execrables y tan espantosas que es mejor no recordar siquiera, atormentaron sobre las especies primitivas que habitaban tales tiempos. Los hombres reptiles de Valusia, los enanos
III Kirskuk, Federación Rusa (poblado rural en la frontera ruso—ucraniana). Dos meses después. Don Samael y yo arribamos a la escena en un automóvil negro de tipo Volga una noche de cuarto creciente. La nieve caía copiosamente y el inclemente frío adormecía la piel y acalambraba los huesos. El auto llegó a las inmediaciones de un desolado centro militar ruso, abandonado hacía años, donde el ejército y la policía rusos observaban un cuerpo desenterrado en medio de la nieve y la helada tierra. Los soldados dejaron penetrar nuestro vehículo cuando don Samael les enseñó su insignia de la INTERPOL. Una vez dentro del improvisado campamento, se nos acercó un viejo y curtido general. —Bienvenido, detective Valerio –dijo en ruso, lengua que tanto Samael como yo hablábamos. –Gracias por venir. ¿Quién es su acompañante? —Mi asesora –explicó don Samael– la doctora Katherine
V Eran las 12 de la noche. Me encontraba sola en la habitación del hotel ruso donde me hospedada a expensas de la INTERPOL, vestida solo por mi camisón de dormir. Estaba cansada de analizar datos arqueológicos y antropológicos, así que decidí apagar la computadora laptop y sorber los últimos tragos de chocolate que bebía en una taza de artesanía. Estiré mis cansados músculos y me recosté en la cama, no tardé mucho en conciliar el sueño. Pronto, una densa penumbra invadió el cuarto. No había diferencia entre abrir los ojos y cerrarlos. Me despertó una tremenda ráfaga de aire helado y escalofriante, que me erizó la piel y me provocó un temblor frenético. Desperté, intranquila y nerviosa, presintiendo la presencia de una entidad extraña y malévola. Era una maldad turbia, densa, estresante. Como una mirada hambrienta clavada sobre mi cuerpo y que ruborizaba la piel. Intenté moverme, pero me fue imposible. Levante los bra
VIIMe llevé el pergamino a mi cuarto de hotel, e investigué la escritura con todos los archivos persas que guardo en el disco duro de mi laptop. Me acosté hasta muy tarde en la madrugada, y persistí en la investigación a la mañana siguiente. Logré identificar el alfabeto como una forma muy antigua e inusual de persa. Utilicé la Internet, y hasta llamé a algunos colegas míos británicos que conocían el tema. Uno de ellos me remitió a un templo zoroastriano situado en Londres, que databa de 1823. El sacerdote del templo me pidió que le enviara copia del manuscrito por fax, cosa que hice.Algunas horas después, me envío una respuesta.“El alfabeto es persa, pero no logro traducir lo que dice. El lenguaje es muy extraño, creo que de estilo oriental, muy antiguo”.Seguí investigando, por do