Capítulo treinta El mejor truco de magia *Stella Di Lauro* «Mi turno» ¡Joder, me toca! Tomo una profunda respiración antes de proceder a deshacerme del abrigo y las botas de tacón. Me saco la fina blusa por la cabeza y bajo el vaquero con extrema lentitud. Me detengo por unos minutos vacilante, pero al final me mentalizo con un largo resoplido. «Sabes a lo que has venido. Has tomado tu decisión y ahora no hay espacio para la timidez» Contengo la respiración al mismo tiempo que llevo las manos hacia mi espalda y deshago el broche del sujetador. Sostengo las copas sobre mis pechos por unos segundos para luego dejarlos ir. Ya está... estoy desnuda, frente a él, al play boy pervertido acosador Enrico Falconi. Me estoy tragando mis propias palabras, pero lo hago con mucho gusto. El cosquilleo que siento en el estómago al ser sometida bajo su escrutinio visual me lo confirma. »Te falta algo princesita —señala sonriente. «Las bragas» ¡Joder, joder, joder! «No vayas a enloq
Capítulo treinta y uno Imbécil *Enrico Falconi* La miro y no lo creo, joder. Es una ninfa seductora, una diosa, una ser mítico tan extraordinario que no parece real. Tanta belleza no puede ser real... Tengo una extraña sensación en el pecho que no se va. No puedo explicarlo ni tampoco hallarle sentido, solo sé que no puedo despegarme de ella y que las míseras veinticuatro horas no son suficientes. Únicamente me han servido para obsesionarme más todavía. Ahora mismo no consigo dormir. Por más que lo intento, mis ojos se niegan a cerrarse, a privarme de la vista que me ofrecen. Simplemente no puedo dejar de mirar su rostro aniñado pasivo y relajado. Resulta muy difícil de creer que yo, Enrico Falconi, el hombre que nunca ha querido compromisos para evitar el apego a las mujeres, haya planeado un domingo romántico con la más peligrosa de todas. Porque sí, Stella Di Lauro es demasiado peligrosa. En unas pocas semanas me ha hecho perder la cabeza y me temo que si continúo caminando p
Capítulo treinta y dos Estúpida *Stella Di Lauro* Se arrepiente... Creo que un puñetazo habría dolido menos. Mi hermano mayor golpea a su mejor amigo con furia y el otro idiota se deja ser pateado como un saco de papas. Tengo la rabia en estado máximo y eso no es bueno, porque suelo explotar en llamas como los fuegos artificiales. Actúo con rapidez al tirar del brazo de Federico, pero es en vano. El muy jodío parece un Titán lleno de fuerza bruta. Entonces, opto por lo más práctico: me meto en medio de los dos en cuanto veo la oportunidad. —Apártate, Ella —pide el Di Lauro en un tono muy bajo. Tiene la mirada perdida en sus crueles instintos y de ser otra persona, le tendría miedo. —No. —¡Joder, Ella, apártate! —ahora sí grita enrabietado. —¡He dicho que no! —replico en el mismo tono—. ¡Deja de meterte en mi jodida vida! ¡Es mía! ¡Mía! No tienes ningún derecho. —Soy tu hermano mayor —Fede se remueve inquieto en su sitio, aunque sin perder su posición de combate. —¡Y
Capítulo treinta y tres No puedo alejarme de ella *Enrico Falconi* La veo irse y me acuerdo de todos mis antepasados. ¿Cómo es posible que me haya atrofiado el cerebro al punto de no poder controlar mis propias palabras? Joder, que ha entendido todo mal y me ha apuñalados en el proceso. La expresión asesina de Federico Di Lauro no me ayuda a salir de mi ensimismamiento. —Federico... —¡Cállate! —me corta de manera abrupta—. No quiero escucharte porque tus palabras no tienen valor para mí. —¿Qué quieres entonces, eh? —cuestiono—. ¿Golpearme? Vamos, aprovecha que tu hermana se ha ido. —A mi hermana no la menciones, imbécil —me se
Capítulo treinta y cuatro Ira, disculpas y problemas *Stella Di Lauro* Doy vueltas en la cama hasta que me doy por vencida. Por más que lo intente, soy consciente de que no volveré a conciliar el sueño. Estoy agotada, pero mi cuerpo se ha adaptado a la rutina de las últimas semanas y despierta a las cinco y media de la mañana como si fuese un reloj con alarma automática. Dejo escapar un fuerte resoplido antes de levantarme en cámara lenta e ir al armario por unos pantalones cortos y una sudadera. Me he acostumbrado a trotar por las mañanas, pues en los últimos tiempos me ayudan más con el estrés que los cubos de Rubik. —¿Te importa si te acompaño? —el molesto de mi hermano me pilla a unos pocos metros de la verja de la residencia. —De hecho, sí —soy directa a la hora de contestar—. Prefiero correr sola. —Ella... —¿Qué pasa? —le corto de raíz. Una semana ha pasado y el enfado continúa latente. No quiero verlos, ni a él ni al energúmeno ridículo que me ha enviado flores, bombo
Capítulo treinta y cinco Instintos asesinos *Stella Di Lauro* Mi madre me mira, yo le devuelvo la mirada y luego ambas nos enfocamos en mi padre. Nos ha tomado por sorpresa y ninguna de las dos sabemos qué decir. —He hecho una pregunta y estoy esperando una respuesta —exige el señor de la casa en su pose más imponente. —¡Buenos días! —la aparición de los niños nos salva la campana y a la vez, nos obliga a despertar de nuestro letargo. Sin embargo, papá se mantiene de pie frente a nosotras, impertérrito. —Es muy temprano para andar tan serio en plan inquisidor, mi amor —alega mamá con tono meloso en tanto le prepara el desayuno al par de adolescentes revoltosos. —Estabais discutiendo y quiero saber por qué —replica él. —No discutíamos —salto a la defensiva—. Simplemente tenemos diferencias de opiniones. —¿Sobre qué? —insiste. —Cosas de mujeres —interviene mi madre. —¿Qué cosas? —¡Cosas de mujeres y fin del tema, Adriano Di Lauro! —dictamina ella a la vez que le observa con
Capítulo treinta y seis Enfrentamientos y batallas *Enrico Falconi* Ha pasado una semana. Una jodida semana y no salgo de este tonto enamoramiento hormonal. ¡Parezco un put0 adolescente! La sigo oliendo, besando, tomando y adorando como aquel día en la cabaña, el cual ahora parece muy lejano. Como si hubiera ocurrido muchos años atrás, o tal vez en mis más profundos sueños. Mi cerebro no me da tregua mandando imágenes suyas constantemente y me siento abrumado por el deseo que me embarga. Mis ganas de poseerla no han mermado, por el contrario, no dejan de crecer con cada jodido segundo que pasa, acrecentando mi ansiedad, rayando la desesperación. Estoy enfermo de ella, de su dulce aunque firme voz, de sus besos dubitativos pero decididos y hasta de su furia controlada. Siendo honesto, no sé cómo abordar esta situación. Se me están acabando los recursos y a mi más fiel aliada las ideas. He probado de todo: sus flores favoritas, chocolates exóticos, invitaciones a la ópera y ha
Capítulo treinta y siete Hombres pedantes, celos y tentaciones *Stella Di Lauro* Contengo el aliento una vez más mientras el sujeto parlotea sin cesar. A Enrico al menos le di motivos para insistir en un principio, pero Ryan Dawson... Ese hombre me saca de mis cabales. No lo soporto y él en cambio no pierde la oportunidad de envolverme con su zalamería cada vez que viene. Semana tras semana en la que debe informarme sobre el avance del proyecto energético en Sudáfrica, repite la misma rutina. Lo que debería tardar una hora dura tres y lo peor es que no puedo cortarle el rollo, puesto que mi padre le tiene en muy alta estima. Claro que si le cuento que otro de sus socios me pretende, le odiaría de inmediato, pero probablemente sí perdería a papá esta vez. Su reacción de esta mañana todavía me tiene conmocionada. —Stella, necesito tu visto bueno con urgencia para entregar este informe —el play boy acosador irrumpe en la oficina como si de un vendaval se tratara. Tiene la cara