Capítulo treinta y dos Estúpida *Stella Di Lauro* Se arrepiente... Creo que un puñetazo habría dolido menos. Mi hermano mayor golpea a su mejor amigo con furia y el otro idiota se deja ser pateado como un saco de papas. Tengo la rabia en estado máximo y eso no es bueno, porque suelo explotar en llamas como los fuegos artificiales. Actúo con rapidez al tirar del brazo de Federico, pero es en vano. El muy jodío parece un Titán lleno de fuerza bruta. Entonces, opto por lo más práctico: me meto en medio de los dos en cuanto veo la oportunidad. —Apártate, Ella —pide el Di Lauro en un tono muy bajo. Tiene la mirada perdida en sus crueles instintos y de ser otra persona, le tendría miedo. —No. —¡Joder, Ella, apártate! —ahora sí grita enrabietado. —¡He dicho que no! —replico en el mismo tono—. ¡Deja de meterte en mi jodida vida! ¡Es mía! ¡Mía! No tienes ningún derecho. —Soy tu hermano mayor —Fede se remueve inquieto en su sitio, aunque sin perder su posición de combate. —¡Y
Capítulo treinta y tres No puedo alejarme de ella *Enrico Falconi* La veo irse y me acuerdo de todos mis antepasados. ¿Cómo es posible que me haya atrofiado el cerebro al punto de no poder controlar mis propias palabras? Joder, que ha entendido todo mal y me ha apuñalados en el proceso. La expresión asesina de Federico Di Lauro no me ayuda a salir de mi ensimismamiento. —Federico... —¡Cállate! —me corta de manera abrupta—. No quiero escucharte porque tus palabras no tienen valor para mí. —¿Qué quieres entonces, eh? —cuestiono—. ¿Golpearme? Vamos, aprovecha que tu hermana se ha ido. —A mi hermana no la menciones, imbécil —me se
Capítulo treinta y cuatro Ira, disculpas y problemas *Stella Di Lauro* Doy vueltas en la cama hasta que me doy por vencida. Por más que lo intente, soy consciente de que no volveré a conciliar el sueño. Estoy agotada, pero mi cuerpo se ha adaptado a la rutina de las últimas semanas y despierta a las cinco y media de la mañana como si fuese un reloj con alarma automática. Dejo escapar un fuerte resoplido antes de levantarme en cámara lenta e ir al armario por unos pantalones cortos y una sudadera. Me he acostumbrado a trotar por las mañanas, pues en los últimos tiempos me ayudan más con el estrés que los cubos de Rubik. —¿Te importa si te acompaño? —el molesto de mi hermano me pilla a unos pocos metros de la verja de la residencia. —De hecho, sí —soy directa a la hora de contestar—. Prefiero correr sola. —Ella... —¿Qué pasa? —le corto de raíz. Una semana ha pasado y el enfado continúa latente. No quiero verlos, ni a él ni al energúmeno ridículo que me ha enviado flores, bombo
Capítulo treinta y cinco Instintos asesinos *Stella Di Lauro* Mi madre me mira, yo le devuelvo la mirada y luego ambas nos enfocamos en mi padre. Nos ha tomado por sorpresa y ninguna de las dos sabemos qué decir. —He hecho una pregunta y estoy esperando una respuesta —exige el señor de la casa en su pose más imponente. —¡Buenos días! —la aparición de los niños nos salva la campana y a la vez, nos obliga a despertar de nuestro letargo. Sin embargo, papá se mantiene de pie frente a nosotras, impertérrito. —Es muy temprano para andar tan serio en plan inquisidor, mi amor —alega mamá con tono meloso en tanto le prepara el desayuno al par de adolescentes revoltosos. —Estabais discutiendo y quiero saber por qué —replica él. —No discutíamos —salto a la defensiva—. Simplemente tenemos diferencias de opiniones. —¿Sobre qué? —insiste. —Cosas de mujeres —interviene mi madre. —¿Qué cosas? —¡Cosas de mujeres y fin del tema, Adriano Di Lauro! —dictamina ella a la vez que le observa con
Capítulo treinta y seis Enfrentamientos y batallas *Enrico Falconi* Ha pasado una semana. Una jodida semana y no salgo de este tonto enamoramiento hormonal. ¡Parezco un put0 adolescente! La sigo oliendo, besando, tomando y adorando como aquel día en la cabaña, el cual ahora parece muy lejano. Como si hubiera ocurrido muchos años atrás, o tal vez en mis más profundos sueños. Mi cerebro no me da tregua mandando imágenes suyas constantemente y me siento abrumado por el deseo que me embarga. Mis ganas de poseerla no han mermado, por el contrario, no dejan de crecer con cada jodido segundo que pasa, acrecentando mi ansiedad, rayando la desesperación. Estoy enfermo de ella, de su dulce aunque firme voz, de sus besos dubitativos pero decididos y hasta de su furia controlada. Siendo honesto, no sé cómo abordar esta situación. Se me están acabando los recursos y a mi más fiel aliada las ideas. He probado de todo: sus flores favoritas, chocolates exóticos, invitaciones a la ópera y ha
Capítulo treinta y siete Hombres pedantes, celos y tentaciones *Stella Di Lauro* Contengo el aliento una vez más mientras el sujeto parlotea sin cesar. A Enrico al menos le di motivos para insistir en un principio, pero Ryan Dawson... Ese hombre me saca de mis cabales. No lo soporto y él en cambio no pierde la oportunidad de envolverme con su zalamería cada vez que viene. Semana tras semana en la que debe informarme sobre el avance del proyecto energético en Sudáfrica, repite la misma rutina. Lo que debería tardar una hora dura tres y lo peor es que no puedo cortarle el rollo, puesto que mi padre le tiene en muy alta estima. Claro que si le cuento que otro de sus socios me pretende, le odiaría de inmediato, pero probablemente sí perdería a papá esta vez. Su reacción de esta mañana todavía me tiene conmocionada. —Stella, necesito tu visto bueno con urgencia para entregar este informe —el play boy acosador irrumpe en la oficina como si de un vendaval se tratara. Tiene la cara
Capítulo treinta y ochoConfundida, atrapada y perdida*Stella Di Lauro*La oscuridad me ciega, pero intensifica mis otros sentidos. Soy consciente del calor, el hambre y el anhelo de su beso. Así como siento la dureza que roza mi piel una y otra vez, cada vez que mueve su pelvis contra la mía en tanto mantiene mis muñecas aprisionadas sobre la cabeza con una mano.Me estoy muriendo. En serio, creo que me estoy muriendo, porque mi cerebro no funciona, la respiración se me ha detenido y no consigo escuchar los latidos de mi frágil corazón.Respondo las ansias del beso con las mías propias, tomando todo lo que puede ofrecerme, aprovechando el momento porque sé que no volveré a tener otra oportunidad. Él no volverá a acostarse conmig
Capítulo treinta y nueve Secuestro *Stella Di Lauro* ¡Me cago en la leche y en mi propia madre! La voy a matar. Los voy a matar a los dos. ¿Cómo se le ocurre hacerme una encerrona? Ella orquestó todo esto junto al energúmeno frente a mí, porque sí, lo sentó junto al frente sin importarle desplazar a Adriano a otro sitio. —El proyecto de Sudáfrica va muy bien —continúa Dawson con su disertación a la cual todos parecen prestar atención—. Estamos explotando la energía solar y muy pronto tendremos la eólica para las pequeñas empresas que pensamos construir. —Su trabajo y compromiso es admirable, señor Dawson —le adula mamá mientras veo cómo Enrico disimula una mueca de desagrado. Si algo bueno puedo sacar de esta situación es su cara de fastidio. Al parecer, las cosas no están marchando como él tenía planeado. Y es que mi madre podrá ser su amiga o apoyarle en sus tretas, pero no le pondrá el camino fácil. Aliarse con Cassandra Di Lauro es jugar con un arma de doble filo. —Ah,