Capítulo setenta y tresYa estoy aquí*Stella Di Lauro*—Corre, por Dios —a estas alturas la histeria se ha apoderado de mi cuerpo junto a la ansiedad—. ¡Apúrate que siento que vuelvo a respirar y quiero sentirme viva del todo otra vez!Mientras mi hermano conduce la moto como un demente, se le nota tan desesperado como yo. Solo pienso en que quisiera poder volar para verlo, para que me pueda ver a mí y saber que a pesar de todo lo que he hecho, lo que tengo por hacer y lo que sé que me va a reprochar, estaremos bien. No tuvimos tiempo de nada más que montarnos en la BMW y salir pitando.Saber que había despertado fue una locura y un chute de adrenalina para lo dos. No íbamos a esperar por el protocolo del put0 chofer que maneja como si fuera Miss Daysi.—Señorita no puede pasar así —siento que gritan a mis espaldas y sigo mi rumbo ignorando al guardia, quien me exige que me registre antes de subir a ver a mi hombre.¡Tendrá que dispararme si quiere que me detenga!Corro por los pas
Capítulo setenta y cuatroHijos traidores*Stella Di Lauro*Mi hermano es el último en abandonar la habitación con una expresión dubitativa, puesto que ambos conocemos la reacción más probable del Falconi. Sin embargo, esto es algo que debemos discutir solo los dos.—Dime que no lo has hecho, Ella —su voz rota es casi una súplica e intensifica el remolino de emociones que amenaza con hacerme devolver la sopa de mamá—. Dime que no has cedido, ¡dime que no lo has visto!Absorbo una gran bocanada de aire, contengo el aliento y después lo expulso con lentitud para encararle.—Me parece que ya sabes la respuesta. ¡Pero te las voy a devolver! —añado a la velocidad de la luz al ver el dolor cruzar su hermoso rostro—. Tengo un plan, Enrico.—¿Cuál? No tienes idea de a quién te enfrentas…—Sí lo sé —aclaro sentándome en un lado de la cama para tomar su mano libre de la intravenosa—. Lo sé todo, Enrico.El gesto se le ensombrece de pronto, por más que lucho no consigo deshacer su tembloroso puñ
Capítulo setenta y cincoUna propuesta*Stella Di Lauro*Abro los ojos de repente y me obligo a cerrarlos con la misma rapidez cuando la luz blanca me golpea con fuerza. —Vuelve a intentarlo más despacio —sugiere una voz, la cual reconozco como la de Santino—. ¿Cómo te sientes? —Bien —respondo sin pensarlo demasiado—. Un poco aturdida tal vez. —Es normal. Mira hacia allá —indica antes de examinarme las pupilas con la lucecita—. ¿No tienes mareo, dolor se cabeza o visión borrosa? —No a ninguna de las tres —contesto confundida—. ¿Por qué me estás examinando? —Te has desmayado, ¿no lo recuerdas? Sus palabras actúan como una especie de hechizo trayendo el enfrentamiento con mi señor padre a mi memoria. —Ahora sí —no sé si resoplo o suspiro. Lo único que sé es que estoy hasta la mierd@ de esta situación. Quiero irme a las Maldivas y quedarme a vivir en una casa flotante a orillas del mar—. ¿Tienes alguna receta para el cansancio y de paso quitarle lo idiota a un hombre? —Para lo pr
Capítulo setenta y seisEl final de la conspiración*Stella Di Lauro*Papá permanece con la vista fija en la ventana al punto de arriesgarse a sufrir la peor de las tortícolis y yo por mi lado me cruzo de brazos al mismo tiempo que mi madre actúa de conciliadora entre los dos. —Me importa un rábano lo que haya hecho el uno o el otro —expone con su postura de Mujer de Acero más imperativa. Debo reconocer que así da un poco de miedo, pero de igual forma no puedo complacerla. En esta ocasión la pelota se encuentra del otro lado y mis están manos atadas—. No quiero escuchar quién empezó o quién ha traicionado a quién. Vais a arreglar esto como padre e hija que sois y lo vais a hacer ahora. —Conmigo no cuentes —salta papá de manera automática observándome de reojo. —No era una petición, Adriano Di Lauro —alega su esposa—. Deja de castigar a tu hija por algo que tú mismo habrías hecho de estar en su pellejo. —Yo jamás habría recurrido a... —¿En serio? —le corta ella con una ceja enarca
Capítulo setenta y sieteEl estafador estafado*Stella Di Lauro*—¡Salid de mi empresa ahora! —demanda el anciano mientras su cómplice luce como un pollito asustado. —¿Tu empresa? —es mi novio quién toma la palabra riendo a carcajadas—. ¿Qué te hace pensar semejante ridiculez? ¿De verdad creíste que te saldrías con la tuya? —el Falconi avanza envalentonado—. ¿Pensaste que podrías vencernos? —me incluye en la ecuación—. Mira a tu alrededor, mídete con tus adversarios para comprobar que no nos llegas ni a los talones. No eres más que un iluso y además de asco, me das pena. —¿Qué significa esto, Stella? —el sujeto indeseable posa sus ojos en mí con expresión asesina—. Si me has engañado... —¿Qué? —le desafío—. ¿Qué vas a hacer? —Tú me cediste las acciones... El documento habla por sí mismo y contra ello, no podéis hacer nada... —Ahí está el problema —le interrumpo dibujando una lenta sonrisa—. No pude habértelas cedido, porque para empezar, no eran mías. —¿Pero qué clase de treta e
Capítulo setenta y ochoHacer el tonto*Enrico Falconi*La desesperación corre por mis venas, junto a la angustia, la histeria, el miedo... Ella Di Lauro y yo somos uno y su sufrimiento se convierte en mío. El camino al hospital se me hace interminable entre los gritos de mi princesa, los cuales se mezclan con los de su madre y los gruñidos de Adriano dándole caña al chofer para que suba la velocidad del coche. Trato de calmarla, pero la tarea resulta imposible cuando comienza a sangrar de la nada. El día en que ella me contó lo sucedido mientras yo estaba en coma, pensé que jamás en mi vida podría sentirme más inepto e impotente. Sin embargo, aquí estoy, experimentando los mismos sentimientos, pero con una intensidad mucho mayor, como nunca llegué a pensar que sentiría. Sus chillidos adoloridos mezclados con la confusión me matan y no puedo hacer otra cosa sino llenarla de besos y acunarla entre mis brazos. En la entrada de emergencias ya Rossi nos espera junto con... creo que s
Capítulo setenta y nueveAngustia e incertidumbre*Enrico Falconi*El último punto es dado y por fin dejo escapar un resoplido. Cuando al doctor Rossi le arruinan sus obras de arte tiene más mala leche que el propio Adriano Di Lauro. —Ya está —informa terminando de vendar—. Trata de no meterte en tiroteos o cabrear a tu suegro en lo que esos puntos cierran bien. —Tu bromita de mal gusto no le ha hecho gracia a nadie —señalo con peor humor que él mismo—. ¿Puedo ahora ver a mi mujer? Resulta que los energúmenos que me rodean e incluso la propia Cassie me han impedido ver a Ella hasta que me cure la herida. —Vamos —termina diciendo tras mascullar algo ininteligible—. La han sedado —anuncia en tanto caminamos— y como ya ha dicho la ginecóloga, tienes que ser tú la voz de la calma entre los dos. ¿Calmado? En estos momentos creo que ni un somnífero para caballos me calmaría. No solo acabo de descubrir que mi novia está embarazada, sino que corre el riesgo de perder al bebé y... ¡ella
1/3Capítulo ochentaEl centro de mi mundo*Stella Di Lauro*¿Embarazada? «No, imposible»De ser así yo lo sabría, ¡me habría dado cuenta! No puedo ser tan estúpida.Soy una mujer, hija de una doctora y he visto a mi madre embarazarse cuatro veces, no puedo estarlo. Definitivamente no.—Es una broma, ¿cierto? —pregunto para nadie en específico. Simplemente es una especie de plegaria al cielo, porque esto no puede jodidamente ser.Cuando mi novio niega con la cabeza una sensación de que mi mundo se sacude ante mis ojos me estremece de pies a cabeza. Estiro una mano buscando la suya y enseguida me la devuelve. Cuando nos tocamos es como estar anclados a la felicidad y la seguridad. Las cosas dejan de asustarme y siento que es la pieza del puzzle que me faltaba por encajar.Eso provoca en mí un toque de Enrico Falconi.—Estás embarazada, Ella y ninguno de nosotros se dio cuenta. «Embarazada», la palabra sigue rondando en mi cabeza y me revuelve hasta los intestinos. —Pero... —no hal