EPÍLOGO

Velbert

Bailó bajo el mágico cielo dorado, magnífico y de una belleza irreal. Fue sensacional... impresionante. Me encantó.

Ella era peligrosa para mi corazón y salvaje para mi alma.

Necesitaba sentirla, una desesperación absoluta alimentada por una pasión que no podía controlar. La quería dentro de mí, en lo más profundo de mi ser. A cambio, quería poseer cada parte de ella...

Por un breve instante, sentí celos. Celosos de todos los que la habían visto bailar, o los que la estaban viendo, en ese preciso momento. Esa belleza sólo me pertenecía a mí.

Quería robármela, capturar su exigencia de que bailara solo para mí. El deseo de reclamar su corazón, una y otra vez, era fuerte.

Pero este... este hermoso momento era de ella.

Nadie podría robárselo. Ni siquiera yo.

El orgullo me llenó el pecho. Mi dulce gatita se merecía esto. Esto y mucho más.

Hoy su sueño se estaba haciendo realidad. Un sueño que había tenido hacía muchos años, un sueño que una vez le robaron.

Sin embargo, hoy… ella es
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