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Ángelo conocía un sitio secreto por el cual ingresar a la residencia campestre de Beatrice.

Aparcó el auto cerca de la entrada trasera, por supuesto, no era el mismo que le había robado a esos inocentes chicos.

La sombra de los árboles frutales, más la oscuridad de la noche, le servían de tapadera para su fechoría.

Caminó hacia el cercado que daba al jardín posterior de la propiedad.

Todos sus sentidos alertas, el arma pegada a su pecho mientras inspeccionaba sus alrededores, nada raro en apariencia.

Sin embargo, no estaba confiado, esto solo lo hacía por desesperación, si no, no jugaría con su suerte.

Miró el cercado, aquí no debería haber cámaras y no las había, en apariencia.

Así que sacó la pequeña llave y abrió el portón rústico y viejo, que chirrió un poco y que nadie utilizaba, solo él.

Dejó la puerta abierta, listo para escapar por aquí mismo si había problemas.

Paso a paso se fue internando en la casona de dos pisos, por la zona de la piscina hasta agazaparse contra la pared
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