LA CHICA DE SIRIUS
LA CHICA DE SIRIUS
Por: Demian Faust
I

Planeta Xith, Sistema Sirius, Confederación Interestelar. Año 2148.

Xith era el quinto planeta del sistema trinario Sirius. Iluminado por tres soles, tenía un clima árido y seco. Llovía una vez cada quinientos años y su superficie era poco más que un extenso e incandescente desierto arenoso con inhóspitas montañas pedregosas y resecas, dunas agrestes y muy escasos recursos hídricos. Sus nativos, acostumbrados a este clima inclemente, se protegían cubriéndose con turbantes y gruesos velos. Los Xith eran humanoides de piel morena y cabeza lampiña, sus ojos tenían un tono esmeralda brillante.

En el puerto espacial más grande del planeta, ubicado en la ciudad de Kammath, se encontraba una tradicional familia Xith despidiéndose de su hija adolescente.

—¡Ten mucho cuidado, Alara! —le decía su madre, una mujer de edad madura, baja estatura y rostro gentil surcado por gruesas arrugas. —No confíes en extraños. Si te sientes sola o extrañas el hogar no te preocupes, llámanos por el videófono o simplemente regrésate en la primera nave…

—Descuida, mamá, estaré bien —dijo Alara abrazándola.

—Si los dioses así lo quieren —recordó su padre.

—Sí, papá —respondió Alara— si los dioses así lo quieren.

—Aún no estoy del todo seguro de esto… —dijo su padre, un hombre tosco y de mirada adusta. Había sido siempre severo y autoritario. Una monolítica barrera separaba sus emociones internas del exterior, pero Alara sabía que estaba carcomiéndolo por dentro la preocupación de que su hija se alejara. —Hay muchas buenas universidades aquí en Xith. ¿Por qué tienes que irte a otro planeta?

—¡Ay papá! —reaccionó Alara— ninguna universidad en la Galaxia es tan buena como la Universidad Teluni.

—Sí, lo sé —dijo abrazándola y dándole un beso en la mejilla— al menos es una buena forma de pasar el tiempo mientras te busco un buen marido.

Alara miró hacia el cielo y bufó con gesto de impaciencia por ese comentario.

Una nave militar confederada aterrizó a una corta distancia de Alara. Se trataba de un navío espacial fino y potente, cuyo fuselaje plateado resplandeció por la radiación de los soles y su descenso dispersó una polvareda terrible.

            —¡Vaya, papá! —exclamó— ¡Esta nave es más grande de lo que yo pensaba!

—Podré estar retirado del ejército pero sigo siendo un almirante con muchas influencias, hija mía. Logré que te apartaran un camarote muy grande y cómodo sólo para ti.

—Gracias, papá.

—El capitán fue compañero mío en la Guerra de Draco, es un buen tipo. ¿Te conté alguna vez como derrotamos juntos a un escuadrón Xorgon que nos superaba tres a uno…?

—¡Sí, papá! —interrumpió Alara— ya me lo has contado muchas veces.

—Bueno, disculpa. Vete a la universidad y que los dioses te acompañen.

—Gracias papá, mamá, los quiero —dijo con un último abrazo múltiple y caminó por el polvoriento hangar hasta subir por la plataforma que había descendido para ella. Dio una última mirada nostálgica a la ciudad de Kammath, un asentamiento enclavado en el desierto de edificios rocosos, habitado por las mismas tribus Xith que hace cientos de miles de años construyeron las primeras viviendas holladas en las piedras montañosas. Aunque contaban con una avanzada tecnología que les proporcionaba todas las comodidades de cualquier otro pueblo confederado, la tradición seguía pesando mucho y las casas continuaban siendo construidas de la forma acostumbrada asemejando estructuras cavernosas aún cuando por dentro estuvieran bien acondicionadas.

Las compuertas de la nave militar se cerraron y esta se elevó dejando atrás a sus padres quienes se despedían de lejos, así como las desérticas planicies de su planeta natal. Pronto el horizonte arenoso se transformó en un planeta esférico que giraba en torno a un sistema trinario y Alara pudo ver a Rakash, Yorthos y Nukammeth, los tres soles que irradiaban ases luminosos desde el espacio negro lejano. Finalmente, la nave abrió un pasaje cósmico ingresando al hiperespacio y en vez de la negrura estrellada del universo normal sólo veía una aureola boreal multicolor.

Alara estaba aturdida y abrumada por la emoción. Era la primera vez que salía de su sistema.

Planeta Telunen IV, Sistema Telunen, Confederación Interestelar. Tres días después.

Un agujero de gusano artificial se produjo rasgando el espacio en la concurrida órbita de Telunen IV. Era uno más de numerosos transportes que iban y venían. Por la desembocadura de dicho pasadizo interdimensional emergió la nave en que viajaba Alara que poco después aterrizó en el puerto espacial de la Universidad Teluni.

De allí descendió la muchacha tras despedirse y agradecer a los soldados Confederados de diferentes especies que la llevaron allí. Cargaba una gran cantidad de equipaje que tiró despreocupadamente sobre el suelo del puerto observando a su alrededor, anonadada.

¡Qué diferente era aquel mundo del suyo! Telunen IV estaba atestado de enormes edificios, torres, rascacielos, estadios y grandes monumentos ominosos. Había mucha vegetación y bellos parques y jardines contenidos en cúpulas translúcidas, el cielo estaba colmado de naves y aerotransportes que lo recorrían como un enjambre y, quizás lo que más la maravilló, fue el extenso océano que cercaba aquella ciudad costera. Había escuchado hablar del océano, había visto fotos, imágenes de video en películas y en televisión, etc., pero nunca lo había observado en persona. En su mundo la única agua líquida es subterránea y ni siquiera había visto un lago, por lo que la visión magnífica de tanta agua abundante y azul la dejó estupefacta. Su aroma salino y refrescante le azuzó los sentidos así como el graznido de extrañas aves rojizas que rodeaban la costa.

Tanto se abstrajo con aquella visión pasmosa que cuando salió del embrujo se dio cuenta que su equipaje ya no estaba…

—Debe ser más cuidadosa con sus cosas, Señorita —le decía un aburrido burócrata del aeropuerto. Era un antropoide verde y bípedo de cuatro brazos, sin cabello, baja estatura y un tercer ojo en la frente, como todos los Teluni.

—Lo lamento.

—¿Es su primera vez en Telunen IV?

—Sí, señor.

—Bueno, para lo que vale, bienvenida.

—Gracias. ¿Cree que podamos recuperar mis pertenencias?

—Lo veo difícil. Tenemos cámaras de seguridad pero los ladrones por lo general son muy hábiles y utilizan capas de invisibilidad. La mantendremos informada en todo caso si me da su número de comunicador y su dirección.

—Por supuesto… aunque aún no sé en que habitación me hospedaré en la universidad…

El guardia suspiró impacientemente…

Alara se introdujo a un aerotaxi y este la llevó hasta la magnífica Universidad Teluni, que asemejaba prácticamente una pequeña ciudad. Se extendía por intrincados complejos repletos de salones de clase, laboratorios, bibliotecas, gimnasios y todos los lugares que normalmente se asociarían a un centro de educación superior.

No era casualidad que la Universidad Teluni fuera considerada la más prestigiosa institución académica de la Galaxia. Esto se debía a los Teluni mismos. Siendo una de las más antiguas y avanzadas civilizaciones de la Galaxia, estaban abocados completamente a la ciencia que glorificaban. La leyenda dice que los Teluni nunca desarrollaron creencias irracionales o sobrenaturales en ningún momento de su historia, ni siquiera en las épocas más primitivas, aunque nadie lo había podido comprobar aún. Se dedicaban fanáticamente al pensamiento racional y a cultivar todas las ciencias y disciplinas intelectuales y, así por ejemplo, la música y la ópera Teluni eran las mejores de la Galaxia, su literatura, teatro y filosofía no tenían parangón y su medicina era tan avanzada que los médicos Teluni eran muy cotizados por reyes y emperadores.

Resultaba difícil, naturalmente, ingresar a la Universidad Teluni. Las calificaciones debían ser muy altas, el examen de admisión era muy difícil y además se priorizaba el cupo a los ciudadanos Confederados. Por si fuera poco, sólo los Confederados tenían acceso gratuito a la Universidad Teluni mientras que los no Confederados debían costear colegiaturas tan onerosas que prácticamente quedaba reservadas para la aristocracia de la Galaxia.

Así, llegó Alara hasta las inmediaciones del campus. Aunque había visto a muchos no Xith en su mundo, principalmente de especies confederadas, jamás en su vida había observado un vergel tan dramático de especies diferentes. Por los jardines y calles transitaban primates, felinos, insectos, moluscos, batracios, androides, gasterópodos y seres tan amorfos que no pudo identificar fácilmente. Se encontraba en medio de un babel de alienígenas de anatomías, culturas y vestimentas tan diferentes que sintió vértigo.

—Señorita —le dijo un apuesto muchacho humano de cabello castaño y hoyuelos en las mejillas que la tomó sorpresivamente del brazo derecho y le entregó un panfleto— por favor acompáñenos hoy a la manifestación de protesta contra la Guerra de Marte.

—Eh… yo…

—La esperamos —dijo él guiñándole un ojo y se alejó a entregarle panfletos a un bohemio grupo de poetas y músicos de diferentes especies que se sentaba sobre el pasto. Alara se quedó mirando absorta a aquel muchacho tan guapo y de sonrisa tan carismática. “¡Lástima que era humano!” pensó. No obstante ignoró el tabú del mestizaje y se sumió en pensamientos fantasiosos que la distrajeron tanto al caminar como para hacerla chocar con otra persona.

La mujer con la que chocó de frente era una muchacha Teluni de metro veinte que cargaba un helado en una de sus cuatro manos y cuyo postre quedó embarrado entre su rostro y el pecho de Alara. La muchacha Teluni maldijo en su lengua natal[1] y sacudió sus dos pares de brazos en un gesto irritado.

—¡Discúlpame, por favor! —se deshizo Alara— ¡Que pena! ¡Lo lamento!

—Ya, ya —respondió la víctima de su distracción recuperando la ecuanimidad— no es un evento cuyas ramificaciones sean perceptibles a largo plazo.

Los Teluni siempre hablaban con un tono lacónico y con un vocabulario elaborado y concreto. Su frase era el equivalente Teluni a “No es nada”.

—Gracias por disculparme —dijo Alara…

La Teluni era muy perspicaz y notó al apuesto muchacho a espaldas de Alara que repartía volantes a todos los transeúntes.

—Descuida. La razón de tu distracción queda clara.

Entonces Alara se sonrojó.

—Mi nombre es Zum —se presentó la Teluni ofreciéndole una de sus dos manos derechas para estrecharla.

—Eh… Alara de la tribu Althar —correspondió ella— mucho gusto.

—Conocerte es una experiencia placentera también. ¿Qué carrera cursas?

—Psicología galáctica ¿y tú?

—Astrofísica, física nuclear, biología molecular, arqueología galáctica y filosofía.

Alara quedó atónita por la cantidad de carreras que cursaba Zum, aunque supuso que en un Teluni era algo tan habitual como tomar clases de manejo.

—Ven, dirijámonos a ingerir bebidas efervescentes —ofreció la Teluni y de esta forma consiguió Alara su primera amiga.

La soda donde frecuentemente comían los estudiantes y profesores de la Universidad Teluni era un bullicioso local abarrotado de clientes a todas horas y donde servían todo tipo de exóticos platillos de la Galaxia. La barra era atendida por un ser similar a un molusco que tenía diez tentáculos.

Las dos chicas pidieron diferentes bebidas y se sentaron en una de las mesas de plástico, una enfrente de la otra.

—…y así terminé con mi último novio. La sexología es una de las ciencias que los Teluni dominamos, pero te aseguro que él era un absoluto incompetente en lo referente al apropiado desempeño sexual.

Zum terminó su anécdota sonriente, pero Alara se ruborizó de nuevo.

—¿Cuál es el motivo de tu reacción cutánea? —preguntó Zum extrañada.

—¿Qué?

—¿Porqué te sonrojas?

—Ah… disculpa… que pena…

—¿No te encuentras familiarizada con la conversación de naturaleza sexual?

—No…

—¿Está tu himen intacto?

—¿Qué… eh…? Sí, aún soy virgen.

—¿Es el sexo un tabú en tu cultura?

—Sí, la verdad sí. No es algo de lo que se hable nunca. ¡Menos si se es mujer! Es mal visto.

—Respeto todas las culturas confederadas pero encuentro el sometimiento de la mujer en la sociedad Xith como irreverente e ilógico —aseguró Zum pero prefirió cambiar de tema. El panfleto que había entregado aquel muchacho humano se encontraba entre los cuadernos y libros de Alara relegados a un lado de la mesa, junto a las salsas. Zum lo tomó y lo examinó. Mostraba una caricatura que ridiculizaba al gobierno como un hambriento monstruo que se tragaba al planeta Marte, al tiempo que se observaba a la población humana de dicho planeta siendo diezmada por la maquinaria armamentista de la Confederación. En una esquina era perceptible un cometa negro, el logotipo de la Coalición. —¿Te gustaría asistir a esta manifestación?

Alara no respondió inmediatamente. No se le había ocurrido. Tomó el panfleto de las manos de su amiga y lo observó…

—¡Esto lo organiza la izquierda!

—¿La Coalición? Sí ¿Por qué? ¿De que partido eres?

—Mi papá ha sido miembro del Bloque toda su vida.

—No pregunté cual era el partido de tu papá, sino el tuyo.

Alara guardó silencio. Jamás había pensado en ello. Simplemente asumió que debía pertenecer al mismo partido al que pertenecía su padre, y punto.

—No lo sé… —confesó.

—Pues yo soy coalicionista. Por nada del mundo apoyaría a la derecha.

—Mi papá dice que los coalicionistas son debiluchos y que siempre se oponen a las guerras porque no son verdaderos patriotas y no aman a la Confederación…

—¿Qué te parece si nos apersonamos a este mitin? Talvez así puedes escuchar nuestra versión.

Alara aceptó. Pero antes debía ir a su habitación universitaria a dejar las escasas pertenencias que se salvaron de ser robadas, ya que estaban en su equipaje de mano. Acordó encontrarse con Zum en el lugar de la actividad y se dirigió a los Dormitorios Occidentales.

En el escritorio principal del lugar había un recepcionista androide que la atendió sonrientemente.

—Buen día —dijo— ¿en que puedo ayudarla, Señorita?

—Gracias, estoy buscando mi habitación pero lamentablemente perdí mi equipaje y en él venían mis papeles, incluyendo el número de asignación de mi cuarto…

—No sé preocupe —respondió el androide— déme una muestra de su ADN por favor.

La muchacha obedeció y se arrancó uno de sus lacios cabellos negros. Luego, el sujeto introdujo la muestra en un tuvo de ensayo que se conectaba mediante un panel a la computadora y en el acto toda la información de Alara saltó en la consola.

—Alara Althar —leyó el androide— diecisiete años estándar, nacida en Kammath, Xith, Confederación Interestelar, ingresó a la carrera de Psicología galáctica. ¡Muy bien! Según esto su número de dormitorio es el 22361182 —la computadora automáticamente imprimió la información y el recepcionista le entregó el papel a Alara con una advertencia. —Memorice el número, porque tenemos treinta y dos mil estudiantes cada uno con sus respectivas recámaras asignadas.

—Sí, señor.

—Disfrute su estadía en la Universidad y buena suerte.

Alara subió veintidós pisos en ascensor hasta que éste se detuvo y abrió sus puertas plegadizas para que ella descendiera. Caminó por el extenso pabellón repleto de puertas hasta encontrar la que tenía el número adecuado e ingresó allí.

La habitación estaba casi totalmente vacía del lado izquierdo (que le correspondía a ella) salvo por una cama y un buró. En cambio, en el lado derecho había una maraña enorme de un material pegajoso similar a una telaraña que formaba un capullo.

—Eh… ¿buenos días? —dijo Alara aclarándose la garganta.

De entre el capullo emergió un gasterópodo un poco más alto que ella, similar a una mezcla entre oruga y ciempiés.

—Mi nombre es Alara —continuó— su compañera de cuarto.

El insecto comenzó a emitir una serie de feromonas y mensajes bioquímicos que fueron traducidos a un lenguaje verbal por la computadora que descansaba en una de sus extremidades.

—Soy Chax —dijo la voz robótica del computador.

—Sí, lo sé, esa es su especie ¿cierto? ¿Pero como te llamas? ¿Cuál es tu nombre de pila?

—Soy Chax —repitió.

—Bueno —dijo Alara cambiando de tema— es un gusto ser su compañera de habitación, sin duda nos llevaremos bien. Yo soy de Xith, nunca antes había salido de mi planeta ¿Tú sí?

—Chax —dijo la voz refiriéndose a su mundo de origen.

Alara suspiró. Definitivamente no sería un compañero o compañera (ya que no sabía su género) con que se pudiera conversar mucho.

—Yo estudio psicología. ¿Y tú?

—Ingeniería informática.

—Me gusta la forma en que decoraste tu lado —aseguró por cordialidad Alara tocando tímidamente el enorme capullo que cubría medio aposento. Parte de este tejido pegadizo se le adhirió a los dedos y jugueteó con él en las yemas de estos. —¿Tú lo fabricas?

—Sí —respondió el Chax— es un compuesto de alimentos digeridos y regurgitados entremezclados con saliva y desperdicios.

Alara se limpió los dedos, asqueada y con náuseas.

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