—¿Cuántos planetas has visitado, Richard? —le preguntó ella mientras ambos se recostaban en un cráter y observaban el estrellado horizonte.
—No sé, la verdad, perdí la cuenta. Cuando era niño acompañaba a mi papá en sus giras a través de toda la Confederación cuando se reunía con trabajadores y políticos y después de que murió, mi madre y yo nos refugiamos en Marte por un tiempo. Cuando la situación se normalizó volvimos a la Confederación pero mi madre obtuvo un trabajo como embajadora así que igual viajaba constantemente. Creo que he conocido gran parte de la Galaxia, debo haber visitado cientos de sistemas diferentes…
—¡Asombroso!
—¿Y tú?
—Antes de entrar a la Universidad nunca había salido de mi sistema solar. Las únicas veces en que dejaba mi planeta era cuando realizábamos vacaciones familiares a alguna de las colonias Xith en el mismo sistema. Telunen IV fue el primer mundo fuera de mi sistema que visité. Y esta luna es el tercero.
—Eso suena casi increíble para mí.
—Pues para mi suena increíble lo tuyo. Y dime, ¿desde hace cuanto eres novio de Sai’lin?
—Dos años.
—Ella es muy guapa.
—Gracias, lo sé. ¿Tú tienes novio?
—No.
—Imagino que es porque tu padre no lo aprueba.
—Sí, correcto, veo que estás familiarizado con la cultura Xith.
—Un poco, sí.
—Tú si has tenido muchas novias, ¿no?
Richard miró hacia el cielo, como evadiendo la pregunta pero el escrutinio de Alara lo hizo confesar.
—Sí, la verdad he tenido ya muchas novias. Y dime ¿por qué estudias psicología? —preguntó ansioso de cambiar el tema.
—Pues… no sé…
—¿No lo sabes?
—No, realmente. Me gusta la psicología pero… no estoy segura que sea lo que quiera hacer por el resto de mi vida.
—Pues yo amo la política. Por eso estudio ciencias políticas. ¡Me apasiona y quiero dedicarle a eso cada minuto que estoy despierto! Es mi vocación. Quiero luchar por mis ideales y hacer de la Galaxia un lugar mejor. Hay demasiada injusticia social.
Alara lo miró, nuevamente abrumada por la oleada de atracción que sentía por ese muchacho idealista.
—¿Qué te apasiona, Alara? —le preguntó Richard— porque tienes que escoger una profesión que te enloquezca ya que te dedicarás a ella toda la vida.
Alara lo pensó largo rato. Siempre había tenido ese anhelo en su corazón pero lo había descartado como un sueño imposible, sin embargo la charla con Richard la había inspirado. Después de todo, ahora sabía que lo imposible podía hacerse realidad…
—Ser militar…
—¿Militar? —inquirió Richard atónito. —¡No me lo habría esperado!
—Sé que eres pacifista y estás en contra de los militares…
—No, no, yo no estoy en contra de los militares. Los admiro mucho por su entrega y su valor al defender a la Confederación que, con todo y sus defectos, es la organización política más ideal de la Galaxia. Estoy en contra de los políticos corruptos y oportunistas que utilizan al Ejército de la Confederación para sus fines espurios. Creo que si realmente quieres ser militar deberías serlo.
Alara rió lóbregamente.
—¡Jamás podría! Mi padre no admite siquiera la idea de que una mujer Xith sea militar.
—Yo respeto a todas las culturas confederadas, Alara, pero déjame decirte que, si en verdad quieres ser militar, nadie tiene derecho a impedírtelo…
Dicho esto Richard y Alara se miraron fijamente y por algunos momentos ella se sintió tentada a besarlo. Luego recordó que él tenía novia… pero… ¡Ya había roto muchas reglas ese día!
Así que Alara se atrevió y le estampó un beso a Richard, quien sorprendido al principio, luego correspondió. La reciprocidad de Richard le encantó a Alara sumiéndola aún más en su idílico atrevimiento.
Finalmente, separó sus labios de los de Richard. ¡Aquel había sido su primer beso! Complacida miró hacia otro lado y se topó de frente con Sai’lin que los contemplaba, con gesto curioso.
Alara cerró los ojos esperando alguna reacción airada de la muchacha pero esta simplemente dijo:
—Creo que es hora de volver, chicos. Los estamos esperando en la nave.
Dicho esto la joven se dio media vuelta y se dirigió al vehículo sin mostrar ninguna irritación por lo sucedido.
—Así son los Viraki —explicó Richard a Alara mientras se levantaba y luego ayudaba a su interlocutora a incorporarse ofreciéndole su mano— ellos no creen en la monogamia.
—¿Quieres decir que ella y tú… se acuestan con otras personas?
—Ella, más frecuentemente que yo. A mi manera soy una persona que busca algo más formal en una relación de pareja. Pero no vi correcto juzgar la cultura tradicional Viraki o intentar cambiar sus costumbres.
—Pero no estás contento…
—No del todo —confesó ya cuando casi llegaban a la nave lo que le pareció muy interesante a la joven Xith.
Alara había hecho más cosas en un fin de semana que en muchos años de su vida. Cosas que jamás se hubiera imaginado hacer. La experiencia la cambió y ahora entendía porque su padre era tan reticente a que ella viajara a la Universidad.
Alara meditó largo rato durante los días libres que tuvo, mirando el cielorraso con las manos bajo su cabeza como una almohada. Pensando y pensando en si debía atreverse a tomar decisiones tan radicales o debía conformarse con la comodidad y simpleza de una vida convencional. ¿Debía enfrentar la ira de su padre y trabajar durísimo por lo que quería o era más fácil seguir la corriente y tener una aburrida e infeliz existencia, pero sin riesgos o dificultades?
Finalmente se decantó por la primera opción. Era preferible arrepentirse de lo que hizo que de lo que no hizo. Temblaba de pensar en llegar a anciana preguntándose: ¿Y que tal si…?
Una vez tomada su decisión llegó Notta, primer día laboral de la semana estándar, se levantó bien temprano y llegó hasta la Facultad de Ciencias Políticas donde esperó a que Richard saliera.
Richard, por su parte, escuchaba aburrido a su viejo profesor de piel azul y cabello plateado vestido con una túnica blanca que dictaba la clase de Derecho Interplanetario 1.
—…y así fue como tras ponerle fin a la Guerra Viraki-Xith que había durado muchas décadas, se firma hace 17000 años el Tratado de Paz Viraki-Xith que convirtió a ambos pueblos en aliados y que inició un intenso proceso de cooperación mutua. Pero un caudillo guerrero de una de las tribus Xith se opuso a la paz con sus enemigos históricos y tras matar al Prior (algo insólito en la sociedad Xith hasta la época, en que la autoridad del Prior como jefe tribal y sacerdote era incuestionable) tomó su tribu y varios clanes aliados y escaparon del Planeta Xith colonizando Orión, iniciando una carrera bélica expansionista que sometió a otras especies menos desarrolladas y fundando así el Imperio Anaki. Posteriormente los Viraki y Xith contactarían con los Teluni, una de las civilizaciones más antiguas y avanzadas tecnológicamente de la Galaxia quienes descubrieron el viaje interestelar hace cerca de 30.000 años y que, fascinados por la cooperación entre Xith y Viraki decidieron compartir con ellos sus avances médicos y tecnológicos. Estos tres mundos serían aliados entre sí y enemigos de los Anaki por milenios con varios enfrentamientos con el Imperio hasta que hace mil años se funda la Confederación con la firma del Tratado de Talos suscrito por los tres miembros fundadores; los Xith, los Viraki y los Teluni en la luna Viraki llamada Talos… —Richard miró casualmente por la ventana y observó a Alara esperando sentada en una de las bancas frente a la Facultad y se distrajo de las palabras del profesor, hasta que sonó el timbre que anunciaba el final de la lección. —…No olviden que su asignación para la próxima clase es traer un ensayo que analice las repercusiones políticas y jurídicas del Tratado de Talos —les recordó el profesor.
Richard se dirigió de inmediato a encontrarse con Alara.
—¿No te has olvidado de mí? —le preguntó ella mientras él emergía de entre las entrañas del edificio. Richard sonrió.
—¡Por supuesto que no!
Alara se le aproximó, le plantó un beso y dijo:
—Si algún día quieres tener una relación seria de verdad, olvídate de esa Viraki y ven a buscarme.
Dejando al humano desconcertado, Alara se dirigió a la Sede Local de la Academia Militar en Telunen V, el planeta vecino de Telunen IV y que estaba completamente colonizado por los Teluni. Llegó al escritorio principal y declaró:
—¡Quiero enlistarme!
El soldado en el escritorio de recepción era un Teluni vestido con el clásico uniforme azul de la Confederación. Se aclaró la garganta y le dijo:
—El Ministerio de Defensa aplaude su entusiasmo, Señorita, pero no es tan sencillo. Para ser admitida en el ejército primero debe pasar por la Academia y para ello debe realizar algunas pruebas físicas y psicológicas.
—No hay problema, quiero hacerlo.
—Muy bien —dijo entregándole una información en papel— aquí están las fechas en que se realizarán las pruebas. Será en dos meses estándar. Asumo que usted está estudiando en la Universidad Teluni.
—Así es. Estudio Psicología pero quiero ser militar.
—Puede ser las dos cosas. En la Academia se imparten diversas disciplinas científicas conjuntamente al entrenamiento, y de hecho necesitamos personas con preparación en psicología para que asistan en el manejo de personal y la atención de los posibles traumas que pueden producir las campañas bélicas. Le recomiendo que continúe sus estudios en Psicología y luego podrá convalidarlos en la Academia.
—Genial. Me sigue gustando la Psicología de todos modos.
—Suerte, Señorita, y espero que sea admitida.
Y así sucedió. Alara fue admitida en la Academia dos meses después. Para ese entonces su dormitorio estaba decorado con muchos muebles, afiches de grupos musicales de su predilección, un altar a los dioses Xith y una repisa sobre la cual colocó las fotos de ella y Richard Sevilla —quien era su novio desde hacía algunas semanas— así como algunos de los regalos que él le había hecho, mayormente cosas simples como peluches y flores. El otro lado de la recámara seguía siendo el capullo mocoso.
Pero ahora tenía que mover todo su mobiliario y objetos personales para llevarlos hasta la habitación que le fue asignada en las instalaciones de la Academia Militar. Sus amigos Zum, She’mu y Blur, y su novio Richard le asistieron. Y, aunque ya no iba a estudiar en la Universidad Teluni, sólo le tomaba unos minutos viajar de Telunen V a Telunen IV.
Academia Militar Confederada, Planeta Telunen V, seis semanas después.Alara se encontraba rodeada de otros cadetes como ella formando una hilera que disparaba sus rifles láseres contra blancos holográficos móviles.—Cadete Althar —le dijo el instructor, un viejo y curtido capitán Viraki, y Alara dejó de lado su arma y se colocó en posición de firme diciendo:—¿Sí, señor?—Descanse. Permítame felicitarla, su puntería ha mejorado notablemente en cada una de las prácticas de tiro.—Gracias, señor.—Y revisé también su desempeño en los ejercicios de vuelo de ayer y permítame decirle que es impresionante. Realmente posee usted un talento innato para pilotear naves de guerra.—Gracias, señor.—Siga así, Cadete, y llegará lejo
Planeta Marte, Sistema Sol, año 2149.Desde su independencia de la Tierra el Planeta Marte se había sumido en incesantes y cruentos enfrentamientos bélicos que ensangrentaron la ya de por si roja superficie marciana. Algunos pensaban que Marte estaba condenado a ser un mundo violento y conflictivo porque estaba bautizado con el nombre del dios de la guerra.La colonización humana de Marte permitió la creación de una atmósfera y una vegetación genéticamente diseñada que la hacía endémica del planeta y asemejaba a grandes palmeras adaptadas a la rala atmósfera artificial. Aunque era posible para los humanos vivir en el exterior, aún así seguía siendo lo más común que la población residiera en enormes ciudades metálicas de aspecto gótico, repletas de edificios cuadriculados, torres cilíndricas y puen
Planeta Tierra, Sistema Sol, Confederación Interestelar.Richard Sevilla, el novio de Alara, se había graduado en ciencias políticas y relaciones interplanetarias en la Universidad de Cerapix y había logrado ser electo como miembro del Parlamento Mundial, el poder legislativo del gobierno local de la Tierra.Como cualquier planeta confederado la Tierra tenía autonomía interna en cuanto a la selección de su sistema político y de sus gobernantes, siempre y cuando esta autonomía no contradijera las leyes y normas confederales. Un ancestro de Richard, llamado José Antonio Sevilla, había sido Secretario General de las Naciones Unidas casi cien años en el pasado y había realizado una serie de reformas estructurales convirtiendo a la ONU literalmente en un gobierno mundial. La Asamblea General se convirtió en el Parlamento Mundial y dejó de tener embaj
—Esta es la chica de la que les hablé —adujo el capitán Ka’tar aproximándose a los dormitorios de los soldados que recién se estaban levantando en la mañana, acompañado del Almirante. Los soldados, incluyendo a Alara, se pusieron firmes ante la presencia de sus superiores.—Descansen —dijo el almirante Gutiérrez— y sigan con sus actividades.Dicho esto los soldados se relajaron y prosiguieron con el proceso ordinario de bañarse y vestirse para ir a desayunar. Todos salvo Alara que aún estaba rodeada de sus oficiales.—El capitán Ka’tar nos dice que es usted su mejor subordinada —afirmó Gutiérrez y Alara no pudo evitar sonrojarse un poco.—Gracias, señor. El capitán Ka’tar es muy amable, señor.—Hemos revisado su historial académico
Planeta Tierra, dos meses después. Richard analizó aquellos informes que le llevaron sus asesores, muy intrigado. Los revisó una y otra vez. ¡No había otra explicación posible!Llegó al despacho de Alfred Gordon. Junto al secretario se encontraba Lisbeth van Hausen.—¿Qué es esto? —dijo tirándole las carpetas de la investigación en el escritorio.—Veo que lo descubriste —adujo Gordon.—Demando una explicación —insistió golpeando la superficie de una carpeta con su dedo índice.—¿Qué quieres que te explique? —preguntó Gordon.—Estos documentos demuestran un desvío de fondos públicos para fines personales, Alfred. Es corrupción.—No seas tan moralista, Richard —le dijo &e
Sistema Sol.El permiso de Alara se terminó y debió reingresar al servicio militar. La guerra en Marte estaba cada vez peor, la teoría resultó equivocada y el Imperio Anaki comenzó a enviar refuerzos al planeta, gesto imitado por la Confederación al punto de que ya casi era una guerra abierta entre las dos potencias galácticas.Alara fue asignada a un potente acorazado, la nave militar más poderosa y grande que existía. Un acorazado era una nave gigantesca que podía medir generalmente entre diez y cien kilómetros de extensión. Sus escudos eran los más resistentes y su arsenal el más destructivo, por lo que un acorazado sólo podía ser destruido por otro.El acorazado en el que viajaba Alara era comandado por el capitán Ka’tar quien se sentaba en una cómoda y amplia silla en el centro del Puente desde la cua
Planeta Xith, cinco años después.—Y así, me encontraba en las selvas de Cygma VIII combatiendo Xorgon. ¿Alguna vez has visto un Xorgon? —le decía el viejo Shamur a su nieto de cinco años, hijo de Richard y Alara. El niño era casi indiferenciable de un Xith ya que heredó los ojos felinos de la madre, y miraba a su abuelo boquiabierto y con mirada atónita escuchando sus relatos. Negó con la cabeza, como era lógico, y su abuelo continuó. —Los Xorgon son unos reptiles de tres metros de altura, con grandes hocicos repletos de afilados colmillos y garras como navajas. —Ante la descripción el infante tragó saliva— Mi escuadrón y yo sumábamos unos veinte soldados Confederados, y frente a nosotros en una planicie estaban alrededor de ochenta de estos monstruos fuertemente armados y mirándonos con odio rabioso. Pero, me enc
Michael se encontraba en efecto junto a su amiga Yar’lin en su habitación.Yar’lin era una muchacha Viraki de 12 años. Ya para su edad mostraba un incipiente pero esbelto cuerpo femenino y vestía muy escasa ropa, como era normal para los Viraki. Usaba aretes en sus orejas puntiagudas y unos lacitos que decoraban las dos antenas de su cabeza. Su cabello azulado lo sostenía en una cola, aunque algunos rizos caían sueltos en el frente y los lados de la cara.Yar’lin saltaba sobre la cama de Michael, ya que era muy inquieta. Finalmente se dejó caer boca arriba sobre la acolchada superficie y usó sus propias manos como almohada, mientras Michael la observaba sentado en la silla giratoria que colocaba frente a su escritorio y su computadora.—¿Debe ser divertido ser híbrido? —preguntó Yar’lin clavando sus ojos verdes en Michael.—Lo dices como si yo f