Planeta Marte, Sistema Sol, año 2149.
Desde su independencia de la Tierra el Planeta Marte se había sumido en incesantes y cruentos enfrentamientos bélicos que ensangrentaron la ya de por si roja superficie marciana. Algunos pensaban que Marte estaba condenado a ser un mundo violento y conflictivo porque estaba bautizado con el nombre del dios de la guerra.
La colonización humana de Marte permitió la creación de una atmósfera y una vegetación genéticamente diseñada que la hacía endémica del planeta y asemejaba a grandes palmeras adaptadas a la rala atmósfera artificial. Aunque era posible para los humanos vivir en el exterior, aún así seguía siendo lo más común que la población residiera en enormes ciudades metálicas de aspecto gótico, repletas de edificios cuadriculados, torres cilíndricas y puentes tubulares de colores oscuros, generalmente recubiertos por enormes cúpulas translúcidas que protegían de las tormentas de arena y acumulaban grandes cantidades de oxígeno.
Cydonia era la capital de Marte y el más grande de todos los asentamientos humanos en el planeta. Desde su interior y a través de su transparente cúpula era posible vislumbrar las majestuosas pirámides que habían sido construidas por la ya extinta civilización nativa del planeta.
La vecina Ciudad Bradbury había sido tomada por el Ejército de Liberación Marciana, la guerrilla rebelde enemiga del dictador marciano Boris Varkhov y, además, aliada a la Confederación Interestelar. La presencia militar confederada había incrementado notablemente en los últimos meses y se había nutrido de nuevos contingentes. En realidad, la Confederación no tenía nada que hacer allí, pues aunque la Tierra era un planeta confederado, Marte no lo era. El gran problema era que Varkhov no actuaba solo, su poder se cimentaba en sus aliados los Anaki, enemigos tradicionales de los Confederados, razón por la cual la Confederación no podía tolerar la idea de que un títere pro-Anaki gobernara un planeta vecino a su territorio.
Era, debido a todos estos vaivenes políticos, que Ciudad Bradbury estaba devastada y reducida a ruinas y vestigios humeantes. A través de sus callejuelas desoladas, repletas de escombros, b****a y el hedor pestilente a la sangre coagulada y la carne podrida de previas víctimas de los bombardeos, se movían los soldados Confederados fuertemente armados, con uniformes azules y cascos que les cubrían sus rostros. Apuntaban con sus rifles láser furtivamente preparados para contraatacar ya que, aunque la ciudad había sido tomada por los Confederados, aún había seguidores de Varkhov escondidos entre los restos ruinosos.
Una de estas personas que recorrían las desoladas inmediaciones de la ciudad devastada era Alara de la tribu Althar. Una joven cabo que recién había sido egresada con honores de la Academia Militar y que provenía de un planeta confederado llamado Xith, un caluroso mundo desértico iluminado por los tres soles del Sistema Sirius.
La joven integraba una cuadrilla de doce soldados Confederados comandados por el capitán Ka’tar, un viejo y curtido veterano Viraki de piel roja y cabello negro rizado, que merodeaba por las derruidas calles y avenidas marcianas. ¡El aroma a muerte impregnaba todo! Los cadáveres habían sido removidos de las calles pero aún dejaban atrás su rastro, además, algunos cuerpos quedaron atrapados bajo los escombros y no se habían podido mover.
—Cuidado, muchachos —les decía su comandante, el capitán Ka’tar— mucho cuidado. Algo me dice que nos están observando… ¿El escáner muestra algo, Althar?
Althar no era su apellido, era el nombre de la tribu a la que pertenecía, pero a Alara no le molestaba que la llamaran por ese apelativo. Se fijó en la información que mostraban los escáneres espectrales y no denotaban presencia de ninguna forma de vida biológica más grande que una rata en las cercanías. Claro que el enemigo tenía medios para burlar los escáneres y que el instinto de un viejo militar como Ka’tar superaba muchas veces a la tecnología.
Esta vez no fue la excepción.
Un fuego láser de morteros fue disparado desde las ventanas de un edificio aledaño muy alto y ultimó inmediatamente a tres soldados Confederados. El resto respondió el fuego con sus propios rifles pero los enemigos se encontraban parapetados tras las metálicas paredes. Un soldado humano apellidado Ericsson tomó una potente bazuca, se hincó sobre el suelo y apuntó. El arma disparó un proyectil teledirigido que hizo explotar todo el piso de donde les disparaban dejando el edificio sumido en llamas.
Desde el franco derecho les atacaron de nuevo, esta vez por parte de adversarios escondidos tras escombros en las áreas del antiguo tren subterráneo marciano y asesinaron a unos cuatro camaradas. Aunque contraatacaron el fuego matando a dos el resto escapó dejando detrás una granada que comenzó a titilar con un ruido electrónico.
—¡Cúbranse! —gritó el capitán Ka’tar y todos los combatientes saltaron lo más lejos posible. El estallido fue tremendo y mató a cinco de ellos…
Alara se protegió de la explosión tras un escombro de piedra y los pedazos de peñascos y fierros despedazados por el estallido cayeron a su lado como una lluvia espuria.
—¿Capitán? —preguntó Alara por el intercomunicador en su muñeca— ¿Capitán Ka’tar?
—Estoy bien —respondió él— retirémonos hacia el cuartel general.
—Sí, señor.
Solo cuatro soldados de la cuadrilla sobrevivieron, Alara, Ka’tar y Ericsson. La otra superviviente era una muchacha Teluni llamada Shan.
Dentro del cuartel general que había sido instalado apresuradamente en la recién tomada Ciudad Bradbury descansaban los enormes aerotanques, las naves espaciales militares y los potentes vehículos de armamento pesado que eran piloteados durante las batallas. Había además varias hileras de camas para los rasos y demás suboficiales, los despachos y dormitorios de los oficiales y la enfermería. En el fondo del campamento se podía apreciar el escudo de la Confederación; un triángulo equilátero de color azul con un sol amarillo en el centro, mismo que utilizaban los soldados en el área del hombro de sus uniformes.
Ka’tar estaba virtualmente ileso. Un equipo médico le sanó las pocas heridas. Sus subalternos mostraban daño un poco mayor e incluso Ericsson tuvo que guardar cama. Sin perder mucho tiempo, el capitán Ka’tar se aproximó hasta la sala de oficiales a conferenciar con sus iguales.
En el lugar estaban reunidos varios capitanes, comandantes, comodoros y almirantes discutiendo asuntos logísticos.
—Se nos informa —dijo el almirante Efrén Gutiérrez, quien dirigía las operaciones en Bradbury— que las fuerzas confederadas tomaron ya Tharis y los Valles Marineris pero perdimos Ciudad Welles en el sur. Además, ambas lunas Deimos y Fobos siguen en control de las fuerzas de Varkhov. Nuestra meta más urgente es tomar la capital, Cydonia, de inmediato.
—Eso no será fácil —intervino el comodoro Ga’ru, un Viraki— pues está fuertemente fortificada y además es allí donde se concentran las fuerzas Anaki apostadas en este planeta. La única manera de llegar a Cydonia es por medio del desierto y eso nos volverá blancos fáciles. Está descartado atacar por aire pues los Anaki cuentan con un escudo de misiles satelital.
—¿Recorrer el desierto a pie? —preguntó Ka’tar— con todo respeto, es una locura. Jugarían tiro al blanco con nosotros.
—Lo sabemos —aseguró el almirante Gutiérrez— por eso reforzaremos la presencia militar en la órbita de Marte. Nuestra teoría es que el Imperio Anaki no se atrevería a incrementar pesadamente su presencia en un sistema solar que tiene un planeta confederado.
—Pues ojalá resulte cierta esa teoría.
Alara se encontraba ajena a todas estas discusiones entre sus superiores que determinarían su vida y muerte. Por el momento se complacía en quitarse el uniforme y darse un baño en las duchas acondicionadas dentro del cuartel para lavarse el molesto polvo rojo que siempre se adhería perennemente a todo.
Así, Alara se introdujo a uno de los cubículos y accionó la ducha. A su lado estaba su compañera Shan.
—Este planeta es horrible —dijo esta última— sólo a los humanos se les pudo ocurrir colonizarlo.
—Y lo peor es que no tiene absolutamente ningún recurso valioso —contestó Alara mientras se enjabonaba— es uno de los planetas más pobres de la Galaxia.
—Pero aún así nos matamos por dominarlo. A veces creo que todo esto es ridículo…
“Probablemente” se dijo Alara, sin embargo, a los soldados los entrenaban para obedecer y no para pensar.
Una vez fresca y bañada, con su cabello lacio y negro cayendo húmedamente por sus hombros, Alara se dirigió al catre donde reposaba por las noches y que era uno de una larga fila de camastros idénticos. Todos los cuales tenían una especie de buró conectado y, sobre el buró, una computadora personal cuya función principal era servir para que los soldados en servicio recibieran mensajes de sus familiares y directrices usualmente administrativas de los mandos medios y superiores.
En su buzón destacaban dos correos particulares, uno que le había enviado su estricto y adusto padre que no aprobaba su escogencia de carrera, pero que todos los días le escribía preocupado y el otro provenía de su novio que, por cierto, tampoco era aprobado por su padre. En todo caso abrió el primer correo y lo leyó.
Saludos, hija, de parte de tu madre y de mí.
Te extrañamos y esperamos que estés bien. Ya sabes que soy un almirante condecorado y aunque esté retirado tengo algunos amigos en el Ministerio de Defensa, así que hazme saber si necesitas algo o debo mover alguna influencia. Las noticias que vienen de Marte son alentadoras, no dudo que la Confederación pronto derrocará a ese bastardo asesino y dictador de Varkhov y expulsará a los Anaki del Sistema Sol, para establecer la libertad y la democracia entre ese pobre pueblo marciano.
Te tengo una buena noticia, tu hermana mayor Ariad, está esperando otro hijo, así que pronto serás tía por tercera vez.
Es todo por ahora, ruego a los dioses por tu bienestar. Hasta muy pronto.
Tu padre.
Alara sonrió al leer la carta. Su padre casi siempre recordaba hasta el cansancio sus condecoraciones y sus influencias en altas esferas de poder. Pero, aunque hubiera querido, no le parecía correcto aprovecharse de ello, además sabía que aún sin permiso su padre ya le debía haber dicho a alguno de sus amigos en el Ministerio de Defensa que la cuidaran. Y sobre su hermana Ariad, pues no había mucho que decir. La única aspiración de su vida había sido casarse y tener hijos como una buena mujer Xith. Así que respondió:
Queridos papá y mamá.
Un gusto saber de ustedes. Yo estoy bien. La campaña es dura pero nada fuera de lo ordinario. Estoy muy feliz por Ariad, espero que todo le salga bien. Si no he regresado para entonces por favor envíenme una foto del bebé. Los quiero mucho, que los dioses los bendigan. Hasta pronto.
Alara.
Hecho esto, Alara abrió otro correo. Este la alegró aún más.
Hola, Alara.
¿Cómo estás? Espero que bien. Te extraño mucho :c. Me acaban de dar una oficina nueva. Aún no me acostumbro mucho a este cargo pero haré lo mejor que pueda. ¡Deberías ver la clase de pleitos que tengo que librar en el plenario! A veces creo que es peor ser político que militar, al menos tú puedes saber quienes son tus enemigos XD. Pero, ni modo, tendré que seguir con esto. Ya hemos logrado varios aliados políticos para promover los proyectos de nuestro partido, espero que no nos traicionen al final de la jornada. Bueno, cuéntame más de cómo te va. Espero saber de ti pronto, te amo, XOXOXO, chao.
Alara leyó y releyó el correo de su novio con una gran sonrisa iluminando su rostro. Aún no sabía que significaba :c o XD o XO pero ni modo. ¡Los humanos eran así!
Hola, mi amor.
Yo estoy bien, aunque este planeta es feísimo y la guerra recrudece cada vez más. También te extraño mucho, espero poder verte lo antes posible. Estoy muy orgullosa de ti, deseo que todo te salga bien en las negociaciones políticas, no te desanimes y échale ganas. No tengo mucho nuevo que contar, la verdad. Trataré de llamarte por videófono el fin de semana. ¡Te amo también! Hasta luego.
N.
Después envío el correo, besó la foto de Richard que tenía pegada en la pared, y se cobijó para dormir profundamente toda la noche y repararse un poco del agotamiento.
Planeta Tierra, Sistema Sol, Confederación Interestelar.Richard Sevilla, el novio de Alara, se había graduado en ciencias políticas y relaciones interplanetarias en la Universidad de Cerapix y había logrado ser electo como miembro del Parlamento Mundial, el poder legislativo del gobierno local de la Tierra.Como cualquier planeta confederado la Tierra tenía autonomía interna en cuanto a la selección de su sistema político y de sus gobernantes, siempre y cuando esta autonomía no contradijera las leyes y normas confederales. Un ancestro de Richard, llamado José Antonio Sevilla, había sido Secretario General de las Naciones Unidas casi cien años en el pasado y había realizado una serie de reformas estructurales convirtiendo a la ONU literalmente en un gobierno mundial. La Asamblea General se convirtió en el Parlamento Mundial y dejó de tener embaj
—Esta es la chica de la que les hablé —adujo el capitán Ka’tar aproximándose a los dormitorios de los soldados que recién se estaban levantando en la mañana, acompañado del Almirante. Los soldados, incluyendo a Alara, se pusieron firmes ante la presencia de sus superiores.—Descansen —dijo el almirante Gutiérrez— y sigan con sus actividades.Dicho esto los soldados se relajaron y prosiguieron con el proceso ordinario de bañarse y vestirse para ir a desayunar. Todos salvo Alara que aún estaba rodeada de sus oficiales.—El capitán Ka’tar nos dice que es usted su mejor subordinada —afirmó Gutiérrez y Alara no pudo evitar sonrojarse un poco.—Gracias, señor. El capitán Ka’tar es muy amable, señor.—Hemos revisado su historial académico
Planeta Tierra, dos meses después. Richard analizó aquellos informes que le llevaron sus asesores, muy intrigado. Los revisó una y otra vez. ¡No había otra explicación posible!Llegó al despacho de Alfred Gordon. Junto al secretario se encontraba Lisbeth van Hausen.—¿Qué es esto? —dijo tirándole las carpetas de la investigación en el escritorio.—Veo que lo descubriste —adujo Gordon.—Demando una explicación —insistió golpeando la superficie de una carpeta con su dedo índice.—¿Qué quieres que te explique? —preguntó Gordon.—Estos documentos demuestran un desvío de fondos públicos para fines personales, Alfred. Es corrupción.—No seas tan moralista, Richard —le dijo &e
Sistema Sol.El permiso de Alara se terminó y debió reingresar al servicio militar. La guerra en Marte estaba cada vez peor, la teoría resultó equivocada y el Imperio Anaki comenzó a enviar refuerzos al planeta, gesto imitado por la Confederación al punto de que ya casi era una guerra abierta entre las dos potencias galácticas.Alara fue asignada a un potente acorazado, la nave militar más poderosa y grande que existía. Un acorazado era una nave gigantesca que podía medir generalmente entre diez y cien kilómetros de extensión. Sus escudos eran los más resistentes y su arsenal el más destructivo, por lo que un acorazado sólo podía ser destruido por otro.El acorazado en el que viajaba Alara era comandado por el capitán Ka’tar quien se sentaba en una cómoda y amplia silla en el centro del Puente desde la cua
Planeta Xith, cinco años después.—Y así, me encontraba en las selvas de Cygma VIII combatiendo Xorgon. ¿Alguna vez has visto un Xorgon? —le decía el viejo Shamur a su nieto de cinco años, hijo de Richard y Alara. El niño era casi indiferenciable de un Xith ya que heredó los ojos felinos de la madre, y miraba a su abuelo boquiabierto y con mirada atónita escuchando sus relatos. Negó con la cabeza, como era lógico, y su abuelo continuó. —Los Xorgon son unos reptiles de tres metros de altura, con grandes hocicos repletos de afilados colmillos y garras como navajas. —Ante la descripción el infante tragó saliva— Mi escuadrón y yo sumábamos unos veinte soldados Confederados, y frente a nosotros en una planicie estaban alrededor de ochenta de estos monstruos fuertemente armados y mirándonos con odio rabioso. Pero, me enc
Michael se encontraba en efecto junto a su amiga Yar’lin en su habitación.Yar’lin era una muchacha Viraki de 12 años. Ya para su edad mostraba un incipiente pero esbelto cuerpo femenino y vestía muy escasa ropa, como era normal para los Viraki. Usaba aretes en sus orejas puntiagudas y unos lacitos que decoraban las dos antenas de su cabeza. Su cabello azulado lo sostenía en una cola, aunque algunos rizos caían sueltos en el frente y los lados de la cara.Yar’lin saltaba sobre la cama de Michael, ya que era muy inquieta. Finalmente se dejó caer boca arriba sobre la acolchada superficie y usó sus propias manos como almohada, mientras Michael la observaba sentado en la silla giratoria que colocaba frente a su escritorio y su computadora.—¿Debe ser divertido ser híbrido? —preguntó Yar’lin clavando sus ojos verdes en Michael.—Lo dices como si yo f
Puerto Espacial Na’mu, Planeta Viraki Prima.El más grande de los puertos espaciales del mundo Viraki había sido bautizado en nombre del procónsul Na’mu, principal promotor de la paz entre los Viraki y los Xith y quien negoció el tratado que puso fin a la guerra entre ambos pueblos 17.000 años en el pasado. Na’mu también fue conocido por haber adoptado y criado como propio a un niño Xith en plena guerra. Se le veía como uno de los padres de la duradera alianza que eventualmente evolucionaría en la Confederación y una estatua suya recibía a los pasajeros que llegaban a Viraki Prima ubicada en una de las salidas principales.El enorme puerto espacial recibía cientos de transportes interestelares cada día y miles de pasajeros de infinidad de mundos distintos. Aguardando en una de las salas de espera se encontraban Richard, Alara y Michael a la expectativa
El día siguiente empezó como era normal. Todos los Días de la Confederación se conmemoraba el aniversario de la firma del Tratado de Talos con un vistoso festival. Empezaba con un desfile militar en que el Ejército Confederado hacía marchar a sus solados con uniformes de gala y algunas naves con estelas de colores recorrían el cielo. Luego pasaban carrozas alegóricas, una por cada Planeta Confederado, usualmente representativas de la cultura del planeta en cuestión, y finalmente desfilaban grupos de estudiantes de primaria y secundaria. Todo aquello era televisado. En la tarde el Primer Ministro de la Confederación daba un discurso frente a los miembros del Senado, de la Corte Suprema y los embajadores y en la noche las familias se reunían a cenar y pasarla juntos.Richard y toda su familia observaron el desfile en palco de lujo (una de las ventajas de ser senador) y Richard tuvo que estar presente c