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PERDER SU ÚTERO Nathaniel arrancó su auto a toda prisa, lo único que se repetía en su mente era ir a la empresa y ver a Elara. Estaba cansado de fingir y hacerle el estúpido. Estaba enamorado de esa mujer y primero congelaría el infierno antes de permitir que ese médico se la arrebatara. Durante todo el camino recordó los momentos compartidos con Elara y se preguntó cuándo exactamente se enamoró de ella. Mientras conducía una sensación de libertad le invadió el pecho y estaba convencido de que terminar con Victoria era lo mejor y estaba dispuesto a enfrentar las consecuencias. Pero se negaba a perder a Elara, la única mujer que hacía que su corazón latiera y además su polla respondiera. Había besado a Victoria, pero tanto su cuerpo como su corazón se mantuvieron en calma. Por otro lado, Victoria no pretendía quedarse de brazos cruzados, tan pronto como Nathaniel salió del departamento ella lo siguió en su auto, estaba decidida a descubrir quién era la zorra que le estaba quitando a
UN PASADO LLENO DE CULPA ―¡No voy a casarme con ella, solo porque me lo ordenes! ―el grito, cargado de desafío, rebotó en el estudio. El padre de Nathaniel al otro lado del escritorio, apretó los puños hasta que sus nudillos se pusieron blancos y miró a su hijo con una mezcla de ira y decepción. ―No tienes derecho a negarte, Nathaniel ―dijo con voz controlada pero teñida de furia. ―Hago lo mejor para ti. Sabes que casarte con Victoria Sutherland es tu mejor opción. ¿Por qué te empeñas en llevarme la contraria? Tu matrimonio con esa chica significaría un mejor estatus para nuestra familia. Su padre es… ―¡Me importa una m****a quién es su padre! ―replicó Nathaniel, perdiendo la compostura que tanto había tratado de mantener ―Tengo 31 años, no 15. No soy un niño al que le tienen que decir qué hacer. El padre de Nathaniel también se puso de pie con los ojos fijos en los de su hijo. ―Entonces no me dejas más opción, Nathaniel. Si insistes en negarte a casarte con Victoria, le entregaré
SI VOY A CASARME CONTIGO.Nathaniel salió de sus pensamientos cuando la enfermera le dijo que ya podía pasar. Asintió con una sonrisa tenue y abrió la puerta lentamente. Victoria estaba acostada en la cama, su rostro reflejaba el dolor y la fatiga de su cuerpo. Al sentir la puerta abrirse, giró su rostro hacia él. ―Nat… ―susurró con los ojos llorosos ―… estás aquí. Él no dijo nada, caminó hacia la cama y arrastró una silla para sentarse frente a ella. Victoria intentó acercarse, pero él se lo impidió con un gesto suave. ―No te esfuerces ― dijo―debes descansar. Ella negó con la cabeza y las lágrimas, antes contenidas, comenzaron a fluir libremente. ―Dime que no es verdad… dime que es un error. Nathaniel sabía a qué se refería. Para una mujer como Victoria, la noticia de no poder convertirse en madre era desgarradora. ―Victoria… ―No, por favor, Nat… ―sollozó ella ―dime que es un error. Pero él negó con la cabeza y Victoria se llevó las manos a la cara. ―¡Dios, por qué! ¡¿Por qu
DESTRUIDA HASTA LOS CIMIENTOS. El viento soplaba frío en la ciudad de Chicago y Elara con su chaqueta de Industrias Cross ajustada firmemente alrededor de sus hombros, se abría paso a través de la multitud enardecida. Las miradas se clavaron en ella como dardos envenenados, cada par de ojos disparando acusaciones silenciosas. “¡Ahí está! ¡Ella es una de ellos!”, gritó uno de los protestantes. Los guardias de seguridad y la policía formaban una barrera, Elara pasó junto a ellos con un asentimiento, su credencial oscilando como un péndulo, marcando cada paso hacia el epicentro del caos. El representante de la fábrica estaba pálido, sus manos temblaban mientras se secaba el sudor de la frente. ―Señorita, esto es… es insostenible ―balbuceó, las palabras tropezándose unas con otras. ―Necesitamos que el señor Cross, tome cartas en el asunto. Ella lo miró fijamente, su voz era un acero envuelto en terciopelo. ―Debemos encontrar una solución. La imagen de Industrias Cross está en juego.
CEDER A LA TENTACIÓN.―¡Auch! ― exclamó Nathaniel por tercera vez.Estaba recostado en su escritorio, con el ceño ligeramente fruncido, mientras Elara, con manos firmes, pero cuidadosas, terminaba de colocar los puntos adhesivos sobre la herida.―No seas llorón ―le reprendió suavemente, con una sonrisa juguetona asomando en sus labios. ―Además, ya casi terminamos.A pesar del dolor, Nathaniel no pudo evitar sonreír. Aunque Elara estaba allí para curar su herida, no podía negar que le gustaba sentirla cerca. La proximidad de ella era un bálsamo para más que solo su cabeza lastimada.―Listo ―anunció Elara al colocar el último punto adhesivo.Luego tomó una toalla húmeda y se detuvo frente a Nathaniel para limpiar la sangre que manchaba su rostro.―Lamento que te hayan golpeado por mi culpa ―dijo con un tono de voz lleno de remordimiento, mientras pasaba la toalla con delicadeza por su piel.Nathaniel se encontró perdido en la fragancia que emanaba de ella, en la calidez de su cercanía, y
UN HOMBRE QUE SE VA A CASAR. ―Oh… lo siento, no quise… Nathaniel y Elara se apartaron bruscamente y miraron a Margarita con el rostro lleno de sorpresa. ―Margarita, esto no es… Elara fue la primera en hablar, estaba visiblemente avergonzada y comenzó a recoger unos papeles que habían caído al suelo. ―Señor, llegó esta invitación para usted. ―dijo la mujer tratando de ocultar el montón de preguntas que se formaron en su cabeza. Nunca hubiera imaginado que la nueva asistente y el jefe se entendían. ―Déjalos en la mesa frente al sofá, por favor. ―espeto Nathaniel con tono serio ― Tú y yo hablaremos luego. Margarita asintió con la cabeza, aun sin poder creer lo que sus ojos habían visto. Dejó la invitación sobre la mesa y se retiró de la oficina sin mirar atrás. Cuando la puerta se cerró, el silencio volvió a apoderarse de la oficina. ―Voy a manejar la situación, ¿de acuerdo? Todo va a estar bien. ―Nathaniel rompió el silencio y caminó hacia ella. ―No… Esto fue un error. ―Elara r
LENCERÍA FINA. Sara entró al departamento con una caja en las manos y una sonrisa de complicidad dibujada en el rostro. ―¡Elara, llegó algo para ti! ― exclamó la chica con un brillo de emoción en sus ojos. Elara levantó la vista, frunciendo el ceño con sorpresa. ―¿Para mí? ―Sí, aquí dice Elara Vance ―dijo Sara mostrándole la dirección. ―Pero, yo no he pedido nada… además, ¿con qué dinero? ―dijo Elara confundida. Sara, ignorando la consternación de su amiga, silbó suavemente mientras examinaba el nombre de la caja. ―No sé mucho de moda, pero esta es una tienda famosa ― comentó con una mirada de reconocimiento. ―Seguro es un error, debemos devolverlo ―insistió Elara, levantándose del sofá con la intención de resolver el malentendido. ―No es un error, mujer ―replicó Sara, mirándola con firmeza ―Tiene esta dirección y tu nombre. ―su curiosidad era palpable ―Mejor echemos un vistazo. Y antes de que Elara pudiera articular una protesta, Sara ya había deslizado sus dedos bajo la ci
SOLO YO PUEDO TENERTE. Cuando Elara bajó las escaleras, Nathaniel ya estaba allí, apoyado en su auto con una postura que irradiaba una confianza que rozaba la arrogancia. Una de sus manos descansaba casualmente en el bolsillo de su pantalón, mientras que la otra sostenía un pequeño estuche de terciopelo. Él tragó saliva al verla acercarse. A pesar de que siempre había sabido que Elara era hermosa, esa noche ella estaba, sencillamente, impresionante. Su vestido abrazaba cada curva, curvas que él conocía perfectamente, un sentimiento posesivo y fiero se apoderó de él, y sus ojos se oscurecieron con la intensidad del deseo. Elara, por otro lado, estaba consumida por una nerviosidad que hacía temblar ligeramente sus manos. Era la primera vez que asistía a un evento de tal magnitud, y la primera vez que salía con Nathaniel en un contexto tan formal. Las mariposas en su estómago parecían estar en pleno vuelo acrobático, y con cada paso que daba hacia él, sentía cómo su corazón amenazaba co