XOXO
DESTRUIDA HASTA LOS CIMIENTOS. El viento soplaba frío en la ciudad de Chicago y Elara con su chaqueta de Industrias Cross ajustada firmemente alrededor de sus hombros, se abría paso a través de la multitud enardecida. Las miradas se clavaron en ella como dardos envenenados, cada par de ojos disparando acusaciones silenciosas. “¡Ahí está! ¡Ella es una de ellos!”, gritó uno de los protestantes. Los guardias de seguridad y la policía formaban una barrera, Elara pasó junto a ellos con un asentimiento, su credencial oscilando como un péndulo, marcando cada paso hacia el epicentro del caos. El representante de la fábrica estaba pálido, sus manos temblaban mientras se secaba el sudor de la frente. ―Señorita, esto es… es insostenible ―balbuceó, las palabras tropezándose unas con otras. ―Necesitamos que el señor Cross, tome cartas en el asunto. Ella lo miró fijamente, su voz era un acero envuelto en terciopelo. ―Debemos encontrar una solución. La imagen de Industrias Cross está en juego.
CEDER A LA TENTACIÓN.―¡Auch! ― exclamó Nathaniel por tercera vez.Estaba recostado en su escritorio, con el ceño ligeramente fruncido, mientras Elara, con manos firmes, pero cuidadosas, terminaba de colocar los puntos adhesivos sobre la herida.―No seas llorón ―le reprendió suavemente, con una sonrisa juguetona asomando en sus labios. ―Además, ya casi terminamos.A pesar del dolor, Nathaniel no pudo evitar sonreír. Aunque Elara estaba allí para curar su herida, no podía negar que le gustaba sentirla cerca. La proximidad de ella era un bálsamo para más que solo su cabeza lastimada.―Listo ―anunció Elara al colocar el último punto adhesivo.Luego tomó una toalla húmeda y se detuvo frente a Nathaniel para limpiar la sangre que manchaba su rostro.―Lamento que te hayan golpeado por mi culpa ―dijo con un tono de voz lleno de remordimiento, mientras pasaba la toalla con delicadeza por su piel.Nathaniel se encontró perdido en la fragancia que emanaba de ella, en la calidez de su cercanía, y
UN HOMBRE QUE SE VA A CASAR. ―Oh… lo siento, no quise… Nathaniel y Elara se apartaron bruscamente y miraron a Margarita con el rostro lleno de sorpresa. ―Margarita, esto no es… Elara fue la primera en hablar, estaba visiblemente avergonzada y comenzó a recoger unos papeles que habían caído al suelo. ―Señor, llegó esta invitación para usted. ―dijo la mujer tratando de ocultar el montón de preguntas que se formaron en su cabeza. Nunca hubiera imaginado que la nueva asistente y el jefe se entendían. ―Déjalos en la mesa frente al sofá, por favor. ―espeto Nathaniel con tono serio ― Tú y yo hablaremos luego. Margarita asintió con la cabeza, aun sin poder creer lo que sus ojos habían visto. Dejó la invitación sobre la mesa y se retiró de la oficina sin mirar atrás. Cuando la puerta se cerró, el silencio volvió a apoderarse de la oficina. ―Voy a manejar la situación, ¿de acuerdo? Todo va a estar bien. ―Nathaniel rompió el silencio y caminó hacia ella. ―No… Esto fue un error. ―Elara r
LENCERÍA FINA. Sara entró al departamento con una caja en las manos y una sonrisa de complicidad dibujada en el rostro. ―¡Elara, llegó algo para ti! ― exclamó la chica con un brillo de emoción en sus ojos. Elara levantó la vista, frunciendo el ceño con sorpresa. ―¿Para mí? ―Sí, aquí dice Elara Vance ―dijo Sara mostrándole la dirección. ―Pero, yo no he pedido nada… además, ¿con qué dinero? ―dijo Elara confundida. Sara, ignorando la consternación de su amiga, silbó suavemente mientras examinaba el nombre de la caja. ―No sé mucho de moda, pero esta es una tienda famosa ― comentó con una mirada de reconocimiento. ―Seguro es un error, debemos devolverlo ―insistió Elara, levantándose del sofá con la intención de resolver el malentendido. ―No es un error, mujer ―replicó Sara, mirándola con firmeza ―Tiene esta dirección y tu nombre. ―su curiosidad era palpable ―Mejor echemos un vistazo. Y antes de que Elara pudiera articular una protesta, Sara ya había deslizado sus dedos bajo la ci
SOLO YO PUEDO TENERTE. Cuando Elara bajó las escaleras, Nathaniel ya estaba allí, apoyado en su auto con una postura que irradiaba una confianza que rozaba la arrogancia. Una de sus manos descansaba casualmente en el bolsillo de su pantalón, mientras que la otra sostenía un pequeño estuche de terciopelo. Él tragó saliva al verla acercarse. A pesar de que siempre había sabido que Elara era hermosa, esa noche ella estaba, sencillamente, impresionante. Su vestido abrazaba cada curva, curvas que él conocía perfectamente, un sentimiento posesivo y fiero se apoderó de él, y sus ojos se oscurecieron con la intensidad del deseo. Elara, por otro lado, estaba consumida por una nerviosidad que hacía temblar ligeramente sus manos. Era la primera vez que asistía a un evento de tal magnitud, y la primera vez que salía con Nathaniel en un contexto tan formal. Las mariposas en su estómago parecían estar en pleno vuelo acrobático, y con cada paso que daba hacia él, sentía cómo su corazón amenazaba co
UN JEFE CELOSO. ―¿Así que tú eres la hermosa secretaria de Nathaniel? ―pregunto el hermoso hombre de ojos tan oscuros como la noche. Elara hizo lo posible por mantenerse calmada, pero era casi imposible cuando se estaba frente a un hombre como él. De repente, con un movimiento fluido y seguro, la hizo girar y luego la sujetó de nuevo por la cintura. Elara sorprendida por la precisión del giro, se encontró de repente muy cerca de él, respirando su aroma amaderado. Ella no pudo evitar estar impresionada; era una sensación nueva, excitante y desconocida. Nunca había salido con nadie más, excepto Nathaniel, pero Elara estaba segura de que este podría considerarse uno de los más atractivos que vería. Su cabello negro brillaba bajo la luz dorada de las lámparas de cristal, su barba perfectamente recortada enmarcaba un rostro que podría hacer suspirar a cualquier corazón. Sus ojos negros e insondables parecen esconder secretos que solo él conocía. Sí, definitivamente era el tipo de hombre
UN JEFE CELOSO (II)Elara salió del salón del banquete, maldiciendo a Nathaniel por ser un estúpido. Había aceptado bailar con Zayd simplemente por no avergonzarlo. Y él, en cambio, la trataba como si deliberadamente hubiera buscado bailar con el empresario.De repente, su muñeca fue agarrada con fuerza y se giró solo para encontrar la mirada enojada de Nathaniel.―Suéltame ―exigió forcejeando con él.―No intentes hacer un espectáculo y sígueme. ―gruño.Antes de que Elara pudiera negarse ya estaba siendo arrastrada hacia la caseta del jardín del hotel.―¿Quieres caminar más despacio? Llevo tacones, recuerdas.Nathaniel se detuvo y miró sus pies, los tacones de cinco centímetros ahora estaban enterrados en la grama. La agarró y un momento después la cargó sobre su hombro.―¿Qué…? ¡¿Qué estás haciendo?! ¡Bájame!―¿No querías ayuda? Bien, estoy ayudándote. Ahora vamos.Nathaniel no dijo nada más y caminó casi a zancadas hacia la caseta.―¿Puedo saber al menos a donde me llevas?―Ten calm
ROSAS ROJAS. Nathaniel entró en la oficina, su mirada habitualmente firme se suavizó por un momento al ver el ambiente de trabajo tranquilo. Pero entonces, vio un gran ramo de rosas rojas en el escritorio de Elara y su buen humor se esfumó. Su semblante cambió instantáneamente, los músculos de su mandíbula se tensaron mientras se dirigía hacia el escritorio de Margarita. ―¿De dónde han salido esas flores? ―le preguntó a Margarita que ya había llegado. ―Oh, llegaron esta mañana para Elara. Las recibí por ella, pero… Antes de que Margarita pudiera terminar, Nathaniel ya había agarrado la tarjeta. Sus ojos la recorrieron rápidamente y leyó el mensaje: “Para la mujer más hermosa: espero que estas rosas te hagan sonreír” ―Maldito ―gruño por lo bajo y apretó el papel en su puño. La ira se dibujó en cada línea de su rostro. ―Margarita, quiero que tires este ramo ahora mismo. ―Pero, señor, no puedo hacer eso… ―la secretaria estaba asombrada ―Son para Elara y… ―¡Yo doy las órdenes aq