UN JEFE GUAPO. TRES DÍAS DESPUÉS… Elara y Sara compartían una tarde llena de risas junto a la pequeña Rose, quien, cuando de repente, la puerta se abrió y lo que parecía ser una montaña de peluche blanco se asomó. Era un oso polar gigante, tan grande que parecía haber escapado de un cuento de hadas. Rose parpadeó varias veces, incrédula, preguntándose si todavía estaba soñando. ― ¿Eso es para mí? ―preguntó con voz temblorosa, dirigiéndose a Elara. ―No lo sé, yo… Elara estaba tan sorprendida como Rose y se disponía a investigar el misterio del oso cuando Nathaniel apareció detrás del peluche, con una sonrisa juguetona. ― ¿Tú eres Rose Vance? ―preguntó con una voz que sonaba como música. ―Sí… soy yo ― respondió la pequeña. ―Bueno, señorita Vance, esto es para usted ―dijo Nathaniel, acercándose a la cama con el oso. Rose miró a Elara buscando confirmación. Al recibir una sonrisa tranquilizadora, extendió sus brazos lo más que pudo para abrazar al peluche. ―Gracias, pero ¿quién e
NUNCA VOY A DARLE UN HIJO. El vapor aún se enroscaba en el aire del baño cuando Elara, envuelta en una toalla, salió de la ducha. Los azulejos fríos contrastaban con el calor que aún emanaba de su piel. Sus ojos, curiosos y un poco confundidos, siguieron la figura de Nathaniel mientras él se abrochaba los puños de una camisa blanca impecable. ― ¿Vas a alguna parte después del trabajo? La pregunta salió suave, casi temerosa de romper la tranquila atmósfera que los rodeaba. Nathaniel, cuyo reflejo se dibujaba en el espejo mientras se ajustaba la corbata, no levantó la vista. ―Una cena. ―respondió con un tono que pretendía ser despreocupado ―con los padres de Victoria. Elara sintió un pellizco en el pecho. Victoria, siempre Victoria. Pero con un esfuerzo, mantuvo su voz neutral. ―Eso suena importante. ―Ella quiere que todo sea perfecto. ―Nathaniel finalmente la miró a través del espejo, sus ojos esquivando los de ella. ―Sabes cómo es. ―Sí. ―murmuró Elara, sintiendo cómo las palab
UN MES. Elara se quedó mirando la carta de renuncia que acababa de firmar. Justo en ese momento, su teléfono vibró con insistencia. Era Zayd, y su corazón dio un vuelco. Dudo un poco en contestar, pero lo hizo. ―Zayd… ― ¿Cómo está Rose? ―preguntó Zayd al otro lado de la línea, su voz cargada de preocupación. Había estado en un viaje de negocios. ―Está recuperándose de la cirugía. Todo salió bien ―respondió ella, sintiendo un alivio que no esperaba compartir con él. ―Eso es una buena noticia, deberíamos celebrarlo. ¿Qué tal si comemos juntos? ―No... no sé si es buena idea ―murmuró Elara, su corazón aún en una encrucijada de emociones. ―Vamos, solo es una cena, además quiero que me lo cuentes todo. ― insistió Zayd, y algo en su tono la convenció. El restaurante era un bullicio de vida y alegría, pero ellos dos tejían una burbuja de complicidad entre risas y anécdotas. Lo que no sabían era que Nathaniel estaba allí, en una esquina oculta, observándolos con una mirada que destilaba
INVITACIONES DE BODA. El silencio en la oficina era un muro invisible, pero tangible, entre Elara y Nathaniel. Ambos, sumidos en sus pensamientos, evitaban cruzar sus miradas, como si en ellas pudieran leerse las preguntas sin respuesta que flotaban en el aire. La puerta se abrió de golpe, rompiendo la tensa calma. Victoria entró con un aire de suficiencia, su mirada gélida rozó a Elara antes de posarse en Nathaniel. Sin preámbulo alguno, se acercó a él y lo besó en los labios. El beso fue un estallido sordo en el silencio, un golpe directo al corazón de Elara. Ella respiró hondo, su pecho se elevaba con dificultad bajo la presión de su dolor. Desvió la mirada evitando ver la realidad que se desplegaba frente a ella. Victoria se separó y con un gesto íntimo limpió los restos de su lápiz labial de los labios de Nathaniel, marcando territorio. ―Hola, amor. ―dijo con extrema dulzura. Nathaniel que había sido tomado por sorpresa, no pudo evitar posar sus ojos en Elara, pero ella estab
POR FAVOR, NO ME DEJES.Esa noche, Nathaniel estaba en su departamento, caminando de un lado a otro como un león enjaulado. Cada paso que daba resonaba con su frustración, y su mirada se dirigía constantemente hacia el reloj. Era la tercera vez que miraba la hora y no había señales de Elara. Decidido, tomó su teléfono y marcó su número.Mientras tanto, Elara, que se encontraba en el departamento de Sara, vio el nombre de Nathaniel iluminarse en la pantalla de su teléfono. Su cuerpo se tensó al instante.Volteo el celular evitando mirarlo.― ¿Por qué simplemente no lo mandas al diablo? Si no puedes, déjame a mí, yo con gusto lo hago ―dijo Sara con un tono de desafío, estirando la mano hacia el teléfono.Pero Elara reaccionó rápidamente, agarrando su móvil antes de que ella pudiera tomarlo.―Hablaré con él ―mientras se ponía de pie y salía al balcón para contestar.Una vez sola se armó de valor y deslizó el dedo por la pantalla para responder la llamada.―Nathaniel…― ¿Dónde estás, Elar
CELOS DESCONTROLADOS. Nathaniel abrió los ojos y un fuerte dolor de cabeza lo azotó. Miró a su alrededor y se encontró en una habitación que no era la suya, en una cama que no le pertenecía. A su lado, el espacio vacío en las sábanas le aseguraba que Elara había estado allí. Una sonrisa se dibujó en sus labios al recordar vagamente que ella lo había llevado a su habitación, preocupada por su estado, y él estaba más que contento de haber dormido a su lado. Se levantó dispuesto a salir a buscarla cuando el teléfono sobre la mesita de noche se iluminó. Nathaniel normalmente no revisaría el teléfono de otra persona, pero al ver el nombre de Zayd en la pantalla, la curiosidad se apoderó de él y olvidó cualquier respeto por la privacidad de Elara. Abrió el mensaje y el contenido borró cualquier rastro de malestar, reemplazándolo con una furia incontrolable: “Todo está listo para nuestro viaje a Londres, incluso he hecho los preparativos para Rose”. Las palabras parecían quemar su alma, y
HUMILLACIÓN PÚBLICA. Mientras Julián intentaba tranquilizar a Elara, Victoria se deslizaba entre los invitados con una sonrisa que apenas disimulaba sus verdaderas intenciones. De repente, el murmullo del salón se convirtió en un estruendoso aplauso. Nathaniel, del brazo de su madre, hizo una entrada triunfal. Los invitados se giraron para admirar a la matriarca y a su hijo. Elara, de pie junto a Julián, sintió cómo la ansiedad se apoderaba de ella. Su corazón latía con fuerza, y un sudor frío recorría su espalda. ―No te preocupes. ―Julián se inclinó para susurrarle al oído con una confianza que ella no compartía. ―Mi madre va a amarte. Se ve dura, pero… la conquistarás. Elara lo miró, confundida por su optimismo. Luego, sus ojos volvieron a la pareja que avanzaba a través del salón. Nathaniel, por su parte, había detectado a Elara junto a su hermano desde el momento en que entró. Sintió un nudo en el estómago al verla allí, tan cerca de Julián y tan lejos de él. Pero tuvo que mord
LA SEÑORA CROSS.Victoria abrió los ojos, sorprendida y humillada, pero su sorpresa rápidamente se transformó en furia.― ¡¿Así que vas a defender a tu amante delante de todos?! ―gritó, su voz temblaba con la intensidad de su ira.Nathaniel, con la mandíbula apretada, luchaba por mantener la compostura.―Victoria, te lo estoy diciendo por última vez, aléjate de Elara y no vuelvas a tocarla. ―advirtió con severidad.― ¡No puedes tratarme así! ¡No puedes defender a una extraña antes que a mí! ―exclamó, con las manos temblando de rabia.Regina, que había observado la escena con un creciente sentido de horror y vergüenza, intervino. Su mirada era gélida cuando se dirigió a Elara.― ¡Lárgate! ―ordenó. ― ¡Sal de mi vista ahora!Elara, cuya única intención era desaparecer de la vista de todos, asintió en silencio y se dio la vuelta para marcharse. Sin embargo, antes de que pudiera dar un paso, Nathaniel la detuvo, aferrándose a su muñeca.―No te vas a ningún lado. ―dijo firmemente.Victoria