CAPÍTULO 42. Una trabajadora social

CAPÍTULO 42. Una trabajadora social

Había algo odioso, dulce y terrible en tomar su boca como si no tuviera derecho a ella, porque no lo tenía; en apretar su cuerpo contra el suyo como si ella no pudiera resistirse, porque realmente no podía; en sentarla sobre aquella encimera y meterse entre sus piernas, dejando que toda la marea de malos sentimientos, de emociones oscuras y salvajes, de dolor ininterrumpido y de innegable deseo saliera todo por la misma puerta, en el mismo instante, todo por su boca mientras devoraba la de Serena con ese instinto elemental, animal, más básico: el que le gritaba que aquella mujer era suya.

O quizás era al revés.

Quizás él había sido suyo desde el primer instante, pero ese no era un pensamiento racional que pudiera alentarlo o detenerlo en aquel momento. Porque no había racionalidad allí, solo una necesidad profunda de tenerla en sus brazos, de sentir la forma en que se estremecía aun involuntariamente, de perderse en el sabor de sus labios...

Y para
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