Entrené muy duro esos cuatro días, me esforcé al máximo y dejé de pensar en Marcial pese a que mi me mente y m corazón me porfiaban. Deseaba, como loca, ir a preguntarle sobre Jennifer pero no, me ponía fuerte y entrenaba con Ashley, con mucha intensidad, incluso varias horas. El partido con la Buttler fue a las 10 de la mañana en el Club Blanco. Quedaba cerca de mi casa, a diez o doce minutos. Me desperté a las seis, me duché, me preparé jugo y tostadas, me puse mi ropa deportiva, camiseta de mi sponsor, minifalda y medias, todas de blanca, y de mi ropero tomé con cuidado las zapatillas que me regaló Magdalena Blokhin. Le pasé mis deditos, retirándole el polvito y me los puse. Me quedaban como un guante, súper cómodas, bien ajustadas y me motivaban a brincar y hasta bailar. En mi maletín acomodé una blusa y jeans, también mis cosméticos. Ajusté mis pelos que había amarrado en cola, con una visera con el logo de mi auspiciador. Así fui a la cancha, dispuesta a ganar. Dejé mi carro
Yo quería ver a Marcial y ahora tenía una feísima venda en mi pierna derecha y apenas podía caminar. El tobillo me dolía horrible. No sé cómo pude ducharme porque apenas podía asentar el pie. Ashley me dijo que me fuera a la casa y no hiciera ningún esfuerzo y permaneciera en cama. Que me pusiera hielo y no dejara de tomar los analgésicos. Eso hice. Me metí a la cama y me quedé allí viendo televisión. En la noche me llamó Marcial. M i corazón pataleó eufórico en el pecho. La sangre se me subió al techo de la cabeza y de repente el dolor se me desapareció por completo. Movía febril mis rodillas y sentí la candela encendiéndose en mis entrañas, una sensación muy excitante, erótica inclusive. -¿Ya jugaste?-, le pregunté. -En una hora más, tengo el partido estelar, ya hay mucho público-, me contó él con su vozarrón que me despeinaba totalmente. -Me hubiera gustado verte, pero me doblé el tobillo-, junté mis dientes, sintiéndome muy sexy. -Sí, eso me contó Ashley, por eso te llamab
Fui al Club Blanco temprano muy oronda, distendida, ya cambiada porque jugaría a las 9, y después de estacionar mi carro, vi a Marcial, acompañado de Jennifer. Estaban sonrientes, muy juntitos, tomando desayuno en una de las cafeterías. Mi ánimo que estaba por todos los cielos, de repente, ¡pum! se desplomó como un castillo de arena. Él reía, la miraba fijamente a los ojos de Jennifer y se le veía acaramelado. Era obvio que estaba enamorado. ¡¡¡Maldición!!!-, mascullé y eso lo escuchó el valet del parqueo. -¿Algún problema, señorita?-, se acercó solícito. -Sí, quiero me que trague la tierra de inmediato-, volví a mascullar enfadada. Y Marcial me vio. ¡¡¡Más maldición!!! Por más que intenté esquivarlo, rodeando los jardines, pasando, incluso, por encima de las flores, él me vio y me pasó la voz eufórico, alzando las dos manos. Jennifer se volvió seria y se me quedó mirando, como si me midiera. ¡¡¡Maldición!! ¡¡¡Maldición!!! ¡¡¡Maldición!!! empecé a renegar. No sabía qué hac
Había muchísimo público en las tribunas. Los partidos tanto en damas como en varones, se tornaban más encarnizados, electrizantes y de poder a poder. Mi rival era una chica veinteañera, muy rubia, tanto que sus pelos parecían pintados con crayolas. Rosmerie Hölzenbein era campeona juvenil, había ganado varios circuitos internacionales, muy hermosa, consentida de todos los medios de comunicación, modelo de pasarela, además, y el rostro de muchísimos cosméticos que se peleaban por tenerla en sus catálogos. Jugaba con falditas multicolores que enervaba a los aficionados. Apenas se cimbreaba en la cancha , provocaba una intensa vocinglería mirando y admirando sus fantásticas curvas. Después de pelotear un rato, me di cuenta que iba a tener demasiado problemas en vencerla porque su estilo era armonioso, táctico, dúctil y no usaba la violencia para sus raquetazos. Todo lo opuesto a mí que era vehemente en mis jugadas. El público estaba con ella además. La aplaudían, la ovacionaban y se l
Los celos no me dejaban en paz. Como nos dieron un día de descanso para la siguiente ronda del open nacional, y sabiendo que Marcial iba a jugar a las 8 de la noche, decidí seguir a Jennifer a su casa. Quería conocer a mi rival de amores, saber de sus armas, dónde y con quién vivía. No habían actividades en el club debido al open nacional, así es que Jennifer terminó sus labores a las tres en punto. Yo había tomado un lonche con Milton, contándole el partido con Hölzenbein cuando la vi salir. -Bueno, Milton, me voy a ver jugar a Marcial-, le mentí y le di un besote en la mejilla. -Cuídate mucho-, dijo Milton sin saber lo que realmente iba hacer: seguir a su jefa, je. Jennifer subió a su auto y se fue a toda prisa. Yo la seguí a corta distancia. Me figuraba que en su carro había una foto de Marcial en el retrovisor y podría un usb con la música que le gustaba a su amante. Eso encendía aún más mis celos. Golpeaba el timón con furia. Estuvo manejando casi cuarenta minutos entre c
Nunca antes me había pasado eso de ponerme a llorar tanto por un hombre. Jamás lo había hecho. Soy muy romántica y sensible, pero siempre asumía mis rompimientos como algo pasajero. Lloraba, bastante incluso, pero era cosa de un momento, y lista, daba vuelta a la página y pensaba que ya llegaría otra persona a mi vida, pero ahora todo era diferente. Sufría. Mi corazón me estrujaba, mis lágrimas se rebalsaban de mis ojos y metía puñetes a todo, hundía mis uñas en mi almohada y lanzaba por los aires mis peluches. Lo más raro era que Marcial y yo no éramos nada, ni siquiera habíamos paseado, ir juntos al parque, salir a comprar, absolutamente nada. Era una auténtica boba. Lo peor es que empecé a aborrecer el tenis y el club y mi propia vida. Otra vez me sumergí en el abismo en que había caído desde que recibí ese balazo tan solo por querer comprar unas pantimedias que, ahora lo pensaba, ni necesitaba porque mis piernas son muy bonitas. Pero el destino fue muy cruel conmigo, y despiad
Lo que debía hacer era olvidarme de Marcial. No podía llamar a Márquez por más que ahora lo ansiaba pues me había maltratado, incluso me golpeó un ojo. Pensé entonces en otro ex compañero que había estado muy enamorado de mí, me buscaba en forma insistente, me regalaba flores y chocolates, estaba muy pendiente en lo que hacía y me invitaba al cine, a la playa, a pasear pero siempre lo rechacé. El Sub oficial Gonzalo. Era noble, gentil, apasionado, romántico y muy dulce, pero no era mi tipo. No es que no me gustaba porque era lindo, sino que no encajaba en mis preferencias. Alto, delgado, de pelos rulos, nariz ancha, sin embargo me parecía demasiado meloso y caprichoso, tenía un diente de oro y solía repletar sus dedos de anillos. Los jefes no le permitían lucirlos en la comandancia, pero él, empujado por su capricho, lo hacía a escondidas o cuando estábamos en alguna misión. -No debes desafiar a los jefes-, le decía, mientras cargaba mi automática y ajustaba las correas de mi casco
-Ay ¿lo llamo o no lo llamo?-, estuve cavilando todo el día, metida en mi cama, turbada, fastidiada y ciertamente reventando por los celos. Lo que no quería es que Gonzalo se entusiasmase conmigo, porque entonces sí que estaría en graves problemas. Por fin lo llamé. -¿Katherine? ¿Eres tú?-, balbuceó Gonzalo cuando timbré su móvil. -¿Qué es de tu vida?-, junté los dientes, jalé mis pelos, moví mis tobillos, golpeé mis rodillas y sentí erguirse mis pechos en el busto. -Todo igual, Katy, en la unidad, sigo siendo Sub oficial, tenemos un nuevo teniente, un tipo malgeniado que me trata mal, pero todo está igualito-, me fue contando. -Me extrañas entonces-, fui al grano. Mi corazón rebotaba en las paredes de mi pecho. -Bastante, teniente, sin ti esto no es igual-, me dijo. -Me dieron el rango de capitana cuando me echaron-, me reí. -¡¡¡Verdad!!! capitana-, se entusiasmó. -Estoy jugando tenis-, le conté. -¿Tenis? ¿De campo o de mesa?-, se interesó vivamente. -De campo, en una ca