Pasaron dos días más y Hana abre los ojos con dificultad esa mañana, sintiendo cómo cada respiración era una batalla que su cuerpo libraba con menos fuerza.El zumbido de las máquinas la mantenía anclada a la realidad, pero su alma parecía empezar a desprenderse poco a poco de su cuerpo.Con un hilo de voz, pidió a la enfermera que llamara a su prima Jazmín. Sabía que el tiempo se le escurría como arena entre los dedos, y necesitaba decirle aquello que llevaba días guardando en su pecho.Jazmín llegó minutos después, con el rostro cansado, pero al ver a Hana forzó una sonrisa. Se acerca a la cama y toma su mano, apretándola con ternura.—Prima... —susurra Hana, con su mirada apagada pero llena de amor—. Gracias por venir.—Siempre, Hana —responde Jazmín, inclinándose un poco más para escucharla—. ¿Cómo te sientes?—Cansada... muy cansada —admite Hana, con una pequeña sonrisa triste—. Pero tenía que verte. Necesito pedirte algo...—Lo que quieras —dijo Jazmín sin dudar—. Lo que necesit
El tiempo en el hospital se había detenido. Los días y las noches se mezclaban en un solo y largo tormento para Imran, quien no se apartaba del lado de Hana.Desde que cayó en coma, él apenas probaba bocado, dormía en intervalos cortos y fragmentados, y su única realidad era la del cuarto frío y blanco donde su esposa luchaba en silencio por su vida.Cada día, cada hora, su agonía se hacía más grande. Su mente estaba atrapada en un torbellino de pensamientos oscuros. No había vuelto a ver a su hija desde el día en que Hana dejó de responder. No podía. Cada vez que pensaba en la pequeña, un rencor amargo le nublaba el corazón. Si Hana no se hubiera empeñado en traerla al mundo, tal vez ahora no estaría así, postrada en esa cama, entre la vida y la muerte.Pero inmediatamente después de ese pensamiento, se odiaba a sí mismo. La niña no tenía la culpa. Y Hana… Hana solo había querido darle lo más hermoso que alguien podía dar. Sin embargo, no podía evitar la ira y la impotencia que lo co
Imran abre los ojos lentamente.La habitación estaba a oscuras, con solo una tenue luz de una lamparita de mesa al lado de la camilla de hospital . Se sintió desorientado, su mente aún atrapada en un estado nebuloso entre el sueño y la realidad. Tardó unos segundos en recordar dónde estaba y por qué. Entonces, el golpe del dolor lo alcanzó de nuevo, con la fuerza de una ola devastadora.Gira la cabeza y ve a Jazmín sentada a su lado, con el rostro cansado y los ojos hinchados de tanto llorar. Parecía haberse quedado dormida en la silla, pero al notar su movimiento, abrió los ojos de inmediato.—Imran… —murmura suavemente, con una mezcla de alivio y tristeza.Él parpadeó varias veces antes de encontrar su voz.—¿Cuánto tiempo…? —su voz sonaba ronca, débil, como si apenas le perteneciera.—Han pasado dos días —responde Jazmín, tomando su mano con delicadeza—. Has estado sedado. Te dieron una inyección porque… porque fue demasiado para ti.Imran cerró los ojos, sintiendo el peso del luto
Los gemidos de los llantos de Jazmín fueron disminuyendo, el sonido del viento golpea las ventanas, mientras Imran acaricia la cabeza de ella.Jazmín respira profundamente, aún sintiendo el temblor en su cuerpo por la intensidad de la discusión con Imran. Sus ojos seguían húmedos, pero poco a poco lograba calmarse. Imran, todavía con el peso de la culpa en su pecho, la observa. Se inclina hacia ella y, con suavidad, le ofrece una mano para ayudarla a levantarse.Jazmín aceptó su ayuda sin dudarlo. Apenas se puso de pie, sintió cómo sus piernas flaqueaban y se tambaleó ligeramente. Imran la sujetó con firmeza y la guió hasta su sillón, donde la hizo sentar con cuidado. Se arrodilló frente a ella, mirándola fijamente.—¿Estás mejor? —su voz era más baja, casi un susurro, pero llena de preocupación genuina.Jazmín asintió con un leve movimiento de cabeza.—Solo estoy cansada, no he comido bien últimamente —murmura—. Pero tú… también necesitas cuidarte, Imran.Él suspira, como si esas pal
Imran estaba sentado en la terraza de su casa, con la vista perdida en el horizonteLa mañana aún estaba fresca y la brisa le revolvía el cabello, pero su mente estaba muy lejos de allí.Apenas había dormido unas horas, su corazón seguía atrapado en el duelo, aunque poco a poco la vida intentaba abrirse paso de nuevo. Su primo Zaid se acercó con dos tazas de café, dejando una frente a él y tomando asiento a su lado.—¿Cómo te sientes hoy? ¿No piensas volver a la empresa por todo esto?—pregunta Zaid con un tono neutro, aunque en su mirada había preocupación.Imran suspira, envolviendo la taza con sus manos sin intención de beber.—Igual que ayer… y antes de ayer —responde con voz ronca—. No sé si alguna vez volveré a sentirme como antes. Y en cuanto al trabajo solo me estoy dando una semana libre. Necesitaba organizar mi mente y mi corazón.Zaid lo observa con atención. Sabía que su primo estaba destrozado, pero también notaba algo más. Desde que había llegado, había visto la forma en
Pasan un par de meses y llega el día que Imran teme. Su cumpleaños.El día amanece tranquilo en la casa de Imran.Aunque era su cumpleaños, no había globos ni decoraciones, ni tampoco esperaba llamadas de felicitación ni sorpresas. Para él, era un día como cualquier otro, una fecha que en el pasado habría celebrado con entusiasmo junto a Hana, pero que ahora solo le recordaba cuánto la extrañaba.Lo único que deseaba era pasarlo con su hija, disfrutar de su pequeña presencia sin distracciones.Jazmín, sin embargo, no estaba dispuesta a dejar pasar la fecha sin hacer al menos un pequeño gesto. Sabía que Imran no quería celebraciones, pero también entendía que necesitaba algo que lo recordara como un día especial, sin forzarlo a nada que no quisiera. Así que decidió regalarle algo sencillo y significativo: una corbata elegante de un azul profundo, su color favorito.Cuando bajó al comedor, encontró a Jazmín sentada con la bebé en brazos, dándole el biberón con paciencia. La luz matutina
La cena transcurre en un silencio tenso.Jazmín e Imran apenas cruzaban miradas, pero cada vez que lo hacían, un cosquilleo eléctrico recorría sus cuerpos. La imagen de lo sucedido en la ducha aún ardía en sus mentes, y aunque ninguno de los dos quería admitirlo, la incomodidad estaba más cargada de deseo reprimido que de vergüenza.—Pásame la sal por favor—dice Imran con voz ronca.Jazmín alarga la mano, evitando cualquier contacto visual. En su intento de mantener la compostura, golpea sin querer la copa de agua que estaba junto al plato de Imran, empapando su pantalón.—¡Ay, lo siento! —exclama ella, llevándose las manos a la boca.Imran suspira y se seca un poco con la servilleta de tela, mientras nota que Jazmín solo mira su camisa blanca que se le pega al torso. Jazmín tragó saliva, desviando la mirada, pero su cara ya estaba roja como un tomate.—No te preocupes, los accidentes pasan—responde él, aunque su voz tenía un tono más grave de lo usual.Cenaron lo más rápido que pudie
Jazmín entra con paso ligero pero con la mente llena de pensamientos a la mansión. Apenas cruza el umbral, su primer instinto fue preguntar por la bebé.—¿Dónde está la pequeña? —pregunta con una sonrisa cansada a la nana, quien le respondía desde la sala.—Acaba de dormirse, estuvo inquieta, pero ya está descansando —responde la mujer con tono amable, acomodando los juguetes de la niña.Jazmín asintió y suspiró con alivio. Era un consuelo saber que la pequeña dormía bien. Imran, por su parte, sacó su billetera y pagó a la nana por su tiempo. La mujer agradeció y salió de la casa tras recoger sus cosas.La ama de llaves apareció entonces, con su presencia siempre diligente y discreta.—¿Van a cenar, señor? Preparé algo ligero —pregunta con amabilidad.Imran negó con la cabeza rápidamente, sin siquiera dirigirle una mirada a Jazmín.—No tengo hambre —responde con frialdad.Jazmín, en cambio, sintió que aquellas palabras no eran más que una excusa. ¿Acaso Imran evitaba cenar para no ver