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3 "No voy a ser una m*****a esclava sexual"

Atravesaron el desierto durante aproximadamente dos horas en esa camioneta enorme que tenía incluso una división de tal manera que el chofer no veía a los ocupantes, pero poco le importó porque ella en todo ese tiempo no le dirigió palabra alguna, desesperada y enfadada ¿Realmente iba ir a para a un harén? Por fin en la distancia alcanzó a ver un campamento, gente iba y venía vestida tradicionalmente y algunos llevando los colores que ya había observado con anterioridad azul oscuro y plata.

¿Dónde estamos? – Preguntó por fin.

En mi harén del desierto – Le dijo tranquilamente y ella lo volteó a ver con ojos enormes que denotaban horror.

No puede ser posible… Yo… – Dijo incrédula.

Tú… ¿Qué?

¡No voy a ser una m*****a esclava sexual!

No estés tan seguro de ello – Dijo por toda respuesta ocultando una sonrisa.

Al borde de un colapso Gabriela intentó frenéticamente de nuevo abrir la puerta, sabía que era inútil, todo era inútil pero no podía quedarse allí sin hacer nada.

Si lograras salir ¿A dónde irías? Hay desierto por todos lados. Te desmayarías y morirías en poco tiempo. – Le informó León.

¡Es mil veces preferible! – Le gritó y se le fue encima intentando provocarle aunque sea el mínimo daño porque era obvio que no iba a lograr gran cosa.

Pero hábilmente le tomó las muñecas y la recostó contra el asiento quedando sobre ella, sus ojos resplandecían con un brillo intenso y ella se quedó momentáneamente hipnotizada. Era el mejor espécimen del género masculino que había tenido la ocasión de ver o en este caso de tener encima, aunque para ser exactos no había tenido a un hombre encima de ella. Él le quitó con algo de brusquedad lo que le envolvía el rostro y cuando lo apartó la observó con intensidad para después posar sus labios sobre los de ella, prácticamente devorándole la boca, sin darle tiempo ni de ordenar sus pensamientos. Ella intentó librarse, pero él no se lo permitió por nada y continuó saqueando su boca sin detenerse y lo hizo únicamente cuando necesitaron ambos tomar aire. Ella seguía sin rendirse a esa boca de pecado, aunque su cuerpo ya la estaba traicionando, pero el caso era que ella no iba a ser una obediente esclava del sexo ni mucho menos iba ponerle las cosas fáciles ni ahora ni nunca. Pero su resolución tambaleó cuando él volvió a la carga y esta vez fue pura seducción tomando su boca aún con intensidad, pero con una alta carga de sensualidad, su lengua penetró y buscó la suya haciendo que ella dejara de estar tan tensa y por fin empezara a derretirse. El beso se hizo apasionado y hubiera llegado a mucho más si no hubiese habido tanta ropa de por medio y la camioneta no hubiese parado.

Con incredulidad en sus ojos ambarinos como no creyendo que eso hubiera pasado, él se incorporó y la ayudó a hacerlo igualmente, para entonces Gabriela era un manojo de contradicciones.

Pero todo se reducía a una sola cosa: ¡Era una estupida! Con rabia se alejó lo más que pudo de él e intentó de nuevo abrir la puerta, en esta ocasión lo logró y salió rápidamente para toparse con un hombre enorme que ya conocía.

Abdul – Dijo ella con acritud y recordando su nombre. Era el que la había metido a la camioneta. Él hizo una reverencia. – Así que hiciste el favor de acompañarnos, que amable- Siguió ella con sarcasmo. – Seguro no me entiendes – Añadió con un suspiro pues le había hablado en inglés. Observó que Abdul no era el único que los había seguido, con tantas cosas en la mente no se había percatado que por lo menos cuatro camionetas más iban detrás de ellos. Si quería escapar sería sumamente difícil. Buscó con la mirada a su captor y no lo vio por ninguna parte. Abdul le indicó que lo siguiera y ella no teniendo modo de hacer otra cosa lo siguió.

El campamento era enorme, al igual que las tiendas que se alzaban orgullosas sobre la arena. Los colores eran tan vividos que ella deseó tener una cámara. Varios hombres estaban montando guardia y con rapidez echó un vistazo, vio que eran demasiados y eso sin contar los de las camionetas, gimió interiormente. Entró a lo que parecía ser la tienda principal pero que también estaba unida a las demás por pasillos cubiertos. Al entrar se quedó embobada observando el interior, gruesos tapetes ocupaban todo el suelo, así que todo estaba absolutamente alfombrado, los tapetes eran de color café, amarillo pálido y dorado dando tonalidades hermosas en conjunto, las telas que recubrían las paredes de la tienda eran de los mismos colores, pero tenían bordados dibujos, en algunas partes se apreciaban leones del desierto y puestas del sol que solamente en el desierto se podían apreciar tal como se admiraban en los dibujos. Atravesaron lo que parecía ser solamente la entrada y Abdul le indicó con un gesto que entrara una habitación en la cual una cama enorme dominaba en el centro, el dosel era muy alto y estaba cubierto por telas en color dorado que contrastaban con el color amarillo de lo que cubría la cama, los cojines eran de tonos distintos de amarillo y crema, sendos y amplios cojines estaban en el suelo invitando a echarse sobre ellos lo mismo que la cama puesto que ya se sentía cansada, pero era allí donde él quería tenerla ¿no? en la cama, así que ni loca se acercaría. Olía suavemente a incienso perfumado y Abdul que se había quedado afuera de la habitación hizo entrar a tres jóvenes que entre risas le hicieron reverencias. La habitación daba paso a otras más pequeñas. Una era un amplio vestidor y otra un baño. Al verlo ella se consoló pensando que al menos no iba a sufrir en ese aspecto, hasta entonces fue más conciente de que estaba rodeada de muchos lujos. Así que sí que había sido secuestrada por unos de esos jeques que aún tenían harén y esa clase de cosas. El pánico subió por su garganta. Las jóvenes empezaron a quitarle la ropa o lo intentaron por que ella dio un salto atrás en cuanto empezaron.

Mi señora debe usted dejarnos. – Le dijo una de ellas que era una chica de unos dieciocho años de dulces ojos cafés. Al ver que le hablaba en inglés, Gabriela parpadeó.

¡Hablas bien el inglés! – Dijo viendo un rayo de luz.

Sí mi señora.

¿A cuanto estamos de la ciudad más cercana? – Preguntó con cautela.

Como a una hora. – Respondió.

¿Cómo te llamas?

Jazmín – Dijo la joven haciendo una leve reverencia.

¿Por qué hacen tantas reverencias?

Es usted una invitada de honor, señora.

¿Quién te dijo eso?

Mi señor, por supuesto.

¿Quién es tu señor?

Señora, tenemos que atenderla, él vendrá a verla pronto. – Dijo con urgencia.

¡¿Qué?! – gimió Gabriela. – No voy a hacer nada que ese hombre haya dicho.

¡Señora! Pero es que…

Es que nada.

Debe darse un baño – Le dijo Jazmín con las mejillas ruborizadas- No querrá estar sucia ¿verdad? Hace mucho calor y luego hará frío al caer la noche, no estará cómoda si esta sucia mi señora.

Chica lista – Murmuró Gabriela. Así que se dejó guiar a una enorme bañera. – Necesito ropa, traigo la necesaria en mi maleta.

No será necesario – Dijo otra jovencita también en inglés.

¿Es que todas hablan en inglés? – Preguntó Gabriela.

La mayoría de nosotros señora hemos aprendido, Mi señor Asad dice que debemos aprender el idioma con el que el mundo por lo general se comunica.

El inglés no es el único idioma con que se comunica el mundo – Resopló Gabriela.

No, pero si el de por lo menos la mitad de las personas que visitan Durban y debemos saber comunicarnos con ellos.

Hombre listo – volvió a murmurar ella.

No sin pudor, Gabriela se despojó de la ropa y como un rayo se metió a la enorme bañera que contenía agua deliciosamente fresca, enseguida añadieron sales y aceites de aroma tentador y ella se dejó lavar el cabello olvidándose por un instante de donde estaba y de toda la situación. Se hubiera quedado allí más tiempo, pero empezaba a refrescar y se envolvió en una enorme y esponjosa toalla. Una vez en la habitación Jazmín se encargó de secarle el cabello y peinárselo, mientras las otras dos buscaban la ropa que se pondría.

Su cabello es hermoso señora. – Dijo Jazmín y Gabriela sonrió. Su cabello era del color del chocolate oscuro herencia de su abuela italiana y tenía los ojos azules por parte seguramente de ambos padres, su tez era clara con tendencia a volverse pálida si no le daba el sol y eso era por los genes maternos.

Gracias ¿Dime qué maneras hay para salir de aquí? - Gabriela mandó la precaución al viento y preguntó. Jazmín parpadeó, pero contestó.

Por helicóptero, vehículo terrestre y también se puede a caballo señora.

¿Qué es eso? – Preguntó con desconfianza al ver una túnica color borgoña de fina caída y rematada en plateado que traían las jóvenes.

Su túnica señora.

No me pondré eso.

No hemos encontrado su maleta.

¿Qué? – gritó. Ahí estaba su pasaporte y sus tarjetas.

Seguro aparecerá señora, no se impaciente. Póngase esto, es precioso y a usted le quedará divino. – La instó Jazmín.

Salgan por favor. Jazmín quédate. – Dijo de pronto.

Las otras obedecieron al ver el gesto de asentimiento de Jazmín.

¿Me llevarán a un harén? – Le preguntó con desesperación.

¿Cómo dice la señora? – respondió Jazmín con confusión total en su rostro.

¡Está claro! ¿Hay o no un harén aquí? Me llevarán allí ¿verdad? –Insistió Gabriela con desesperación.

Señora… No comprendo, de verdad yo… - La chica seguía viéndola como si de pronto se hubiera vuelto loca y de hecho faltaba poco para eso.

¡No me mientas!

Es que no se de que me habla – Gimió Jazmín.

Te estoy hablando de un harén ¿Quieres que lo deletree?

Mi señora, debe usted calmarse. Póngase la túnica no puede quedarse así. – En eso estuvo de acuerdo, si quería echar a correr no lo haría envuelta en una toalla, aunque no quisiera tendría que llevar la túnica. Se dejó vestir con Jazmín y en cuanto ella le hizo una reverencia que indicaba que se iba, Gabriela la detuvo aferrándola del brazo.

No me dejes así. No sin antes decirme por que estoy aquí.

Tengo que irme señora. – Y con rapidez se libró de su brazo no sin antes hacerle más de una reverencia y salir casi corriendo por la puerta.

Gabriela gritó de frustración y enseguida entró Abdul con el ceño fruncido.

¿Qué? ¿No puedo gritar? – Le espetó con furia. Abdul retrocedió.

Puedes retirarte Abdul. – Una vibrante voz masculina que ella ya reconocía la hizo temblar y buscar por donde salir. Abdul obedeció al instante y se encontró otra vez con ese hombre del desierto. – Espero te hayan atendido bien – Le dijo a Gabriela avanzando hacia ella.

Como un hotel de cinco estrellas – Replicó ella con sarcasmo, pero empezando a retroceder. – Esto es un secuestro.

No. No lo es.

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