Alexander no pudo creer lo que acababa de escuchar, ¿Cómo esperaba que reaccionara a lo que le estaba pidiendo? Desde que había conocido a Tara, el club Rojo había pasado al olvido, se había casado y no tenía la intención de regresar a las sumisas, al sexo duro, a los látigos ni fustas, ¿Pero es que alguien le estaba lavando el cerebro a su esposa?
—No, Tara. —Tara presionó sus labios, pensó que el darle el plus a su intimidad sería una nueva forma de que él lo disfrutara más. Bueno, era ella quien tenía curiosidad.
— ¿No?—Tara se caminó lentamente hasta quedar frente a él. Alexander sintió esa electricidad que siempre los rodeaba. — ¿No? ¿No quieres enseñarme lo que te excita? ¿Quieres atarme? ¿Quieres darme unas nalgadas? ¿Follarme duro? —a Alexander comenzó a provocarle una erección no por lo que proponía Tara, si no, en la forma que lo estaba susurrando.
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Alexander chupó y tiró con cuidado los pliegues del interior de Tara, las piernas de ella casi la dejaroncaer al suelo, de un movimiento calculado y con cuidado, la levantó y la recostó en la cama, para ser precisos en el centro, aun con sus respiraciones agitadas, Alexander caminó hacia la caja, tomó las esposas de cuero y caminó hasta ella que aun respiraba inestable, pero ella se dio cuenta de las intenciones. —Espera, espera, ¿Qué vas a hacer?—Tara preguntó a toda prisa. Él sonrió. —No te van a lastimar, mira—las acercó para que viera el cuero—si tiras con fuerza esto te protege la piel—señala el cuero, entonces se dio cuenta del logo “Club Rojo” torció sus labios. —Creo que mejor descartamos la caja, recuerda, he reprobado—los nervios de Tara eran evidentes. —Tranquila, vas a experimentar algo nuevo. —Alexander atrapó la muñeca de Tara, ella
Tara y Alexander salieron de la revisión de su nuevo médico. Habían cumplido los cuatro meses de embarazo, su vientre estaba creciendo día a día. No querían saber el sexo de los gemelos, querían que la vida los sorprendiera. — ¿Quieres ir a la torre Eiffel? Cerca de ahí hay un buen restaurante. —preguntó Alexander a Tara, quien pareciera distraída. —Claro, donde tú quieras. —luego desvió su mirada hacia la ventanilla. Alexander lo notó, después pasó su mano por la pierna de Tara y la acarició. Ella se volvió hacia él. — ¿Qué pasa? ¿Qué te preocupa? —Tara lo miró detenidamente. —Quiero que nuestros hijos nazcan en nuestro país. —Alexander arqueó una ceja, intrigado. —Lo sé, yo también. — ¿Entonces? Mi estómago crecerá y será imposible viajar…—Alexander entendió.
Tara notó las mejillas rojizas de Jack al regresar de los servicios. Siguió degustando la pasta pero aún tenía curiosidad por saber que lo puso así. — ¿Qué ha pasado en los servicios? —preguntó Tara a Jack, quien se encontraba a su lado, casi se atraganta con el pan que había mordido, Carter al ver como comenzaba a toser, le palmeó la espalda. —Tranquilo, tranquilo—dijo Carter preocupado, Tara estaba más preocupada, le extendió la bebida para que pudie
Es viernes, la cita con la directora de Nortel, fue una gran negativa. No les interesaba vender, no les interesaba tener socios, nada que tuviera que ver con esos temas. Alexander había salido de ese edificio irritado. Era obvio que estaba en su mejor momento, pero para llegar hasta el dueño del negocio…fue imposible. —Tranquilo. Eso fue mi culpa—confesó Jack. Alexander le miró confundido.
—Regresa a tu lugar. —Alexander ordenó. Tara arqueó una ceja. —Estamos aquí porque hemos obtenido una oportunidad para llegar al dueño de Nortel, no vas a arruinarlo solo por un maldito berrinche. ¿Crees que esto es un juego? No, Tara. Estamos en París para cumplir nuestro objetivo, y es conseguir que Nortel sea vendida al señor Wood, lo demás lo sabes de sobra, así que regresa la bolsa y vuelve a tomar lugar. —Tara abrió su boca para decir algo pero reaccionó a las palabras de Alexander. Sin decir nada, ella regresó a su lugar. —Si lo hubieses dicho de un principio no estaría pasando esto. —espetó, Tara. —Te lo iba a decir, pero me ganaste al decir que querías salir y olvidarte de los problemas. —Tara lo miró detenidamente, sus mejillas se tiñeron de un rojo, estaba avergonzada por su actitud, por culpa de ella es que estaban a punto de perder todo, ahora, su esposo estaba haciendo lo posible por conseguir lo que el señor Wood pidió…y el
Tara sonrió triunfante por un largo rato mientras iban llegando a la villa. Alexander estaba en silencio, apretaba con fuerza el volante, no podía creer que había fallado, él tenía que haber conseguido esa cita. Bueno, ella lo había conseguido así sin más, quizás la belleza de Tara había sorprendido al francés. De nuevo, los celos lo estaban consumiendo. — ¿Estás bien? —preguntó Tara al ver su esposo, serio. —Sí. — ¿Entonces por qué no has dicho nada en el camino? —Alexander detuvo el auto frente a la casa. Soltó un suspiro. —No me gusta que los hombres te miren como si nunca hubiesen visto a una mujer en su puta vida. Debió haberse sentido atraído por tu belleza…—Tara abrió sus ojos. —Espera, espera. ¿Crees que lo que hice fue usar mí…? ¿Y no por mí…?—Tara detuvo sus palabras. —Bueno, antes de que supiera el verdadero color de mis ojos, él ya me había concedido la cita. Así que no creo que por mi…”belleza” lo haya conseguido. ¿Crees que…? ¿Sa
Tara abrió sus ojos para encontrarse con el rostro de preocupación de Alexander, quien sintió alivio al ver reaccionar a su esposa. — ¿Te sientes mejor? Háblame. —insistió él. —Yo…—cerró los ojos, Tara. El dolor de cabeza era horrible. —Me duele la cabeza. —Te has golpeado al caer, Alexander no alcanzó a llegar a tiempo. ¿Cómo te sientes? ¿Necesitas que te llevemos al hospital? —preguntó preocupado, Jack. Tara abrió sus ojos, el momento anterior a desmayarse, le provocó escalofríos, negó con los ojos vidriosos. —Dime…dime que ha sido un sueño lo que he escuchado…—las lágrimas se desbordaron por las mejillas de Tara. — ¡Dime que fue un sueño! ¡Dime qué el hombre que me ha quitado todo y nos tiene aquí no es mi padre! —Alexander sintió como la piel se le había erizado a las palabras de Tara. —Estoy investigando, cariño. No te puedes alterar, recuerda a nuestros hijos. —Tara convulsionó del llanto, abrazada a Alexander en el sillón, éste le hizo
Seymour miró por un largo tiempo aquella ventana de su oficina, daba un esplendoroso paisaje a la ciudad de New York, era por la tarde y él seguía pensando en sí hizo bien las cosas. Había modos, pero primero que eso, necesitaba probar si ese hombre era suficiente para su hija. Sabía que tendría un camino lleno de obstáculos cuando ella se diera cuenta de que él es su padre, aceptaba de todo por parte de ella, menos que se alejase. Siempre había estado cerca, muy cerca de ellas, las cuidaba y estaba al tanto de todo lo que las rodeaba. Se pasó ambas manos por su rostro cansado, los años ya le estaban cobrando factura. Se escuchó el toque de la puerta.
Último capítulo