Tara notó las mejillas rojizas de Jack al regresar de los servicios. Siguió degustando la pasta pero aún tenía curiosidad por saber que lo puso así.
— ¿Qué ha pasado en los servicios? —preguntó Tara a Jack, quien se encontraba a su lado, casi se atraganta con el pan que había mordido, Carter al ver como comenzaba a toser, le palmeó la espalda.
—Tranquilo, tranquilo—dijo Carter preocupado, Tara estaba más preocupada, le extendió la bebida para que pudie
Es viernes, la cita con la directora de Nortel, fue una gran negativa. No les interesaba vender, no les interesaba tener socios, nada que tuviera que ver con esos temas. Alexander había salido de ese edificio irritado. Era obvio que estaba en su mejor momento, pero para llegar hasta el dueño del negocio…fue imposible. —Tranquilo. Eso fue mi culpa—confesó Jack. Alexander le miró confundido.
—Regresa a tu lugar. —Alexander ordenó. Tara arqueó una ceja. —Estamos aquí porque hemos obtenido una oportunidad para llegar al dueño de Nortel, no vas a arruinarlo solo por un maldito berrinche. ¿Crees que esto es un juego? No, Tara. Estamos en París para cumplir nuestro objetivo, y es conseguir que Nortel sea vendida al señor Wood, lo demás lo sabes de sobra, así que regresa la bolsa y vuelve a tomar lugar. —Tara abrió su boca para decir algo pero reaccionó a las palabras de Alexander. Sin decir nada, ella regresó a su lugar. —Si lo hubieses dicho de un principio no estaría pasando esto. —espetó, Tara. —Te lo iba a decir, pero me ganaste al decir que querías salir y olvidarte de los problemas. —Tara lo miró detenidamente, sus mejillas se tiñeron de un rojo, estaba avergonzada por su actitud, por culpa de ella es que estaban a punto de perder todo, ahora, su esposo estaba haciendo lo posible por conseguir lo que el señor Wood pidió…y el
Tara sonrió triunfante por un largo rato mientras iban llegando a la villa. Alexander estaba en silencio, apretaba con fuerza el volante, no podía creer que había fallado, él tenía que haber conseguido esa cita. Bueno, ella lo había conseguido así sin más, quizás la belleza de Tara había sorprendido al francés. De nuevo, los celos lo estaban consumiendo. — ¿Estás bien? —preguntó Tara al ver su esposo, serio. —Sí. — ¿Entonces por qué no has dicho nada en el camino? —Alexander detuvo el auto frente a la casa. Soltó un suspiro. —No me gusta que los hombres te miren como si nunca hubiesen visto a una mujer en su puta vida. Debió haberse sentido atraído por tu belleza…—Tara abrió sus ojos. —Espera, espera. ¿Crees que lo que hice fue usar mí…? ¿Y no por mí…?—Tara detuvo sus palabras. —Bueno, antes de que supiera el verdadero color de mis ojos, él ya me había concedido la cita. Así que no creo que por mi…”belleza” lo haya conseguido. ¿Crees que…? ¿Sa
Tara abrió sus ojos para encontrarse con el rostro de preocupación de Alexander, quien sintió alivio al ver reaccionar a su esposa. — ¿Te sientes mejor? Háblame. —insistió él. —Yo…—cerró los ojos, Tara. El dolor de cabeza era horrible. —Me duele la cabeza. —Te has golpeado al caer, Alexander no alcanzó a llegar a tiempo. ¿Cómo te sientes? ¿Necesitas que te llevemos al hospital? —preguntó preocupado, Jack. Tara abrió sus ojos, el momento anterior a desmayarse, le provocó escalofríos, negó con los ojos vidriosos. —Dime…dime que ha sido un sueño lo que he escuchado…—las lágrimas se desbordaron por las mejillas de Tara. — ¡Dime que fue un sueño! ¡Dime qué el hombre que me ha quitado todo y nos tiene aquí no es mi padre! —Alexander sintió como la piel se le había erizado a las palabras de Tara. —Estoy investigando, cariño. No te puedes alterar, recuerda a nuestros hijos. —Tara convulsionó del llanto, abrazada a Alexander en el sillón, éste le hizo
Seymour miró por un largo tiempo aquella ventana de su oficina, daba un esplendoroso paisaje a la ciudad de New York, era por la tarde y él seguía pensando en sí hizo bien las cosas. Había modos, pero primero que eso, necesitaba probar si ese hombre era suficiente para su hija. Sabía que tendría un camino lleno de obstáculos cuando ella se diera cuenta de que él es su padre, aceptaba de todo por parte de ella, menos que se alejase. Siempre había estado cerca, muy cerca de ellas, las cuidaba y estaba al tanto de todo lo que las rodeaba. Se pasó ambas manos por su rostro cansado, los años ya le estaban cobrando factura. Se escuchó el toque de la puerta.
Días después… Tara había estado en silencio todo el viaje de regreso a Estados Unidos, el corazón no dejaba de latirle con dolor, con decepción y no supo que otros sentimientos, pero de lo que sí estaba segura, era de que muchas cosas dentro de su interior habían sido cambiadas. — ¿Estás bien? —preguntó por cuarta v
Seymour sabía que no sería fácil conseguir algo tan preciado de Tara, el perdón. Sabía que se acercaba una tormenta entre los dos, he ahí que su hija había heredado de él el carácter rebelde, decisivo, pero no era mala, era una buena persona, Sofía había forjado una buena mujer. ¿Pero había elegido un buen hombre? —Bueno, si lo quieres, será así…señora Cooper. —Tara se tensó, si tuviera un poco más el corazón tan blando, hubiese dejado a un lado todo y correría abrazarlo, quizás lloraría y le diría que lo extrañó mucho, pero no. —Gracias. Necesito que se empiece a hacer el cambio de venta de mis tierras, la exportadora y mi hacienda. —Seymour levantó una ceja, impresionado a su pedido. —No será necesario eso, señora Cooper. Tara arrugó su frente, confundida. — ¿Cómo qué no será necesario? —Tara tragó saliva, ¿Acaso se ha echado para atrás en esto? ¿Ahora definitivamente habrá perdido todo lo que su madre levantó? Seymour
Tara miró entre sus manos que descansaban sobre su regazo, el móvil. Tenía unos minutos que había colgado, había hablado con su nana Julya y le había contado todo lo que había pasado últimamente. Se sintió muy abrumada, las lágrimas se deslizaron por sus mejillas al momento de cerrar sus ojos, intentó controlar todo lo que sintió en ese momento pero no pudo, finalmente, todo empezó a salir, lloró y lloró en aquel pequeño sillón individual que adornaba un rincón de la habitación que era años atrás de su esposo. Se abrazó a su vientre y comenzó a mecerse ella misma, lloró y lloró, pensando en todo el tiempo que había esperado para poder ver a su padre, las veces que practicaba los nudos de las corbatas, teniendo la esperanza de algún día hacerle una a él, las veces que pulió la forma de cabalgar para así un día mostrarle que podía hacerlo como él o mejor, lloró y lloró, se mordió el labio para callar su jadeo por el llanto. Sintió el cálido toque de algui