Habían aterrizado en la pista Charles de Gaulle, Tara aprisionó con fuerza la mano de Alexander, éste sonrió al ver la emoción que embargaba a su esposa, primera vez que había subido a un avión, después del estrés de hacer maletas, de dejar ordenes en la hacienda con el personal de Cooper, por fin se habían marchado, bueno, después de casi media hora antes intentando que Tara dejara de llorar con su nana Julya, quien también no dejaba de llorar, de darle consejos, ahora que, iba a estar en otro lugar, tenía que pensar en sus hijos, que no tenía que estresarse. Alexander sonrió al recordar todo el evento antes de marcharse. Sus padres estaban ansiosos y enterados de la situación real que estaban pasando, Leslie quedó en alcanzarlos en unos días más para poder cuidar de Tara y de sus sobrinos, que tanto ansiaba conocer.
Alexander ayudó a Tara a subir al auto blindado que estaba esperando en una zona privada del mismo aeropuerto, Erick y Andrew estaban
Alexander estaba excitado. El solo escucharla hablar francés con aquella naturalidad y con determinación había provocado una erección. Tara esperó a que él dijera algo, pero abrió sus ojos como platos al ver aquel brillo en los ojos de Alexander, mostraban deseo y hambre, el ver como se acercaba a ella, le hizo temblar las piernas, se llevó una mano a su vientre abultado, su respiración se agitó y entreabrió sus labios para tomar aire, sintió sus mejillas sonrojarse, levantó la mirada en lo alto cuando él quedó a unos cuantos centímetros de distancia, su cuerpo radiaba calor, más el calor de ella, podrían hacer combustión espontánea.
Alexander miró a Tara desde su lugar, ella comía tan concentrada que notó algo que le llamó la atención. — ¿Vas a querer ir a dar la vuelta? ¿Cómo una pareja de enamorados? —Tara asintió al dar el último trago a su jugo de naranja. —Perfecto. ¿Qué te vas a poner para salir? No quiero que el sol les dé tanto, estaría bien un pantalón y una blusa que cubra toda tu pálida piel, recuerda, los rayos ultravioletas pueden hacer daño. Tara entendió que se habí
Alexander no pudo creer lo que acababa de escuchar, ¿Cómo esperaba que reaccionara a lo que le estaba pidiendo? Desde que había conocido a Tara, el club Rojo había pasado al olvido, se había casado y no tenía la intención de regresar a las sumisas, al sexo duro, a los látigos ni fustas, ¿Pero es que alguien le estaba lavando el cerebro a su esposa? —No, Tara. —Tara presionó sus labios, pensó que el darle el plus a su intimidad sería una nueva forma de que él lo disfrutaramás. Bueno, era ella quien tenía curiosidad. — ¿No?—Tara se caminó lentamente hasta quedar frente a él. Alexander sintió esa electricidad que siempre los rodeaba. — ¿No? ¿No quieres enseñarme lo que te excita? ¿Quieres atarme? ¿Quieres darme unas nalgadas? ¿Follarme duro? —a Alexander comenzó a provocarle una erección no por lo que proponía Tara, si no, en la forma que lo estaba susurrando. &nb
Alexander chupó y tiró con cuidado los pliegues del interior de Tara, las piernas de ella casi la dejaroncaer al suelo, de un movimiento calculado y con cuidado, la levantó y la recostó en la cama, para ser precisos en el centro, aun con sus respiraciones agitadas, Alexander caminó hacia la caja, tomó las esposas de cuero y caminó hasta ella que aun respiraba inestable, pero ella se dio cuenta de las intenciones. —Espera, espera, ¿Qué vas a hacer?—Tara preguntó a toda prisa. Él sonrió. —No te van a lastimar, mira—las acercó para que viera el cuero—si tiras con fuerza esto te protege la piel—señala el cuero, entonces se dio cuenta del logo “Club Rojo” torció sus labios. —Creo que mejor descartamos la caja, recuerda, he reprobado—los nervios de Tara eran evidentes. —Tranquila, vas a experimentar algo nuevo. —Alexander atrapó la muñeca de Tara, ella
Tara y Alexander salieron de la revisión de su nuevo médico. Habían cumplido los cuatro meses de embarazo, su vientre estaba creciendo día a día. No querían saber el sexo de los gemelos, querían que la vida los sorprendiera. — ¿Quieres ir a la torre Eiffel? Cerca de ahí hay un buen restaurante. —preguntó Alexander a Tara, quien pareciera distraída. —Claro, donde tú quieras. —luego desvió su mirada hacia la ventanilla. Alexander lo notó, después pasó su mano por la pierna de Tara y la acarició. Ella se volvió hacia él. — ¿Qué pasa? ¿Qué te preocupa? —Tara lo miró detenidamente. —Quiero que nuestros hijos nazcan en nuestro país. —Alexander arqueó una ceja, intrigado. —Lo sé, yo también. — ¿Entonces? Mi estómago crecerá y será imposible viajar…—Alexander entendió.
Tara notó las mejillas rojizas de Jack al regresar de los servicios. Siguió degustando la pasta pero aún tenía curiosidad por saber que lo puso así. — ¿Qué ha pasado en los servicios? —preguntó Tara a Jack, quien se encontraba a su lado, casi se atraganta con el pan que había mordido, Carter al ver como comenzaba a toser, le palmeó la espalda. —Tranquilo, tranquilo—dijo Carter preocupado, Tara estaba más preocupada, le extendió la bebida para que pudie
Es viernes, la cita con la directora de Nortel, fue una gran negativa. No les interesaba vender, no les interesaba tener socios, nada que tuviera que ver con esos temas. Alexander había salido de ese edificio irritado. Era obvio que estaba en su mejor momento, pero para llegar hasta el dueño del negocio…fue imposible. —Tranquilo. Eso fue mi culpa—confesó Jack. Alexander le miró confundido.
—Regresa a tu lugar. —Alexander ordenó. Tara arqueó una ceja. —Estamos aquí porque hemos obtenido una oportunidad para llegar al dueño de Nortel, no vas a arruinarlo solo por un maldito berrinche. ¿Crees que esto es un juego? No, Tara. Estamos en París para cumplir nuestro objetivo, y es conseguir que Nortel sea vendida al señor Wood, lo demás lo sabes de sobra, así que regresa la bolsa y vuelve a tomar lugar. —Tara abrió su boca para decir algo pero reaccionó a las palabras de Alexander. Sin decir nada, ella regresó a su lugar. —Si lo hubieses dicho de un principio no estaría pasando esto. —espetó, Tara. —Te lo iba a decir, pero me ganaste al decir que querías salir y olvidarte de los problemas. —Tara lo miró detenidamente, sus mejillas se tiñeron de un rojo, estaba avergonzada por su actitud, por culpa de ella es que estaban a punto de perder todo, ahora, su esposo estaba haciendo lo posible por conseguir lo que el señor Wood pidió…y el