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—Si hay testamento, de último momento por petición y deseo de la señora Sofía Elizabeth Miller. —Tara miró a Alexander. Ambos estaban sentados en la sala del despacho, el abogado frente a ellos con documentos en sus manos, intentando acomodarlos. Alexander atrapó la mano de Tara para darle tranquilidad.
Tara lo agradeció.
— ¿Y necesita a alguien más para la lectura? ¿Eso no se tenía que avisar con anticipación? —preguntó extrañado Alexander.
—Sí, lo siento, pero así lo ha pedido la señora Miller, días después de su incineración dijo que viniera para hacer la lectura, los nombrados son la señorita…—el abogado ajustó sus lentes y leyó en voz alta. —La señora Cooper, en este caso es Tara Elizabeth Miller, ahora de casada Cooper, y al señor Alexander Cooper, esposo de su hija.
—Sí, soy yo. —El abogado asi
Jack estaba sentado sobre aquel sillón de piel, con los pies arriba de la mesa de cristal que se encontraba frente a él, estaba tomando uno de sus licores fuertes, un sorbo largo y lo finalizó. En su mano tenía una botella vacía, maldijo dentro de él, tenía que ir a la licorería. Lanzó una mirada a su pantalla plasma de 65 pulgadas. Su barba había crecido, cosa que nunca le había gustado, pensó que se veía demasiado mayor para su edad. Soltó un suspiro. Veía el televisor pero
Jack salió al pasillo ajustándose la bata. — ¿Ni una comida ni nada? —preguntó Jack divertido. Las puertas del elevador se abrieron y entraron Alexander y Tara. —En una hora, lugar de siempre. —dijo Alexander mientras presionaba el botón para que se cerraran las puertas, Tara agitó sus dedos en despedida, Jack negó con una gran sonrisa en sus labios, finalmente las puertas se llevaron a la pareja. Alexander miró el elevador. — ¿En serio se fueron? —Jack entró a toda prisa y comenzó a brincar sobre el desastre que tenía, buscó su móvil y revisó las llamadas, como diez de su madre, cinco de Giselle, y el resto del número de Tara…sonrió como un bobo. Las tripas eran una orquesta sinfónica mientras se dirigía a la ducha, se pasó una ma
Tara y Alexander se despidieron de Jack, ellos tenían que terminar de revisar lo de la mudanza durante el día y por la mañana a primera hora se regresarían a la hacienda. Jack estuvo tentado a la invitación de la pareja, después de manejar a su penthouse, se debió de último momento y llegó al club Rojo, buscó en la recepción a Giselle, le informaron que estaba ocupada pero que en unos diez minutos podría atenderlo. Jack estaba ansioso, se jaló la barba y sintió que debía afeitarla, necesitaba sacarse esos sentimientos y pensamientos sobre Tara de una vez, tenía que meterse en la cabeza que él no es así y ser de los que se meten en un matrimonio y lo arruinan por muy jodido que este la cosa. — ¿Jack? ¿Vienes a solicitar tu membresía de nuevo? ¿A invertir de nuevo en el
Tara y Alexander ya tenían la última caja en el carro de la mudanza. Alexander dio las indicaciones a los trabajadores, a primera hora se marchan a la hacienda. Tara caminó por el gran salón vacío hasta quedar frente al ventanal de la sala. Aunque no alcanzó a sentirla como su casa, le daba nostalgia, pensaba que le estaba robando algo a Cooper. — ¿Está todo en orden? —preguntó Alexander rodeando a Tara por detrás y dejando sus manos sobre su vientre, notaba un poco el cambio, no se le notaba pero se sentía un poco de panza.
Alexander había pospuesto la mudanza solo unas horas más, había dejado a Tara dormida y aprovechó para dejar una nota y decirle que había ido por el desayuno, que le mandara un texto cuando despertara. Este estaba sentado en un rincón en una cafetería a unas cuantas cuadras del hotel donde se hospedaba junto con Tara. Había mandado un texto a Giselle para hablar con ella en privado, solo había podido dormir casi dos horas, la pregunta en su cabeza lo atormentó demasiado. ¿Qué es lo que quieres buscar, Cooper? Sabía que había fluido de nuevo aquella amistad con Jack después de hace años, cuando se habían obsesionado ambos con una sumisa, Jack se había enamorado por primera vez, pero él no sabía, se había empeñado a lograr que lo eligiera a él sobre Thompson, pero todo se salió de control y ella salió mal aquella noche, había consumido a la espalda de ellos cocaína, cuando decidieron entrar en sesión ambos con ella, todo se complicó, e
Jack estaba sentado en su despacho revisando la contabilidad de sus negocios, tenía una cadena de antros en el norte de Europa, doce para ser exactos, tenía en mente en aceptar la oferta del único inversionista que tenía Ginger en estos momentos. Quería vender todo y desaparecer en algún lugar del mundo, quizás se vaya a vivir a Bali, quizás a Costa Rica o Republica dominicana, no lo sabía aún, pero había pensado en alejarse de todo, en aclarar su mente, no quería perder la cordura como una vez lo hizo con Kristin. Oh, Kristin. Ella lo volvió loco, tan loco que no se había reconocido en el espejo, había querido bajar a su mundo solo para poder entenderla, su amor no la pudo salvar. La había perdido. Jack lanzó los documentos encima del escritorio, se dejó caer en el respaldo de su sillón y cerró los ojos, se había curado la cruda de la noche con más alcoho
Tara había ido al despacho, buscó el ajedrez de cristal con el que había jugado con su madre el último día que falleció, se le había juntado los nudos en su garganta después de haber dejado a Alexander. Tenía las hormonas por todo lo alto, la actitud de él, luego el tema de Jack. Dejó el ajedrez sobre aquella mesa de centro, frente al sillón donde su madre había cerrado sus ojos por última vez. —No entiendo por qué esa actitud de tu yerno. —comenzó Tara a murmurar, como si realmente estuviera su madre ahí sentada frente a ella. Acomodó las piezas en silencio, las lágrimas comenzaron a deslizarse lentamente por sus mejillas sonrojadas. Las limpió y terminó de acomodar, cuando eso pasó, levantó su mirada y sonrió a aquel lugar vacío. —No estoy loca por hablar a un asiento vacío. Sé qué otros podrían malinterpretarlo, lo sé…—arqueó una ceja. Bajó la mirada al tablero. —Yo empiezo…—y así fue. —Creo que tu elegirías este movimiento…—Tara mo
Lunes en la mañana. Alexander se había puesto el casco amarillo de trabajo mientras Michael, su vicepresidente hacía lo mismo y este llevaba una carpeta a su pecho. —Me he enamorado. —dijo Michael mirando hacia las tierras con un gran paisaje. Alexander siguió la mirada de su amigo.
Último capítulo