Jack estaba sentado en su despacho revisando la contabilidad de sus negocios, tenía una cadena de antros en el norte de Europa, doce para ser exactos, tenía en mente en aceptar la oferta del único inversionista que tenía Ginger en estos momentos. Quería vender todo y desaparecer en algún lugar del mundo, quizás se vaya a vivir a Bali, quizás a Costa Rica o Republica dominicana, no lo sabía aún, pero había pensado en alejarse de todo, en aclarar su mente, no quería perder la cordura como una vez lo hizo con Kristin.
Oh, Kristin.
Ella lo volvió loco, tan loco que no se había reconocido en el espejo, había querido bajar a su mundo solo para poder entenderla, su amor no la pudo salvar. La había perdido.
Jack lanzó los documentos encima del escritorio, se dejó caer en el respaldo de su sillón y cerró los ojos, se había curado la cruda de la noche con más alcoho
Tara había ido al despacho, buscó el ajedrez de cristal con el que había jugado con su madre el último día que falleció, se le había juntado los nudos en su garganta después de haber dejado a Alexander. Tenía las hormonas por todo lo alto, la actitud de él, luego el tema de Jack. Dejó el ajedrez sobre aquella mesa de centro, frente al sillón donde su madre había cerrado sus ojos por última vez. —No entiendo por qué esa actitud de tu yerno. —comenzó Tara a murmurar, como si realmente estuviera su madre ahí sentada frente a ella. Acomodó las piezas en silencio, las lágrimas comenzaron a deslizarse lentamente por sus mejillas sonrojadas. Las limpió y terminó de acomodar, cuando eso pasó, levantó su mirada y sonrió a aquel lugar vacío. —No estoy loca por hablar a un asiento vacío. Sé qué otros podrían malinterpretarlo, lo sé…—arqueó una ceja. Bajó la mirada al tablero. —Yo empiezo…—y así fue. —Creo que tu elegirías este movimiento…—Tara mo
Lunes en la mañana. Alexander se había puesto el casco amarillo de trabajo mientras Michael, su vicepresidente hacía lo mismo y este llevaba una carpeta a su pecho. —Me he enamorado. —dijo Michael mirando hacia las tierras con un gran paisaje. Alexander siguió la mirada de su amigo.
Alexander vio la puerta cerrarse, la ira se había desvanecido al verse reflejado en aquellos ojos verdes, se repitió que no debió de alterarla, estaba embarazada y el médico había pedido nada de estrés. ¿Qué es lo que acaba de pasar, Cooper? Se preguntó a sí mismo. Se volvió hacia Jack, este lucía despreocupado o es lo que intentaba hacer para evitar esa mirada fría de Cooper. — ¿Entonces? —preguntó Jack sentándose en el brazo del sillón. Alexander arqueó una ceja. — ¿Nos
Tara revisó hasta el último detalle de la fiesta de bienvenida al grupo directivo de Japón, las habitaciones estaban listas y con sus respectivos detalles de parte de la familia Cooper Inc. Cerró la cuarta habitación y se dirigió hacia el despacho, en el transcurso del camino repasó detenidamente cada detalle de la fiesta, la loza, el platillo principal de la región, las bebidas, el famoso sake que había pedido en una empresa de la ciudad que se dedicaba a exportar ese tipo de bebidas para los restaurantes japoneses de New York. — ¿Por qué tan pensativa? —esta se exaltó y se detuvo secamente cuando Jack apareció frente a ella. —Mierda. —se llevó una mano a su pecho. —No te había visto. —Jack se preocupó. —Lo siento, no era mi intención asustarte y mucho menos en tu estado. —Tara soltó un suspiro largo y después sonrió a Jack. —Est
Jack sintió como su corazón se agitó a toda velocidad a aquel gesto de la mujer de rizos. Ángela se dio cuenta de su imprudencia e intentó evitar la mirada de Tara. —Bueno, —se giró y alcanzó las bolsas de mandado. —Voy a guardar esto o Julya me va a regañar. —Tara tenía la ceja arqueada, había visto algo entre ellos dos, entonces pensó en algo. —Oh, hablando de Julya, ya tiene listo para mañana casi todo, ¿Estás enterada de la fiesta de bienvenida? —preguntó Tara a Ángela, Jack arrugó su entrecejo, miró el gesto de Tara. Ángela se giró al cerrar el refrigerador. — ¿La de los ejecutivos japoneses? —dijo Ángela con una gran sonrisa. Tara se dio cuenta que estaba enterada. —Esa misma, es mañana por la noche. Unas manos extras con el arreglo del gran jardín podrían ser de ayuda. —Tara sonrió
Alexander y Tara estaban de pie de entrada del jardín, el grupo inversionista Fujimori que llegaba de Japón, estaban maravillados con aquella fiesta de bienvenida, era una grata sorpresa y estaban muy agradecidos cuando Cooper les había ofrecido hospedaje en la misma hacienda. Cuatro hombres vestidos de traje ejecutivo estaban haciendo una cálida reverencia a los anfitriones. —Bienvenidos a la hacienda Miller, ella es mi esposa, Tara Cooper. —El más anciano de aquel pequeño grupo de cuatro personas y dueño del grupo Fujimori, Katashi Fujimori, hizo una reverencia hacia ella, al levantar
Julya conocía al padre de Ángela, lo estricto que podía ser y lo obsesivo por que su única hija, fuera alguien en la vida, no estaba en el plan un hombre, mucho menos alguien como Jack. — ¿Por qué dices eso? —Tara le picó la curiosidad. —Sabes cómo es el padre de Ángela, desde que tu madre las separó y las obligó a no dirigirse la palabra, es por ello por lo que su padre se obsesionó por hacer de Ángela una mujer hecha y derecha, en su plan no está que ella se case o ande de novia. Tara arqueó una ceja, se cruzó de brazos y miró a su amiga con una gran
Alexander paseaba de un lado a otro mientras el doctor estaba revisando a Tara en el despacho, estaba casi histérico, Jack estaba viendo a su amigo, Ángela acababa de llegar y se mordió una uña por la preocupación, Alexander se había dado cuenta que Tara no estaba en la pista después de regresar con el grupo Fujimori, se había encontrado a Julya quien le había informado de la ida de Tara al despacho, cuando este se había dirigido hacia aquella dirección, alcanzó a ver a Iker salir corriendo con el rostro lleno de sangre, había pasado varias cosas por su cabeza, cosas que no le gustaron en absoluto, así que había corrido, Jack había ido a su habitación en busca de algo para cubrir a Ángela del frío, entonces vio pasar corriendo a Alexander, este no lo pensó dos veces y lo siguió. —Desde que lo había visto, nunca me había terminado de agradar. —dijo Jack mirando a Ángela, Alexander se detuvo y lo miró. —S